Ariane Díaz @arianediaztwt
Sábado 11 de octubre de 2014
La pieza, que dos coleccionistas privados guardaron durante décadas, se titula Jarrón con margaritas y amapolas, está fechada en 1890 y tiene una característica que posiblemente ayude a su alta cotización: fue pintado en la casa del doctor que lo había tratado pocas semanas antes de que se quitara la vida.
La noticia permite ver en juego, una vez más, las principales líneas que recorren el mercado de arte de “alta gama”.
En primer lugar, una máxima que el mercado del arte parece haber tomado de la cultura popular para reformularla: si se dice que cuando morimos todos resultamos buenos, podría agregarse que cuando los pintores mueren, todas sus obras son mejores, es decir, cotizan más. Es cierto que puede no ser sólo la muerte lo que aporte a conformar esos precios: también cuentan los ataques de locura, los dramas familiares, algún escándalo pasional, etc.; un amarillismo que ni las vibrantes pinceladas del eximio pintor lograría alcanzar.
De hecho, el caso de Van Gogh es uno de los más explotados por el mercado del arte: se ha llegado a reproducir y exponer en un museo alemán lo que sería según el bio-artista Diemut Strebe una réplica -–realizada en base al ADN de un descendiente– de la oreja que el pintor se cortara durante un episodio psiquiátrico.
Finalmente, la relación cada vez más intrínseca entre el sistema financiero y el mercado que conforman galeristas, subastadores y críticos de arte, y a veces los artistas contemporáneos mismos. A pesar de la baja del mercado del arte sufrida cuando arrancó la crisis mundial, acompañando la quiebra de algunos importantes bancos, el gasto en obras de arte se ha recuperado –aprovechando el flujo de capitales resultante de los planes de salvataje de los Estados–, no por interés estético sino como forma de reserva de valor cuando otros nichos de plata fácil parecían agotados.
Basta mirar las compras multimillonarias de los últimos años: Desnudo, hojas verdes y busto de Pablo Picasso, vendido en 106 millones de dólares en 2010; en 2012, Los jugadores de cartas de Paul Cézanne alcanzó los 250 millones de dólares y El grito de Edward Munch arañó los 120 millones; en 2013, El sueño, de Picasso también, consiguió 155 millones y Tres estudios de Francis Bacon los 142 millones. Estos son sólo los que resultaron más caros, pero con cerca de los 100 millones varios inversionistas decoraron sus cajas fuertes con buena sobras de arte.
Por ello en este tipo de eventos, las evaluaciones estéticas son lo de menos; sus protagonistas habituales son las maniobras propias de los negocios de las finanzas: préstamos y seguros de las subastadoras, operaciones para bajar o subir los precios y en muchos casos, por supuesto, evasión de impuestos y hasta lavado de dinero. Pero con glamour, claro.
Ariane Díaz
Nació en Pcia. de Buenos Aires en 1977. Es licenciada en Letras y militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Compiló y prologó los libros Escritos filosóficos, de León Trotsky (2004), y El encuentro de Breton y Trotsky en México (2016). Es autora, con José Montes y Matías Maiello de ¿De qué hablamos cuando decimos socialismo? y escribió en el libro Constelaciones dialécticas. Tentativas sobre Walter Benjamin (2008), y escribe sobre teoría marxista y (...)