Después de algunos intentos en producciones de bajo presupuesto en donde escasamente lograba expresarme estéticamente, un día concursé para dirigir una producción grande en un teatro de renombre, y me encontré con la gratificante tarea de tener—entre otras ventajas—tiempo y tranquilidad para preparar actoralmente a la soprano protagonista. Desde el caminar de las geishas hasta los movimientos del abanico y el Harakiri, trabajamos con entusiasmo no sólo su personaje, sino la historia completa, y no me refiero solamente a la ópera sino también a la novela homónima de David Belasco, y Madame Chrysanthème, de Pierre Loti, obras en las que se basa la tragedia japonesa de Giacomo Puccini, con libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica.
Viernes 13 de abril de 2018
“ (…) muere Butterfly...
Para que tú puedas irte
al otro lado del mar,
sin que te remuerda,
cuando seas mayor,
el abandono de tu madre”.
Cabe destacar que en Nagasaki hay una tumba de una muchacha que vivió semejantes circunstancias circa 1890, por lo que presumimos quienes venimos estudiando “el caso Butterfly”, que el cuento de John Luther Long que diera origen a la novela de Belasco quizás haya sido una observación personal del escritor, como testigo o protagonista, puesto que la fecha de publicación de su cuento data de 1898. Según mi observación, el cuento es el que más relación guarda con la historia que se cuenta en Nagasaki en referencia a esa tumba que cubre los restos de una joven de 18 años.
Madama Butterfly se denomina—dentro de la especie Ópera y perteneciente al género del Drama—drama giapponese, por temática y estilo. Dentro del teatro, existen tres categorías principales: Comedia, Drama y Tragedia. En la comedia, pueden existir conflictos y disputas; no siempre se referirá a una pieza en donde el espectador suelte la carcajada. De hecho, en ocasiones, puede ser simplemente que se trate de una historia con matices quasi dramáticos que termina con final feliz. El drama puede asimismo contener escenas graciosas y obviamente, un conflicto que impera, raramente solucionable. La muerte se da de manera natural, no violenta, y el final es conmovedor. La tragedia, por último, nos habla de una historia que al principio presenta cierto optimismo y hasta podemos llegar a creer que todo va a solucionarse; sin embargo, la situación va en escalada hacia un punto de inversión en donde se comienza la decadencia de la situación del personaje con quien sentimos empatía, y éste—o la persona más amada por éste, o ambos—termina muerto por causas no naturales, sea ya por asesinato o suicidio. Existen excepciones como Turandot, en donde el drama llega a tragedia con el suicidio de Liu, para luego de esa escena ir conquistando una felicidad que excluye a Liu y su amor frustrado, para culminar en la apoteosis de la conquista amorosa dada entre la protagonista y el príncipe tártaro Calaf.
Volviendo a Madama Butterfly, cuyo nombre en la ópera es Cio-Cio-San, es una joven que, encontrándose en una familia sin recursos y con un padre muerto, ejerce sus artes como Geisha. Al cumplir 15 años, su vida dará un giro, dado que las geishas menores de esa edad solamente bailan para los hombres, pero entrada en la adultez de los quince años, ella tendrá que comenzar su vida sexual con clientes. Allí es—resumiendo—cuando aparece en su vida, un joven teniente de la marina estadounidense, a quien un casamentero (en japonés, nakodo) llamado Goro, le vende la chica con casa y sirvientes incluidos, por 999 años por una suma irrisoria. Además, el casamentero le da al yanqui—de esta manera se llama Pinkerton a sí mismo—la posibilidad de rescindir el contrato cuando le plazca.
El conflicto comienza cuando Cio Cio San cree que la han comprado para un matrimonio que será eterno, y habiendo visto a Benjamin Franklin Pinkerton en la Embajada Estadounidense en Nagasaki, se ha enamorado de su cabello rubio.
Por su parte, Pinkerton—lo yankee vagabondo—se deslumbra al verla y se siente fascinado por la belleza exótica y la delicadeza de la joven inocente que ha vivido sus quince años en un ámbito cerrado en donde la primera vez que aparece alguien distinto es ahora, cuando un rubio con uniforme de la marina va a desposarla.
La boda transcurre dentro de una atmósfera extraña, puesto que, por un lado, están ellos dos embelesados, y por el otro, la familia de la chica repite una y otra vez que todo va a salir mal, y ese presagio funesto se traduce en las líneas de canto del coro. En mi puesta, aproveché para hacer que estos personajes se movieran siempre al unísono, en masa, para crear una nube oscura como de moscardones rodeando a la pareja. Como si este grupo de gente augurando el fracaso fueran poca cosa, aparece el tío Bonzo furioso, maldiciendo a la pobre chica por haber aceptado casarse con un yanqui. La niega, ofende y junto con él se retiran los miembros de la familia, a quienes les importa más ser fieles al temible Bonzo que a una pobre desgraciada que no sabe defenderse y que no tiene poder alguno sobre nada. Pinkerton la defiende y desafía a Bonzo.
Él ama a su Butterfly
El idilio dura un tiempo, aunque un día, vemos que la japonesa americanizada—ella ha adoptado la religión de él y se llama a sí misma sposa americana—se encuentra conversando con su fiel e inteligente criada Suzuki, y nos damos cuenta de que Pinkerton ya no vive allí desde hace rato, más de tres años, para ser precisa. Y Butterfly sigue siendo inocente, ciega por amor, puesto que cuando Suzuki insinúa que Pinkerton podría no retornar, ella se enoja y le grita que él le ha prometido volver cuando el petirrojo haga su nido.
Suzuki está triste por su ama, quien sólo la tiene a ella, dado que no sólo Pinkerton la abandonó, la familia ha renegado de ella, y el sirviente y la cocinera se han ido porque dinero ya no hay en esa casa. Butterfly se ha negado rotundamente a aceptar como esposo al Príncipe Yamadori, quien sería su salvación, pero ella se llama “una mujer casada” y lo echa desdeñosamente.
El petirrojo no hace nido. Pinkerton ha engañado a Butterfly. Investigué sobre este pájaro cuando por esta producción en particular tuve tanto tiempo de preparación para la puesta en escena y el previo estudio minucioso de cada motivación y movimiento para los cantantes. No suele darse el factor “tiempo” en este métier. Son tiempos express en donde se ensaya a contra-reloj, pero en esa ocasión, sobró el tiempo y es por eso que me di el lujo de investigar en la biblioteca pública sobre este pájaro y sus costumbres.
Pinkerton hizo esa promesa porque era incumplible, y eso le permitiría irse sin que intentasen retenerlo. Ahí empezó a mostrarse el costado oscuro del marine quien en lugar de decirle a la japonesa que ya se había aburrido de la monótona vida en una montaña en Nagasaki, que el idilio se había acabado y echaba de menos su tierra natal… inventó un motivo para entretenerla y salir sin impedimentos de allí. Lo que no calculó es que Cio-Cio-San se quedaría esperándolo. Ella nunca dudó de la palabra de Pinkerton y lo defendió ante todos quienes sentían compasión por ella y su falta de capacidad para ver que el estadounidense la había abandonado.
Llega a la casita ahora triste de Nagasaki el cónsul Sharpless, un hombre honesto e interesado genuinamente en el destino de la muchacha, como un padre. Él va con la intención de contarle que Pinkerton se ha casado con su novia norteamericana—Kate—y que no volverá a Japón, pero Butterfly está tan contenta con la visita que no lo deja hablar y es ella quien toma la palabra y ante la mínima sugerencia de que el yanqui pueda no regresar, ella presenta a su hijo, un niño nacido de ella y Pinkerton, quien vive confinado con ella y Suzuki en esa montaña, ya que para los japoneses es un paria por ser mestizo.
Sharpless se conmueve a tal punto que envía un cable comunicando esto a Pinkerton, y éste, llega a las costas de Nagasaki, pero no lo hace solo, sino con Kate. Han venido a llevarse el niño con ellos, a quitárselo a Butterfly, y ella sabe que ese niño no puede quedarse más tiempo allí porque los japoneses reniegan de la madre y del hijo, jamás tendría amigos ni educación. Todo viene a la mente de esta joven madre que decide hacerse el Harakiri porque quien no puede vivir con honor, debe morir con honor.
Suzuki trata de impedir el suicidio de Butterfly, aunque es sabido que, para su cultura, es lo correcto, tal cual hiciera el padre de Cio-Cio-San años antes. De todos modos, ella no podría sobrevivir habiendo entregado a su niño y viendo al amor de su vida amando a otra mujer.
La vida para ella está terminada
Un detalle genial en la partitura de Puccini es que cada vez que Pinkerton alardea de algo o miente, las melodías en escala pentatónica oriental de la orquesta se fusionan con el himno nacional estadounidense, o National Anthem, recordándonos que el Imperialismo penetra en la vida de todos y, de cualquier manera, hasta engañando a una pobre chica y matando sus ilusiones románticas.
En su momento, Puccini recibió críticas sumamente duras por la temática antiestadounidense; sin embargo, hoy es esta ópera una de las más representadas en el país del Norte, donde se llevó a cabo también mi puesta que recuerdo con tanto cariño porque todos nos conmovimos con cada nota, cada palabra y cada detalle, artística y humanamente.
Mi perlita personal, mi recuerdo más querido de aquel trabajo (en donde todos son buenos recuerdos) es el casting que hicimos para elegir al niño que protagonizaría al hijo de Butterfly. Los que se anotaron primero, se ponían a llorar desesperadamente por el dramatismo de la obra, pero el último en aparecer tímidamente, aunque con seguridad, fue el adecuado, Jeremy, quien después de la última función me regaló un dibujo de él conmigo y una mariposa enorme que nos abarcaba a los dos. Y mis asistentes, quienes hoy son directores, uno de ellos en Broadway, me hicieron una mariposa en vidrio con los colores blanco, azul y rojo, dado que era parte de la puesta, una gran bandera estadounidense estilizada que Butterfly aparece usando sobre sus hombros como una manta o capa, y en ella se envuelve a partir de que se ha quedado sin Pinkerton.
El Leitmotive de la escenificación fue la bandera en distintas formas, empleando una de sus bandas rojas para representar la sangre saliente del cuerpo moribundo de la japonesita.
Nunca más tuve tanto tiempo para preparar una ópera in situ; quizás por eso atesore este recuerdo más que otros, además lloramos todos mucho.
Otra historia más en la que la mujer sale perdiendo…
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Director: Herbert von Karajan, 1974