Reseñamos la nueva novela gráfica de María Giuffra, que nos lleva a rememorar ese pedazo de historia argentina que aún cuesta digerir.
Martes 28 de septiembre de 2021 14:30
Sobre la última dictadura se ha dicho y hecho distintas cosas. A nivel artístico hay películas, libros, obras de teatro, pinturas, historietas, etc. Pero siempre hay nuevas historias para contar y para volver a poner el foco no sólo en este hecho histórico, sino en una de las etapas más negras de la historia argentina, una etapa que aún presenta debates impensados.
Es por eso, que la historieta de María Giuffra se torna necesaria e importante, y más en esta época donde hay un avance de la derecha macrista y de la "ultra" derecha (los así llamados libertarios) que expresa un mensaje negacionista ante lo que fue el genocidio.
Contando la historia de diez infancias que fueron destruidas y cercenadas, nos presenta esas vivencias, trágicas y dolorosas, contraponiéndose directamente con ese tonto discurso "de los dos demonios" que se vuelve a repetir en los medios y redes sociales.
Con un estilo sútil, naif, sin ser tan rimbombante pero si muy representativo, y con los dibujos en blanco y negro que ayudan a darle clima a la obra; María, quién pertenece a la agrupación H.I.J.O.S. (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), nos cuenta su historia y la de nueve hijos e hijas de desaparecidos y desaparecidas. Historias testimoniales que como ella dice en la introducción, fueron transcriptas en el orden en el que fueron contadas, sin ningún retoque, en ese desorden que son los recuerdos de una época dónde se prohibía recordar.
Las historias, además de la crudeza con la que son contadas y retratadas, una crudeza necesaria porque pertenece al reconstruir de "nuestra historia", recorren distintos lugares, Córdoba, Avellaneda, La Plata, Entre Ríos, Santa Fé, Tucumán, mostrando también esas historias "provincianas" no tan conocidas de la última dictadura argentina.
La primera historia es de la autora, María, hija de Montoneros, cuenta la historia de su padre, aún desaparecido, y el exilio que vivió con su madre en Brasil, un exilio con olor a alfajores, discriminación y persecución. Una infancia violentada que sirve de hilo conductor para todo el resto de la obra. Luego, viene la historia de Karina Zárate Manfil, sobreviviente de la masacre de Villa Corina, dónde asesinaron a su hermano Carlitos de 9 años y a tres adultos más (su padre y su madre entre ellos).
La tercera es la de Alejandra Santucho, quién cuenta la historia de su hermana Mónica, desaparecida y asesinada por los militares cuando tenía catorce años, y quién vivió una infancia de estigmatización sólo por su apellido, a pesar de no tener ningún vínculo real con el militante Mario Roberto Santucho del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Después viene la historia de Alba Camargo, que con sólo trece años, fue secuestrada y torturada psicológicamente en la cárcel del Buen Pastor, una cárcel regenteada por monjas, y sus posteriores "contradicciones": entre la religión católica y su militancia.
Continúa con la historia de Daniela Gómez, quien también fue torturada psicológicamente luego del secuestro y desaparición de su padre, un importante líder sindical. La sexta historia es de Gastón Mena, quién vivió en la calle luego de huir de la casa de su tía que lo maltrataba mucho, y quién además, aún continúa buscando a su hermano o hermana. Una historia donde se retrata el sufrimiento de quienes perdieron a sus padres por el terrorismo de Estado.
Sigue la historia de Hugo Saidón o Hugo Ginzberg, doblemente sobreviviente: primero, a la muerte, por parte de la Triple A, de su madre y a la desaparición de su padre, y segundo a la desaparición (que presenció) de su tía-madre adoptiva y su esposo-padre adoptivo. Una historia más de exilio y memoria. Una historia de lucha para recuperar la identidad robada. La octava historia es de Valeria Silva quien fue testigo del asesinato de su madre en el patio de su casa por parte de las fuerzas represivas del Estado, y deja como reflexión la "impresentable" firma del Acta de Compromiso Democrático por Ricardo Alfonsín. A continuación está la historia de Gabriela Gillie, testigo del secuestro y desaparición de su padre cuando tenía cuatro años. Una historia de silencio en plena dictadura, y que trata de recuperar su voz y la voz de los desaparecidos y las desaparecidas.
La última historia es de Rolando González Medina, quien a los nueve años también presenció el secuestro y desaparición de su padre, y cuenta toda esa infancia de estigma con el "por algo será".
Historias subversivas de niñas "comunistas" y niños "guerrilleros". Historias de infancias truncadas, infancias no vividas, infancias arruinadas, infancias que comienzan a expresar su voz. Historias necesarias para desenmascarar a quienes quieren mostrar una guerra donde en realidad hubo secuestro, tortura y desaparición sistemática de personas por parte de un gobierno militar dictatorial. Historias donde también se rescatan a dos agrupaciones que ayudaron mucho a reconstruir esa parte de la historia: Las Abuelas de Plaza de Mayo y el Equipo Argentino de Antropología Forense. Dos agrupaciones que jugaron un rol clave para darle identidad a esas desapariciones, a esos restos que trataron de borrar de la existencia histórica. Historias que más que nunca deberíamos recordar. Historias que nunca deben ser borradas, y que nos sirven para decir "Nunca más".
Historias que le dan rostros a los 30.000 compañeros detenidos desaparecidos. Historias del presente. Historias del ahora y siempre.