Este artículo, es el primero de una serie, que busca reconstruir los debates suscitados al interior de la socialdemocracia en torno al principio de autodeterminación de las naciones.
De los múltiples aportes que la vasta obra de Lenin ha dado al marxismo, quizás su incansable lucha por el principio del derecho a la autodeterminación de las naciones sea uno de los menos renombrados. Contradictoriamente, la vigencia de este concepto se renueva cada día. La guerra en Ucrania ha puesto la discusión de la temática en pie nuevamente. Periodistas, intelectuales, políticos y toda clase de personajes ocupan hoy los medios de comunicación y las redes sociales, trazando sus análisis sobre la continuidad entre las políticas de la URSS y la guerra actual. El mismo Putin ha declarado que la nación ucraniana era un invento de Lenin.
Anteriormente, los debates sobre las nacionalidades y la autodeterminación han sido parte de la gran agenda de la política mundial: catalanes, escoceses, kurdos por mencionar algunos de ellos. Lenin postulaba la imposibilidad de la solución al problema nacional dentro de los marcos del capitalismo. Esta mirada era compartida por Rosa Luxemburgo, pero, como veremos en este artículo, con diferencias sustanciales de cómo se debía encarar el problema nacional antes de la revolución. La tesis del problema nacional como un elemento irresoluble en los marcos del capitalismo se reconfirma con el desarrollo de los acontecimientos históricos. Ante tal panorama, el conocimiento de aquellas viejas polémicas parece sumamente necesario.
Una política confusa
A principios del siglo XX, existían diversas posiciones sobre qué hacer ante la cuestión nacional. La discusión estaba atravesada por el cómo se debía llevar adelante en la práctica la resolución del Congreso de Londres de 1896 de la II Internacional. Dicha resolución sostenía:
“El congreso se declara a favor de la plena autonomía de todas las nacionalidades, y su simpatía con los trabajadores de todos los países que sufren el yugo del militarismo, nacionalismo y otros despotismos; y llama a los trabajadores de todos estos países a formar una línea, lado a lado con los obreros con conciencia de clase de todo el mundo, para derrocar al capitalismo internacional y el establecimiento de la socialdemocracia internacional”.
Esta resolución, remarcaba la simpatía de la Internacional por las luchas nacionales, pero no clarificaba como entender la nación, el nacionalismo y, sobre todo, cómo debían comportarse, en términos de política concreta, los integrantes de la Internacional frente a estos fenómenos en alza. Una de las principales posiciones la estableció Kautsky, en 1887, con su artículo La Nación Moderna. La visión kautskiana de la nación fue una obra de referencia a la hora de comprender y dar respuesta a la cuestión nacional. Podemos sintetizar la visión de Kautsky en tres elementos. Primero, la nación como fenómeno histórico propio del desarrollo capitalista y de la desintegración de las formas de organización social precapitalistas. Como fenómeno histórico, la concepción kautskiana se delimitaba de las concepciones racistas de la época y centraba el fenómeno en la necesidad del modo de producción capitalista de proteger y facilitar la producción y la circulación de mercancías. Segundo, la nación tiene un anclaje geográfico, es decir, el problema de la nación se encontraba ligado a una cuestión territorial. Tercero, la nación supone el establecimiento de una lengua común. En lo que correspondía a los términos de la práctica política, Kautsky sostenía el apoyo a las naciones oprimidas, pero se reservaba el apoyo a reivindicar una consigna independentista. Esto era conocido como el principio de “condicionalidad”. Se apoyaría el reclamo de la independencia cuando este permitiera el desarrollo capitalista del país, la antesala necesaria para un posible desarrollo posterior del socialismo.
Otra postura desarrolló la socialdemocracia austríaca. La nueva corriente, encabezada por Otto Bauer y Karl Renner, surgió del Imperio Austro-Húngaro que contenía una constelación de nacionalidades a su interior. Esta visión se cristalizaría en la consigna “autonomía nacional-cultural” que emergió en la Congreso de Brünn del Partido Socialdemócrata Austríaco en 1899. En un extenso escrito posterior titulado La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia, Otto Bauer buscaba otorgarle un sustento teórico a lo que en un principio se había decidido en el terreno de la práctica política. De los tres elementos kautskianos que hemos señalado para definir la nación, Bauer sólo coincidía en uno: era un fenómeno histórico. Por lo tanto, ni el territorio ni la lengua debían ser considerados como ejes explicativos de la constitución de la nacionalidad ya que, según su visión, estos eran productos de la nacionalidad y no elementos constitutivos de la misma. Para Bauer, la nación podría definirse como “comunidad de destino” ¿Qué significaba esto? “comunidad de destino no quiere decir sometimiento a un mismo destino sino vivencia común de un mismo destino, en constante relación y continua interacción recíproca.” ( [1]). Esta relación en torno al futuro, se complementaba con un presente, basado en rasgos particulares comunes y en un pasado propio de la experiencia compartida. Sin embargo, lo problemático de esta nueva visión no era tanto la definición de nación sino la perspectiva práctica que le otorgaba en una posible transición al socialismo. Para Bauer, la resolución del conflicto se daría en un pasaje, evolutivo y pacífico, desde el nacionalismo, con una etapa intermedia denominada “cosmopolitismo naif”(sic), al internacionalismo. La garantía de esta transición descansaba en el establecimiento de la democracia y el proyecto de escuelas populares impulsadas desde el Estado, el programa de la socialdemocracia austríaca sostenía: “Austria tiene que transformarse en un Estado federal democrático de nacionalidades.” ( [2]).
La solución pacifista del problema nacional se encauzaba en la estrategia reformista que predominaba en la socialdemocracia de la II Internacional. Esta mirada sostenía la innecesariedad de la revolución para alcanzar el socialismo. Por el contrario, propugnaba la posibilidad de derrotar al capitalismo, por medio del crecimiento vegetativo del partido que permitiría la obtención de posiciones institucionales, especialmente parlamentarias, dentro del Estado burgués. Desde ese lugar, habilitaba la reforma de la organización social por medio de la obtención de leyes progresivas.
Al desligar la nación del territorio, la teoría austríaca le otorgaba un rol preponderante a los aspectos culturales. Si bien el lector contemporáneo puede sentirse más cercano en los términos teóricos de esta definición de nación, la realidad es que la desvinculación del aspecto territorial soslayaba la importancia de los reclamos independentistas que existían en el panorama político de la época. Esta perspectiva tendía a anular el problema de la relación entre la clase y la nación, y a minusvalorar el conflicto entre nacionalidades en tiempos del imperialismo. A su vez, esta teoría se trasladaba hacia el interior del partido. Bauer continuaba: “la socialdemocracia austríaca se halla compuesta por los partidos socialdemócratas de los trabajadores alemanes, checos, polacos, rutenos, eslavos del sur e italianos”. Esta división se sostenía en la necesidad de que cada obrero debía desarrollar la política en la lengua de su propia nación. Sin embargo, el modelo organizativo fue más allá de una división lingüística. La nación se constituyó como un elemento organizador de la política interna del partido dando lugar a una concepción federativa del partido. En lugar de una política en diferentes lenguas, lo que se impuso fue a cada lengua una política. Cada partido, propulsó su línea propia convirtiendo en los hechos al Partido Socialdemócrata Austríaco en una Internacional dentro de la II Internacional. El modelo federativo de partido había buscado salvar de forma oportunista las contradicciones internas entre las distintas naciones que sufría la organización.
En este escenario se encontraba Lenin, cuando el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) se encontraba en vísperas de realizar el II Congreso en 1903. En lo que respecta al problema de la nacionalidad, el dirigente bolchevique debía definir cómo iba a posicionarse el partido frente a las luchas nacionales emergentes y que lugar ocupaba la nación al interior del partido frente a las demandas de un modelo federativo para el POSDR que venía exigiendo el Bund judío. Los estatutos del I congreso habían reconocido la autonomía del Bund. Esta situación le otorgaba la posibilidad de celebrar congresos propios, el uso del ídish en la propaganda y la agitación, así como la contemplación de demandas propias de la vida judía. Paulatinamente, los bundistas se posicionaron por la constitución de un partido como el que se había erigido en el Imperio Austrohúngaro. En los hechos, un partido de estas características acentuaba las dificultades de un marco de militancia común entre obreros judíos y no judíos. Lenin se opuso férreamente al modelo federativo para el partido y propulsó una organización en torno al centralismo democrático.
A la hora de contemplar las demandas exteriores al partido, propuso el principio de autodeterminación de las naciones. Para él, la autodeterminación significaba que: `”La socialdemocracia combatirá siempre todo intento de influir desde fuera sobre la autodeterminación nacional por la violencia o por cualquier otro medio injusto” ( [3]) En este primer momento, el concepto de autodeterminación leninista era limitado y estaba formulado por la negativa, es decir, solo plantea el rechazo a la opresión y a la coerción por parte de los gobiernos. En el pensamiento leninista de este período, la cuestión nacional estaba, en última instancia, ligada a un problema de libertades democráticas. Lenin coincidía con Kautsky en la condicionalidad en el reclamo de la independencia, es decir, se evaluaba en cada caso particular si se debía levantar esta consigna. Asimismo, en este primer momento, Lenin se oponía a levantar la federación como parte del programa de la socialdemocracia para Rusia. La autodeterminación quedó sancionada en el punto 9 del programa del POSDR y se convertiría en uno de los elementos centrales de su ulterior discusión con Rosa Luxemburgo.
El debate por Polonia
De los múltiples debates alrededor de la cuestión nacional, sin lugar a dudas, el que se desarrolló en torno a la cuestión polaca es el que se ha establecido como uno de los más resonantes a lo largo de la historia del marxismo. Los condimentos para esta preponderancia eran varios. Por un lado, la magnitud de los actores involucrados: Engels, Kautsky, Luxemburgo y Lenin. Por otra parte, la complejidad específica del caso. Se trataba de un territorio con un importante desarrollo industrial y oprimido por tres potencias distintas (Rusia, Alemania y Austria) simultáneamente. En adición, contamos con dos partidos socialdemócratas con líneas diametralmente opuestas. Por un lado, el Partido Socialdemócrata Polaco (PSP) que poseía dos alas: el PSP-Izquierda, que sustituirá la reivindicación de la independencia polaca por la de la federación con Rusia y el PSP-Fracción Revolucionaria de Pilsudski, que irá degenerando en un grupo que hacía atentados armados y resaltaba el aspecto nacionalista, relegando cada vez más el discurso socialista ( [4]). Contra ellos, se alzaba la Socialdemocracia del Reino de Polonia y Lituania (SDKP) dirigido por Rosa Luxemburgo. Ella había emprendido un obstinado combate contra lo que denominó “tendencias social patriotas” ( [5]).
En el caso polaco, Rosa se posicionaba a contracorriente de la II Internacional ya que Engels se había pronunciado en favor de la independencia polaca y tanto Kautsky como Lenin acordaban con esta postura. Rosa Luxemburgo sostuvo su posición sin modificaciones sustanciales, a pesar de ciertos matices, a lo largo de diversos trabajos. Dentro de ellos se destaca la obra La Cuestión Nacional y la Autonomía de 1908, tanto por la calidad y profundidad de los argumentos presentados como por la extensión propia del escrito. La ruptura se encontraba estrechamente ligada a la oposición de Rosa al apartado nueve del programa del POSDR que sancionaba el derecho de las naciones a la autodeterminación. Para ello, se retrotraía al congreso de Londres: “…debemos considerar el punto noveno del programa ruso como aplicación práctica de la resolución londinense” ( [6]). A lo que añadía: “…no fue ni mucho menos concebida como un objetivo o como la necesidad de exponer ante el congreso internacional sobre la cuestión de las nacionalidades en general y -menos aún- fue inspirada o adoptada por dicho congreso como un plan de solución real del problema a cargo de los partidos obreros de los diversos países.” ( [7]).
Por la Cuestión nacional y la autonomía recomendamos: Rosa Luxemburg y la cuestión nacional
En realidad, la revolucionaria polaca estaba dando no una sino dos discusiones en simultáneo: contra el derecho a la autodeterminación como principio general y contra su aplicación en el caso polaco en particular. Ante todo, juzgaba que la independencia de Polonia era imposible de llevar a la práctica. No obstante, este no era el eje central de su análisis. Luxemburgo sostenía que los derechos de las nacionalidades como principio eran problemas “metafísicos” (1979 (1908), pág. 38). Esta perspectiva se fundamentaba en la ductilidad del concepto de la autodeterminación que, como hemos visto antes, por aquel tiempo poseía múltiples significados. En última instancia, si la reivindicación de la autonomía política era, en palabras de Kautsky, “condicional”, la consigna de la autodeterminación como principio era por lo tanto irrelevante. Por lo tanto, para Rosa correspondía, como lo habían hecho Marx y Engels, evaluar las “relaciones reales de cada caso en particular” ( [8]).
Esta posición le permitía a Luxemburgo una coherencia a la hora de posicionarse a favor de la independencia en el caso otomano y rechazarla en el caso polaco. En el primero, consideraba que era progresivo que se independizaran las naciones balcánicas porque el dominio otomano era una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas y para que esos países tuvieran su propia revolución burguesa. Mientras que en el caso polaco-ruso consideraba que era reaccionario porque las tres partes de Polonia se habían integrado profundamente a sus respectivos imperios, lo cual había posibilitado el desarrollo de sus fuerzas productivas. Entonces, la independencia y la reunificación de las tres partes de Polonia en un solo Estado sería reaccionaria porque llevaría a un retroceso en su desarrollo y a poner obstáculos en las precondiciones para el socialismo.
Sin embargo, al argumentar en contra de la aplicación concreta para el caso polaco, Rosa terminó revisando las argumentaciones kautskianas sobre el Estado-nación en general. En primer lugar, porque el propio desarrollo capitalista había convertido al concepto de Kautsky, sobre el Estado-nación, anticuado. En su fase imperialista, el capitalismo ya había traspasado los límites nacionales y requería de la expoliación y opresión de los países menos desarrollados para su subsistencia. Esta realidad para Rosa, “…aniquila su manera histórica de "autodeterminación" (NdE: de los países oprimidos), las hace dependientes de la rueda trituradora del desarrollo capitalista y de la política internacional.” ( [9]). De esta forma, la autodeterminación se volvía no sólo una cuestión utópica sino también reaccionaria que proponía: “…un retroceso hasta el desarrollo capitalista prematuro de los pequeños Estados medievales…” ( [10]).
Por otra parte, Luxemburgo atacaba la debilidad del argumento kautskiana la relación entre clase y sentimiento nacional. Rosa consideraba, con razón, que Kautsky poseía una visión economicista sobre el carácter del Estado y de olvidar que a la burguesía “… le son igualmente indispensables las condiciones políticas que le aseguren su dominación de clase.” ( [11]). Dentro de las condiciones políticas se ubicaba el nacionalismo como ideología indispensable para dividir las filas obreras. Como la tarea de la socialdemocracia no era adaptarse a la voluntad de la mayoría sino expresar el programa del proletariado consciente, no tenía sentido sostener la demanda ( [12]). Lo que debían hacer los socialdemócratas era levantar la bandera del más firme internacionalismo obrero.
A partir de estas observaciones, Rosa desarrolló su perspectiva particular del caso polaco. En su visión el nacionalismo en Polonia había atravesado tres fases. Primero, en el caso polaco a diferencias de otros países, el nacionalismo no había surgido de la burguesía sino de la nobleza ( [13]). La burguesía polaca se había podido desarrollar sin Estado-nación, uniendo su destino al capital foráneo y beneficiándose de la anexión que las otras potencias habían descargado sobre los polacos. Podemos observar que este hecho del caso particular rebatía la teoría general de Kautsky sobre el Estado-nación. La segunda fase estaba caracterizada por la apropiación de la pequeño-burguesía de la antigua demanda nobiliaria. Sin embargo, esta también fracasaría y el partido de la Democracia Nacional, su representante, modificó el programa a “autonomía regional y contrarrevolución” ( [14]). La última fase estaba protagonizada por, cómo se podía suponer, el PSP que levantaba la bandera que la nobleza, la burguesía y la pequeña burguesía habían abandonado. La persistencia del nacionalismo polaco no era más un programa sino pura ideología para dividir a la clase obrera y perseguir a los socialistas. Dado que los intereses de la burguesía polaca estaban ligadas al zarismo, el partido proletario polaco debía encargarse del derrocamiento de estos regímenes unido al proletariado ruso. Por ello sostenía:
“En el programa de la socialdemocracia el postulado de la autonomía nacional es inseparable del postulado de la república en todo el estado. Por consiguiente, realizar la autonomía del Krolestwo polaco será posible únicamente en el caso del triunfo definitivo de la revolución y el consecuente derrocamiento de todo el orden absolutista; o sea, solamente en este contexto la autonomía puede convertirse en un instrumento de progreso y del desarrollo social en el país.” ( [15])
Cuando se refiere a autonomía lo mencionaba en la perspectiva de la autonomía regional sancionada por una asamblea constituyente encargada de establecer la república democrática, una especie de Estado plurinacional. De esta manera, la posición de Rosa subestimaba el impacto del nacionalismo en las filas obreras oprimidas. Sin embargo, no fue hasta 1914 que Lenin pudo dar una respuesta contundente al problema de las nacionalidades.
1913-1914, la autodeterminación como principio reforzado
La publicación en 1913 de la correspondencia entre Marx y Engels donde reflexionaban sobre Irlanda otorgó a Lenin un valioso arsenal de argumentos para la autodeterminación nacional. Si debiéramos elegir un elemento central que potenció el principio de la autodeterminación, este fue sin dudas la realidad política. Luego de 1905, el zarismo profundizó la rusificación de la población como una de las iniciativas de su modernización estatal limitada. De esta forma, la cuestión nacional dejó de ser un debate específico de ciertas regiones de Rusia para convertirse en un elemento central del futuro de la revolución.
Cuatro hechos históricos marcaron la reflexión de Lenin. 1- la independencia de Noruega, que, a pesar de terminar conformándose como una monarquía constitucional, la posibilidad de una República había estado muy latente y, en la visión, se podría haber llevado adelante si el proletariado noruego hubiera estado bien organizado. 2- la guerra de los Balcanes, para la cual, y modificando su anterior postura sobre la federación, Lenin impulsó la consigna por la República Federativa Balcánica ( [16]). 3- La campaña contra Finlandia de 1910 donde el zarismo buscaba retrotraer los derechos que la región había conquistado luego de las jornadas de 1905. Esta situación confirmaba que la tesis de Lenin sobre el rol contrarrevolucionario de la burguesía era también aplicable a la cuestión nacional ( [17]).4- La solidificación de las tendencias chauvinistas del SPD que llevaron al partido a aprobar los créditos de guerra para que Alemania ingrese a la Primera Guerra Mundial.
Lenin planteó la batalla en dos movimientos. En 1913, se concentró en el debate contra la autonomía nacional cultural ya que la teoría de los socialdemócratas austríacos se había expandido por las organizaciones socialistas. Como respuesta a la rusificación, las organizaciones influidas por la concepción de Bauer habían lanzado la consigna de escuelas por nacionalidades. Lenin sostuvo una doble cruzada. Por un lado, se oponía al establecimiento del ruso como idioma oficial. Por otro, se oponía a la política de escuelas segregadas. Con esta perspectiva, publicó Notas críticas sobre el problema nacional, de este texto, solo nos ocuparemos de señalar algunos aspectos. Lenin se opuso a la segregación escolar porque consideraba que conduciría a un esquema similar al de las leyes Jim Crow en Estados Unidos y su divisón entre escuelas para “blancos” separadas de las escuelas para “negros” ( [18]). En otras palabras, una política de división e intensificación del odio en el seno de la clase obrera. Sin embargo, el aspecto más innovador de este escrito supone la definición de que en cada cultura nacional existen dos aspectos: elementos rudimentarios de la cultura democrática, propios del proletariado y las masas, y elementos reaccionarios, propios de la burguesía, como el chovinismo y el militarismo ( [19]). Por lo tanto, se debía impulsar los elementos progresivos y combatir los aspectos regresivos que le imponía la burguesía.
La segunda batalla se demoró un año más, momento en el cuál Lenin escribió el texto más extenso en torno el principio de autodeterminación. La publicación fue elaborada como respuesta contra La cuestión nacional y la autonomía de Rosa y, al mismo tiempo, polemizaba con el social chovinismo de la II Internacional. Lenin buscaba desarticular las ambigüedades en torno al principio de autodeterminación. Desde un principio declara: “la autodeterminación de las naciones significa su separación política de entidades nacionales ajenas, y la formación de un Estado nacional independiente" ( [20]). A pesar de que aclaraba que en determinados casos sería equivocado levantar el principio, es decir una continuación del principio de la condicionalidad, el planteamiento estaba presentado a la inversa que lo había hecho en 1903. Se reivindicaba el derecho a la separación política de las naciones oprimidas y no solo la defensa frente a una agresión exterior.
Lenin retomaba a Kautsky para sostener que los Estados nacionales independientes eran quienes generaban las condiciones más propicias para el desarrollo del capitalismo y sus garantías. En contraposición, los Estados multinacionales, como en el caso ruso, tendían a representar el atraso del desarrollo de fuerzas productivas ( [21])
Lenin opinaba que la lucha de Rosa Luxemburgo, contra lo que ella consideraba social-patriotismo del PSP, la había obnubilado a tal grado de no analizar la cuestión polaca de modo objetivo ¿Cuáles eran los puntos de análisis que habían escapado a la visión de Rosa según Lenin? Centralmente que en su estudio sobre el carácter del capitalismo polaco había olvidado que este capitalismo no era autónomo, sino que estaba subsumido a la dominación rusa. Su argumentación estaba, por lo tanto, encarada a la inversa. Rosa no debía pensar el problema desde el capitalismo polaco sino desde el período histórico que atravesaba Rusia ( [22]). Este hecho la llevaba a tergiversar las relaciones económicas entre Rusia y Polonia, ya que no estaban vinculadas por el capitalismo moderno sino en torno a rasgos del despotismo asiático propios del zarismo. ( [23])
Luego, Lenin aclaraba de que la autodeterminación no era una política para todos los países sino para aquellos en los que existían movimientos democráticos burgueses ya que existe una “…diferencia entre países en los cuales hace tiempo han terminado las transformaciones democrático burguesas y aquellos en que no han terminado.” ( [24]). El caso ruso se enmarcaba en estos últimos y le otorgaba cinco características a su etapa histórica en torno al problema nacional. Primero, la mayoría de la población eran no rusos. Segundo, en general la opresión era más fuerte en Rusia que sus países vecinos que gozaban de derechos democráticos. Tercero, en esos estados vecinos había compatriotas de las nacionalidades oprimidas en Rusia gozando mayores libertades. Cuarto, el desarrollo capitalista ruso era más avanzado en las zonas de fronteras. Quinto, ya había comenzado la fase de movimientos democráticos nacionales al interior del estado ruso.
También, Lenin puntualizaba que la consigna no implicaba de forma determinante la separación de un país. En última instancia, la efectiva separación o no dependía del desarrollo concreto de la revolución. El principio de autodeterminación era parte de un programa para la intervención en los movimientos democráticos burgueses, pero era el programa de la clase obrera para su propio desarrollo y no el de la burguesía ( [25]). Esto implicaba que el proletariado no debía subsumirse a la dirección burguesa del movimiento que en definitiva era la posición de los mencheviques.
De allí se desprendía el argumento central de la disertación leninista: cómo fortalecer la unidad de las filas obreras. El dirigente bolchevique, en lo encarnizado de la discusión, sostenía: “Rosa Luxemburgo, niega el derecho a la separación en el programa de los marxistas de Rusia, y ayuda, en realidad, a los gran rusos centurionegristas.” ( [26]). Lenin retomaba las reflexiones de Marx sobre el caso irlandes: “¿Puede ser libre una nación que oprime a otras naciones? No. Los intereses de la libertad de la población gran rusa exigen que se luche contra tal opresión.” (Ibidem). Por otra parte, el nacionalismo y la demanda de la independencia no surgían de la nada: “El proletariado de las naciones oprimidas buscaba la separación “hagan la vida en común absolutamente insoportable” (1977(1914), pág. 343). De lo que se trata, no es de impulsar el chovinismo de los pueblos oprimidos sino de combatir hasta las últimas consecuencias el chovinismo de las naciones opresoras. Lo que en apariencia era la división de las filas obreras en torno a sus naciones, en el fondo era una política por la más amplia unidad de la clase porque:
“Si el proletariado de una nación cualquiera apoya en lo más mínimo los privilegios de “su” burguesía nacional, eso provocará inevitablemente la desconfianza del proletariado de la otra nación, debilitará la cohesión internacional de clase de los obreros, los dividirá, para regocijo de la burguesía.” ( [27])
En lo que respectaba a las consignas, se debía agitar el derecho de separación en los países opresores y la lucha por la unidad con el proletariado del país opresor en los países oprimidos. Este doble pronunciamiento confluía en una misma política: la solidaridad y la unión entre los explotados de los diversos países. Este era el quid de la cuestión de la sutileza a la que había arribado la reflexión de Lenin.
Hasta aquí, hemos revisado las principales posiciones dentro de la II Internacional sobre cómo resolver la cuestión nacional hasta inicios de la Primera Guerra Mundial. Estas posiciones entrañaban diferencias tanto en el ámbito teórico, sobre el significado de la nación, como en la práctica política y el programa particular que debía aplicarse para resolver las demandas nacionales. Por un lado, teníamos a la socialdemocracia austríaca que minimizaba el conflicto entre naciones y desligaba al problema de las disputas y las necesidades del imperialismo. Por otro, Rosa Luxemburgo que subestimaba el impacto del nacionalismo en las filas obreras y juzgaba que el sostenimiento del internacionalismo era suficiente para mantener la unidad de la clase. Contra estas miradas se posicionaba Lenin defendiendo la importancia de reivindicar el derecho a la autodeterminación de las naciones. Este programa surgía de la necesidad de que los obreros de los países oprimidos no contemplaran a los obreros de los países opresores como sus carceleros. Lo que en principio parecía una medida divisionista, en el fondo contemplaba el derecho a la autodeterminación como la garantía de una relación entre ambas clases obreras que debía sostenerse en el consenso y no en la fuerza. Como veremos en la continuación de esta nota en el próximo número de Ideas desde la Universidad, esta no fue la última posición de Lenin al respecto del debate nacional. La profundización sobre el imperialismo y la práctica política en la revolución, trajeron más aportes a este concepto que Lenin había defendido consecuentemente desde un principio.
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