¿Qué situación tienen que enfrentar las y los trabajadores que, tras presentar síntomas de Covid-19, buscan una "prueba rápida" gratuita para la detección del virus?
Domingo 17 de enero de 2021
Tras la sospecha de haber contraído coronavirus, decidimos acudir a uno de los lugares en los cuales son aplicadas pruebas gratuitas para su detección.
Llegamos a las 6:00 a.m. a una explanada secundaria ubicada en la parte posterior del edificio de la Alcaldía Cuauhtémoc. En dicho espacio se encuentran unas carpas que hacen de quiosco donde son aplicadas las "pruebas rápidas" para la detección de Covid-19; pasadas las 9 a.m., un equipo de seis médicos llegará y comenzará a instalar el equipo necesario para la realización de los análisis.
A nuestro arribo aún es temprano y los primeros rayos del sol aún no asoman en esta parte de la Ciudad de México, pero delante de nosotros ya hay más de 70 personas esperando obtener un diagnóstico negativo o positivo para Sars-Cov-2, pues los resultados se entregan con cierta rapidez. Estuvimos a la intemperie, 8 grados centígrados con sensación de 6, según indica la aplicación del clima de un teléfono celular que hemos consultado.
Frente a la ausencia de personal que oriente a los presentes, un señor que se dedica a la venta de café y pan dulce asume la función de dar indicaciones para garantizar la sana distancia; ante ello, algunos infieren que cuenta con más información y, quienes van llegando a lo último, le preguntan ¿Como a qué hora se comienza a aplicar la prueba?, a lo que él responde: “…mira todavía como unas 3 horas para que lleguen los médicos, como a las 9 y media o 10, tal vez… y de ahí a que pases… lo que vas a esperar va a ser como unas 4 o 5 horas”.
Entre quienes se encuentran delante de nosotros, es notable la presencia de personas de la tercera edad con algunos síntomas, cubriéndose la espalda del frío con cobijas que tuvieron la precaución de llevar. Muchos incluso traen banquitos para sentarse y soportar el cansancio; hay quienes ya saben que la espera será larga. Tal cual las palabras del comerciante, la fila comenzó a moverse hasta un poco antes de las 10 am.
Pero antes de ello, dos mujeres jóvenes comienzan a platicar cerca de nosotros: “… me llegó una tos desde antier”, dice una a la otra y continúa “… ahorita comencé a sentir fiebre y en cuanto salí de la chamba me vine para acá”.
Desde el lugar que ocupamos, uno de nosotros se entromete en el diálogo para preguntarle “¿Disculpe, Ud. viene de trabajar?” Aceptando abrir la conversación respondió: “sí, nocturno… limpieza… acabo de salir a las 5 am y vine directo para acá”.
En la plática nos menciona que labora por outsourcing y, aunque tenía algunos días con síntomas evidentes, le pidieron que siguiera yendo so pena de descontarle días o despedirla.
A las 8 a.m. llegan a la explanada tres jóvenes con chalecos del gobierno de la Ciudad de México, y emprenden la repartición de formatos para el registro de datos de los solicitantes de pruebas; para este momento ya somos fácilmente más de 120 personas formadas, por lo que llevar a cabo la tarea les tomó algunas horas.
Muchos de quienes llegaron tardíamente recibieron la noticia de que la prueba no podrá serles aplicada, pues el número de las mismas es limitado.
Después de entregarnos el documento, uno de nosotros queda con algunas dudas y decide ir a aclararlas con los responsables, quienes se encuentran al inicio de la fila.
El traslado es aprovechado para, desde una distancia prudente, preguntar a quien será el primero en recibir la aplicación de la prueba sobre la hora de su llegada: “Cuatro de la mañana, estoy aquí desde las cuatro de la mañana” nos responde y posteriormente nos comparte que es vecino de la colonia Santa María la Ribera.
Un cálculo a primera vista indica que supera los 50 años. El señor continúa: “…estoy despierto desde las 3 de la mañana, me alisté rápido y aquí estoy… quiero ser el primero para de aquí ir al trabajo”. Al momento en que será atendido él habrá esperado casi 6 horas.
Estas son algunas de las situaciones que tienen que enfrentar miles y miles de trabajadoras y trabajadores, así como muchísimas personas de sectores populares que no cuentan con recursos para pagar un test. Las alternativas más “económicas” para una prueba PCR tienen un precio de alrededor de 950 pesos que la gran mayoría de la población no puede costear.
El calvario que deben soportar las y los trabajadores es el resultado, por un lado, de la negativa que desde el inicio de la pandemia el gobierno de la 4T ha asumido para la aplicación de testeos verdaderamente masivos, y por otro, a la ausencia de mecanismos institucionales que garantizaran de manera efectiva la defensa de los derechos laborales y que impidiera verdaderamente el despido injustificado de trabajadores en todo el país durante la emergencia sanitaria.