[Desde Nueva York] En el presente artículo Daniel Alfonso, miembro del staff de Left Voice analiza lo que refleja la reciente victoria de Donald Trump desde el punto de vista del proceso histórico de reorganización de los partidos Republicano y Demócrata.
Trump arrasó en las elecciones presidenciales. El Partido Republicano ganó tanto la Cámara de Representantes como el Senado. Con una participación inferior a la de 2020 y un aumento de la proporción de votantes independientes, Trump hizo incursiones en todos los grupos demográficos. Harris perdió los principales estados indecisos. En Michigan, la aplastante victoria de Rashida Tlaib (congresista estadounidense de origen palestino) atestigua el repudio a la financiación por Biden del genocidio en Gaza. En este artículo analizaremos brevemente la reconfiguración de los partidos Republicano y Demócrata a la luz de las elecciones. Para ello es necesario remontarse al asalto al Capitolio del 6 de enero del 2020, un momento decisivo en la política estadounidense, que conecta la intensidad de aquel año con el mayor fortalecimiento de la extrema derecha. También es necesario discutir la dinámica reciente del movimiento obrero.
El contexto del avance de la extrema derecha
En los análisis de la victoria de Trump, el 6 de enero se trata como un hecho muy importante. En la mayoría de las narrativas del establishment político, es un acontecimiento que reveló la mano de Trump e hizo de la lealtad al actual presidente electo la prueba de fuego para permanecer en el GOP [Grand Old Party, en referencia al Partido Republicano, NdT]. Es como si el 6 de enero fuera simplemente el resultado de la influencia de las nuevas fuerzas políticas que surgen en el Partido Republicano tras la llegada de Trump. Por supuesto, es cierto que los tragicómicos acontecimientos del 6 de enero fueron orquestados por Steve Bannon y una amplia red de milicias de extrema derecha; se ha hablado mucho de ello. Pero esta interpretación omite las tensiones en la lucha de clases antes del 6 de enero y el papel desempeñado por el Partido Demócrata a lo largo de 2020 y cómo esto allanó el camino para el “asalto” al Capitolio y la posterior respuesta del régimen.
El 6 de enero fue el resultado de años de “crisis orgánica” en Estados Unidos. El concepto gramsciano de crisis orgánica entrelaza tres componentes: 1) los antagonismos entre los “representantes” y los “representados”; 2) el cuestionamiento de la clase dominante como capaz de dirigir la nación; y 3) una crisis de la autoridad estatal. El surgimiento de la crisis orgánica en Estados Unidos fue el resultado de la crisis del neoliberalismo, e impulsó a diferentes sectores de la sociedad a la acción en el contexto de esta crisis de hegemonía. El movimiento Tea Party, Occupy Wall Street, los movimientos Black Lives Matter (BLM) de 2014 y 2020, el ascenso de Bernie Sanders y, por supuesto, la llegada de Trump a la escena se inscriben en este proceso. Como consecuencia, se ha producido una reordenación de los dos partidos tradicionales. Aunque todavía no ha surgido ninguna nueva formación partidista que desafíe seriamente la dinámica bipartidista, el Partido Republicano de 2024 es nuevo en comparación con su versión de 2015. El Partido Demócrata, por su parte, se ha erigido hasta ahora en el partido del statu quo: la ruptura de la coalición Obama es la expresión más reciente y quizá más consecuente de esta reordenación de los partidos hasta el momento.
Antes del 6 de enero, sin embargo, existía BLM. Las protestas masivas que siguieron al asesinato de George Floyd en 2020 formaron el mayor movimiento social en varias décadas. Multitudinarias personas de raza negra marcharon por las calles al grito de “¡No hay justicia, no hay paz!”, acompañadas por grandes franjas de población latina, asiática, indígena y blanca de todo el país. Algunos sindicatos aprobaron resoluciones o llevaron a cabo acciones contra la brutalidad policial y el racismo sistémico. Uno de los ejemplos más contundentes fue el paro de los estibadores y los Teamsters de los puertos de la Costa Oeste. Los conductores de autobús de Nueva York y Minneapolis se negaron a llevar a los manifestantes a las comisarías tras ser detenidos; estas acciones simbolizaron el enorme potencial de BLM para desatar la energía y la creatividad de la clase trabajadora para luchar contra la opresión y los patrones.
Si el principal acierto de Biden para ganar las elecciones era simplemente no ser Trump, esto sólo fue posible porque el Partido Demócrata consiguió canalizar la revuelta de BLM hacia las urnas en su clásico papel de enterrador de movimientos sociales. Todo el establishment del partido se desplegó para defender el voto a los demócratas para hacer justicia. A la cabeza del esfuerzo estaba Obama, el líder ideológico y principal representante de la coalición que una vez fue capaz de canalizar las aspiraciones de la clase trabajadora multirracial en entusiasmo por un partido de Wall Street. La intensa y vasta operación para canalizar a BLM hacia las urnas, resucitar la campaña de Biden durante las primarias de Carolina del Sur y negociar con Sanders tras el Supermartes estaba en consonancia con el papel del Partido Demócrata como portador del statu quo dentro del régimen bipartidista.
El resultado, como sabemos, fue que Biden ganó y Trump perdió. Luego el FBI lanzó su mayor operación de la historia para acusar y detener a los implicados el 6 de enero en 2021, y durante varios meses la Extrema Derecha se replegó. Sin embargo, ideológica y estructuralmente, la operación del Partido Demócrata permitió a la Extrema Derecha salir de BLM casi indemne. Como muestra de ello, mientras que Derek Chauvin fue juzgado en un tiempo récord, Kyle Rittenhouse -el joven blanco que se paseó por las calles de Kenosha con un rifle en la mano disparando a manifestantes y transeúntes por igual- fue absuelto; encarnaba la rabia antinegra de la Extrema Derecha y su sensación de impunidad. El estallido del odio generalizado hacia la policía por parte de amplias franjas de estadounidenses se vio bloqueado por el aluvión de súplicas de vuelta a la ley y el orden. En el centro de esta operación estaba la ruptura de la conexión orgánica entre BLM y el movimiento obrero en favor de sembrar ilusiones en la elección del futuro presidente “más pro-sindical” de Estados Unidos. En otras palabras, el 6 de enero sólo fue posible sofocando la lucha de clases. Al mismo tiempo, este avasallamiento del potencial de BLM para expandirse en las filas de la clase obrera dio al régimen las condiciones para responder al unísono al 6 de enero en los días siguientes, defendiendo las instituciones del régimen bipartidista. Normalizar la represión del movimiento fue una parte crucial de esta respuesta, incluyendo permitir que se aprobaran leyes antiprotesta en el Sur y dar marcha atrás en cada promesa de desfinanciar a la policía. El siguiente año fiscal se aumentaron los presupuestos de los departamentos de policía de todo el país.
El segundo mandato de Trump y el movimiento obrero
Antes de la victoria de Trump el movimiento obrero experimentó un resurgimiento. La ilegal y victoriosa huelga de profesores de 2018 en Virginia Occidental -un estado con derecho al trabajo [un eufemismo para designar aquellos estados con leyes antisindicales. NdT]- marcó un aumento significativo de las huelgas, unido a un incremento histórico de la aprobación de los sindicatos. Una nueva generación de trabajadores, muchos de ellos simpatizantes del socialismo y politizados principalmente por la victoria de Trump en 2016, se abrió paso en la escena nacional y protagonizó acciones laborales que también defendían derechos democráticos básicos.
La corrosión de la relación del Partido Demócrata con sectores más amplios de la clase obrera, así como el auge del movimiento obrero, otorgaron una importancia renovada a la burocracia sindical. Presionada por unas bases más combativas y respondiendo a ellas, la burocracia sindical supo sacar el máximo partido de la situación. Surgieron al menos dos vías diferentes de esta renovada relación entre los sindicatos y el régimen. La UAW, con su tono más combativo, persiguió un compromiso más directo con sus bases, así como una voluntad de aplicar métodos más ambiciosos, empleando a veces incluso una retórica favorable a los inmigrantes. Luego está la mayoría de los Teamsters, liderados por Sean O’Brien, que también articula un discurso a favor de la clase trabajadora y, al menos retóricamente, defiende las huelgas como métodos para lograr mejores resultados; sin embargo, establece objetivos más limitados y es propenso a utilizar la fuerza de la clase trabajadora más como moneda de cambio que para hacerla avanzar realmente. O’Brien buscó un camino propio, reuniéndose con Trump en Mar-a-Lago, donando 50.000 dólares a la campaña de Trump en nombre de la dirección de los Teamsters y pronunciando un discurso en el RNC. Era la primera vez que un presidente sindical hablaba en un RNC. Fain tardó en apoyar a Biden, y más tarde a Harris, pero una vez que lo hizo, retomó con entusiasmo el lema “Trump es un rompehuelgas”, uno de los momentos más fuertes del DNC. O’Brien y la mayoría de los Teamsters salen ganando después del martes.
Alimentada en la era neoliberal, la demanda generalizada en la lucha por nuevos contratos es uno de los aspectos más significativos del movimiento obrero en los últimos años. Llega al corazón de las divisiones entre trabajadores que se impusieron y naturalizaron durante el neoliberalismo: demuestra que es posible unir las filas de la clase trabajadora. La negociación del contrato de UPS del año pasado fue una oportunidad increíble para impulsar aún más esa unidad. Sin embargo, la mayoría de los Teamsters orquestaron un contrato que, aunque marcaba importantes avances, tenía en su centro la división entre conductores y trabajadores de almacén. Era posible sacar el máximo partido de importantes sectores de trabajadores que querían unirse y hacerlo a la luz de una lucha común, llevando más lejos la tendencia a la autoorganización en una huelga por un contrato mucho mejor. Más que una oportunidad perdida, es emblemática de la perspectiva de esta ala de la burocracia sindical, ahora fortalecida por la victoria de Trump. Además, los trabajadores negros y marrones son objetivos privilegiados de Trump. A pesar de la histórica favorabilidad (el 67 por ciento de los estadounidenses apoya a los sindicatos y el 43 por ciento quiere que los sindicatos tengan más influencia en el país) y un repunte en la sindicalización, la proporción de trabajadores sindicalizados ha ido disminuyendo; en 2023 sólo el 11,3 por ciento de los trabajadores estaban sindicalizados. Unir las filas de la clase obrera multiétnica, defender a los trabajadores sindicalizados y no sindicalizados, aumentar la tasa de sindicalización y crear nuevas instituciones para que los trabajadores sindicalizados y no sindicalizados luchen juntos son tareas decisivas de la izquierda. Es imperativo desafiar a Trump en nuestros lugares de trabajo y en las calles.
La clase obrera y la reorganización de los dos partidos
Durante varios años, se dio por sentado que el cambio demográfico en Estados Unidos hacia una mayoría de votantes no blancos beneficiaría a los demócratas. A esto se añadía que llegar a más votantes suburbanos ampliaría la base social de los demócratas y los colocaría en una ventaja competitiva significativa en relación con el Partido Republicano. El nuevo Partido Republicano bajo Trump ha barajado de nuevo las cartas y ha ganado terreno entre los votantes no blancos, al tiempo que ha reforzado su dominio entre los blancos, especialmente los hombres. El aspecto más importante de estos cambios es el éxito del Partido Republicano a la hora de atraer a grandes franjas de la clase trabajadora multirracial, especialmente entre los negros y los latinos. La estrategia electoral suburbana del Partido Demócrata ha fracasado -de hecho, el partido ha perdido terreno allí- y una gran franja de votantes de clase trabajadora ha acudido en masa al GOP.
La dinámica dentro del régimen bipartidista también cambió después del 6 de enero. El Partido Demócrata se encargó cada vez más de defender las instituciones y el régimen político cada vez más despreciados por sectores cada vez más amplios de la población. El 80% de los votantes de Trump en 2020 no creían que Biden fuera un presidente legítimo, pero el bucle del descontento no se detuvo ahí. Es un aspecto arraigado en el escenario político.
Sean cuales sean los cambios que pueda sufrir el Partido Demócrata como consecuencia de esta derrota, seguirá siendo un pilar del régimen bipartidista. Más que eso, seguirá siendo el partido del orden; mientras que antes era una opción política para contrastarse con Trump, ahora el Partido Demócrata tendrá la mano forzada por Trump en la próxima administración.
En un balance de la derrota de Harris, Bhaskar Sunkara expresó una explicación generalizada de su derrota: la falta de populismo económico unida a la moderación en las políticas de identidad. Esto abarca un entendimiento plano entre explotación y opresión, mezclando la crítica vital de la política de identidad liberal con dar la espalda al género, la raza y otros tipos de opresión. Pero mientras se centra en los (importantes) defectos de la campaña, Sunkara deja de lado cómo el Partido Demócrata contribuyó decisivamente al fortalecimiento de la extrema derecha.
Los medios de comunicación y el Partido Demócrata intentan convencer a los trabajadores y a los oprimidos de que su tarea es aguantar, respirar hondo y... votar en 2026 y en 2028. La crisis en las filas del Partido Demócrata es abrupta. Harris tuvo menos votos que Biden en 2020. Trump también hizo incursiones entre los votantes independientes, ya que el 45% de ellos votó a Trump y el 50% a Harris; esto representa una ganancia del 4% para Trump en comparación con 2020.
Actuar como guardián del régimen en medio de la crisis orgánica ha tenido costos políticos. La respuesta de la administración Biden y del Partido Demócrata al resurgimiento del movimiento estudiantil destaca como una de las más perjudiciales para el partido. Miles de estudiantes de cientos de universidades se arriesgaron a ser expulsados de las universidades (en un sistema de enseñanza superior privado basado en el endeudamiento) y a detenciones para protestar contra el genocidio de Israel en Palestina. Decenas de profesores también se enfrentaron en varias universidades a la represión policial, desde Columbia hasta UCLA. En la UCLA, los “manifestantes” pro-Israel atacaron a los estudiantes y el campamento pacífico en medio de la noche - con la bendición de la policía. Al más puro estilo demócrata, la primera declaración de la Casa Blanca defendió el derecho de los manifestantes sionistas a atacar a los activistas estudiantiles propalestinos. No es de extrañar que el partido perdiera terreno entre los jóvenes.
Este hecho destaca el distanciamiento del partido de su base histórica, que será el principal reto del partido en los próximos años. Tiene límites, tanto internos como internacionales. El partido seguirá desempeñando el papel de guardián del régimen en la próxima administración Trump. La relación entre la burocracia sindical y el Partido Demócrata será vital para este empeño, al igual que la relación del partido con las organizaciones progresistas y las ONG. Sin embargo, el Partido Demócrata está debilitado ahora que está fuera de la Casa Blanca.
Pero esto crea una oportunidad para los millones de personas de los movimientos sociales, de la juventud y el movimiento obrero que están descontentas con el orden actual, si sacamos conclusiones de los últimos ocho años. El DSA creció exponencialmente después de 2016, comprometiéndose con los sentimientos pro-socialistas y democráticos anti-establishment entre una nueva generación política. Los Socialistas Demócratas de América (DSA) no respaldaron explícitamente a Biden o Harris, pero no hubo orientación para no votar por Harris. Al contrario, votar a Harris se consideraba un movimiento táctico válido. Cualquier orientación política que exija permanecer en el Partido Demócrata -ya sea una ruptura limpia, una ruptura sucia o cualquier otra variante- sólo puede seguir fomentando ilusiones, contra toda evidencia y precedente, de que el camino hacia un partido de la clase obrera pasa por el Partido Demócrata. En lugar de contribuir a salvaguardar el Partido Demócrata, esta es una oportunidad para fomentar la conciencia de clase y la política independiente de clase y construir un partido de la clase obrera que luche por el socialismo. La administración de Trump -que gobernará con un ejecutivo más fuerte, al haber recibido carta blanca del Tribunal Supremo- será cualquier cosa menos estable. Los trasfondos del escenario político general no encajan en un panorama de años de malestar pasivo rematado con victorias electorales de los demócratas en dos y cuatro años. Aunque la situación está abierta, entramos en un momento propenso a cambios abruptos e intensos. El futuro descansa en la lucha de clases, y la izquierda socialista tiene una importante oportunidad de abrirse paso.
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