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Estados Unidos. La nueva presidencia de Trump: ¿cómo enfrentar su política reaccionaria?

Donald Trump regresará a la Casa Blanca tras obtener una contundente victoria. Una vez en el cargo, desatará una agenda ultra reaccionaria. Debemos organizarnos para resistir.

Miércoles 6 de noviembre 23:43

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Publicamos a continuación un artículo de Left Voice -integrante de la Red internacional de La Izquierda Diario- con un primer análisis de cómo se llegó al triunfo de Donald Trump y el contundente fracaso del Partido Demócrata, a la vez que plantea -lejos de cualquier resignación- qué perspectivas se pueden abrir para la clase trabajadora y los movimientos sociales.


Al llegar la noche electoral, nadie sabía lo que iba a ocurrir, pero muchos sospechaban que pasarían días antes de que supiéramos quién había ganado. No fue así. Donald Trump ha ganado en todos los principales estados claves o péndulos, tanto en el colegio electoral como en el voto popular. Además, los republicanos se alzaron con el control del Senado y probablemente también con la Cámara de Representantes (diputados). Así, tras meses de campaña electoral, el futuro se ha perfilado: con toda probabilidad será un triángulo conservador en el que controlarán la presidencia, el Congreso y la Corte Suprema.

La mayoría de los distritos de todo el país han experimentado un giro a la derecha, de los estados azules (demócratas) a los rojos (republicanos), de las ciudades a los pueblos pequeños, el porcentaje de votos para Trump aumentó. Al mismo tiempo, Trump ganó con menos votos que Biden en su victoria electoral en 2020, con una participación ligeramente inferior. Es importante destacar que la participación de los votantes independientes fue superior a la de los demócratas, lo que demuestra la falta de entusiasmo en torno a la candidata demócrata. Como muestra un mapa de el New York Times , se produjo un giro a la derecha en todo el país, incluso en estados azules seguros como Nueva York, donde, en Manhattan, Harris obtuvo el peor resultado de un candidato presidencial demócrata desde 1988. Debemos entender este giro a la derecha como una expresión de la crisis económica, la crisis del neoliberalismo, el inicio tardío de la campaña de Harris, y un Partido Demócrata que no ofrece nada a la clase trabajadora y a los oprimidos.

La gran victoria de Trump es una enorme amenaza para la clase trabajadora y los oprimidos, ya que usarán este poder para desatar ataques contra los inmigrantes, los derechos de los trabajadores, los derechos reproductivos, los derechos de las personas trans y otros derechos democráticos, como hemos visto en los estados donde los republicanos tienen el control. Muchos se despertaron el día después de las elecciones sintiendo cierto grado de desesperación, pero debemos convertir esa desesperación en acción y organizarnos contra Trump y sus aliados de extrema derecha. Debemos ir más allá de la resistencia del primer mandato de Trump -que se desvió hacia el apoyo al partido demócrata- y construir un movimiento real, un frente unido, contra la derecha.

Cambios en las tendencias de los votantes

El cambio demográfico de los votantes hacia Trump es notable, especialmente entre los hombres jóvenes, los hombres afrodescendientes y los latinos (más del 40% de los cuales apoyaron a Trump). Los hombres menores de 30 años pasaron de apoyar a Biden por 15 puntos en 2020 a respaldar a Trump por 13 puntos. Trump ha intentado -y en gran medida lo consiguió- convertir al Partido Republicano en el partido de los votantes de clase trabajadora sin estudios universitarios.

La división de género fue muy discutida en la campaña electoral y resultó ser menos marcada de lo que podría haber sido con una mayoría de mujeres blancas votando por Trump. Kamala Harris sí ganó a las mujeres en general por un 10% más que Trump -por debajo del margen del 14% de Biden sobre Trump en 2020- y Trump ganó a los hombres por el mismo margen. Los demócratas no fueron capaces de aprovechar el apoyo al aborto para que eso les permitiera una victoria. De hecho, en varios estados como Missouri y Montana, los votantes aprobaron referendos para proteger el aborto, pero también votaron a Trump. En Florida, el apoyo al aborto fue mayor que el apoyo a Trump. Lo que esto demuestra una vez más es que convertir la lucha por el aborto en un arma de campaña no logró intensificar el apoyo de las mujeres a Harris.

Dado que los demócratas no consiguieron crear un movimiento nacional fuerte para defender el derecho al aborto, no lograron ser vistos como un elemento esencial para garantizar estos derechos.

Esto se vio particularmente en el caso en los estados con iniciativas electorales que podrían consagrar los derechos reproductivos en la constitución estatal. Los demócratas fueron capaces de rechazar la potencial ola roja en las elecciones intermedias de 2022 apoyándose en el aborto, pero el terreno ha cambiado -en parte porque Trump ha reconstruido la línea oficial republicana sobre el aborto- a uno que es menos favorable a los demócratas. El reposicionamiento de Trump sobre el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo fue muy inteligente. Al plantear la postura de que el aborto debería "dejarse en manos de los estados", fue capaz de convencer a un sector de votantes de que votarlo a él, no era votar en contra del aborto. Por supuesto, independientemente de la posición personal de Trump sobre este tema, el Partido Republicano es un partido profundamente reaccionario, especialmente en torno a cuestiones sociales, por lo que su llegada al poder sólo augura cosas negativas para los derechos reproductivos. A esto no ayuda el hecho de que los demócratas hicieron muy poco a nivel nacional para proteger realmente ese derecho y -como Trump señaló en su debate con Harris- parece muy poco probable que la restauración de Roe vs Wade, que la actual vicepresidenta prometió firmar, llegue a aprobarse en el Congreso. Sin una importante lucha de clases que los demócratas no estuvieron dispuestos a organizar, agregamos. [Roe vs Wade fue un fallo de la Corte de 1973 que planteó que "el derecho a la intimidad" -consagrado en la constitución- protegía el derecho de una mujer embarazada a elegir si quiere o no abortar. El fallo fue anulado en 2022, dándole vía libre a los estados para restringir o prohibir ese derecho. NdT.]

El resultado para Trump también muestra que la mayoría de los estadounidenses -55% de la población- quieren frenar la inmigración. Esto está ligado a la ansiedad económica tanto de los nacidos en Estados Unidos como de algunos trabajadores inmigrantes que han convertido estos temores en posturas reaccionarias hacia otros inmigrantes. Trump se presentó como el candidato que sería más duro con los inmigrantes: "deportaciones masivas ya" estaba literalmente impreso en las pancartas de los mítines de Trump, y que podría frenar la "crisis fronteriza".

Aunque Harris se movió muy a la derecha en materia de inmigración, no fue capaz de superar a Trump, que ha construido toda su carrera política sobre la base de oponerse a los inmigrantes. También existe la contradicción de que la campaña de Biden 2020 se basó en tratar de ser proinmigrante -trabajando con las ONG para canalizar el movimiento de derechos de los inmigrantes hacia esa campaña- y luego gobernó con bastante dureza con los inmigrantes, sin un movimiento de sus derechos (que había sido desorientado y desmovilizado por las direcciones de las ONG) que se le opusiera. En ausencia de este movimiento, los sentimientos antiinmigrantes comenzaron a enconarse y, para Trump, se convirtieron en un chivo expiatorio útil para todos los problemas que aquejan a la clase trabajadora.

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No es sólo que los demócratas no hayan tenido éxito en apelar a los votantes en las cuestiones que Trump convirtió en los pilares de su campaña. El resultado de la elección muestra que hicieron una mala apuesta al presentarse como el partido que “protegería a la democracia” de Trump. Como mostró la revista Jacobin en un estudio en el que entrevistó a trabajadores de Pensilvania, las cuestiones de la democracia obtuvieron la puntuación más baja de todos los mensajes políticos encuestados. El mensaje de “defender la democracia” suena hueco para una parte significativa del electorado cuando los demócratas no hacen nada para proteger los derechos democráticos o los atacan directamente. Además, una amplia franja de la población está perdiendo la fe en las instituciones de gobierno y no le importa mucho proteger las normas a las que se aferran los demócratas.

La crisis del Partido Demócrata

La mayoría de los votantes consideran que la economía es el tema principal de las elecciones, y la mayoría de los votantes ven a Trump como la persona que puede cumplir con la economía. Mientras que Biden fue capaz de estabilizar la economía tras los cierres en la pandemia del COVID y también fue capaz de aprobar algunas grandes iniciativas como la ley CHIPS, las condiciones económicas para el estadounidense medio eran más precarias con el aumento de la inflación, el aumento de los costos de los bienes de consumo habituales, como los comestibles, y el aumento de los costos de la vivienda. Ante esta situación, los demócratas insistían en que la economía iba realmente bien, mientras que eran Trump y los republicanos quienes denunciaban duramente estas condiciones.

Biden dirigió una campaña en 2020 que tuvo que negociar con Sanders para mantener su base social dentro del Partido Demócrata, también gobernó con elementos más progresistas asumiendo la condonación de préstamos estudiantiles, la ley PRO, y trayendo de vuelta los empleos manufactureros. En comparación, las promesas de Harris eran mediocres y estaban más dirigidas a la clase media que a la clase trabajadora. Esto llevó a grandes sectores de trabajadores a alinearse con Trump, rompiendo aún más con su relación histórica con el Partido Demócrata.

En ese sentido, esta elección muestra el resultado de un fenómeno político que viene creciendo desde 2008, de creciente trato de sectores de la clase trabajadora con el Partido Demócrata. En 2016 Trump ganó algunos estados del "rust belt" (cinturón industrial. NdT) y esta vez, el "muro azul" fue destruido. Las personas sin estudios universitarios son ahora firmemente republicanas, lo que marca una nueva "división de diplomas" en la política. Los demócratas no han sido capaces de restablecer sus relaciones con la clase trabajadora y los movimientos sociales -aunque Biden lo intentó mucho a través de sus llamamientos a los trabajadores- que, desgastados por décadas de políticas neoliberales contra la clase trabajadora y políticas de representación vacías para los oprimidos, ya no ven al Partido Demócrata como su hogar natural.

El dinámico movimiento por Palestina mostró aspectos de esto. Debido a que el Partido Demócrata abrazó completamente el sionismo, se negó a dar incluso las concesiones más pequeñas al movimiento por Palestina, negándoles un orador de apoyo en el Comité Nacional Demócrata y echando a los árabe-americanos de los mítines. Como resultado, el movimiento no comprometido (sectores demócratas que cuando Biden era candidato, llamaron abiertamente a no votarlo por su apoyo a Israel. NdT.) no dio su pleno respaldo a Harris, y muchos se negaron a votar por ella. Otros árabes estadounidenses votaron a Trump. Los demócratas no fueron capaces de llevar este movimiento a las urnas como hicieron en 2020 con el movimiento Black Lives Matter. De forma similar a los años 60, en los que la juventud se radicalizó por Vietnam y el movimiento por los Derechos Civiles identificando al Partido Demócrata como un partido imperialista, hoy se está gestando un fenómeno similar en el que está surgiendo una ruptura entre la base juvenil/activista y el Partido Demócrata. El hecho de que Rashida Talib -que no apoyó a Harris, lo que la convierte en el único miembro del ala progresista del Partido Demócrata que no le dio su apoyo- ganara las elecciones por un número tan elevado de votos, obteniendo más votos que Harris en su distrito, demuestra la popularidad de una posición más pro Palestina. Harris perdió, en parte, por evitar a su base de activistas movilizados por Palestina.

Las razones detrás de la derrota de Harris ante Trump son multifacéticas y probablemente se debatirán durante meses o años. Los demócratas claramente jugaron mal en estas elecciones y ni siquiera el miedo a Trump pudo salvarlos. Harris llevó a cabo una campaña llena de palabrería: alegría, libertad y cocoteros, mientras se desplazaba hacia la derecha en prácticamente todo: los derechos de los inmigrantes, el cambio climático, el ejército, los derechos trans y más. Su “gran carpa” con republicanos no trumpistas como los Cheney la describió como una defensora del establishment bipartidista, al cual Trump representa el rechazo. En resumen, todo este giro hacia la derecha ha significado un completo fracaso para Harris.

La nueva derecha en el poder

En su discurso de victoria, Trump declaró que había recibido un mandato para su próximo gobierno. Pero ese mandato es complejo y contradictorio. La coalición social de Trump se construye con distintos sectores. Por un lado, trabajadores que quieren populismo económico, por otro, idealistas comprometidos de la extrema derecha. Contiene conservadores religiosos descontentos con la postura de Trump sobre el aborto, al tiempo que incluye, podemos suponer por los resultados, cierta pluralidad de personas que quieren proteger el aborto. También incluye las diferentes alas del propio movimiento MAGA (Make America Great Again. NdT.) -lo que Vivek Ramaswamy (empresario y político republicano) describe como el ala nacional libertaria frente al ala nacional proteccionista- que se disputarán la influencia.

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Trump también está respaldado por sectores del Gran Capital, ampliándose significativamente desde 2016 y 2020. Aunque Trump es, hasta cierto punto, un presidenciable atípico e importantes sectores del capital estuvieron haciendo campaña y donaciones a Harris, otros sectores del capital estuvieron detrás de él como Elon Musk. Un sector creciente del gran capital se ha ido alineando detrás de Trump y esto expresa la división entre la burguesía imperialista sobre cómo avanzar.

Como escribe Anton Jäger en New Left Review:

La anatomía social de los dos partidos refleja los cambios tectónicos de la economía política estadounidense en la década de 2010, estancada entre los supuestos imperativos de la reindustrialización ecológica y los de la producción de combustibles fósiles en tierra y mar, la lucha contra la inflación y la continua demanda del dólar como el activo más seguro del mundo. En torno a esto se han coagulado dos bloques. Por un lado, en torno a Trump y sus compinches se agrupa una coalición interclasista e intensiva en carbono, purgada en su mayor parte de incondicionales neoconservadores del GOP (el Viejo Gran Partido, por sus siglas en inglés. Como también se conoce al Partido Republicano. NdT.), y que cambia conservadores suburbanos por obreros periféricos, junto con pequeños burgueses rurales, mandos intermedios exurbanos, capitalistas inmobiliarios, criptocomerciantes, la derecha de Silicon Valley y productores de acero que sobrevivieron a la embestida del laissez-faire de los años ochenta. A diferencia de la coalición que reunió Reagan, la de Trump está desprovista de licenciados universitarios blancos, pero se nutre de blancos sin título. Se beneficia enormemente de las características anti-mayoritarias de la Constitución estadounidense y depende de la supresión de votantes tanto formal como informal para su mandato. Su capacidad de movilización está ahora protegida por un magnate de la tecnología similar a Ford que espera utilizar a Trump para garantizar su acceso a fondos estatales (Elon Musk), mientras que algunos líderes sindicales se han acercado a una nueva derecha revisionista del partido, formalmente interesada en planes de cogestión y negociación salarial colectiva.

En base a esta evaluación de Trump, lo que tenemos por delante es un gobierno que promete tener más rasgos autoritarios agudos -como el aumento del control del departamento de Justicia y la solidificación del ejecutivo dentro del gobierno- con una agenda cada vez más atractiva para los sectores del capital basada en la desregulación financiera, el achicamiento de la brecha entre el Estado y la Iglesia, el proteccionismo y el avance contra los derechos democráticos. Será un gobierno antiderechos, aún más que el primer gobierno de Trump que fue anterior a la reconstrucción del "antiwokismo" del Partido Republicano. Será un gobierno con xenofobia masiva, envalentonando a las milicias antiinmigrantes. Será un gobierno que seguirá apoyando el proyecto genocida del "Gran Israel" -no es casualidad que uno de los primeros líderes mundiales en felicitar a Trump fuera Netanyahu.

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Será un gobierno que intentará renegociar con los aliados internacionales, lo que podría marcar una ruptura en el acercamiento a Ucrania. No debemos dejarnos engañar, Trump no será un presidente pacifista; más bien quiere reorganizar la sociedad estadounidense para mejores confrontaciones con China, incluido un fortalecimiento militar y el despliegue de tropas en la frontera. Trump se está preparando para gobernar como un ultraimperialista (no como un presidente pacifista en absoluto) y a eso se debe responder con un fuerte internacionalismo de la clase trabajadora que busque luchar en solidaridad con nuestros hermanos de clase en todo el mundo. Además, un aspecto importante para lo que Trump se está preparando es la lucha de clases interna en el futuro.

Próximos pasos

Los analistas y políticos de la corriente dominante no tienen en cuenta la lucha de clases. Como ejemplo de esto, podemos ver un reciente episodio de the Ezra Klein Show donde Klein (periodista de orientación liberal y Gary Gerstle (historiador) discuten cómo el viejo orden del neoliberalismo ha pasado pero todavía no hay un nuevo orden que tome su lugar. Esto es cierto -otra forma de formular el concepto gramsciano de crisis orgánica en la que "lo viejo está muriendo y lo nuevo aún no ha nacido". Pero lo que Gramsci vio pero Klein y Gerstle pasan por alto es que la lucha de clases da forma a la situación y puede hacer que cambie rápidamente. La formulación que plantean es más estática o, dicho de otro modo, es impotente para explicar plenamente una situación cambiante que se ha expresado, no sólo a través de las elecciones, sino también en las calles, las escuelas y los lugares de trabajo. De ahí que subestimen la potencialidad del momento actual.

La ausencia de lucha de clases lleva lógicamente a presumir que Trump podrá imponer sus medidas autoritarias y antiderechos sin oposición. Pero esto no tiene por qué ser así. La lucha de clases puede desbaratar y detener estas medidas. Lo que ocurra en esta presidencia de Trump dependerá de la lucha de clases.

En respuesta a sus crisis y al regreso de Trump, los demócratas tratarán de recomponerse construyendo un amplio frente popular -con la complicidad de las burocracias de los sindicatos y los movimientos sociales- que servirá al propósito principal de apuntalar sus alicaídas fuerzas. Jacobin y un ala del DSA han trabajado mucho para intentar realinear el partido hacia la clase obrera y la izquierda. Esto no tuvo éxito -como demostró el bloqueo de Sanders tanto en 2016 como en 2020- y sirvió para desorientar a la izquierda a medida que surgía la Nueva Derecha. Los demócratas no opondrán el tipo de lucha que necesitamos contra Trump y la extrema derecha porque están atados al capital y al mantenimiento del régimen.

Aunque estas elecciones representan un giro a la derecha, también hay un elemento que es auspicioso: hay sectores que están rompiendo con el Partido Demócrata desde la izquierda. El movimiento palestino aún no ha sido conducido al cementerio de las luchas que es el Partido Demócrata, lo que está obligando al régimen y a sus aliados en la universidad a emplear tácticas más duras para reprimirlo. Como el genocidio continúa y la ira contra este continúa, no es descartable que este movimiento pueda resurgir, tal vez con un apoyo aún más amplio contra las medidas represivas dirigidas por Trump. Así pues, el hecho de que el movimiento palestino siga vivo, es un testimonio de la debilidad del régimen en este momento actual.

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El movimiento obrero también ha vuelto a despertar tras años de hibernación después de los ataques del neoliberalismo. Se están formando nuevos sindicatos, se están celebrando huelgas combativas y los trabajadores empiezan a ver sus sindicatos como lugares donde luchar por algo más que reivindicaciones básicas. Esto también es auspicioso y debe tenerse en cuenta al analizar la situación. El movimiento obrero se encuentra ahora en su momento más fuerte de los últimos años. Aunque las burocracias tratarán de acorralar esta lucha, las bases tienen el poder de contraatacar y exigir más a sus sindicatos.

De cara al futuro, tenemos que ver que el poder para resistir a Trump reside en la clase trabajadora y los movimientos sociales que pueden organizarse juntos, independientemente de los demócratas, para plantear la lucha de clases que pare a Trump. Estamos en un momento convulso donde probablemente surja orgánicamente la lucha de clases -tanto en la derecha como en la izquierda- debemos estar preparados para enfrentar estos momentos y ayudar a fortalecer y masificar la lucha contra la derecha para que sea una lucha contra todo el régimen capitalista que dio origen a estos monstruos.

Lo viejo ha muerto pero lo nuevo no ha nacido. La lucha de clases puede ser una partera si nos organizamos para que así sea. Para ello necesitamos no sólo un frente unido contra la derecha, sino también un partido político de la clase obrera y los oprimidos, organizado en torno a un programa socialista que una nuestras luchas y nos dé las bases con las que luchar por un mundo mejor.


Jimena Vergara

Escribe en Left Voice, vive y trabaja en New York. Es una de las compiladoras del libro México en llamas.

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