Un film de Yorgos Lanthimos, donde la distopía nos obliga a reflexionar sobre el tiempo en que vivimos. Una ficción perturbadora, por momentos hilarante y sobrecogedora, sobre la pareja, el amor y la soledad en las sociedades occidentales.
Andrea D’Atri @andreadatri
Lunes 22 de marzo de 2021 08:00
¿Qué sociedad es aquella en la que la única manera de acceder a la plena ciudadanía sea estando en pareja? ¿Cuál es el sistema social en el que aquellos que no lo consiguen son arrojados a una existencia silvestre, fuera de la polis, signada por la supervivencia del más apto donde -como animales salvajes- todos son depredadores y presas de la depredación de otros?
¿Qué civilización concibe las relaciones de pareja de manera tan pragmática, como una tabla de salvación, que incluso la huida de todo aquello solo puede vislumbrarse como una negación de toda forma de amor y contacto sexual? ¿Qué significa estar acompañado o estar solo en una sociedad donde únicamente estando en pareja uno puede evitar ser arrestado por la policía?
Éste es el universo que el director griego Yorgos Lanthimos presenta en Langosta (2015), su primera película rodada en inglés: "La idea para esta película nació de la observación de cómo las personas sienten la continua necesidad de tener una relación amorosa; de la forma en que la gente ve a quienes están solteros; del fracaso que supone el no conseguir estar con nadie; de las cosas que las personas están dispuestas a hacer para estar con alguien; del miedo; y de todas las cosas que nos suceden cuando intentamos encontrar pareja".
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Langosta transcurre en tres escenarios bien delimitados. Uno de ellos es la Ciudad, el lugar de donde son excluidos los que no tienen pareja y al que regresan cuando la consiguen. El segundo es el Hotel, donde las personas sin pareja son encerrados durante 45 días para hallar una en ese lapso, a costa de ser convertido en animal si no lo consigue. El tercero es el Bosque, donde viven los solteros que han huido del Hotel, decididos a escapar de la obligación de formar pareja y del triste destino de ser transformados en bestias salvajes por no hacerlo.
El argumento espesamente poblado por metáforas y alegorías, contrasta con una estética fría y monocorde, donde los actores parecen imperturbables ante las más desesperantes, hilarantes, absurdas, perturbadoras o trágicas situaciones.
Quizás en esta discordancia radique gran parte del encanto de Langosta, protagonizada por Colin Farrell, Rachel Weisz, Ben Whishaw y Olivia Colman, en los papeles principales.
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La Ciudad es el lugar donde las parejas van al centro comercial o se visitan para pasar veladas anodinas en los sillones de hogares perfectos, donde no hay contacto visual, ni físico, ni tampoco demasiada conversación. Pero es el mundo donde transcurre la vida de las parejas; ese lugar donde la policía vigila que nadie esté solo y, si encuentra a una persona sin compañía, debe pedirle el certificado que garantiza que no es soltero. La tranquilidad tiene el costo del rutinarismo, lo previsible.
Para entrar al Hotel, hay que llenar un formulario que requiere saber si los ingresantes son heterosexuales u homosexuales. La bisexualidad ha dejado de ser una opción en este lugar donde se va a formar pareja, "porque nos creaba varios problemas operativos". Allí, los solteros participan de conferencias donde se les enseña que tener pareja es importante para las mujeres para evitar el asalto sexual callejero de cualquier desconocido y, para los hombres, para tener quien les golpee la espalda si se ahogan con un bocado de comida. Que a dos personas les sangre la nariz o sean rengas son motivos suficientes para decidirse a compartir la existencia. Los que consiguen emparejarse deben superar la prueba de convivir a solas, durante algunas semanas, en un yate antes de poder ir a la ciudad. Si la convivencia genera fricciones, el Hotel les enviará una niña o un niño, porque según la directora del establecimiento "si tienen algún problema, alguna tensión o alguna discusión que no puedan resolver, les será asignado un hijo. En general, ayuda y mucho." La salvación tiene el costo de la falsedad que se pone en juego en la seducción. Es mejor mentir y mentirse que terminar convertido en una bestia.
En el Bosque, los que huyeron del emparejamiento obligatorio, pueden entablar amistad y conversación con los otros, pero el sexo y el amor están duramente excluidos. Allí se recrean bailando juntos, pero al son de la música que cada uno escucha a solas en sus propios auriculares. Su objetivo no es volver a la Ciudad, sino atentar contra el Hotel y desnudar la insustancialidad de las parejas formadas bajo sus preceptos. Algunos incluso, llevan una doble vida de apariencias presentándose, de vez en cuando, en casa de sus padres, con parejas simuladas para luego regresar a la soledad del Bosque. La soledad elegida es tan cruel que, incluso, cada uno debe cavar su propia tumba mientras pueda hacerlo, ya que nadie estará a su lado para socorrerlo o acompañarlo en el momento de su muerte. La libertad tiene el costo de la soledad más absoluta.
En el Bosque, el protagonista se enamora de otra solitaria que, luego es cegada maliciosamente por la líder del grupo, para evitar que se forme una pareja compatible por la miopía que compartían.
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En el final, se pone a prueba aquel refrán popular que dice que el amor es ciego. Sin embargo, la narración se detiene en el momento exacto en que el protagonista va a tomar una decisión crucial para su futuro. Las opciones no son apenas dos, sino quizás tres. "Espero que estemos haciendo películas abiertas a la interpretación de cada uno. Hemos tenido que tomar ciertas decisiones.", dijo su director.
’Es una película muy peculiar y única y esperamos que tenga su propia voz y que deje determinadas preguntas en el aire. Pero, aparte de eso, esperamos que la película anime a cada persona que la vea a reflexionar sobre ciertos aspectos de la vida. Ese es el efecto que espero que tenga’, señaló Yorgos Lanthimos.
Las reflexiones aparecen inmediatamente, mientras los créditos se deslizan en la pantalla con el sonido de fondo de las olas del mar, allí donde viven y nadan libremente las langostas.
Andrea D’Atri
Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el (...)