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La mala costumbre de querer transformarlo todo: acerca del libro de Alana S. Portero

Jorge Remacha

Edurne Prado

La mala costumbre de querer transformarlo todo: acerca del libro de Alana S. Portero

Jorge Remacha

Edurne Prado

Ideas de Izquierda

La historia de cómo una mujer trans lucha por ser quien es desde la clase obrera en el Madrid de los años 1980 y 1990 se ha convertido en un éxito mundial. Es La mala costumbre, la novela de Alana S. Portero. En sus páginas no sólo hay una heroína muy humana, hay una sociedad capitalista y patriarcal frente al espejo para preguntarnos ¿quién tiene realmente la mala costumbre?

“En pantalla decían que Madrid era una ciudad en la que los chicos maquillados bailaban hasta el amanecer; en San Blas, el fragmento de Madrid que me correspondía, los adultos discutían con toda normalidad si era peor tener un hijo drogadicto o maricón.”

Una historia que comienza en un barrio obrero y “con la muñeca doblada” sabes que te va a sacudir. Aunque La mala costumbre es la primera novela de ficción de la autora Alana S. Portero, es una ficción que transita la realidad sin pedir permiso.

Esta historia, narrada por una niña trans en el Madrid de los años 80, recorre muchas de las opresiones a las que nos condena el capitalismo y el patriarcado a la clase trabajadora y a la diversidad sexual. Es crudo, pero no es lastimero ni aplastante, sino que está lleno de una fuerza que se cuela entre las jornadas y los mandatos. Una fuerza que puede desbordar las páginas y contagiarnos cuando vemos tratar en sus capítulos con la mayor seriedad lo que nos dicen que no es serio. Esto se traduce en el lenguaje de Alana, evocador, sin rodeos pero con belleza, poético por momentos, con la ceremonia que merece lo que nos dicen que es abyecto. Abyecto es dejarte la vida trabajando.

No es casual que en esta época leamos obras que se desbordan hacia los éxitos editoriales hablando de las nadie con el respeto que merecen. Personajes atravesados por dificultades, contradicciones, debilidades, inseguridades y un gran potencial.. Así hemos visto a las protagonistas de Las Malas, de Camila Villada Sosa; o de Carcoma, de Layla Martínez, entre otras. En esta obra, una hermosa composición de Roberta Marrero hace de portada, anticipando que nos vamos a asomar a una historia cargada de personajes que son más que las desgracias y combaten con las fuerzas disponibles.

La protagonista, no sólo sufre todo tipo de experiencias miserables por el hecho de ser trans, también lo hace por ser de un barrio obrero y pertenecer a una familia precaria. Y duele, educa. “Escuchar a los adultos hablar de las personas diferentes dejaba marcas que no se borraban nunca”.

Desde su niñez, la protagonista describe las historias de muchas de sus vecinas. Desde la mujer que vive en un hogar gobernado por la violencia machista, hasta Margarita, la mujer trans del vecindario. ¿Cuántas violencias puede conocer una niña hasta su mayoría de edad? ¿Cuánto puede aprender una niña del funcionamiento de la sociedad de clases patriarcal? Pues mucho.

Podemos aprender lo que no te enseñan, aprender a salirse del guión establecido, aprender lo esencial del ejército de mujeres invisibles que cuidan. Muy pronto aprendió que la policía no nos protege. Cuando el padre de familia le da la mayor paliza que te puedes imaginar a su mujer, y del escándalo todos los vecinos llaman a la policía, pero esta no hace nada una vez más. La misma policía que llama “señor” a Margarita para humillarla.

“Hacía falta mucho valor para componerse ante el espejo como una se entendía a sí misma y trasladar esa intimidad al espacio público, requería todas las fuerzas que tenía disponibles.”

El personaje de Margarita tiene mucha historia. Ella siempre guarda la compostura, hasta con la policía tránsfoba y reaccionaria, porque no puede permitirse otra cosa. Porque el escándalo es cosa de locas, de pobretonas ruidosas, de incivilizadas que civilizar. Porque no arriesgas lo mismo en ese Madrid de los 90 gritando insultos racistas en un estadio que diciendo a la policía que deje de tratarte de hombre. Esa mujer trans que se ha visto obligada a ser servicial con todas sus vecinas para caerles bien y ser aceptada, que tiene que cuidar de una madre enferma a la que ama.

Se nos viene a la cabeza la imagen de millones de mujeres que se han dejado la vida cuidando de sus mayores dependientes, desgastándose y apañándoselas como pueden con la poca conciliación familiar que se les permite. Es la historia de las mujeres en las que siempre recaen los cuidados, aunque estos se lleven tu vida por delante.

La pandemia de la heroína en tantos barrios obreros de los 80 se hace presente de forma recurrente. La protagonista siempre hace referencia a la responsabilidad que tuvieron los gobiernos en todas esas vidas perdidas, la mayoría jóvenes precarios. También se hace referencia a las grandes estragos que dejó el VIH y otras enfermedades de transmisión sexual, especialmente en el colectivo, que fué criminalizado por los medios de comunicación y las autoridades.

La diversidad sexual fue culpada de ser causante de la expansión del VIH/SIDA, señalando a las personas que lo contraían como merecedoras de un castigo divino, por haber desafiado estos mandatos patriarcales. Y es que el neoliberalismo vendría junto a sus neoconservadores. Aun siendo una sociedad con afán de libertad que salía de la dictadura, los años 80 traen a la protagonista a un escenario de desempleo juvenil, precariedad, una ofensiva patriarcal, con censuras, pánicos morales y ataques a la diversidad sexual.

Tampoco es de extrañar que todas las historias que conocemos a través de este libro cuyas protagonistas son mujeres trans, sean o hayan sido prostitutas. El desempleo y la marginación están a la orden del día en la vida de quienes transicionan, y en los años 80 era aún más difícil escapar de este destino. Muchas se veían condenadas a vender su cuerpo e intimidad para no morirse de hambre ni de frío. Entre ellas se cuidaban, eso sí. Ese “me cuidan mis amigas, y no la policía” se manifiesta en el cariño entre la protagonista y todas las putas que pasan por su vida. Las que eran vistas como alguien a quien no te tienes que acercar, quien no tienes que ser, son la red de nuestra protagonista.

También en esta lectura conocemos historias de amor, clandestinas como no, una grieta de secreto que atraviesa a cualquier persona del colectivo en aquella época de represión y censura. No es de extrañar que la protagonista conozca Chueca en sus inicios. Un lugar que en momentos con más amenazas de violencia LGBTIifóbica era “espacio seguro”. Muestra la importancia de tejer redes entre las disidencias para poder socializar en una sociedad capitalista y patriarcal, combatiendo de forma colectiva y generando espacios para ello.

También muestra la crudeza de vivir la sexualidad de una forma tan reprimida y castigada, y las vías de escape que existían y existen para poder disfrutar libremente, aunque con la doble baza de la clandestinidad y los peligros que conlleva, como el uso de sustancias o la desprotección en la salud sexual. ¿Quién te enseña a salir airosa, poner límites, gozar o amar fuera de las “buenas costumbres”? Esa escuela en estas páginas son las calles de Madrid y las ganas de vivir por encima de un rechazo, pero no nos resignamos a que sea la escuela que recibamos. ¿Qué escuela les enseña a tantos y tantas personas deslomadas a tener una hija trans?

“No entendía qué me pasaba, pero se quitaría la comida de la boca con tal de que yo no pasara hambre”

Las historias de la diversidad sexual que nos llegan de hace no tanto (y del presente) están llenas de dobles sufrimientos e incomprensiones en las familias. Hay un lugar común: el rechazo, que va desde el sufrimiento innecesario hasta las agresiones o el intento de curar o echar a la calle a jóvenes. No se trata de si se respeta o no a una minoría, se trata del daño que hace obedecer unos mandatos de una sociedad patriarcal y capitalista que no respetamos.

La tarea de combatir las opresiones y divisiones en la clase obrera no es secundaria: busca derribar puntos de apoyo para los discursos de odio, mientras nos van en ello nuestras vidas. Y sabes que un libro (y una novela) tiene poder cuando da argumentos para transformar la realidad. Una de esas fortalezas la tiene cuando a través de sus páginas invita a reconocerte en el coraje de quien transiciona, quien cuida, quien tiene mucho que ganar en un mundo nuevo.

Esta ficción, como la realidad misma, está llena de resistencias compartidas, de momentos que prefiguran unas ganas de ser por encima del trabajo y las normas. En nuestro día a día, en nuestra clase, en la gente que nos rodea hay mundos suficientes sin florecer y razones suficientes para transformarlo todo. Tenemos malas costumbres. Y las vamos a seguir teniendo. Hasta que se acostumbren.


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Jorge Remacha

Nació en Zaragoza en 1996. Historiador y docente de Educación Secundaria. Milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.

Edurne Prado