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Red Internacional
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Con otros ojos. La pausa para vivir

El capitalismo pretende conquistar cada vez más horas de nuestra vida para la explotación y también para la mercantilización de nuestro tiempo libre. ¿Por qué el capitalismo odia el sueño?

Andrea D'Atri

Andrea D’Atri @andreadatri

Miércoles 6 de abril de 2022 16:59

Con otros ojos / La pausa para vivir - YouTube

En la Guerra del Golfo de 1991, el ejército francés experimentó con sus soldados -sin advertirles- la eficacia del modafinil, una droga que podía mantenerlos despiertos durante más de 72 horas y sin sentir cansancio. El modafinil, finalmente se aprobó y se vende en las farmacias. Se sigue utilizando para evitar que los pilotos de guerra estrellen accidentalmente, por cansancio, los carísimos aviones que conducen. Pero también se usa para los problemas del sueño de la población en general, muchos de ellos originados por los turnos laborales rotativos.

La científica Ruth Benca recibió financiamiento del Departamento de Estado norteamericano para desarrollar sus investigaciones sobre ciertas aves migratorias, en la Universidad de Wisconsin. Solo dos veces al año, estos pájaros recorren una larga distancia por siete días y noches, reduciendo drásticamente el tiempo de sueño habitual. Y lo misterioso es que no se altera su rendimiento: no se cansan. La investigadora declara, sin sonrojarse: "Si encontráramos la base molecular para esto, intentaríamos reproducir esta conducta en humanos. En otras palabras, podríamos desarrollar no simplemente estimulantes que te mantengan despierto, sino fármacos que te permitan eliminar de forma prolongada la necesidad de dormir."

Sobre algo de esto escribió el crítico de arte norteamericano Jonathan Crary, hace casi diez años, en su libro 24/7. El capitalismo tardío y el fin del sueño. "El soldado insomne podría resultar el precursor del trabajador o el consumidor insomne", dice.

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Porque aparte de las horas de trabajo, el capitalismo subordina, cada vez más, la disponibilidad del tiempo libre al funcionamiento permanente de los mercados, el consumo y las redes de comunicación. Si uno chatea con un amigo sobre sus nuevas zapatillas, las publicidades de calzado invadirán su instagram al instante. Si solo por curiosidad, uno busca en Google dónde quedan las Islas Baleares, no tardará más de unos segundos en ver su pantalla saturada con publicidades de agencias de viaje, hoteles y ofertas de vuelos. Imposible hacer una pausa en la conexión permanente que aturde con su abundancia de estímulos y va modificando hasta nuestro tiempo del ocio y del sueño.

La hiperconexión, el multitasking, la velocidad, la inmediatez, las pantallas que brillan en la oscuridad… todo eso reduce nuestra capacidad de atención prolongada, dificulta el ejercicio del análisis crítico, altera nuestra disponibilidad para esperar, mina nuestra paciencia y la disponibilidad para establecer una comunicación profunda con el otro, como también nuestra responsabilidad para con él.

Filósofos pesimistas, como Franco "Bifo" Berardi, sostienen que esta aceleración de los estímulos, la intensificación de la información y la competencia se han transformado en un factor patógeno que es responsable de la multiplicación de los trastornos de atención, los ataques de pánico, los cuadros de ansiedad, la depresión. "Se trata de una masa creciente de miseria existencial que tiende a estallar cada vez más en el centro del sistema social", escribe Bifo.

Hay muchos pensadores que, como Bifo, auguran un futuro distópico para la humanidad, como los que reflejan las pantallas. Películas y series donde se difumina la frontera entre realidad y ficción; donde las pandemias, las hambrunas, las catástrofes climáticas o económicas abren paso a las más horripilantes miserias humanas surgidas de la desesperación: egoísmo, competencia, despotismo, individualismo. Otros rechazan este destino, proponiendo volver atrás la rueda de la Historia: una verdadera utopía impotente. Hacen una descripción aguda de la sociedad contemporánea, pero en nuestra opinión, bastante unilateral.

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Porque a pesar de tanto pesimismo, el capitalismo encuentra un límite para la colonización absoluta del tiempo. "El sueño es una interrupción intransigente del robo de nuestro tiempo por parte del capitalismo", dice Jonathan Crary. Por eso el capitalismo odia el sueño.

Hace unos años, le preguntaron al CEO de Netflix si temía la competencia de Amazon Prime y respondió que tenía muy buenos contenidos, pero al único competidor que le temía era al sueño. Es el límite infranqueable que tienen las personas, no solo como trabajadoras, sino también como consumidoras.

Pero las experiencias históricas nos demuestran que, la Humanidad siempre encuentra la manera de limitar o impedir el robo completo de su tiempo por la explotación y la mercantilización capitalista. No solo en los lugares de trabajo, sino también en el tiempo libre.

Y las mismas tecnologías que nos saturan y nos aturden, como dicen algunos filósofos de la vida contemporánea, también son herramientas muy poderosas para la comunicación afectiva, el combate contra la soledad e, incluso, para la organización colectiva.

Cuando las crisis sacuden los tiempos de la rutina cotidiana, no solo cambian masivamente las formas de pensar, sino que también los vínculos comunitarios se restablecen al calor de estos cuestionamientos, de las luchas y de la emergencia de nuevas formas de organización. Es ahí cuando la creatividad humana adquiere una capacidad inmensa que subordina aquellas tecnologías -que algunos ven apocalípticas- en su propio interés colectivo.

La juventud chilena organizando movilizaciones gigantescas a través de las redes sociales; el levantamiento antirracista y antipolicial en el corazón de Estados Unidos provocado por la viralización del video que alguien filmó con su teléfono móvil del asesinato de Floyd; en Hong Kong, las concentraciones en las que se evitaba el reconocimiento facial de las cámaras de seguridad con el uso masivo de punteros láser; la toma del aeropuerto internacional de Barcelona organizada a través de una aplicación de mensajería; las marchas hacia París de decenas de miles de "chalecos amarillos" de la periferia pobre que, a través de Facebook, alertaban sobre los operativos policiales que cortaban los accesos y sugerían otros recorridos; el fracaso del acto electoral de Trump con la preventa online de los tickets que adquirieron los fanáticos del K-Pop y usuarios de TikTok para luego no asistir; las transmisiones en vivo desde los smartphones de los manifestantes en Colombia o el enorme movimiento Ni Una Menos, en Argentina, que se desarrolló a partir del tuit de una periodista que empezó a viralizarse y a transformarse en un grito unánime de más de un millón de personas.

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Dice Crary que "Para los partidos y los grupos de izquierdas, el concepto de ’política por Internet’ es un oxímoron desastroso. Puede que las plataformas de las redes sociales tengan el potencial algorítmico de movilizar a gran cantidad de personas en torno a un solo tema o a un acontecimiento único, pero son intrínsecamente incapaces de alimentar una comprensión vivida de la interdependencia humana o de las prácticas fortalecedoras de apoyo mutuo basadas en la comunidad." Sin embargo, cuando esos grandes acontecimientos sacuden la cotidianeidad, también renuevan las "prácticas fortalecedoras de apoyo mutuo basadas en la comunidad".

Por eso, no tenemos derecho a ser pesimistas. No son las redes, es el capitalismo.

Queremos el tiempo para debatir, reflexionar, divertirnos, compartir experiencias, apoyarnos mutuamente, sacar conclusiones, distraernos, pasear, reconocernos en el afecto y el cuidado, disfrutar del arte, del deporte, del aire libre, de las pantallas, conspirar.

Contra el 24/7, queremos arrancar el derecho al 6/5. Sustraerle al capitalismo esas horas de explotación, pero también esas otras que nos tiene reservadas para la soledad, el individualismo y el consumo, para convertirlas en un tiempo a favor nuestro y en su contra.

"Si en realidad, queremos transformar las condiciones de vida debemos aprender a mirarlas a través de los ojos de las mujeres" (León Trotsky)


Andrea D’Atri

Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el (...)

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