Simple y a la vez profunda la escena: los obreros, tomados del brazo, avanzando hacia la entrada de la fábrica, empujan a la patronal hacia afuera, junto a los buitres pagados para quebrarla y al delegado “conciliador” que gritaba que había que calmarse y pensar lo que estaban haciendo. Cerraron la reja los trabajadores, tomaron la fábrica.
Viernes 26 de febrero de 2016
“…Cuando Pedro salió a su ventana
No sabía, mi amor, no sabía
Que la luz de esa clara mañana
Era luz de su último día.
Y las causas lo fueron cercando
Cotidianas, invisibles.
Y el azar se le iba enredando
Poderoso, invencible…”
Silvio Rodriguez,
Causas y Azares
“Tomemos el cielo por asalto, muchachos… Al lado de nuestro puesto de trabajo, con los trabajadores no se jode”, fueron las palabras de La Leona en el capítulo 23, emitido por Telefé el miércoles 24 de febrero, día de lucha, de paro de los trabajadores estatales que demostraron de manera contundente en todo el país que están dispuestos a defender sus puestos de trabajo, a riesgo de ser reprimidos por el famoso protocolo antipiquetes anunciado por la Ministra de Seguridad, Patricia Bulrich.
La toma de la textil Liberman se produce en el marco de la muerte de un trabajador, Pedro Leone, el papá de María, muere por un ataque cardíaco tras haber sido despedido un rato antes de la fábrica, después de pasar toda su vida ahí adentro. Cuando le comunican la noticia, el personaje mira hacia la ventana, con lágrimas en los ojos y dice: “hermoso día”.
Muchos sentimientos encontrados se mueven dentro de quien ve esta escena, con una historia reciente bastante similar. Un día te encontrás afuera, el mundo cambia alrededor para uno, mientras para los demás, todo sigue su curso y hasta puede que amanezca un hermoso día.
La cultura del trabajo, mal inculcada, la cultura peronista, del obrero que le debía su vida a la fábrica, el gran dilema entre el amor hacia el trabajo, hacia un oficio y el hecho de dejar la salud en pos de la dedicación total a producir para llenar las arcas de los patrones, que toda la vida se la llevaron en pala y el trabajador sólo accede a una mínima remuneración en comparación con el enriquecimiento del dueño.
Nos enseñan a que sin el amor al trabajo no somos nada, que nos debemos a él, que no importa si no tenemos tiempo para disfrutar junto a nuestras familias, para disfrutar de las cosas que nos gustan, de un cielo turquesa por la mañana, de la sonrisa de tus hijos cuando salen de la escuela.
Tomaron la fábrica, María junto con sus compañeros. Extendieron una tela negra sobre la enorme máquina donde trabajaba su papá. Todo alrededor seguía igual. Era un hermoso día, como dijo Pedro Leone, pero él había sido despedido, muerto. Su máquina estaba encendida por la mañana y por la tarde, silencio, un trapo negro sobre toda su vida, su dedicación. Esa es la bandera de la téxtil Liberman ahora, no la mariposa multicolor de su logo. La muerte de un trabajador es el estandarte más resistente para la lucha, te vuelve inclaudicable.
“Te quiero mucho, mucho, mucho”, dijo mi viejito una noche de febrero, calurosa, parecida a estas noches, pero hace 13 años. A la mañana siguiente se me fue. Un trabajador incansable. Pasé un mes yendo de la fábrica a la clínica a verlo, sin faltar ni un día, iba a trabajar y en mi cabeza estaba esa habitación donde mi papá estaba pasando sus últimos días, irreversiblemente, mientras yo envolvía bombones y llegaba corriendo al horario de la merienda para darle el té."
La escena en la que Pedro muere en brazos de su mujer y de su hija María, se vio tamizada con otras imágenes: la esposa de Miller, Diana Liberman, ya conocido el personaje por sus extravagancias y su pasión por los gusanos de seda, está en su jardín, filosofando con su hijo Gabriel sobre la vida y la muerte, para después soltar unas mariposas blancas y negras, la vida que fluye, la muerte que acecha.
La muerte de un trabajador despedido, que es a la vez renacimiento, el compromiso que tenemos los trabajadores combativos, conscientes de que el capitalismo no va más, que hay que cambiar este sistema de raíz para que la vida sea otra cosa y también la muerte.
El hijo menor de Miller, Brian, mientras tanto, se pasea por la casa tocando en un tambor unos acordes de música celta, acompañando a su padre que en algún lugar de la casa, toca la gaita, vestido con el traje típico de escocés. Escena excéntrica si las hay, pero el chico se ve como un anunciador, dentro de su locura, lleva los acordes del desastre, de la quiebra de la empresa, de la muerte de Leone, de la toma de la fábrica, resonando en su redoblante, marcando el ritmo inexorable de lo inadmisible.
María opta por despedir a su papá de esa manera, dentro de la fábrica, vestida con la camisa de trabajo usada por él, defraudada por la patronal a la que siempre le debió su respeto, defraudada por el abogado buitre que despidió a su papá.
Cuando empujaron a la patronal y su gente del otro lado de la reja, tras insultarlo, María le asesta a Uribe un rasguñón en el cuello, le deja marcadas sus garras. La Leona toma el cielo por asalto, ese cielo que su papá vio por la ventana en el momento en que recibe la noticia de su despido. Le marca las garras, con el mensaje de que la van a pelear.
De esto estamos hechos, del eterno dilema en el que crecimos: la cultura del trabajo y la libertad, el deseo de no ser explotados, de no dejar la vida en las fábricas, de tener la certeza de que hay algo más y luchar por esos ideales.
“Somos lo que hacemos” dijo María Leone. Somos mariposas, de colores, somos la sonrisa de los que amamos, somos el amanecer, el rocío en las veredas cuando vamos hacia el trabajo. No tenemos vueltas, nuestra esencia es luchar y resistir.