En esta serie de notas abordamos las principales ideas y la estrategia política del norteamericano Murray Bookchin.
En esta serie de notas queremos abordar las principales ideas y la estrategia política del norteamericano Murray Bookchin tomando en cuenta algunas obras sintéticas como “Las políticas de la ecología social: Municipalismo libertario” [1] que escribió con su compañera Janet Biehl. Estrategia que tendrá el nombre de Municipalismo libertario o, como se ha llamado en algunos lugares, “Confederalismo democrático”. En la primera entrega abordamos las características y fundamentos generales de la llamada democracia ciudadana. En esta ocasión, queremos abordar el debate de la municipalización económica que propone Bookchin y Biehl en respuesta al cooperativismo y al control obrero de la producción.
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Una economía municipalizada
En la comunidad organizada municipalmente a través de asambleas vecinales, que plantea Bookchin, deberán cumplir un papel importante las cooperativas. En este ámbito, aunque Bookchin defiende el carácter progresista de las cooperativas, considera acertadamente, contra la visión de Proudhon, que “por sí solas son insuficientes para desafiar al sistema capitalista” ya que por sí mismas no lo cuestionan, y la tendencia es que terminan convirtiéndose en empresas capitalistas. Para hacer frente a estas tendencias y a la “búsqueda del beneficio”, las cooperativas “deben supeditarse al control externo” que sólo es posible si “una comunidad mayor controla la vida económica en general”. El municipalismo habla, no de una economía capitalista, pero tampoco “nacionalizada” —ya que Bookchin rechaza la propiedad estatal de los medios de producción—, sino “municipalizada”.
Y aquí se abre un debate de primer orden. Bookchin pondrá al mismo nivel la propiedad privada capitalista y la nacionalización bajo un estado obrero. Planteará que la nacionalización de los medios de producción no los transforma en “propiedad pública” porque estos no pasan realmente a manos del “pueblo”, sino a un Estado o élite o casta que lo dirige. De esa manera, al igual que las corrientes que rompieron con el trotskismo norteamericano de las cuales proviene Bookchin [2], da a entender que la revolución obrera (que expropia a la burguesía) y la clase obrera, inevitablemente conllevan el germen del corporativismo y la burocratización. De hecho, como luego veremos, planteará que la organización del poder obrero dentro de las empresas y la consigna de “control obrero” serían los elementos “subversivos” que amenazan al “poder popular”.
Sin embargo, el municipalismo no será una alternativa a las posibles tendencias a la burocratización y al Estado burgués. El ejemplo de la antigua URSS solo refleja que contra más atrasado desde el punto de vista capitalista sea un país, peor es la herencia de las sociedades de transición y más fácilmente la posibilidad del surgimiento de una casta burocrática que se apoya en el reparto de la escasez como era el caso particular de Rusia. Eso no significa que sea inevitable. Por el contrario, demuestra la importancia de la planificación democrática de la economía socializada, y la importancia que tienen los organismos democráticos de la clase obrera (soviets, comités de fábrica, congresos de delegados, pluripartidismo soviético, etc…) para combatir y contrarrestar cualquier despotismo burocrático en la producción y el consumo. Sin embargo, lo absurdo de la posición de Bookchin es que precisamente quiere liquidar todos los organismos democráticos de la clase obrera que pueden combatir el surgimiento de castas burocráticas.
Su ecléctica y zigzagueante teoría municipalista se ve obligada a reconocer que, contra la política localista y federalista del viejo Proudhonismo, hay que levantar una “organización transmunicipal” que, nada más ni nada menos, planifique la economía (pero no explica ni siquiera quien formará este organismo). A la vez que, contradictoriamente, lo acompaña con una “Confederación municipal” (muy poco democrática comparada no sólo con los soviets, sino con las experiencias históricas de otras instituciones burguesas basadas en el sufragio universal) que la formarían la unión de las asambleas “soberanas”.
En estas, los mandatos de sus delegados no podrían ser discutidos por el resto de las asambleas también “soberanas”. Ahora bien, en el caso de que una asamblea no acuerde con los supuestos principios de una “sociedad racional”, ahí sí, un “Consejo Confederal” podrá imponerle una determinada política a una asamblea “soberana”, mediante un referéndum estatal. La realidad es que los métodos de esta supuesta “democracia radical” como son el “confederalismo democrático” o los referéndums, lejos de evitar la burocratización son instrumentos que normalmente usan regímenes bonapartistas plebiscitarios [3].
En relación a todo esto, y haciendo un inciso, es interesante analizar la crítica que Bookchin le hace a Marx respecto a la Comuna de París. Bookchin considera que fue muy perjudicial que Marx celebrase “el hecho de que los administradores de la Comuna tuvieran a la vez delegación de hacer política y la de ejecutarla. De hecho, esta unión de las dos funciones [legislativa y ejecutiva] fue en realidad un gran defecto de este órgano”. Pero es precisamente aquí donde se demuestra la verdadera concepción reformista y burocrática de Bookchin. Para Marx una de las novedades [4] de la Comuna es que abolía el parlamentarismo burgués, “como sistema especial, como división del trabajo legislativo y ejecutivo, como situación privilegiada para los diputados” para convertirse en una “corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo”, donde la opinión y la discusión ni degenera en engaño ni sirven para convertir la democracia revolucionaria en pura charlatanería. Éste era el único paso previo para acabar con una capa de privilegiados y de una “Estado parasitario” que vivía por encima de la sociedad.
Por un lado, el hecho de que el “Confederalismo municipal” tenga que recurrir a “organizaciones transmunicipales”, “consejos confederales” por encima de la sagrada “soberanía” asamblearia así como a referéndums plebiscitarios, son sólo algunos ejemplos de que al perpetuar la división especial del parlamentarismo burgués, la democracia directa se limita al “poder legislativo” (convirtiéndose en lugares de charlatanería) mientras el “poder ejecutivo” inevitablemente recae en un grupo social que la clase obrera y el pueblo no tiene derecho a controlar, haciendo que sea el mejor reaseguro para dar lugar a todo tipo de burocracias y castas. La “corporación de trabajo” legislativa y ejecutiva de la Comuna parisina fue la gran innovación para acabar con el Estado parasitario y reorganizar la unidad de las comunas de forma realmente democrática y extraordinariamente flexible, sin tener que recurrir a métodos bonapartistas y burocráticos como los que propone Bookchin. Por otro lado, esta crítica de Bookchin en realidad refleja su concepción reformista, que pretende relegar la democracia a ser conquistada dentro del Estado burgués, mientras que, en los hechos, el poder ejecutivo recae sobre el Estado burgués, sus poderes fácticos y sus gobiernos estatales y municipales.
Pero volviendo a la discusión sobre la “propiedad pública”. En conclusión, el objetivo no puede ser otro que la extinción del estado y el paso a una propiedad colectiva realmente social. Sin embargo, esto es imposible si previamente no se ha hecho efectivo la nacionalización completa de los medios de producción por parte de la democracia de los soviets y los comités de fábrica, la democracia de los productores y consumidores. Que son los únicos organismos a través del cual el Estado puede irse diluyendo. Sin embargo, en la concepción de Bookchin al pensar que con la municipalización le da al “pueblo” los medios de producción, en realidad acaba idealizando un capitalismo que supuestamente ha hecho desaparecer las clases y las diferencias sociales, para acabar justificando que es posible una reforma económica sin tener que recurrir a la expropiación violenta de la burguesía.
Bookchin en realidad acaba cayendo en el absurdo de que esta “sociedad anarquista” (sin estado ni clases) se puede desarrollar en los marcos del capitalismo. No queda claro cuál sería la diferencia cualitativa entre el capitalismo y esta supuesta “sociedad anarquista”, y por tanto la diferencia entre el Estado burgués y las instituciones de este tipo de sociedad.
Una falsa discusión con el cooperativismo y el “control obrero”
Bookchin y Biehl, correctamente, harán una crítica dura a Proudhon por no ser consciente de las contradicciones de una cooperativa dentro del mercado capitalista y por sus ilusiones de reemplazar al capitalismo por medio de las cooperativas. Sin embargo, el municipalismo libertario tampoco ofrecerá una salida diferente ni del cooperativismo autónomo ni de la simple municipalización burguesa.
En primer lugar, a primera vista como reconoce Bookchin en su entrevista, cuando le preguntan si sería viable la municipalización de la antigua fábrica de químicos Dupont en la ciudad de Wilmington, su programa no es la expropiación de la multinacional (que lo ubica en una sociedad libertaria lejana con mucho poder), sino la creación de “tantas alternativas diferentes como fuera posible, a pesar de DuPont y sus gigantescas fabricas”, cuyas tierras circundantes habría que reclamar. Es decir, no se trataría tanto de cuestionar la propiedad privada de la gran burguesía sino más bien de crear empresas cooperativas “propiedad de la comunidad, reunida en asambleas populares”. En ese sentido, para Bookchin “no existiría un auténtico mercado en el sentido burgués”, llegando a plantear que estas “cooperativas de propiedad municipal podrían perfectamente subvertir el mercado, porque la comunidad seria su dueña y porque los ciudadanos tendría una responsabilidad ética en su conservación”. Es decir, saliéndose de la tangente, Bookchin vuelve a retornar paradójicamente a Proudhon. Creando la ilusión de que estas empresas municipales nacidas desde cero, intentando competir con las multinacionales capitalistas, podrían “subvertir el mercado” y sin plantearse si quiera tocar la propiedad privada.
La realidad es que la única diferencia con el cooperativismo es que mientras Proudhon tenía ilusiones en un cambio gradual de la economía capitalista, Bookchin tenía ilusiones en un cambio gradual del estado capitalista.
Luego, por un lado, aunque no queda clara del todo la diferencia con la lógica proudhoniana, la idea de “municipalización” (ya sea de empresas privadas o de nueva creación) contra la idea del cooperativismo autónomo, en realidad acaba perdiendo todo su potencial progresivo porque lo desliga del sujeto de clase que puede llevarlo adelante o que puede ser un polo de resistencia frente a los intentos de privatización o de burocratización burguesa. El programa de las cooperativas propiedad de la comunidad “reunida en asambleas populares” plantea muchísimos peligros. Relegar la municipalización a la democratización del régimen burgués es una utopía abstracta, que por muy mediadas que estén por “asambleas populares”, en el marco del capitalismo, es una vuelta a la simple nacionalización o municipalización burguesa a manos de una institución burguesa como el ayuntamiento que solo es un “apéndice impotente” ante el estado burgués y la economía capitalista. Sin una política obrera independiente del estado burgués, Bookchin acaba justificando la municipalización burguesa como alternativa (incubando el germen de los recortes sociales y la privatización) o bien, como luego veremos en el ejemplo de la Democracia Participativa en Brasil, se acaba por legitimar el cargo de los costes del capitalismo sobre los trabajadores municipales y cooperativas.
Por otro lado, como Bookchin está totalmente en contra del “control obrero” y, por tanto, de la municipalización bajo gestión obrera y de los usuarios, su municipalización (que pretendía ser una alternativa) acaba en manos, o bien, de un cuerpo de funcionarios del estado, o bien, de una gestoría privada a cargo del Ayuntamiento y legitimada por una “asamblea popular”, o simplemente en una cooperativa más. En ese sentido, la consigna de “control obrero”, que Bookchin considerará “un elemento subversivo respecto a la asamblea popular” en una sociedad libertaria (aunque como hemos visto precisamente fue parte de la política del estalinismo para acabar con la democracia de los soviets), acaba liquidando la única clase que puede plantear una alternativa antagónica contra el cooperativismo autónomo y el estatismo burgués.
De hecho, el ejemplo de la revolución española de 1936 que pone Bookchin como demostración del “control obrero” como “elemento subversivo a la asamblea popular”, desvela el carácter reaccionario de su política. Allí planteará que los obreros competían entre sí llevándolos a una especie de “capitalismo colectivista”, por lo que Bookchin reivindicará el papel de la burocracia de la CNT que “disminuyó el control [obrero] para poder mantener algún tipo de enfoque cooperativista”. Una operación de la burocracia cenetista que, con la excusa de la municipalización (o estatización) pretendía liquidar los “elementos subversivos” de los comités revolucionarios y el poder obrero (que seguían atomizados gracias a la propia CNT) para poner las empresas, nada menos que bajo el control del gobierno burgués de la Generalitat, como un paso previo para eliminar las conquistas de la revolución. Lo que evidencia, además de que Bookchin no sabía absolutamente nada de la revolución española, que la política municipalista no es alternativa ni a la burocracia, ni al cooperativismo autónomo, ni mucho menos al estatismo burgués.
En relación con la discusión anterior, la consigna de “control obrero” tenía un carácter “transicional” porque, aunque ciertamente estaba restringido a la lucha de los obreros de una unidad de producción en realidad, permitía plantear que esto ni se podría mantener ni se podría generalizar sino se expropiaba a la burguesía por medio de la conquista del poder político, y sin eso no podía pasar definitivamente a manos de todo el “pueblo”.
Con todo esto, Bookchin y Biehl van a profundizar el debate de la municipalización, que dará lugar a una discusión clave de su estrategia política.
Después de contraponer la idea de municipalización gradual a las salidas más autonomistas, pero dando a entender que no pretende cuestionar los negocios de la burguesía, va a plantear que esta política de municipalización que esta “describiendo conlleva un enfrentamiento, antes o después, no solo con el estado, sino con el capitalismo. […] Cómo se va a producir este desarrollo y enfrentamiento es imposible de prever. Baste con decir que se puede abrir una amplia puerta de improvisación de ‘estrategias’ que no puedo predecir con especulaciones de ningún tipo ¿A dónde conducirá dicha confrontación, cómo se desarrollará? No lo sé. Pero sí sé que si el municipalismo libertario fuese abrazado por un apreciable número de comunidades, al menos habríamos creado potencialmente algo parecido a una situación revolucionaria”.
Para empezar, como hemos ido describiendo, la realidad es que el programa de Bookchin está lejos de conllevar un enfrentamiento con el capitalismo, y mucho menos con el Estado burgués, al que pretende reformar. Pero si quisiéramos hacer un esfuerzo especulativo, no solo el capitalismo buscaría la forma de cooptar y liquidar (incluso físicamente por medio de la represión y las bandas armadas) antes de que un cuestionamiento a su propiedad sea haya extendido, sino que antes de que haya tal grado de producción cooperativa, es más fácil que las condiciones insoportables del capitalismo provoque antes una revolución social. En los hechos, la visión gradual de la municipalización, por mucho que se alegue un enfrentamiento futuro solo acaba justificando que la revolución violenta contra la burguesía no es necesaria. De cualquier manera, más allá de las especulaciones utópicas de Bookchin, y esto es lo más importante del asunto, es que lo que está planteando es que en el caso de que el capitalismo se enfrente a este grado de producción cooperativa por parte de las comunidades confederadas, el municipalismo libertario no tiene ni idea de “adónde conducirá dicho enfrentamiento” y que se contentaría con haber “creado potencialmente algo parecido a una situación revolucionaria”. Es decir, en el momento clave de la lucha contra el estado burgués, el municipalismo hace aguas por todos lados. Es tal la interiorización del reformismo municipal, que ni siquiera en el mejor momento de ese horizonte utópico a Bookchin se le ocurre pensar que la estrategia pasa por la insurrección abierta y violenta contra el Estado burgués. Se demuestra un auténtico desastre justo en el momento del pasaje de la revolución a la insurrección. Y como veremos ahora, el problema añadido es que además de no prepararse para ese momento, el municipalismo es incapaz de “crear situaciones revolucionarias” porque se niega a combatir los bloqueos que la frenan.
En la próxima entrega, abordaremos el concepto de “poder dual” que Bookchin toma de León Trotsky para luego deformarla y socialdemocratizarla, eliminando todo el perfil revolucionario de esta concepción. Por otro lado, abordaremos la discusión de lo que para Bookchin significa en realidad la idea de un estado burgués que se va “vaciando” y las enormes consecuencias que tiene esta visión para una estrategia que se supone aspira a “crear situaciones revolucionarias”. Por último, contra la reivindicación confusa de Bookchin de una “democracia ciudadana”, intentaremos demostrar la ventaja geo-social que poseen los soviets no solo para unificar a los oprimidos, sino también para levantar las instituciones que podrán sustituir al estado burgués.
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