Quedan pocos días para el plebiscito que definirá el destino de la nueva constitución. Lo que sería el fin del “proceso constitucional sin embargo, se está transformando en otro episodio de una larga crisis política y social, y es probable que continúe abierta.
Viernes 2 de septiembre de 2022
Hay polarización. Por derecha vimos a los huasos en caballo golpeando con sus carretas y dando azotes (el “palomear rotos”) en la Alameda de Santiago; y en el Congreso el diputado de los republicanos de extrema derecha buscando golpes. Por izquierda, la performance de las “indetectables” pasándose por la raja la bandera chilena; o los comunicados de la CAM que seguirán con acciones armadas contra las forestales tras la detención de Llaitul, su líder. La semana que pasó, de crisis en crisis, mostró esta fisura. La crisis económica empuja a mayores choques.
Pero no es absoluta. Hay una tendencia moderadora de la situación. Hay un intento de ir “al centro”, de empujar un nuevo bloque “de centro” que llegue a grandes acuerdos. Una especie de revival noventista, de introducir como lo mejor del mundo la vieja política de los consensos donde Derecha y Concertación. “Bienvenidos los 30 años” parece decir el viejo régimen. Se nos aparecen los Lagos dando clases de ser hombre de Estado y llamando a un gran acuerdo para “reformar” ya sea gane el apruebo o el rechazo. Otros laguistas como el analista Ascanio Cavallo llama a avanzar a un “gobierno de unidad nacional” donde la vieja guardia concertacionista e incluso la derecha puedan gobernar en común la transición y detener la polarización y crisis.
Este revival noventista viene porque nunca se fue. Siempre estuvo ahí. La rebelión terminó, pero no triunfó, sino que fue desviada. Fue llevada a los marcos de la “institucionalidad” de la transición pactada, que vía el Acuerdo por la Paz creó, fijó las reglas y límites de todo el proceso constituyente. Fue el odiado Congreso Nacional y los odiados viejos partidos del régimen (desde la UDI al FA, pasando por la DC y el PS, y el PC ratificó posteriormente) quienes tomaron la iniciativa de esta política.
Todo ese viejo régimen se salvó con este proceso constituyente amañado. El gobierno no cayó y Piñera hasta hoy sigue bajo impunidad, mientras continúan jóvenes presos de la revuelta. El parlamento continuó operando y votando leyes contra el pueblo, y sólo cuando hubo presión soltaron algo como los retiros. La justicia clasista mantuvo sus atribuciones. Hubo recambio electoral, de presidente y Congreso, pero bajo todas las reglas de la Constitución de Pinochet. En pleno proceso constituyente se extremaba el autoritarismo de la vieja constitución con los estados de excepción constitucional y la militarización creciente, que Boric ha continuado hasta ahora. No habrá nuevas elecciones de ganar la nueva Constitución sino hasta el 2026 porque la misma Convención acordó que hasta ese año, serían las actuales autoridades –electas bajo la Constitución de Pinochet- quieren aplicarán la nueva Constitución de ser ésta electa.
Por eso decimos que todo ese viejo régimen se salvó con este proceso constituyente amañado. Y la Convención Constitucional fue el organismo para ello. Y cuando fue electa, cuando se produje ese terremoto político donde la derecha no obtuvo el tercio y la vieja Concertación quedó muy debilitada, e irrumpió el FA, PC y los independientes, todo ese sector buscó moderar, llegar a acuerdos con la centro-izquierda y la derecha; y respetar todo el acuerdo por la paz. Incluso la izquierda, de Movimientos Sociales, ex Lista del Pueblo y Coordinadora Plurinacional, mientras hablaban cuestionando el acuerdo por la paz, llegando a la Convención se subordinaron al Acuerdo, y mientras la crisis económica golpeaba a las grandes mayorías, declaraban no intervenir en política porque debían solo “escribir una constitución” mientras las condiciones de vida de las masas se fueron empobreciendo.
Por eso ahora la derecha, que estaba en una crisis total, ha levantado cabeza con su “rechazo” pinochetista, aunque muchos quieran “reformar”. Por eso también aparecen las Bachelet y Tohá, viejas defensoras de la transición pactada, a ser supuestas “salvadoras” del apruebo.
Y para esa operación deben encubrir que no se trató de una cocina. Y tienen que decir, que el problema fue una Convención muy “izquierdista”, “irresponsable”, “partisana” como dice Lagos, aunque esto sea desmentido por la propia realidad. Esta operación busca justificar la vuelta de los 30 años y golpear a cualquier intento de hacer algo más hacia la izquierda a lo permitido por el viejo régimen.
En la centroizquierda y la izquierda reformista hay una campaña para desacreditar a lo que ellos llaman “la ultra”, como si se tratara de niños que juegan a la revolución cuyos padres responsables frente al Estado son quienes deben tomar las decisiones. A este coro también adhiere ahora el FA y el PC. ¿La lección? Hay que ser “moderados “y arrepentirse de cualquier deseo de algo más radical. Hay que decir nuevamente que los “30 años” fueron buenos, que hay que construir sobre lo que ellos hicieron como dice Boric. Hay que defender a Bachelet y Tohá. Hay que reflotar las virtudes de la transición y sus pactos.
Se trata del intento de fortalecer un reformismo de derecha de los pactos, los acuerdos, la conciliación, para avanzar a cambios más cosméticos pero que en la realidad respete todo el viejo sistema cuestionando en la rebelión.
Por eso se denuncia a lo que ellos llaman “octubrismo”, con lo que identifican cualquier cosa que señale un camino más radical que no respete el marco de la vieja institucionalidad heredada del pinochetismo.
Y por eso el gobierno de Boric y Apruebo Dignidad (FA-PC) avanza a más acuerdos con la vieja Concertación y sectores de la derecha; e incluso piensan un nuevo gabinete donde fortalecerán a los concertacionistas. Esto es inseparable de dar golpes a lo que está a su izquierda, como fue la detención de Héctor Llaitul y luego de su hijo, en un caso que se trata de una persecución política y prisión claramente por ideas.
Incluso, algunos reaccionarios de izquierda como los ex Quilapayún, evocando lo peor del estalinismo llaman a deshacerse de las “lacras” de la “ultra”, mientras se aprestan a hacer un frente unido con sectores burgueses para una nueva transición, con la forja de usar ahora ellos mismos las fuerzas estatales de represión contra luchadores.
En este escenario hay que prepararse para mayores ataques y por la defensa irrestricta de las y los luchadores frente al estado. Contra la criminalización y persecución políticas, por la libertad de los Llaitul y todos los presos políticos mapuche y de la revuelta. Esta lucha debe ser combinada con un programa que retome las demandas de octubre, como el fin a las AFP, salud y educación gratis, salarios y pensiones dignas, vivienda para el pueblo, y un programa de lucha y unidad desde la base para que la crisis no la paguemos los trabajadores.
Esta pelea debe ir acompaña de sacar lecciones de la revuelta y los casi tres años transcurridos. Faltó transformar la revuelta en revolución e impedir que triunfara el acuerdo por la paz. Para ello era imprescindible que saliera la clase trabajadora y sus organizaciones, siguiendo el camino de la huelga del 12 de noviembre, y se desarrollada la autoorganización y la ampliación de la autodefensa organizada. No había un muro para ello. Pero sí había muchos partidos y fuerzas políticas de la burguesía y el reformismo que buscaban impedir ese desarrollo y salvar al viejo régimen y al capitalismo chileno.
Es el límite de las revueltas que terminan en luchas de presión hacia el régimen y no se proponen terminar con él y superarlo.
Sin un partido revolucionario, sin una fuerza dirigente con un programa claro, en la perspectiva de terminar con el capitalismo y conquistar un gobierno de trabajadores, serán los partidos burgueses o reformistas quienes busquen o poner fin a la lucha por la fuerza, o llevarnos a nuevos desvíos que terminan fortaleciendo a los viejos partidos capitalistas, cambiando algo sin que nada cambie.
Pero no estamos en los 90 donde veníamos de derrotas históricas. En un mundo con un capitalismo en crisis y con guerras, en un Chile donde la etapa abierta en octubre de 2019 sigue abierta y no hay aún resolución integral de la crisis, debemos prepararnos para intervenir en nuevas inestabilidades, desde una posición de independencia de las y los trabajadores.