Milei y su apología de Elon Musk. Las patronales del campo y su lobby. La estrategia para combatir y derrotar a la ultraderecha.
Viernes 24 de enero 17:00
Nazis que se niegan a sí mismos; nazis confusos, inconformistas. La imagen que sacudió al mundo descorre un universo de contradicciones: la radicalizada derecha mundial pretende aplastar derechos en nombre de un orden reaccionario; está lejos, no obstante, de encarnar movimientos fascistas de masas, similares a aquellos destilados hace un siglo en Europa. El peligro existe; la cuestión -estratégica- es el cómo combatirlo.
Arrastrando su propia miseria, Javier Milei entonó un grito enfervorizado en favor de Elon Musk. Se ofreció y se ofrece como portentoso custodios de “valores” que deberían encarnar una nueva “normalidad”. Repetida hasta agotar, su batalla cultural se despliega contra el movimiento de mujeres y diversidades; contra libertades democráticas y derechos humanos; en defensa de la salvaje libertad capitalista que destroza a diario el planeta. Significante vacío, el wokismo amalgama ese universo de sentidos opuesto a los medievales y misóginos puntos de vista presidenciales.
Sobreactuada al infinito, esa prepotencia discursiva encuentra límites sociales. Necesitado de dólares, el Gobierno se arrastra ante el gran capital rural. Esa entelequia definida como “el campo” impuso agenda. Javier Milei ofició de felpudo ante los dueños de las tierras y la soja. El discurso oficial sindica a los impuestos como “un robo” ejecutado por el Estado: ese pillaje seguirá contra jubilados, trabajadores y la clase media empobrecida.
Publicitada por su ejército de trolls, la “caza de zurdos” convoca a la violencia contra oposición política, mujeres y diversidades; alimenta las fantasías de gymbro libertarios, que se sienten llamados a oficiar en una especie de “regeneración moral”. Repudiar ese discurso reaccionario resulta esencial en la pelea política a la ultraderecha. Al cierre de este texto, ni Cristina Kirchner ni Axel Kicillof se habían pronunciado; la interna peronista admite esos consensos silenciosos.
Desde esa fracción política Juan Grabois enuncia otra salida: una alianza electoral con quienes, aun batallando en las palabras, colaboran a la gestión libertaria. El caso de Lousteau es paradigmático. Ese conformismo político prefigura nuevas decepciones y fracasos.
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El enfrentamiento a la ultraderecha abarca múltiples campos: las palabras y las ideas son solo uno de esos territorios. Se requiere, además, una labor de organización en lugares de trabajo, centros de estudiantes y barriadas populares. En el movimiento de mujeres y diversidades; en el movimiento ambientalista; en la batalla por las libertades democráticas. Exige, además, una militancia activa junto a cada lucha, apostando a la coordinación de quienes enfrentan y resisten ataques gubernamentales y empresariales. Zurdas y zurdos trotskistas transitan (transitamos) esa apuesta estratégica. A fortalecer y organizar activamente el abajo. Al desarrollo de la autoorganización contra las anquilosadas burocracias sindicales peronistas. Al combate masivo en las calles. A la rebelión social y a la revolución. La historia argumenta en favor de esa perspectiva. Lo sabe la derecha reaccionaria. Y lo teme.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.