La nueva ola del #MeToo en redes sociales y medios de comunicación mexicanos pone a debate las estrategias para enfrentar la violencia contra las mujeres, en un país con los niveles de impunidad más altos del continente y en donde las víctimas de la violencia patriarcal difícilmente logran acceder a la justicia.
Martes 9 de abril de 2019
Como ha pasado en otros países, el #Metoo llegó a México e irrumpió en el ámbito cultural y periodístico mexicano, al visibilizar la violencia patriarcal que vivimos las mujeres. Durante varios días leímos en redes sociales una oleada de denuncias de mujeres, realizadas la mayoría de forma anónima, sobre distintas formas de violencia, acoso o abuso en sus ámbitos laborales, escolares o familiares.
Así surgía un debate y de éste varias preguntas: ¿Cómo luchar contra las violencias machistas? ¿Cómo enfrentar la impunidad y misoginia que prevalece en las instituciones de justicia? ¿Las denuncias deben ser anónimas o no? ¿Es lo mismo un acosador, que un golpeador o que un violador? ¿Qué hacemos en cada caso?, entre otras.
Pero el suicidio de uno de los hombres denunciados en redes, Armando Vega-Gil, miembro fundador de Botellita de Jerez, intensificó y polarizó una discusión que no ha concluido.
Los medios de comunicación, las feministas, académicas y luchadoras sociales, ponemos a discusión, hace muchos años, las estrategias para enfrentar la violencia hacia las mujeres, en un país con los niveles de impunidad más altos del continente. Un México en donde más del 90% de los feminicidios no se resuelven y las víctimas de la violencia patriarcal entran en un arduo proceso burocrático y machista al denunciar y difícilmente logran acceder a la justicia.
En los días más activos del MeToo surgieron señalamientos a escritores, periodistas, cineastas, activistas, académicos, creativos y músicos, en diversos puestos y cargos en la vida cultural del país o en contextos de desigualdad laboral hacia las mujeres. La atención que concentró el tema derivó en despidos, la cancelación de eventos y posicionamientos de varios medios y actores mencionados.
Con la polarización del debate tras el suicidio de Vega-Gil [1], surgió el #MeTooHombres, una aberrante respuesta desde la cobardía y la misoginia más retrógrada, que amenazó con exhibir a mujeres “acosadoras”.
Esta reaccionaria tendencia afortunadamente fue repudiada y sembró una ola de burlas y críticas al ser la parte más visible del machismo que prevalece, así como las amenazas de muerte o el ciberacoso a feministas y activistas que han compartido las denuncias del MeToo.
Mientras el Estado perpetúa la impunidad y las múltiples formas de violencia contra las mujeres, miles ven en la denuncia virtual una posibilidad de visibilizar la violencia y canalizar el hartazgo y la indignación. El #MetooHombres es precisamente su contraparte, que busca hacer escarnio de las denuncias para perpetuar la naturalización de la violencia hacia las mujeres y las conductas machistas.
¿Qué permite hacer con la violencia el #MeToo?
Un alto porcentaje de las mujeres hemos sufrido algún tipo violencia sexual. Es ésta el corolario de la violencia que miles soportamos a diario en todos los aspectos de nuestra vida. En México vivimos a la sombra de nueve feminicidios por día, de siete violaciones a mujeres cada cinco minutos, de la precarización laboral y la brecha salarial de hasta el 34%.
El acoso, el abuso, el feminicidio son eslabones de una larga cadena de violencias patriarcales contra las mujeres creadas, legitimadas y reproducidas por el Estado capitalista y las instituciones de su régimen político. Los salarios más bajos, las formas más abyectas de la precarización laboral, la tutela del Estado sobre los cuerpos de las mujeres con la negativa del derecho al aborto, hasta la imposición de las tareas domésticas sin pago y la doble jornada laboral (en el centro de trabajo y en la casa), son otras formas de violencia patriarcal.
Cada expresión de violencia patriarcal es funcional al capitalismo para mantener oprimidas a las mujeres y por esa vía apropiarse sin pago alguno de la fuerza de trabajo femenina aplicada en las tareas de reproducción de los seres humanos.
Las denuncias al #MeToo seguirán porque la violencia continúa. Por eso es necesario identificar los aspectos del debate, que va más allá de visibilizar el tema y nos permite problematizar el fenómeno de la violencia para discutir cómo acabar con ella. Para dirigir nuestro hartazgo, indignación e impotencia hacia un rumbo de organización independiente del Estado, una discusión que no es nueva dentro del feminismo.
Varían las concepciones en el feminismo respecto a las denuncias, incluso sobre el acoso, pero también están las declaraciones de la presidencia que llamó a canalizar el #MeToo en denuncias formales ante el Estado. Otra postura es la de un sector del feminismo separatista, que ve en el #MeToo la posibilidad de extender una perspectiva política que busca transformar las denuncias y los testimonios en una estrategia contra los hombres.
También vimos a un sector del feminismo que alentó en redes la búsqueda de "justicia por propia mano", que del señalamiento pasó al linchamiento mediático y la práctica de verdaderos "juicios" en redes sociales que, a decir de la feminista Susan Watkins terminan por presionar para volver norma el "culpable si es acusado".
El juicio sumario en redes sociales como estrategia que expresa un método "simbólico" para visibilizar la violencia, tal y como expone Andrea D’Atri aquí, "puede tener consecuencias tan reales como el aislamiento social y la estigmatización de un adolescente hasta el suicidio de un agresor que se siente acorralado por el escrache público".
Despidos, el suicidio de Armando Vega Gil y la humillación pública de varones acusados de agresiones de distinto tipo no van a terminar con la violencia patriarcal ni con el machismo ni con este sistema capitalista que objetiviza a las mujeres y nos vuelve mercancía de uso y descarte.
Las mujeres estudiantes y trabajadoras de Pan y Rosas respetamos el derecho de las mujeres a denunciar a sus agresores ante la justicia burguesa y las acompañamos, aunque las instituciones judiciales nos asquean porque están al servicio de los poderosos. Pero sabemos que no será de la mano de las denuncias en redes sociales que lograremos respuesta a nuestras demandas más urgentes. Tampoco de la mano del Estado ni de sus fuerzas represivas.
El patriarcado se recrea en un sistema que, gustoso, se libra de la responsabilidad de la violencia contra las mujeres llenando de pobres las cárceles –porque sabemos que los ricos, como en el caso Porkys, se libran–, mientras las causas estructurales de esta violencia continúan operando y, por la vía de los hechos, convirtiendo en impotente la lucha de las mujeres para acabar con las penurias de la opresión.
Como señala Andrea D’Atri "La violencia contra las mujeres, incluyendo la violencia sexual, se devela no como una alteración del orden social, sino como un engranaje que lo constituye. Y eso no es abstracto: la responsabilidad recae en instituciones, leyes y un régimen social concretos."
Una perspectiva de largo aliento
El machismo es un arma que inculca, reproduce y legitima el sistema capitalista para mantener una división entre las mujeres y los hombres de la clase trabajadora y los sectores populares. Para las feministas socialistas que aspiramos a terminar con toda forma de explotación y opresión, el enemigo no es el varón. Es el capitalismo patriarcal, sus instituciones y sus agentes: el Estado capitalista, el gobierno, los partidos patronales del régimen político, la burocracia sindical en el seno de la clase trabajadora, los intelectuales y profesionistas que se venden al mejor postor para perpetuar el status quo.
El maridaje entre capitalismo y patriarcado, invisibilizado por el relato individualizante de la opresión, no acabará mientras las condiciones de explotación –salarios de miseria, trabajos sin ningún tipo de seguridad social, racismo, odio, xenofobia, etc.– continúen. Las transformaciones reales que necesitamos las mayorías, opuestas por el vértice a las de las minorías privilegiadas, encuentran en la lógica punitivista –de la cual el juicio sumario en redes sociales es uno de los métodos– un obstáculo para enfrentar otro tipo de desigualdades.
Pan y Rosas brega por el impulso de comisiones de mujeres en cada centro de estudio, trabajo y sindical, así como por la implementación de protocolos que en vez de fortalecer a los funcionarios en turno en nombre del combate a las violencias machistas, nos permitan la intervención en casos de violencia en distintos ámbitos de nuestras vidas. Por la resolución de conflictos con el consentimiento de la víctima y el establecimiento del derecho elemental a la defensa del acusado.
“La política y los métodos que hoy elegimos para combatir la violencia patriarcal, la forma en que proponemos castigar, controlar, punir o resolver los hechos de los que las mujeres son víctimas en esta sociedad capitalista-patriarcal, no pueden estar en oposición a la sociedad futura que anhelamos y por la que estamos peleando” sostiene Andrea D’Atri.
Sólo la más fuerte alianza entre explotadas y explotados, junto al pueblo pobre y los sectores oprimidos podrá engendrar una sociedad distinta, sin explotación ni opresión, donde queden completamente obsoleta cualquier forma de discriminación de las disidencias sexuales y de género, y las relaciones entre seres humanos se construyan con libertad y en aras del desarrollo del espíritu humano a todo nivel.
En este camino, el #MeToo también nos permite reflexionar sobre la importancia de la organización independiente del gobierno y de los partidos del Congreso, para luchar en contra de la violencia patriarcal, los feminicidios y las redes de trata, la precarización laboral, la militarización, así como por el derecho a decidir.
Ni feminismo “carcelario” ni escraches como estrategia: cómo combatir la violencia patriarcal
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[1] El señalamiento a Vega-Gil vino de una denunciante anónima, que dijo haberse sentido incómoda con su conducta, por miradas lascivas y tomarle fotografías en la casa del músico. “Es correcto que las mujeres alcen la voz para hacer que nuestro mundo podrido cambie. Es un derecho inalienable el de la denuncia, sobre todo el de las mujeres” respondió él en una carta póstuma.