Las elecciones europeas y la crisis de los gobiernos del consenso guerrerista. Francia, la extrema derecha y el nuevo Frente popular. La necesidad de un nuevo internacionalismo socialista.
I
“Cuando la Primera Ministra italiana, Giorgia Meloni, reciba el jueves a los líderes del Grupo de los 7 en un hotel de lujo con vistas al Adriático, se le podría perdonar que pensara que sus invitados están buscando refugio. Salvo la propia Meloni, todos los líderes llegan a la reunión asediados, acosados o en peligro, una convergencia poco afortunada que refleja los temblores políticos que sacuden Occidente. Tampoco es un buen augurio para los resultados de una reunión que ya se enfrentaba a retos inquietantes, desde la guerra de Rusia en Ucrania hasta la competencia económica mundial de China.”
Así comienza un artículo publicado en el New York Times el jueves 13 de junio, titulado: “Los debilitados líderes de Occidente se reúnen en Italia para debatir sobre un mundo revuelto”. [1]
El hecho de que Giorgia Meloni sea la mejor valorada entre los máximos “líderes del mundo occidental” habla mucho de la crisis política que atraviesan las clases dominantes de las principales potencias. Meloni lidera el partido Hermanos de Italia, una fracción de la extrema derecha italiana que en las elecciones europeas del 2019 solo había obtenido el 6,4% de los votos y era un grupo con nostalgias mussolinianas. Paradójicamente, desde que llegó al gobierno ha encarado su “normalización”, mostrándose como firme aliada de la OTAN y ahora su gobierno parece ser el más estable en el G7. Sus invitados a la reunión en el sur de Italia tienen problemas más graves.
El primer ministro británico, Rishi Sunak, se enfrenta a lo que muchos pronostican como una “derrota histórica” frente a los laboristas en las elecciones anticipadas del 4 de julio (Keir Starmer lo aventaja por casi 20 puntos). Con tres ministros conservadores en los últimos 5 años, las tendencias a la crisis orgánica se agudizaron con el brexit, percibido ahora por gran parte de la población como un fracaso. Los conservadores también pierden votos a costa del partido de extrema derecha de Nigel Farage, quien concentra su furia en los migrantes. Racismo que es compartido por gran parte del “extremo centro” político, como muestra el plan de Sunak de deportar migrantes a Ruanda. En un debate reciente en TV, algunas personas le reprocharon al primer ministro no haber cumplido con la promesa de acortar las listas de espera en el servicio nacional de salud (NHS). La respuesta de Sunak, señalando como culpables a los médicos por sus huelgas, recibió un fuerte abucheo.
Del otro lado del Canal de la Mancha, las cosas no están mejor para Emmanuel Macron. El presidente francés respondió a la aplastante humillación electoral de las europeas con la disolución de la Asamblea Nacional y el llamado a nuevas elecciones legislativas para el 30 de junio y 7 de julio. Una apuesta a “todo o nada” que podría terminar (para él) muy mal. Su fuerza política puede quedar en tercer lugar, detrás Le Pen y del Frente popular de la centroizquierda formado por el neoliberal PS, La Francia Insumisa de Melenchon, el PCF y los Verdes. En Francia, la crisis orgánica llevó a la implosión de los partidos del bipartidismo tradicional, la derecha gaullista de Los Republicanos y el PS de Mitterrand. Ahora Macron no cuenta con un sucesor claro. ¿Se abrirá paso un gobierno de “cohabitación” entre la presidencia de Macron y un primer ministro de la extrema derecha? ¿Podrá sobrevivir su gobierno hasta 2027 si queda en tercer lugar en la Asamblea Nacional?
Tampoco está para celebrar Olaf Scholz, muy golpeado por el resultado de las europeas en Alemania. El gobernante SPD quedó en tercer lugar con su peor resultado histórico (13,9%), detrás de los conservadores de la CDU-CSU (30%) y de la emergente fuerza de ultra derecha Alternativa por Alemania que avanzó al segundo puesto (15,9%). Los socios de gobierno, los liberales y los verdes, fueron los que más perdieron. Una debacle para la coalición de gobierno. Todo indica que la AfD podría arrasar en las elecciones regionales en Turingia, Brandeburgo y Sajonia, este otoño. El partido de ultra derecha recientemente fue expulsado del grupo Identidad y Democracia en el Europarlamento por declaraciones favorables a las SS hitlerianas. En los Estados federales del este de Alemania, la AfD quedó en primer lugar (27%). Mientras que el partido “rojipardo” de Sarah Wagenknecht obtuvo a nivel nacional un 6,2%, muy por encima de su expartido Die Linke, que cayó al 2,7%.
El artículo citado del NYT apunta que la cosa tampoco viene muy bien para Joe Biden, que se medirá con Trump en las elecciones de noviembre. Según últimas encuestas, Biden remonta un poco, pero Trump mantiene una ventaja sobre el candidato demócrata. Los videos virales de un Biden “despistado” no ayudan a mejorar su imagen. Otro de los miembros del G7, el primer ministro de Japón, también está en la cuerda floja. Después de varios escándalos de corrupción en 2023, el Partido Liberal Democrático sufrió varias derrotas electorales, lo que podría llevarlo a dimitir.
Si los Gobiernos de las principales potencias mundiales están “asediados, acosados o en peligro”, es necesario preguntarse por las causas profundas de esta crisis. Los “temblores políticos que sacuden a Occidente” -como dice el articulista del NYT- no son nuevos. Desde la crisis capitalista del 2008 se han expresado mediante múltiples tendencias a las crisis orgánicas, polarización política, ascenso y caída de formación políticas, tendencias nacionalistas y proteccionistas. La guerra abierta con Rusia en el flanco oriental de Europa y el genocidio en Palestina (con el riesgo de escalada hacia una guerra regional) no han hecho más que agravar los puntos de fractura.
II
Los gobiernos de Reino Unido, Francia y Alemania, alineados en la OTAN con Estados Unidos, son la avanzada del rearme militarista al calor de la guerra de Ucrania, agitando el peligro de “una guerra total” con Rusia en los próximos años. El resultado electoral muestra una pérdida de apoyos para esa orientación y una crisis del eje franco-alemán.
Aunque el “consenso guerrerista” se mantenga por arriba, ya no es incuestionable como hace dos años. El escándalo en el Parlamento Alemán hace unos días lo ilustra bien. Los diputados del AfD y los del partido de Sarah Wagenknecht boicotearon la intervención de Volodomir Zelenski en el recinto. Ambos partidos se inclinan por una salida negociada con Rusia y aseguran que Zelenski “no tiene legitimidad”. Hace un año atrás, un desplante de este tipo era inimaginable. Zelenski recorría los parlamentos como “héroe” del occidente democrático contra el “tirano ruso”.
Por su parte, Macron venía incrementando el tono belicista, en un intento de acortar diferencias con Le Pen. Cruzando “líneas rojas”, había asegurado que Francia enviará efectivos del ejército a territorio ucraniano, junto con aviones de combate. En marzo, buscó poner en aprietos a Le Pen haciendo votar un pacto de seguridad entre Paris y Kiev en la Asamblea Nacional. La extrema derecha se abstuvo y los que componen el actual “Frente Popular” se dividieron en esta cuestión clave: La Francia Insumisa y el PCF votaron en contra; mientras que los verdes y el PS apoyaron el pacto militar con Ucrania. Los resultados electorales muestran que la operación de Macron no funcionó. Según encuestas, una mayoría de la población se opone al envío de tropas y el apoyo al envío de armas ha caído respecto de hace un año.
En la UE también se quiebran los consensos: Viktor Orban se opone a seguir financiando a Zelenski y sería suficiente el veto de un solo Estado miembro para impedirlo. De ahí que consiguiera arrancar un acuerdo especial. No bloqueará el envío de fondos europeos, a cambio de no aportar dinero a ese objetivo. El acuerdo es peligroso, ya que abre la puerta para que otros países pidan las mismas excepciones en el futuro.
La reaccionaria guerra de Ucrania no tiene fin a la vista y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca no augura para los gobiernos europeos nada bueno. Es probable que se tengan que hacer cargo solos de seguir financiando lo que ya se ha convertido en un agujero negro. ¿Cómo seguir justificando ante poblaciones descontentas por la inflación o la precariedad los recursos mil millonarios que se destinan al ejército de Zelenski?
Quienes desde el inicio del conflicto sostuvimos una posición independiente, expresada en la consigna "Ni Putin, ni OTAN" hoy seguimos luchando por desarrollar un movimiento internacionalista contra la guerra, independiente de todas las fracciones burguesas, que en los centros imperialistas enfrente la política de nuestros propios gobiernos. Esto es fundamental, para que ese descontento no sea capitalizado solo por la extrema derecha.
III
La cuestión migratoria está en el centro del discurso de la extrema derecha para canalizar el descontento social. El racismo y la islamofobia son claves para estos partidos en Francia, Alemania y en otros países. También es un eje del nuevo fenómeno emergente de la extrema derecha en el Estado español, Alvise Pérez, que acusa a los ultra derechistas de VOX de ser “derechita cobarde”. Pero el relato que contrapone la extrema derecha con unos supuestos valores democráticos de Europa no puede ser más inconsistente ni más cínico. Hace mucho tiempo que el “extremo centro” asume una agenda cada vez más escorada hacia la derecha. El nuevo Pacto de Migración y Asilo firmado por la UE es un claro ejemplo.
La cuestión migratoria sobre determina hasta tal punto la política en el momento actual, que fractura también a sectores de la izquierda reformista, como en el caso de Die Linke, con el surgimiento del nuevo partido de Sarah Wagenknecht (reformista en lo social, conservador en relación a las migraciones).
La exigencia de regularización (“papeles para todas”) de las personas migrantes, el cierre de los Centros de Internamiento para extranjeros y la derogación de las leyes de extranjería son medidas elementales. Sin embargo, son insuficientes si no se apunta al mismo tiempo a los factores que generan continuas oleadas migratorias. Esta semana se conocieron las cifras de la muerte en la ruta canaria. Solo en los últimos 5 meses, murieron 5.000 personas intentando llegar a la frontera sur de Europa a través del Atlántico. Los cayucos (embarcaciones muy frágiles) parten desde Marruecos, Sáhara Occidental, Mauritania, Senegal y hasta Gambia, a 1.600 Km de distancia. Si miles de personas arriesgan su vida de este modo es porque buscan escapar de las guerras, la miseria y las hambrunas provocadas por el expolio imperialista de sus territorios. Es decir, por la acción de las mismas potencias imperialistas que militarizan las fronteras. Por eso, la lucha contra el racismo y la xenofobia es inseparable de la lucha contra ese expolio imperialista, sus políticas de endeudamiento permanente y extractivismo. En este sentido, está planteada la lucha por la condonación de todas las deudas externas y el fin del expolio a los recursos naturales por las multinacionales.
Al mismo tiempo, si la extrema derecha promueve el resentimiento social de los que tienen poco contra los que tienen menos, del penúltimo contra el último, la única forma de enfrentarlos es avanzando en la unidad desde debajo de la clase trabajadora y los sectores populares. Para eso hace falta un discurso y un programa anticapitalista, que muestre que la precariedad, el alza del coste de vida y la caída de los salarios no es culpa de las personas migrantes, como dice la extrema derecha, sino de los capitalistas que acumulan beneficios extraordinarios. En medio de la pandemia y la ola inflacionaria en Europa, las empresas energéticas, monopolios alimenticios y la banca han tenido ganancias récord. Mientras los servicios públicos se degradan, los presupuestos militares son los más altos de la historia reciente. La división entre trabajadores nativos y extranjeros, trabajadores de primera con derechos laborales (aunque sean escasos) y trabajadores de segunda o de tercera (como los que trabajan en el campo en el sur de Europa en situación irregular), solo beneficia a los capitalistas. La lucha contra el racismo y la xenofobia, dejada de lado por las burocracias de los sindicatos, atañe a toda la clase trabajadora, porque las trabajadoras y trabajadores migrantes forman parte de sus sectores más precarios. Es una tarea estratégica para unificar sus fuerzas.
IV
Ante el crecimiento electoral de la extrema derecha en varios países, resurge un relato que contrapone al “auge del fascismo” a la “defensa de la democracia” y los “valores europeos”. En Francia, esto tiene una deriva particular hacia las elecciones legislativas del 30 de junio. Pero definir a estas nuevas derechas como “fascismo” no solo que no es preciso históricamente, sino que ayuda a embellecer todo lo que se presente como “mal menor”, por más nefasto que sea. Es la operación que intenta (nuevamente) el bonapartista Macron, aunque esta vez parece demasiado desgastado para lograrlo.
En el caso del nuevo Frente Popular, integrado por el Partido Socialista, el PCF, La Francia Insumisa y los Verdes genera ilusiones entre un electorado de izquierda y cuenta con el apoyo de varios sindicatos y movimientos sociales. Sin embargo, tiene la gran contradicción de estar hegemonizado por el PS de François Hollande, responsable nada menos que de la aplicación de gran parte de las políticas neoliberales en Francia, como la reforma laboral de 2016. Además de haber desplegado una fuerte represión contra las luchas obreras, los barrios populares y movimientos ecologistas y haber prohibido manifestaciones en apoyo a Palestina. Pero no es solo su prontuario del pasado. Los integrantes del Frente Popular están divididos en cuestiones tan fundamentales como la posición ante el rearme militarista de Europa y la guerra de Ucrania. Mientras el PS y el PC apoyan el consenso guerrerista, la LFI de Melenchon venía denunciando los peligros de una escalada militar que podía llevar a una tercera guerra mundial. Una denuncia que ahora queda en un cajón, debido a los acuerdos alcanzados con el PS.
Aun así, hay quienes dicen que este “Frente popular” es el último muro de contención frente al alza del fascismo, que hay que taparse la nariz y apoyar, porque no queda otra opción. Nos proponen volver a repetir la historia, renunciar a la lucha por una política independiente de la clase obrera, las mujeres y la juventud, para recomponer de nuevo a las variantes “de izquierda” del capital. Sin embargo, ninguna de las propuestas de “mal menor” por parte de la izquierda reformista europea han significado una salida favorable para los trabajadores y sectores populares. En Francia ya hubo experiencias de gobiernos de la “izquierda plural” con los socialistas y comunistas que llevaron a profundas decepciones y alimentaron el crecimiento de la extrema derecha. En la última década, Syriza y Podemos canalizaron en clave electoral lo que fue una importante ola de lucha de clases y resistencia a los planes austeritarios, entre 2012 y 2014. En aquel momento, gran parte de la izquierda mundial mostró su apoyo a esas “nuevas izquierdas” que pasivizaron las calles para generar ilusiones en las instituciones de la democracia liberal. La capitulación de Syriza, primero, y la experiencia de Podemos después como parte del gobierno español junto al PSOE, mostró todos los límites de esa estrategia para “cambiar desde adentro” el Estado capitalista.
La candidatura de Anasse Kazib y Elsa Marcel por parte de Révolution Permanente en la circunscripción de Seine-Saint-Denis (París), apunta a dar voz a una alternativa de independencia de clase, y a la lucha por la unidad de la clase trabajadora, los sectores populares, las mujeres y la juventud. De igual modo, la campaña de la CRT en el Estado español en las elecciones europeas apuntó a señalar que la única salida es socialista y anticapitalista.
V
La crisis del proyecto europeo muestra las profundas contradicciones entre la internacionalización del capital (tendencia que pegó un salto en el último ciclo neoliberal) y los intereses de los Estados nacionales. En momentos de crisis, esas contradicciones emergen de forma violenta. Ya lo vimos durante pandemia, cuando la disputa de los gobiernos por abastecerse más rápido que sus vecinos de respiradores y vacunas mostró otro quiebre del sueño europeo. En un mundo revuelto y convulso, los enfrentamientos y choques entre las potencias seguirán en aumento. La perspectiva de nuevos escenarios de guerra, crisis y catástrofes en los próximos años se hace más concreta, como muestra la guerra de Ucrania. El brutal genocidio en curso en Palestina, que cuenta con la complicidad de las principales potencias imperialistas, es otra terrible confirmación de esa dinámica.
La historia de las burguesías europeas no tiene nada que ver con el idílico relato de los valores europeos y la defensa de la democracia. Es una larga historia de represión, conquistas coloniales, genocidios y guerras. Después de la crisis del 2008, impusieron planes de austeridad y verdaderos golpes de mercado, como en Grecia en 2015. Pero, si esa Europa del capital y las fronteras no se puede reformar, entonces ¿por qué luchamos? Nuestra perspectiva es recrear un internacionalismo socialista y de la clase trabajadora. Para eso hoy nos apoyamos en el importante movimiento en solidaridad con el pueblo palestino, en las olas de huelgas y movilizaciones de la clase trabajadora, las mujeres y la juventud durante el último período.
Hay que decirlo claro: hace falta un ejercicio de imaginación política. Es la única forma de romper la coraza del conformismo que condena a elegir entre extremas derechas y extremos centros, entre derechas duras y “mal menor”, que siempre abren la puerta a un mal peor. Ese ejercicio de imaginación política requiere también de una pizca de memoria histórica. Recuperar la historia de las resistencias y las revoluciones, del mayo francés, la Primavera de Praga y la Revolución de los claveles. Enormes muestras de creatividad y lucha de los explotados que desmienten que el relato de los vencedores sea el único posible. Si la extrema derecha representa una reacción más dura, en un contexto de despegue militarista, de nada sirve la resignación de quienes nos proponen seguir “tragando sapos”, hasta que pase el vendaval. Mucho menos cuando eso significa apoyar a quienes colaboran en la gestión del Estado capitalista. La única perspectiva realista a la debacle actual es la lucha por una Europa de las trabajadores y trabajadores, una federación de repúblicas socialistas de Europa. La clase obrera del continente, formada por millones de nativos e inmigrantes, mujeres, varones, disidencias sexuales, es una fuerza poderosa si se pone en movimiento. La única que tiene la posibilidad de poner todos los recursos del trabajo social, la ciencia y la técnica, al servicio de las mayorías sociales, terminar la expoliación de los pueblos coloniales y emprender un camino de fraternidad entre los pueblos.
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