El centenario de la muerte de Lenin es una buena oportunidad para recuperar algunos de sus aportes estratégicos acerca de la lucha por la emancipación de las mujeres, como parte de una perspectiva socialista.
“La experiencia de todos los movimientos de liberación ha demostrado que el éxito de la revolución depende del grado en que participen en ella las mujeres”. [1]
Si algo llama la atención en muchos debates del feminismo actual es la escasa referencia y reflexiones sobre papel de las mujeres en las experiencias revolucionarias o sobre la relación entre emancipación y revolución. El papel reaccionario de los partidos comunistas estalinizados contribuyó en gran parte a la errónea identificación del marxismo con un economicismo corporativo que dejaba “para después” las demandas más sentidas de las mujeres. Sin embargo, nada más lejos del pensamiento de Lenin, quien afirmaba que “no puede haber revolución socialista si la inmensa mayoría de las mujeres trabajadoras no participan en gran medida en ella”.
En este sentido, retomamos aquí la experiencia de la Revolución rusa y algunos debates de las Conferencias de Mujeres Comunistas de la Tercera Internacional. [2] Mucho ha cambiado desde entonces y nunca ha sido posible encontrar fórmulas mágicas en el pasado. Pero es necesario recuperar lecciones y claves estratégicas para recrear un feminismo socialista para el siglo XXI.
“Sin ellas, no habríamos triunfado”
En una conversación con Clara Zetkin, en el otoño de 1920, Lenin destacaba el valiente papel de las mujeres en la Revolución rusa, antes y después de la toma del poder, soportando todo tipo de sufrimientos y privaciones, en su lucha por la libertad y el comunismo. [3] En esas conversaciones, recordadas por Zetkin después de la muerte de Lenin, el dirigente revolucionario planteaba la necesidad de profundizar el trabajo de organización entre las mujeres y extender el trabajo organizativo y teórico a nivel internacional.
La Revolución la habían iniciado las mujeres el 8 de marzo de 1917 (febrero en el calendario gregoriano). Ese día, obreras de las fábricas textiles de Petrogrado salieron a la huelga y recorrieron las fábricas vecinas al grito de “¡Abajo la guerra!”, “¡Pan para los obreros!”. Con la caída del imperio de los zares, la revolución no se detuvo: entre febrero y octubre, las mujeres llevaron adelante movilizaciones, grandes huelgas y participaron en la organización de los consejos obreros.
La Revolución rusa transformó de forma radical la vida de las mujeres. Los primeros decretos del gobierno de los soviets otorgaron la tierra a los campesinos, establecieron el control obrero en la industria y millones de mujeres consiguieron la igualdad ante la ley, el divorcio sin condiciones, el derecho al aborto y el reconocimiento de los hijos nacidos fuera del matrimonio, se despenalizó la homosexualidad y la prostitución. Pocos meses después de la toma del poder, Lenin sostenía que, por primera vez en la historia, se había eliminado de la legislación “todo lo que desconocía los derechos femeninos”. Pero también aseguraba que, en este ámbito “no es la ley lo que importa” [4] sino la transformación real de las condiciones de vida.
En ese sentido, otro conjunto de medidas apuntaba a la socialización del trabajo doméstico, con la creación de comedores públicos, guarderías, casas cuna, etc. El objetivo era arrancar la carga de las tareas domésticas de los hogares privados y permitir la inserción masiva de las mujeres en el trabajo, la política y la cultura. Este era un aspecto central del programa bolchevique para la emancipación femenina. El trabajo doméstico las ataba al espacio privado, sin dejar tiempo ni energías para desarrollar sus plenas capacidades en la vida política y cultural. Inessa Armand señalaba que la cocina, como tarea repetitiva en el ámbito del hogar era “para las campesinas y en especial para las obreras un castigo insoportable que les consume todo el tiempo libre, las priva de la posibilidad de ir a las reuniones, de leer y de tomar parte en la lucha de clases”. Por eso, mediante la creación de comedores públicos se buscaría que la cocina desapareciera poco a poco de la economía doméstica. [5]
La creación del Zhenotdel [Departamento de Mujeres Trabajadoras y Campesinas del Partido Bolchevique] en 1919, fue acompañada de un intenso trabajo de agitación, propaganda y organización, con el objetivo de involucrar a las mujeres en todas las tareas de construcción de la nueva sociedad socialista. El Zhenotdel promovió la elección de delegadas trabajadoras en cada lugar de trabajo e incentivó su participación en los soviets. Al mismo tiempo, se implementaron campañas educativas, destinadas a mujeres y a hombres, sobre diferentes aspectos.
En su libro Los dilemas de Lenin [6], Tarik Alí dedica una sección a la cuestión de las mujeres en la Revolución rusa. Allí destaca, entre otros trabajos de investigación, el libro de la historiadora norteamericana Wendy Goldman [7] sobre el programa bolchevique y el avanzado Código familiar soviético, elaborado por el jurista marxista Alexander Goikhbarg. Este buscaba ser transitorio, ya que el poder obrero “construye sus códigos y todas sus leyes dialécticamente, para que cada día de su existencia socave la necesidad misma de su existencia”. Tarik Ali señala que la concepción de vanguardia de los bolcheviques en el terreno de la emancipación de las mujeres también se expresaba en los proyectos de arquitectura de los constructivistas. Moisei Ginzburg propone diseños de pisos de departamentos con lavanderías comunitarias, con espacios comunes para el juego de los niños, que fueran visibles desde todas las casas (cuidado en común) y donde el tamaño y disposición de las habitaciones se pudiera modificar moviendo paredes montadas sobre sistemas de ruedas, para flexibilizar los modelos de convivencia.
Se trataba de transformar radicalmente la vida de millones de trabajadoras y trabajadores, campesinos y campesinas. Empezando por terminar con las miserias de la subsistencia diaria, reorganizar la producción y la reproducción y pegar saltos en la educación y la cultura, para erradicar el peso de las costumbres patriarcales y abrir paso a nuevas formas de relaciones entre las personas.
Las Conferencias de Mujeres Comunistas
A nivel internacional, siguiendo el impulso de la Revolución de octubre, el Primer Congreso de la Tercera Internacional (marzo de 1919) aprobó una resolución especial referida al trabajo de agitación, propaganda y organización entre las mujeres. Sumar a amplias masas de mujeres trabajadoras y campesinas a la Revolución era parte de una política hegemónica. Algo que profundizó la Primera Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas que se realizó entre el 30 de julio y el 3 de agosto de 1920, en coincidencia con el Segundo Congreso de la Internacional [8]. En esta conferencia participaron 50 delegadas de diferentes países, y, como resultado de las deliberaciones, se aprobó un borrador de resolución cuya redacción estuvo a cargo de Zetkin. El texto se conoció como las “Directrices para el trabajo entre las mujeres”. [9]
La Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas tuvo lugar entre el 9 y 15 de junio de 1921. [10] Esta tuvo mayor relevancia y participaron en sus sesiones 82 delegadas, provenientes de 28 países: Rusia, Bielorrusia, Ucrania, Lituania, Estonia, Finlandia, República Tártara, Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Mongolia, Corea, Eslovaquia, Yugoslavia, Bulgaria, Rumania, Italia, Francia, Suiza, Alemania, Austria, Hungría, Holanda, Suecia, Noruega, Gran Bretaña, Estados Unidos y España.
Las sesiones se abrieron con un emotivo acto ante 3.000 trabajadoras y en los días siguientes se debatieron resoluciones sobre el trabajo entre las mujeres en las Repúblicas soviéticas, en los países capitalistas occidentales y en los países de Oriente. Hubo numerosas intervenciones de Clara Zetkin, Aleksandra Kollontai y decenas de delegadas, que hicieron informes del trabajo de las mujeres en los diferentes países. En esta Segunda conferencia, se expresaron también algunos de los debates centrales del Tercer Congreso de la Internacional Comunista, en especial los referidos a la cuestión de la política del Frente único.
Según el investigador Mike Taber, esta conferencia “tuvo un debate animado sobre cuestiones como el sufragio femenino, el peso relativo de las mujeres trabajadoras y las amas de casa [en la organización y la lucha], y cómo las luchas en torno a cuestiones específicas (llamadas "luchas parciales") se articulaban en la batalla general de la clase obrera contra el capitalismo. [11]
Al finalizar, la conferencia de mujeres recibió los saludos de Zinoviev, Lenin y Trotsky. Este último hizo un discurso donde señalaba que “en el progreso del movimiento obrero mundial, las mujeres proletarias juegan un rol colosal”. Apuntando que, al ser parte del sector más oprimido de la clase obrera, las trabajadoras pueden “convertirse en la parte más activa, más revolucionaria y de mayor iniciativa”.
Entre las resoluciones de la Conferencia se afirmaba que “sólo el comunismo rescatará a la humanidad del hambre, de la ruina y de la muerte, de todas las angustias creadas por la anarquía de la producción capitalista. Sólo el comunismo garantiza la liberación de la eterna injusticia y de la servidumbre opresora a la mujer trabajadora.”
En diciembre de 1921 se realizó la Conferencia de Mujeres del Cercano Oriente, en Tiflis. Y en 1922 hubo otras dos Conferencias internacionales de mujeres corresponsales, en enero y octubre. Esos años también se realizaron numerosas conferencias de mujeres por países en Alemania, Checoslovaquia, Francia, Bulgaria, Indias holandesas Orientales, entre otros.
El Movimiento de Mujeres Comunistas en Oriente
En los debates actuales del feminismo interseccional es muy poco conocido el hecho de que las Conferencias de mujeres comunistas incorporaron un programa específico para el trabajo en las regiones orientales de la URSS, en países coloniales y semicoloniales y en regiones donde había grandes sectores de población musulmana. La investigadora Daria Dyakovona señala que: “Los aspectos culturales específicos que tuvieron que considerar las mujeres soviéticas fueron la práctica del velo, las relaciones familiares poligámicas y patriarcales, así como la exclusión casi total de la mujer de la vida social.”
Este tema tuvo bastante importancia en la Segunda Conferencia de mujeres. Las delegadas de los países orientales señalaron las dificultades y los avances en este terreno. Como señala Danya Dyakovona, las oradoras de la Segunda Conferencia vincularon la emancipación de las mujeres de Oriente a la lucha antiimperialista y anticolonialista. Así lo argumentaba, por ejemplo, Aleksandra Kollontai:
¿Cómo pueden ganar la lucha los obreros británicos si no se levantan las colonias británicas? ¿Pueden ganar los obreros franceses sin una revolución en las colonias francesas? Ninguna gran potencia imperialista puede ser destruida sin que se tomen acciones consecuentes en las colonias de esta potencia. Por consiguiente, es entre las mujeres de Oriente donde tenemos que realizar un trabajo minuciosamente detallado, que es lo más importante. Creo que nuestro Secretariado debe dar prioridad a este trabajo.
En esa conferencia se aprobaron varios documentos referidos al tema, cuya redacción estuvo a cargo de las delegadas de los países orientales. Una de las resoluciones más importantes fue convocar una Conferencia especial de mujeres del Cercano oriente, que se realizó en Tiflis en diciembre de 1921.
La Revolución rusa había generado una enorme ola de simpatía entre los pueblos asiáticos y las colonias. En muchas regiones se vivieron, en los años siguientes, movimientos de lucha contra el imperialismo, los terratenientes y las burguesías locales. La Tercera Internacional, en sus cuatro primeros congresos, desarrolló iniciativas para extender la revolución a escala internacional, fortaleciendo los lazos entre el Estado obrero ruso, la clase obrera de los países occidentales y los pueblos oprimidos. Esta estrategia también guiaba la lucha por la emancipación de las mujeres, que se consideraba de forma inseparable de la lucha antiimperialista, la lucha contra el racismo y las batallas contra el sistema capitalista.
En la Conferencia de Tiflis participaron delegadas y responsables de Azerbaiján, Armenia, Georgia, Kabardia, la República Montañesa, Dagestán, Turquía y Persia. De acuerdo con un informe del Secretariado Internacional de la Mujer para Oriente Próximo, en la agenda de debates figuraban los siguientes temas: formas y métodos del trabajo entre las mujeres de los pueblos del cercano Oriente; coordinación entre las Comisiones de mujeres comunistas de diferentes países, organización de un próximo Congreso de mujeres de Oriente y las campañas de agitación. Las militantes comunistas incorporaron al programa por la emancipación de las mujeres de los países de Oriente algunos puntos específicos: la completa igualdad de derechos legales, el acceso sin condiciones a la educación (en muchas regiones, esto solo era posible para los hombres), igualdad legal en el matrimonio, abolición de la poligamia patriarcal, acceso al empleo y comisiones especiales para la defensa de los derechos adquiridos por las mujeres. [12]
La Conferencia constató las desigualdades en el trabajo desarrollado hasta ese momento y señaló la importancia de impulsar una red de clubes de mujeres en estas regiones. La Conferencia también resolvió crear cooperativas de trabajo para las mujeres desempleadas: “Estas cooperativas también pueden ser un medio para combatir la prostitución, consecuencia del desempleo”, se aseguraba. [13] Finalmente, se hacía un llamado especial a los militantes masculinos de los Partidos Comunistas de esas regiones, para que invitaran a sus compañeras a los actos y reuniones públicas, rompiendo con las tradiciones y prejuicios patriarcales. Los clubes tenían el objetivo de mostrar la posibilidad concreta de nuevas relaciones sociales en las que las mujeres pudieran liberarse de la esclavitud doméstica y la dependencia económica. Por esta vía, se podría convencer a las mujeres de la superioridad y las ventajas del sistema soviético.
Entre las resoluciones aprobadas en Tiflis, destacaba la idea de adaptar la agitación política y la propaganda a las condiciones particulares de las mujeres de las regiones orientales. Buscando “nuevos métodos” acordes con ese objetivo. Otra de las cuestiones a tener en cuenta era la gran diversidad nacional presente en la región y la “persistencia de un fuerte nacionalismo”. Por lo que se recomendaba crear organizaciones educativas y publicaciones para cada nacionalidad. El objetivo era llegar a las más amplias capas de mujeres, superando las barreras lingüísticas y nacionales, para vencer los prejuicios existentes. Otra resolución apuntaba a que el trabajo debía enfocarse en las mujeres trabajadoras, ocupadas en empresas o en el trabajo a domicilio, sin que eso significara dejar de lado el trabajo entre las mujeres campesinas y las amas de casa. A su vez, se destacaba la importancia de sumar a mujeres intelectuales y de las capas ilustradas a los clubes, como maestras, médicas y abogadas.
Entre las tareas de propaganda, se proponía elaborar suplementos especiales para las mujeres en las publicaciones comunistas, así como textos que mostraran la participación de las mujeres trabajadoras en la lucha de clases, junto al resto de la clase obrera. Los clubes se encargarían de organizar cursos y programas educativos, desde la alfabetización básica, hasta la enseñanza de ciencias naturales y otro tipo de materias que permitieran combatir los prejuicios religiosos. Desde los clubes se organizarían guarderías para los niños, el cuidado de embarazadas y cooperativas para socializar parte del trabajo doméstico. También se insistía en la necesidad de que los Partidos Comunistas de estas regiones realizaran estudios serios sobre la situación de las mujeres, en lo referido a las cuestiones legales y su papel en la familia.
Sobre la cuestión del velo, en los años 20 las comunistas de varios países de Oriente impulsaron campañas para que las mujeres pudieran optar por dejar de usarlo de forma voluntaria. Eran campañas educativas, sin ningún tipo de imposición estatal. Esto es muy importante señalarlo, porque es lo opuesto a las posiciones de muchas feministas liberales que incluso cien años después siguen justificando la represión de los Estados imperialistas contra las mujeres musulmanas. Y que llegan, incluso, a apoyar las intervenciones guerreristas del imperialismo con la excusa de la “protección de las mujeres”. Para las comunistas revolucionarias, ninguna liberación de las mujeres podía venir de la mano del imperialismo, por más que este asumiera una mascarada “democrática” y se presentara como defensor de la “civilización” frente al oscurantismo religioso.
De la autoactividad de las mujeres al Thermidor sexual
Las Conferencias de Mujeres Comunistas tuvieron una gran audacia para la organización de las más oprimidas entre las oprimidas. Buscaron desarrollar la autoactividad de las mujeres trabajadoras y campesinas en las luchas contra el imperialismo y el capitalismo y por una transformación de sus condiciones sociales y culturales. En regiones donde se cruzaban la opresión nacional y los prejuicios religiosos, la política leninista rechazaba las imposiciones burocráticas por parte del Estado obrero ruso, ya fuera respecto de cuestiones culturales o nacionales. De hecho, poco antes de morir, Lenin había advertido en una carta al Comité Central contra las pretensiones burocráticas de Stalin y su política “gran rusa” hacia las nacionalidades oprimidas.
Sin embargo, con la consolidación del estalinismo, estas políticas emancipadoras se abandonaron, dando lugar a una orientación pragmática y conciliadora en todos los terrenos, en función de los intereses de la burocracia soviética. La burocracia estalinista cercenó importantes derechos de las mujeres trabajadoras, pegando un viraje conservador en el terreno de las relaciones familiares y sociales. En 1930, la burocracia soviética disolvió el Zhenotdel y en los años siguientes volvió a penalizar el aborto y la homosexualidad, desplegando un discurso estatal que apuntaba a recomponer el lugar subordinado de las mujeres en la familia patriarcal. Las Conferencias internacionales de mujeres ya no se convocaron más y se abandonó la lucha por organizar a las mujeres de los países oprimidos por el imperialismo. Un verdadero “Thermidor sexual” como lo llama Tarik Ali en su libro sobre Lenin [14], retomando las definiciones que hizo León Trotsky sobre el “Thermidor en el hogar”. [15]
Desde el punto de vista de los bolcheviques, la opresión de las mujeres no era algo que se pudiera terminar por decreto. Incluso después de la toma del poder y la superación de la propiedad privada como principio organizador de la sociedad, las relaciones personales y familiares patriarcales en las cuales las mujeres habían sido oprimidas por siglos, no iban a disolverse sin más. Era necesario consolidar nuevas condiciones de posibilidad para avanzar hacia esa emancipación. Nuevas bases materiales, sociales y culturales que permitieran una transformación radical de las relaciones personales y sociales en la transición al socialismo.
Haciendo un balance de aquella gran experiencia histórica, León Trotsky se planteaba en 1936 que “la familia, considerada como una pequeña empresa cerrada, debía ser sustituida según la intención de los revolucionarios, por un sistema acabado de servicios sociales: maternidades, casas cuna, jardines de infantes, restaurantes, lavanderías, dispensarios, hospitales, sanatorios, organizaciones deportivas, cines, teatros, etc.” Esto permitiría la “absorción completa de las funciones económicas de la familia por la sociedad socialista, al unir a todas las generaciones por la solidaridad y la ayuda mutua, debía proporcionar a la mujer, y en consecuencia a la pareja, una verdadera emancipación de las cadenas milenarias”.
Sofía Smidovich, una bolchevique que participaba en la organización del Zhenotdel, antes de que fuera disuelta por Stalin, resumía el entrelazamiento de la lucha por la emancipación de las mujeres y la lucha por el comunismo:
La satisfacción de todas las necesidades; la posibilidad de que cada persona pueda desarrollar sus tendencias a la participación en uno u otro campo social, que él o ella puedan desarrollar sus gustos e inclinaciones; la plena liberación de todas y cada una de las opresiones de las personas y la reconquista de las nuevas posibilidades en la lucha con las fuerzas de la naturaleza; el desarrollo de las potencialidades multifacéticas de la personalidad humana -estas, aproximadamente, son las características principales de ese luminoso, aunque, es cierto, todavía distante futuro… ¿Es esto posible bajo condiciones de opresión de las mujeres?
Después de la muerte de Lenin, fue Trotsky quien continuó batallando por una estrategia que unificara al conjunto de la clase obrera con sus sectores más oprimidos. Algo que se expresó en numerosos escritos y quedó plasmado en el programa de Transición de la IV Internacional, con un apartado especial dedicado a la lucha de las mujeres trabajadoras y la juventud. [16]
A cien años de aquellos apasionados debates: ¿Qué relevancia puede tener hoy volver sobre estas experiencias revolucionarias y propuestas de hace un siglo atrás?
La Revolución rusa mostró que las mujeres trabajadoras y las mujeres de los pueblos coloniales y semicoloniales, incluyendo a las más oprimidas entre las oprimidas, podían transformarse en sujetos de su propia emancipación, luchando junto a la clase trabajadora por el socialismo. Esta sigue siendo una clave estratégica del pensamiento de Lenin y Trotsky para luchar contra los regímenes reaccionarios, el dominio imperialista y la explotación el capital. Aquella gran experiencia emancipatoria mostró también las posibilidades abiertas de luchar por otro futuro, frente a las miserias y las opresiones del capitalismo.
Ahora contamos a nuestro favor con la experiencia acumulada de más de un siglo de revoluciones, junto con las luchas más recientes del movimiento de mujeres y otros sectores oprimidos. El desarrollo científico y técnico, en manos de los consejos de trabajadores y trabajadoras del siglo XXI, permitiría poner todos esos recursos en función de las necesidades de la mayoría de la sociedad y resolver rápidamente problemas que antes parecían inalcanzables. Así, se podría avanzar en la liberación de todas las opresiones y en el desarrollo de esas potencialidades multifacéticas de la personalidad humana.
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