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Las noches de Tefía: memoria LGBTI entre franquismo y pacto de silencio

Jorge Remacha

Las noches de Tefía: memoria LGBTI entre franquismo y pacto de silencio

Jorge Remacha

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Fuerteventura, 1962. Dos lanchas llegan a un pequeño puerto. Una lleva presos al campo de concentración de Tefía, más conocido como Colonia Agrícola de Tefía. La otra lleva unos turistas a visitar la isla. Los turistas preguntan quiénes son y se burlan en alemán de que, si no fueran turistas, podrían ser integrantes del campo, pues cumplen todos los requisitos. A un lado, una lancha los lleva encerrados por “maricones, vagos y maleantes”. Algunos denunciados por sus patrones o miembros de la Iglesia. Al otro lado y con mucho más dinero, “discretos” turistas invitados a un régimen franquista que se pintó de aperturista ante las divisas europeas y americanas mientras fusilaba y encarcelaba. Spain is diferent, rezaba el famoso eslogan.

Sólo que todas las democracias capitalistas europeas seguían penando con cárcel la homosexualidad, impulsando guerras coloniales y manteniendo exnazis y colaboracionistas en sus gobiernos, pero la Spain diferent de Franco tenía su propio estilo de dictadura al servicio de los empresarios, iglesia y reaccionarios de todo pelaje.

Así arranca la historia de “Las noches de Tefía”, una serie en 6 capítulos (Atresmedia, 2023) de Miguel del Arco, con interpretaciones cargadas de sentimiento y fuerza, desde Patrick Criado como La Vespa a Carolina Yuste como Nisa o Javier Ruesga como La Sissi, hasta Luifer Rodríguez como La Pinito, Jorge Usón como La Majareta o Ana Wagener como Águeda. Entre otros papeles, la dificultad interpretativa de este proyecto es aprovechada por el reparto para transmitir una gran emocionalidad a personajes y situaciones que son un reto. La Bambi/Airam nos sirven de guía en esta historia con 52 años de diferencia con Marcos Ruiz y Jorge Perugorría.

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La serie queda hilada por la interacción entre 1962 y 2004 en la vida de Airam y los personajes que le rodean. En 1962 son el resto de presos quienes tratan de armar la solidaridad y la supervivencia en las situaciones más opresivas. En 2004 es una familia surgida de un matrimonio de conveniencia por quien ha pasado su vida en el armario. Armario del que tendrá que salir si aparece en un documental como testimonio de las brutalidades que sucedieron en Tefía, ya que el franquismo y su impunidad renovada no dejaron prácticamente pruebas de lo que allí sucedió.

Llegamos a ese recuerdo a través de un flashback de Airam Betancort en 2004. Es uno de los supervivientes de Tefía, donde padecían torturas, agresiones, esclavitud y humillaciones entre 1954 y 1966 las personas LGBTI condenadas por la Ley de Vagos y Maleantes. Donde Airam recibió el apodo de “La Bambi” y conoció al que sería el amor de su vida. Donde, como dice otra superviviente en la serie, “nos quitaron el orgullo a hostias”. Donde pasó 17 meses de trabajos forzados tras ser denunciado por la patrona de su madre como “sodomita”.

La serie nos traslada a un grupo de presos donde hay “invertidos”, junto con condenas por actividad política y delitos de poca monta. Y es que en la Colonia Agrícola también se enviaban un importante número de presos políticos y sociales, así como se enviaba a una parte importante de las condenas por “peligrosidad social” en el archipiélago a otras cárceles canarias y de la Península. Tras la dura represión del campo, las posibilidades de sobrevivir en la ilegalidad de la diversidad sexual, con antecedentes y en la miseria del franquismo eran una nueva condena.

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El paso de un tiempo a otro en la serie queda marcado con el uso del blanco y negro y el color, toda una declaración que interactúa con el estreno en un presente de auge de una derecha con arraigo franquista que quiere un futuro para la diversidad sexual, las mujeres y la clase obrera que también es en blanco y negro.

Pero el paso del blanco y negro a los colores brillantes no sólo marcan la dualidad de tiempo, sino también el poder de imaginar un mundo distinto el estado actual de la opresión incluso en las realidades más asfixiantes.

Este cambio de tono también hila la serie desde la dualidad entre la terrible realidad en Tefía y el espacio de libertad que se imaginan por las noches para tratar de sobrellevar la situación: el Tindaya. Un cabaret imaginario con nombre de montaña canaria sagrada en el que por un rato se evaden de las canteras, los empresarios locales que se lucran de la esclavitud de los presos, las palizas y violaciones de los guardias, los electroshocks y otras caras del franquismo.

En el Tindaya también hay conflictos, hay una censura a la que burlar, hay ultraderechistas a los que combatir, y más problemas. Pero lo que trae el color a esas escenas es que hay una organización para hacerlo efectivo y tener un final feliz, lo que marca la pauta de lo soñado desde un campo de concentración. Y aquí nos encontramos con una pieza más en el cruce de tradiciones en la literatura y el cine queer a todos los niveles.

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La entrada y la salida de lo imaginado y lo real para plasmar los deseos de personajes oprimidos ya existían de forma similar en Las olas (1931), de Virginia Woolf, imitando el ritmo de las olas en su ritmo para ir de lo que se dice a lo que se permite decir, de a quién se quiere y a quién se está permitido querer, de lo que se siente y lo que nos reprimen. De lo que hay en Tefía y de lo que hay asaltando el Tindaya hasta su misma cima.

Pero también es posible trazar un paralelismo con El beso de la mujer araña (1976), de Manuel Puig, con el telón de fondo de las dictaduras latinoamericanas de los 70 y una cárcel en la que se encuentran, hablan e imaginan otro lugar quienes han acabado ahí por su militancia política de izquierda y por su diversidad sexual.

La necesidad de imaginar algo distinto a la miseria de lo posible también ha recorrido una realidad que va más allá de Tefía. Durante la I Guerra Mundial el drag llegó a hacerse popular entre las tropas para imaginar algo distinto de ese mundo donde millones de obreros eran enviados a matarse por el interés de sus capitalistas. También se hicieron populares las revueltas, y algunas hasta se convirtieron en revoluciones.

La serie salta de torturas en blanco y negro a las lentejuelas, poniendo el color en una fina línea que separa la necesidad de evasión de la capacidad de imaginar mundos nuevos. Y es que el uso del humor, incluso del humor negro, o de los espectáculos para distraer la mente, ha aparecido de forma recurrente en campos de concentración durante la II Guerra Mundial. En ese sentido, traza una importante coincidencia con Las noches de Tefía con la obra El triángulo Azul (Ripoll, Llorente, 2014), la historia de la revista musical “El Rajá de Rajaloya” por parte de los presos del campo de concentración de Mauthausen, en el que el nazismo envió a más de 7.000 antifascistas deportados por el franquismo tras la derrota de la Revolución española.

Un humor profundamente queer recorre los excelentes diálogos de unos presos con una humanidad que desborda un régimen inhumano. Una risa que sobrevive como una planta en el desierto de Tefía a pesar de la brutalidad del campo. Para lamerse las heridas, reírse como criticonas, llamarse en femenino con salero y apoyarse en el lugar que el franquismo usaba para esclavizar, encerrar y maltratar a la disidencia sexual hasta que fueran hombres de verdad, productivos y rectos.

Todo ello quedó borrado de los archivos. El caso que la serie toma (con licencias literarias) tiene elementos de los relatos de los supervivientes Juan Curbelo y Octavio García al escritor Miguel Ángel Sosa para su novela Viaje al centro de la Infamia, que recoge las penosas condiciones del campo.

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La desaparición de la memoria y la impunidad y continuismos de la dictadura es un elemento importante de la serie que supera la ficción. Si Airam se encuentra continuamente con su torturador sin castigo y ascendido, también esto sucede en la realidad.

¿Qué es lo que quedó impune y en silencio?

El franquismo fue un periodo de especial opresión y clandestinidad para las personas LGBTI, así como para la clase obrera, las mujeres o el resto de sectores oprimidos que querían organizarse y luchar contra el régimen. A las decenas de miles de presos políticos de izquierda fusilados tras la guerra o encarcelados y torturados se unían también personas LGBTI asesinadas o encerradas por el hecho de serlo.

No tenemos cifras anteriores a 1954, a pesar de ser el periodo de mayor represión, ya que ninguna ley las regía expresamente. Es a partir de 1954 cuando la Ley de Vagos y Maleantes (promulgada en 1933 por la II República) añade penas de destierro y de prisión de 1 a 3 años para las personas LGBTI en lugares como Tefía y cárceles donde los funcionarios de prisiones habitualmente los prostituían, como en el caso de la Cárcel Modelo de Barcelona o la de Carabanchel en Madrid.

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Las cifras de estas condenas están en torno a las 5.000, siendo en su mayor parte a hombres homosexuales y mujeres trans, ya que la posición ideológica del régimen no concebía el lesbianismo y existen pocos casos de condenas por tal razón. También fueron internadas a gran escala en psiquiátricos franquistas personas LGBTI y mujeres repudiadas por sus familias, maridos o la Iglesia por no seguir normas patriarcales.

Esta psiquiatría concebía la homosexualidad como una enfermedad o como causa del pecado, el marxismo como un gen por el que robar bebés a presas políticas o mujeres solteras y practicaba electroshocks y lobotomías hasta los años 70 para “curar la desviación sexual”. Incluso en 1970 añadió la Ley de Peligrosidad Social para perseguir personas LGBTI aún más eficazmente que con la Ley de Vagos y Maleantes.

No es algo lejano para un régimen donde el adulterio, la sexualidad no cishetero, la independencia económica, el divorcio o el aborto fueron legales largo tiempo después de la muerte de Franco y no fueron parte de los acuerdos con los viejos franquistas para estrenar una democracia del 78 que aceptó la izquierda reformista.

Atrás quedaron Tefía sin castigo ni reconocimiento, presas por “desviación” o abortar, que no salieron de las cárceles y siguieron entrando mientras se celebraba el estreno de “la democracia”. Por ejemplo, en 1977 UCD, planeó la creación de “diez mil plazas para la reeducación de homosexuales”, que no se llevó a cabo.

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La homosexualidad despareció a finales de 1978 de la Ley de Peligrosidad social, que siguió vigente hasta 1995. Aunque fue una conquista de la diversidad sexual en lucha en la calle, se siguió usando el artículo 431 del Código Penal sobre el escándalo público para llevar a cabo redadas y detenciones a personas LGBTI, estando este artículo vigente hasta 1988. ¿Y gente como los guardias de Tefía, que la serie retrata desde los testimonios como daban palizas y violaban? Con medallas, ahora de la policía “democrática”.

La Ley de Amnistía impidió juzgar los crímenes del franquismo y pone un punto y final sobre historias como las de esta serie, con reconocimientos institucionales excepcionales y mínimos a los pocos casos que han sobrevivido con una pensión de miseria. Los torturadores siguieron enseñando cómo hacerlo y las militantes siguieron sorteando la represión para pelear por mundos y espacios de libertad que no sólo se imaginasen. Si esta serie nos puede hacer sonar las alarmas sobre la derecha española que no reniega de un pasado franquista, también nos puede hacer pensar sobre una izquierda que defiende este régimen pactado con los restos del franquismo.

La generación que vivió el horror de esos campos fue en buena parte anterior al estallido de movimientos por la liberación sexual tras la muerte de Franco. En muchos casos llevaron vidas en silencio, con supervivencias muy duras por los destierros y la exclusión laboral, la prisión y la pobreza. También conocieron esa represión la genealogía de militantes de la diversidad sexual que levantaron contra el franquismo, su continuidad, con una represión que llegaba al terrorismo de estado también muerto Franco.

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La lucha de las generaciones que han peleado por ser quienes eran nos ha traído hasta aquí, hasta las conquistas y lecciones que recibe la siguiente generación militante. También hasta el hilo de la memoria que permite conocer las historias para poder armar series como esta. Porque hoy en día siguen tratando de arrebatarnos y encubrir nuestra historia y nuestra lucha, con una derecha que planea en círculos como un aguilucho y una respuesta por levantar a la altura de nuevas victorias como homenaje a las que han peleado antes aún en campos de concentración.

Podemos emocionarnos (y mucho) con Las noches de Tefía, podemos convertir esa mezcla de sensaciones con la que va a dejarte en un río que encauzar y organizar. Podemos ver la vida desde un lugar así. Peleando por conquistar el filtro que pasa del blanco y negro al color.


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Jorge Remacha

Nació en Zaragoza en 1996. Graduado en Historia en la Universidad de Zaragoza. Milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español y en la agrupación juvenil Contracorriente.