Estos días apareció en el diario Publico una columna de opinión escrita por Miguel Fadrique (recién elegido Secretario General de la CGT) y Víctor de la Fuente (militante de Anticapitalistas). Una nota que tanto por sus aciertos como por sus límites resulta muy interesante para profundizar el debate sobre el programa y la estrategia sindical para conquistar la unidad de las filas obreras y enfrentar el flagelo de la inflación.
En el artículo los autores parten de que, al calor del incremento de la inflación —un fenómeno global que es un subproducto combinado la caída de la tasa de beneficio del capital, la guerra en Ucrania, la crisis energética y de las cadenas globales de suministro—, las luchas obreras en distintas ciudades tienden a incrementarse como una “avanzadilla” que pone en el centro del debate el combate contra el aumento del coste de la vida. Ante esto, señalan que hay que enfrentar el cauce que nos quieren llevar “el Gobierno y las direcciones de los sindicatos mayoritarios” con reformas laborales y subidas mínimas de los salarios, que solo disponen una minoría y están muy lejos de cubrir el aumento de los precios.
En efecto, el “Pacto de Rentas” que propone el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos, al que adhieren sin reservas las burocracias de CCOO y UGT, no se diferencia en nada de las propuestas de la patronal. Por eso, al igual que con los Pactos de la Moncloa, que mediante el sometimiento de la clase trabajadora constituyeron los cimientos del Régimen del 78, hoy nuevamente se llama a la clase obrera a que vuelva a “sacrificarse para salvaguardar el actual sistema político”.
Ante este escenario, para los autores es llamativo que “quienes se dicen de izquierdas hayan renunciado a dar la pelea por garantizar que no pierda la clase trabajadora”. Aunque los renunciamientos de la izquierda institucional no son ya ninguna sorpresa sino una estrategia, la pregunta que se impone es, ¿cómo hacer frente a esta situación? La respuesta general, con la que coincidimos, se plantea en los siguientes términos: si la inflación la paga la clase trabajadora o la pagan los capitalistas. Para Fadrique y De la Fuente, las huelgas de distintos sectores industriales en los últimos meses (de Cádiz a Santander, pasando por Sevilla, Valencia, Lugo, A Coruña y Bizkaia) son la “punta de lanza” para esta batalla, sobre la cual sería posible “plantear seriamente una orientación global de lucha social y sindical, que recupere la reclamación por la actualización automática de todos los salarios y pensiones en función del IPC y que permita ir integrando al conjunto de la clase trabajadora a este conflicto que va a ser decisivo durante los próximos meses.” Para ello, consideran necesario “enarbolar una hoja de ruta en torno a este objetivo” a la cual es una “obligación de todas las organizaciones sociales y políticas comenzar a unirse”.
Ante todo, saludamos esta propuesta de campaña y de unidad en torno a un programa de lucha que, de hecho, desde otras organizaciones anticapitalistas y desde diversas posiciones sindicales ya venimos defendiendo. En ese sentido, acordamos con el espíritu de situar en las huelgas que comienzan a desarrollarse la fuerza potencial desde la que plantear una orientación global de lucha social y sindical, y añadimos nosotros, también política, que permita sumar al conjunto de la clase trabajadora a esta pelea.
Ahora bien, pensar una “hoja de ruta” que tenga por objetivo poner en pie a la clase obrera contra la ofensiva del capital contra nuestras condiciones de vida, presupone pensar el rol que juegan los distintos actores políticos y sindicales y, en especial, el de la burocracia sindical. Sin considerar el papel de la burocracia sindical —y las burocracias políticas neorreformistas— como un factor fundamental de pasivización de la lucha de clases en el último período —aislando, derrotando y desviando el ciclo iniciado por el 15M—, no es posible comprender el profundo “reflujo político” del que venimos. Sin embargo, es un hecho que la burocracia sindical está hoy a la cabeza de los principales conflictos que los autores consideran de “avanzadilla”.
El peso de los sindicatos llamados “mayoritarios” dirigidos por la burocracia sindical es significativo. Según las cifras del Ministerio de Trabajo, de los 300.000 delegados electos el 35,4% son de CCOO y el 32% son de UGT. Mientras el resto corresponde a otros sindicatos como ELA y LAB en Euskadi, CIG en Galicia, CSIF y otros sindicatos regionales y de la izquierda sindical con implantación estatal, como CGT. Reconocer este hecho es un punto de partida clave para pensar una estrategia sindical que tenga por objetivo “integrar al conjunto de la clase trabajadora a este conflicto”. O, dicho de otro modo, para romper el corsé que impone la burocracia sindical a la lucha de clases, no se puede pensar una “hoja de ruta” que no busque explícitamente dialogar con las bases organizadas en CCOO y UGT. Cómo hacerlo, qué rol viene jugando y, sobre todo, cuál debería jugar la izquierda sindical, es por tanto una de las claves del debate.
CCOO y UGT como cabeza “visible” de la lucha contra la inflación
En la actualidad UGT y CCOO, además de dirigir las principales huelgas por los salarios, intentan aparecer ante las mayorías sociales como las cabezas “visibles” de la lucha contra la inflación. Después de negociar todo tipo de recortes con la patronal y el Gobierno (la nueva contrarreforma laboral de Yolanda Díaz entre ellas), y de callar ante el giro militarista con la excusa de la guerra de Ucrania, que se propone aumentar el presupuesto de defensa hasta el 2% del PIB, los mayoritarios han abandonado las negociaciones del V Acuerdo del Empleo y la Negociación Colectiva para levantar la campaña “O salario, o conflicto” pidiendo cláusulas de revisión salarial respecto al IPC.
Esta campaña, como sabemos, es totalmente engañosa, puesto que exige una ridícula subida del 3,5% en los Convenios y está lejos de plantear ningún “conflicto” serio contra la patronal y el gobierno. Sin embargo, mientras que la burocracia se presenta ante la clase trabajadora como “peleona”, la izquierda sindical no le ha cogido el guante para exigirle un plan de lucha. Una política que, además de dialogar con los huelguistas y luchadores, le permitiría desenmascarar su engañosa campaña y demostrar que en realidad no quieren “conflicto”, ni lucha, ni nada más que, como diría Lenin, vender una vez más a la clase trabajadora por “un plato de lentejas”.
Romper con el sectarismo y el corporativismo
En una nota reciente Antonio Maestre, que se ha transformado en uno de los principales defensores del Gobierno de coalición y el nuevo proyecto de la ministra Yolanda Díaz, decía que la inflación es “destructora de gobiernos”. Es cierto. Pero habría que añadir, que también puede ser destructora de burocracias sindicales. Con una inflación galopante, la burocracia tiene cada día mas difícil vender su programa conservador. Y allí donde los trabajadores presionan para ir a la huelga, se dan situaciones en las que no les queda más salida que plantear un conflicto. Pero en todos estos casos lo hacen “a su manera”, dividiendo a las plantillas para desmoralizar a los trabajadores y llevarlos a un callejón sin salida para terminar aceptando acuerdos peores que los que permite la relación de fuerzas, como ha sucedido en la huelga de Cádiz o en la última huelga del metal en Cantabria.
Es en este sentido que la izquierda sindical, a pesar de contar con menos fuerzas que la burocracia, puede jugar un papel central en ser una alternativa luchando por unir lo que la burocracia pretende dividir, a la vez que pelea para que estos conflictos se conviertan en la “punta de lanza” de algo más. El problema es que, para poder hacerlo, la izquierda sindical, empezando por la CGT que es el sindicato con mayor implantación y extensión del sindicalismo combativo, necesita romper drásticamente con el sectarismo que existe hacia las bases de UGT y CCOO. Y especialmente, con el sectarismo a la hora de apoyar con todas sus fuerzas las luchas de estos trabajadores.
En el artículo de Fadrique y De La Fuente, los autores reivindican correctamente el apoyo de estas huelgas, aunque no nombran qué sindicatos las dirigen. Pero, ¿apoyar estas luchas no es en primer lugar rodearlas de solidaridad activa? Y para hacerlo de forma efectiva, ¿no presupone esto llamar a la unidad de acción a las direcciones de UGT y CCOO en cuyas manos está la huelga por un programa de reivindicaciones que lleve al triunfo de la lucha?
Lamentablemente, frente a estos conflictos, la realidad es que la amplia mayoría de la izquierda sindical no ha planteado ninguna alternativa para enfrentar a la burocracia, empezando por desarrollar el apoyo incondicional a estos conflictos impulsando una gran campaña de solidaridad. ¿Cómo hacerlo? Como nos ha enseñado la tradición histórica de lucha de nuestra clase: organizando cajas de resistencia, paros de solidaridad allí donde sea posible, realizando acciones de denuncia contra la represión policial, organizando encuentros de luchadores o fletando autobuses para organizar cortejos y piquetes para la huelga. Es curioso que esto último en muchos casos se haga para manifestaciones centralizadas en Madrid, pero nunca se fletan autobuses para apoyar huelgas obreras en otras ciudades. Una política así no solo tendría un impacto enorme en los trabajadores y en la juventud obrera del resto del Estado, sino sobre todo en los huelguistas que verían en la izquierda sindical un gran aliado de su lucha. De este modo, a pesar del control de la burocracia, la izquierda sindical se ganaría el respeto de las bases de CCOO y UGT para plantearse como alternativa a la división de las filas obreras, más allá de la sigla sindical, de la empresa o el sector.
Romper con el sectarismo supone también romper con el corporativismo obrero, es decir, luchar solo por las reivindicaciones propias de un determinado sector o incluso una empresa. Hay que dejar de pensar que lo más importante es el trabajo interno en nuestras empresas, sobre todo cuando lo que busca la burocracia es precisamente aislar cada lucha. Del mismo modo, tampoco se puede pensar que todas las peleas que tenemos en nuestros centros de trabajo tienen la misma jerarquía o el mismo poder de fuego contra la patronal. Por eso es necesaria una estrategia que se proponga articular y concentrar todas las fuerzas dispersas en los puntos decisivos, que ayude a coordinar las “reservas” que hay para la lucha de clases. Cualquier victoria a partir de una estrategia de este tipo, por más pequeña que sea, tendría un efecto irradiador sobre el conjunto de la clase obrera.
Una campaña contra la inflación, que parta de la solidaridad activa con los conflictos más agudos para plantear un programa de lucha, facilitaría enormemente el trabajo sindical en nuestras propias empresas, a la vez que nos ayudaría a desenmascarar la campaña “O salario, o conflicto” de UGT y CCOO. Aunque la izquierda sindical pueda ser una minoría, tiene recursos y posiciones sindicales conquistadas durante años desde donde lanzar ofensivamente una política de este tipo. El debate es si está verdaderamente dispuesta a hacerlo.
Por una estrategia de frente único y autoorganización para combatir a la burocracia y desarrollar los conflictos
El modus operandi de la burocracia siempre es el mismo en todos los conflictos. Por presión de las plantillas, las direcciones sindicales se ven obligadas a convocar huelgas a golpe de corneta. Pero sin preparación ni plan de acción alguno, y tratando de dividir a las plantillas entre afiliados y no afiliados, entre fijos y temporales, entre la vanguardia y la retaguardia, o entre plantillas de diferentes empresas o polígonos. Esto es lo que pasó en Cádiz y Cantabria, donde UGT y CCOO se negaron a movilizar a las grandes empresas del ramo hacia la huelga con la excusa de tener convenios propios. Y mientras sucedía esto, negociaban a la baja a puerta cerrada con la patronal, desmoralizando y desgastando a los huelguistas.
Frente a estas maniobras de la burocracia es necesario plantear una alternativa proponiendo una serie de medidas básicas para enfrentarla. En primer lugar, la lucha por asambleas democráticas. Solo organismos democráticos de la base obrera pueden unir efectivamente las plantillas de las distintas empresas y polígonos en lucha. Allí los trabajadores y trabajadoras pueden votar las medidas para continuar el conflicto y a sus representantes en las negociaciones, eligiendo entre los propios huelguistas a quienes consideren que expresan el sentir mayoritario de todos los sectores. Enarbolar esta bandera de unidad mediante un método de democracia obrera era clave por ejemplo en Cádiz, donde la burocracia acabó firmando un acuerdo que se voto en “asambleas de afiliados”, pero que excluía a las y los trabajadores no sindicalizados y dejaba fuera de las subidas pactadas a los temporales. Esta dinámica que se reproduce en todos los conflictos liderados por las burocracias sindicales.
Junto con ello, hay otras dos medidas claves para un plan de batalla que pueda asestar un golpe a la patronal y moralizar a la clase frente al callejón sin salida que nos lleva la burocracia. Por un lado, incorporar a las huelgas a las grandes empresas del sector, como en el caso de Cádiz eran Navantia, Airbus y Bazan de San Fernando. Esto hubiera hecho temblar a la patronal y extender las fuerzas, al igual que en pasó en el Metal cantabro, pero las burocracias en los comités de cada una de estas empresas actuaron como garantes de la división y la defensa corporativa de sus intereses.
Por otro lado, es necesario desarrollar organismos que unifiquen a todos los sectores de la misma ciudad o comarca, mediante comités de lucha o asambleas comunes. Es decir, impulsar el frente único obrero entre las empresas en conflicto y las y los trabajadores, ya sean afiliados o no a algún sindicato, sean fijos o contratados, de otras empresas de los alrededores para que se sumen a una lucha común contra el despotismo patronal y en defensa de las condiciones de vida de nuestra clase. Aún más, este tipo de organismos deberían buscar que se sumen también a la lucha otros sectores, como la juventud precaria y los estudiantes, el movimiento de mujeres, las y los colectivos de inmigrantes y personas racializadas, los pensionistas, los vecinos, para que participen con sus propias demandas.
Este tipo de medidas son fundamentales para hacer frente a las vacilaciones y el conservadurismo de la burocracia. Pero, sobre todo, para desarrollar el potencial hegemónico que tienen estas huelgas. El impulso de la democracia obrera, la ampliación de la lucha a las grandes concentraciones de trabajadores y el impulso de la autoorganización desarrollando organismos de frente único obrero que unifiquen a todos los sectores y sumen nuevos a la batalla, aunque solo fuera en determinadas ramas industriales, o en pequeñas ciudades, sería un ejemplo extraordinario para el conjunto de la clase trabajadora en todo el Estado para demostrar que “si se puede” enfrentar a las patronales y evitar el aislamiento de los conflictos.
Si la izquierda sindical se pusiera a la cabeza de impulsar una política así podría lograr un inmenso auditorio desde la cual pelear por convertir estas “puntas de lanza” en polos de lucha para integrar al conjunto de la clase obrera detrás de un programa que haga pagar la crisis a los capitalistas.
Pongamos en pie una gran campaña unitaria que unifique a toda la clase obrera
Unificar la mayor fuerza posible en una gran campaña de organización y lucha contra la inflación es una tarea ineludible para la izquierda sindical y las corrientes políticas que nos reivindicamos anticapitalistas y revolucionarias. Por ello, como planteamos recientemente en una declaración de la CRT, la propuesta que hacen los compañeros Fadrique y De La Fuente en su artículo “es una gran oportunidad para pasar de las palabras a los hechos. Hay que poner en marcha una gran campaña en todo el Estado que incorpore al conjunto de la clase trabajadora a esta lucha”. Empezando por unir a toda la izquierda sindical en una gran coordinadora, que se proponga rodear cada lucha de solidaridad activa, la dirija quien la dirija, imponiendo a las burocracias sindicales el frente único desde abajo por estas demandas.
Así que continuemos el debate. Pero, sobre todo, preparemos la acción. Impulsemos asambleas abiertas en los lugares de trabajo, los locales sindicales y los barrios, para poner en pie una gran campaña unitaria que unifique a toda la clase obrera detrás de un programa para que la crisis la paguen los capitalistas. Por la subida de emergencia de salarios y pensiones y reajuste automático de acuerdo al IPC, por el reparto de horas de trabajo para acabar con el paro y trabajar menos, por el control de precios y registros contables públicos, por la nacionalización de los bancos, las eléctricas y las empresas de servicios públicos, y también por detener la maquinaria de guerra imperialista y la ofensiva militarista que crece día tras día. Como decían algunas manifestaciones del sindicalismo combativo en Italia hace pocas semanas: “abajo las armas, arriba los salarios”.
COMENTARIOS