¿Quién fue Lucy Parsons? Una de las protagonistas del primer Día Internacional de los Trabajadores. Columna de cultura de El Círculo Rojo (jueves a las 22 a 24 en Radio Con Vos FM 89.9).
Celeste Murillo @rompe_teclas
Viernes 28 de abril de 2023 01:18
El lunes es 1 de Mayo, creo que casi todos sabemos que es el Día Internacional de los Trabajadores, pero quizás no todo el mundo saben por qué. ¿Quiénes fueron los mártires de Chicago? ¿Qué pasó en esa ciudad en 1886?
Chicago era una ciudad industrial muy importante a finales del siglo XIX, tenía muy malas condiciones de trabajo y la jornada era de las más largas de Estados Unidos. Esta combinación alimentaba un movimiento de lucha que se unificó alrededor de las ocho horas.
¿Por qué ocho horas?
Desde la Revolución industrial, el tiempo de trabajo estuvo en discusión. Los empresarios no respetaban ni siquiera la vieja ley inglesa de 1496 que limitaba la jornada a 15 horas. En el siglo XIX, se consolida la jornada de ocho horas. La idea de “8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas de ocio” (el lema que utilizaron en Chicago) era del socialista utópico Robert Owen, que sostenía que la calidad del trabajo de un obrero era directamente proporcional con su calidad de vida.
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En 1866, el congreso de la Asociación Internacional de los Trabajadores (la I Internacional) puso en el centro de su estrategia la conquista de la jornada legal de 8 horas. Así se unificó la lucha en muchos países del mundo.
En ese momento, los diarios decían que la demanda era “un delirio lunático” o que equivalía a “pedir que se pague un salario sin trabajar”. Suena muy parecido a lo que dicen los grandes medios de comunicación en el siglo XXI cuando alguien propone trabajar 6 horas al día, 5 días a la semana o repartir las horas de trabajo entre las personas que trabajan demasiado y las que están desocupadas.
Una historia que empezó antes de 1886
Cuando Lucy y Albert llegaron a Chicago en 1873, la mayoría eran trabajadoras y trabajadores migrantes, más de la mitad de los varones trabajaban en la industria, el procesamiento de carne y la construcción; la principal fuente de empleo de las mujeres era el servicio doméstico. Lucy era costurera y Albert era tipógrafo. No lo sabían pero iban a ser protagonistas del momento que transformó un primero de mayo cualquiera en el Día Internacional de los Trabajadores.
Se conocieron en Waco (Texas) y se casaron legalmente durante un interregno en el que el estado permitió los matrimonios “interraciales”. Lucy era negra (hija de una exesclava) y Albert, blanco. Simpatizaron con el socialismo y el anarquismo, fueron lectores de Karl Marx, y, sin apego a miradas dogmáticas, entablaron debates en todas las organizaciones que integraron.
Durante mucho tiempo, la identidad de Lucy fue un misterio. ¿Se llamaba Lucia Eldine Gonzalez? ¿Tenía herencia latina? Cuando le preguntaban demasiado, respondía “no soy candidata, y el público no tiene derecho sobre mi pasado. No valgo nada para la humanidad y a la gente no le importa nada de mí. Lucho por un principio”. Quizás tenía razón en lo primero y en lo último, pero en lo demás la historia no le dio la razón.
La biografía más reciente de Lucy, Goddess of Anarchy de la historiadora Jacqueline Jones resuelve algo de ese misterio mediante el estudio de registros locales y correspondencia personal. Lucy no tenía ancestros españoles ni aztecas, según pudo reconstruir Jones. Su madre fue una esclava liberada y su padre biológico, probablemente el antiguo amo. A Lucy Parsons suelen reclamarle que no presentaba con orgullo su negritud y no dedicaba su militancia a la lucha contra la segregación como su contemporánea Ida B. Wells.
La relevancia de su identidad probablemente sea mayor hoy de lo que fue para ella. Así como no era igual ser varón que mujer, no era lo mismo ser blanca que negra en el siglo XIX (como no lo es hoy). Pero los movimientos, incluso aquellos que luchaban contra la opresión de género o etnia, no se definían en los términos del siglo XXI y, sobre todo, no se definían en términos identitarios sino más bien políticos: peleaban contra la esclavitud, por los derechos civiles, contra la discriminación.
El hecho de no abrazar su negritud no significaba necesariamente que la ignorara. Como explica Jones en su libro, Lucy Parsons “rechazaba una identidad étnica o histórica personal en favor de presentarse como defensora de la clase trabajadora; eso era lo que creía que la gente necesitaba saber sobre ella”. No es que no tuviera identidad, la construyó de acuerdo con sus ideales, que eran eminentemente políticos e ideológicos (“lucho por un principio”).
A fuego lento
El movimiento que hervía a fuego lento con la lucha de clases en los años 1880 era enorme y diverso. Una de las ideas que lo organizaba era la jornada de ocho horas. En 1879, la Liga de las Ocho Horas organizó una celebración en Chicago con 50.000 asistentes. Pasaron varios años de protestas, reuniones sindicales pequeñas y medianas hasta la gran huelga de 1886.
Lucy repartía su tiempo entre el trabajo, la maternidad y, cada vez más intensamente, la militancia. Escribía y editaba periódicos, participaba en la Unión de Mujeres Trabajadoras (Working Women’s Union) y en los Caballeros del Trabajo (uno de los pocos grupos sindicales que organizaba mujeres, afrodescendientes y migrantes). Su presencia pública (incluso embarazada, una rareza en la época) no era común. Eran muy pocas las oradoras en las reuniones socialistas o anarquistas.
En 1877, una huelga de los ferrocarriles conmovió a la ciudad. Desde entonces, la obsesión de Lucy fue organizar a las trabajadoras. “Nosotras [las mujeres] somos las esclavas de los esclavos. Somos explotadas más despiadadamente que los hombres. Cuando reducen los salarios, los capitalistas usan a las mujeres para hacerlo, y si hay algo que deben hacer ustedes, hombres, es organizar a las mujeres…”. Esto lo dijo en la fundación de la Industrial Workers of the World en 1905, pero marcó toda su militancia. No hay registros de su lectura de Flora Tristán, pero en sus palabras se colaba la experiencia de esa precursora del feminismo socialista.
La participación de las mujeres en el mercado de trabajo era un debate abierto en el movimiento obrero. Muchas organizaciones de la época las desalentaban a emplearse en ramas “masculinas” para no empujar el salario a la baja. Así y todo, militantes como Lucy, Albert y muchos otros y otras creían que era imprescindible sumarlas e hicieron de todo para conseguirlo.
Una mecha muy corta
Para 1886, las jornadas de hasta 14 horas, las condiciones laborales y los bajos salarios movilizaban las principales ciudades industriales del país. Se eligió el 1 de mayo como “lanzamiento” oficial del movimiento por las ocho horas de trabajo. La estrategia fue exigir la reducción de la jornada laboral sin rebaja salarial y si los empresarios se negaban, paralizar fábricas y talleres. Unas 350.000 personas abandonaron sus puestos de trabajo ese día, más de 40.000 solo en Chicago.
El 3 de mayo, una protesta en la fábrica McCormick terminó con la Policía disparando a quemarropa. Se convocó una reunión en la plaza Haymarket, también reprimida violentamente. Cuando la gente se dispersaba, explotó una bomba que causó heridos y muertos. Se desató una cacería. Ocho militantes fueron acusados sin pruebas de instigar la violencia. Entre ellos, Albert Parsons, marido de Lucy, que antes de su ejecución declaró: “Si nos van a matar, entonces dejen que la gente sepa por qué es. Este veredicto es contra el socialismo”.
Lucy Parsons nunca abandonó la militancia. Aunque aparece muchas veces como una “viuda de Haymarket”, ya se había ganado su lugar y su nombre propio en la lucha de la clase trabajadora. Uno de sus textos más conocidos es “To Tramps, The Unemployed, the Disinherited, and Miserable” (“A los vagabundos, los desempleados, los desheredados y los miserables”), famoso por la frase “Aprendamos a usar explosivos”. Pero lo más explosivo que proponía ese texto no era aprender cómo hacer una bomba sino pensar que el problema no era un “jefe malo” sino el sistema, “¿[no ven] que son el ave de presa para ellos, que su misión es simplemente el robo? ¿No ven que lo que hay que cambiar es el SISTEMA INDUSTRIAL y no al ‘jefe’?”.
Un legado en disputa y la libertad
Durante varios años, el legado de Lucy Parsons tuvo un lugar marginal en el movimiento feminista. Apoyaba la lucha por el sufragio (la demanda más movilizadora entonces), pero creía (y decía) que la democracia capitalista era un fraude. Sin embargo, lo más molesto fue que no aceptara el asiento de acompañante que muchas sufragistas le asignaron a las mujeres negras.
Lucy se “coló” entre las delegadas blancas de la marcha sufragista que llegó a la Casa Blanca en 1913. “O voy con ustedes o no voy. No asumo esta postura porque quiera un reconocimiento personal. Lo hago por el futuro de toda mi raza”, dijo cuando la invitaron a marchar diferenciada. Esta historia es mucho más larga. Algo parecido hizo Sojourner Truth cuando les escupió a las sufragistas su ¿Acaso no soy yo una mujer? en el Congreso de Mujeres de Akron en 1851, el año en que nació Lucy Parsons.
Otra controversia que la dejó en los márgenes fue que no apoyó el amor libre, una causa que empujaban sus compañeras anarquistas y socialistas. Chocó con una de sus partidarias más famosas, la anarquista Emma Goldman. Lucy sostenía que “el estatus subordinado de las mujeres no surgía de un doble estándar sexual que les negaba la ‘variedad’ en la vida, sino de su dependencia de los varones que las perpetuaba como esclavas del hogar” (“variedad” en referencia a la libertad sexual). Aunque su planteo sobre la dependencia era acertado, ésta no excluía la opresión. En ese debate Parsons tuvo una postura conservadora. Aun equivocada, no mereció las palabras injustas de Goldman: “los anarquistas se casan con mujeres que están a millones de millas de sus ideas” (recuperadas por Candace Falk en Anarchy, Love, and Emma Goldman).
Lucy Parsons creía que la sociedad, liberada de la esclavitud asalariada, produciría “hombres y mujeres libres que piensen de forma libre, actúen de forma libre y sean libres”. Creo que esta idea sobre la libertad, sencilla y compleja a la vez, mantiene su vitalidad aunque haya sido escrita hace más de un siglo.
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Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.