Los pueblos indígenas ante la llegada del Covid-19 y el despojo capitalista de sus territorios, saberes y su cultura necesitan superar la mera resistencia y empezar a discutir una estrategia para terminar con el capitalismo y conquistar en forma definitiva su libre autodeterminación.
Sábado 2 de mayo de 2020
Foto: El Palpitar
La emergencia sanitaria a raíz del COVID-19, está marcando un hito en la historia mundial. El virus que ya registra más de 3 millones de infectados a nivel mundial y un número de víctimas mortales de 241.000 hasta el día de hoy, ha puesto en jaque los sistemas de salud de todos los países, incluidos los grandes países imperialistas como EEUU. La herencia del neoliberalismo y años de recortes económicos para el sector de la salud en pro de intereses empresarios y bélicos, han quedado desnudados a los ojos del mundo al ver cómo colapsaban los hospitales en Nueva York, en Italia y España, junto con las terribles imágenes de Guayaquil, donde el número de fallecidos excedió también los servicios fúnebres.
Pero mientras en algunos lugares, la curva de contagio ya parece comenzar a aplanarse, la situación en Latinoamérica aún puede agravarse en las próximas semanas, ya que, pese a la estricta cuarentena impuesta en casi todos los países, la falta de pruebas para determinar los casos de COVID-19, impiden conocer la magnitud de personas infectadas. El polémico instructivo del ministro de salud en Bolivia que restringe las pruebas solamente a quienes presenten una “sintomatología activa”, es decir, solo a quienes ya estén en una fase avanzada de contagio, es una de las muestras, no solo de la irresponsabilidad a la hora de encarar la lucha contra la pandemia, sino de una tendencia económica concreta que maneja este gobierno buscando salvar a la banca y a la salud privada, mientras se sigue ocultando información sobre la situación sanitaria real de nuestro país.
Pero el mezquino actuar de las autoridades, no solo se refleja en el sistema sanitario urbano, sino sobre todo rural y en cómo se está encarando la situación de los pueblos indígenas, en el marco de esta emergencia.
Situación de los pueblos indígenas en la pandemia y post pandemia
En un artículo anterior ya hemos denunciado la grave situación en la que se encuentran los pueblos indígenas en nuestro país, cuya situación de vulnerabilidad y exclusión se recrudece ante esta pandemia.
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Pero esta situación se extiende a todos los pueblos indígenas de América, que a lo largo de la historia han estado expuestos a epidemias que los han diezmado e incluso eliminado en muchos casos. Demás está decir que si el COVID-19 se extiende al interior de una tribu o comunidad indígena la situación sería desastrosa.
Esta situación desnuda la realidad que viven día a día los pueblos indígenas que, pese a estar amparados por leyes nacionales e internacionales, se ven abandonados por los gobiernos que no cumplen ni cuentan con los protocolos adecuados para atender la emergencia en el área rural y al interior de sus comunidades.
La lucha de los pueblos indígenas, además, no se da en un solo frente, pues no es solo el coronavirus lo que los amenaza. Otras enfermedades como el dengue o la malaria son recurrentes, sin dejar de estar expuestos a las cepas de enfermedades respiratorias que todos los años se repiten. A eso debemos aumentarle el continuo avasallamiento de sus territorios, las quemas legales e ilegales, y la expansión de la frontera agrícola que, además, conlleva el uso de transgénicos envenenando a sus animales y su alimento. Todo esto con la venia de los gobiernos de turno, cómplices de los grandes empresarios y ganaderos, como queda demostrado en nuestro país con el anterior y el actual gobierno.
Ante esta grave situación, los pueblos indígenas exigen que, en lo inmediato, se ponga en práctica un protocolo de prevención que contemple al menos puntos fundamentales que recomienda la CIDH, como ser:
- Proporcionar información sobre la pandemia en su idioma tradicional, estableciendo, cuando sea posible, facilitadores interculturales que les permitan comprender de manera clara las medidas adoptadas por el Estado y los efectos de la pandemia.
- Respetar de forma irrestricta el no contacto con los pueblos y segmentos de pueblos indígenas en aislamiento voluntario, dados los gravísimos impactos que el contagio del virus podría representar para su subsistencia y sobrevivencia.
- Extremar las medidas de protección de los derechos humanos de los pueblos indígenas en el marco de la pandemia del COVID – 19, tomando en consideración que estos colectivos tienen derecho a recibir una atención de salud con pertinencia cultural, que tome en cuenta los cuidados preventivos, las prácticas curativas y las medicinas tradicionales.
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Al momento, en Bolivia, los mensajes emitidos por el ministerio de Comunicación no fueron traducidos a todos los idiomas correspondientes a las 36 etnias que integran nuestro país, violando flagrantemente el derecho a la información eficaz y verificada a todas y todos; mientras que el deficiente sistema de salud se vuelve casi nulo en el área rural.
Pero otro punto fundamental es la situación de pobreza y hambre a la que se ven sometidos los pueblos indígenas a raíz de la cuarentena. Los bonos decretados por el Gobierno de Áñez en Bolivia no contemplan en su distribución, las dificultades que se tiene en el área rural para cobrarlos, y que ir a cobrar los mismos a entidades financieras supone el riesgo de que personas salgan de su tribu o comunidad exponiéndose al contagio propio y de todos los demás. Ante esta situación, los pueblos indígenas también están demandando ayuda humanitaria.
El año pasado y este, los pueblos indígenas del chaco, por ejemplo, han estado sometidos a una dura sequía que ha afectado gravemente sus recursos, sin contar con el tremendo incendio que consumió gran parte de la Chiquitanía y el Chaco de nuestro país que también tuvo y seguirá teniendo repercusiones ambientales.
También han denunciado que en estos días de cuarentena se ha continuado con el saqueo de madera, la caza y la pesca ilegales, además de los chaqueos que, pese a la pandemia, se siguen realizando y que además van en aumento con relación a los años anteriores.
Todos estos factores agudizan profundamente la crisis humanitaria de los pueblos indígenas, cuyas más extremas consecuencias estamos viendo en Argentina con la muerte de niñas y niños wichi de hambre, desnutrición y enfermedades, abandonados por completo por sus autoridades locales o nacionales. En el contexto de esta crisis esto solo puede agudizarse y las consecuencias económicas que dejará a nivel mundial repercutirán con fuerza en estos sectores.
Es por ello que, más allá de lo que suceda en esta pandemia, debemos considerar cómo afectará la crisis económica que ya se empieza a sentir en las poblaciones más desfavorecidas, donde el hambre y las necesidades básicas se agudizan cada vez más. Luego de que esta cuarentena pase, todo parece indicar que la recesión económica irá en aumento; tenemos el indicador de EEUU que registra su tasa más alta de desempleo en los últimos 50 años, con 30 millones de personas despedidas de sus trabajos estas últimas semanas. Esto propiciará que la voracidad capitalista busque superar esta crisis de la única manera que sabe hacerlo, arremetiendo doblemente contra las mayorías trabajadoras explotadas, los territorios y la naturaleza, lo que pone a los pueblos indígenas en una situación crítica, ya que el avasallamiento de sus espacios de vida será aún peor.
El capitalismo vino al mundo chorreando sangre y lodo… y continúa
La historia del capitalismo, desde sus inicios hasta el día de hoy, está marcada por la violencia y el despojo, que son mecanismos intrínsecos a la acumulación del capital, en palabras de Marx, el capitalismo vino al mundo “chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies”, y no solo en sus inicios, sino hasta el día de hoy.
El capitalismo es un sistema que, si bien tuvo su origen en Europa occidental, logra su expansión a todo el globo a través de esos mismos mecanismos utilizados en el periodo de la acumulación originaria que se acomodan para ser implementados sobre nuevos territorios y coyunturas históricas.
A medida que le aquejan más crisis y contradicciones, el sistema capitalista no dimite de su afán expansionista, más al contrario, redobla sus esfuerzos en busca de nueva fuerza de trabajo. Es por ello que, a pesar de los derechos formales conseguidos por los indígenas en América, aún siguen estando en peligro de extinción total mientras este sistema siga vigente.
Esta pandemia, que nos pone a todos en una situación de crisis, social, económica y ambiental, debe ser un despertador para quienes padeceremos con mayor gravedad las recesiones económicas: trabajadores e indígenas, sabiendo que la única manera de resistir es organizarnos contra el enemigo común: el capitalismo representado por las grandes empresas, transnacionales y con la venia de los gobiernos de turno. Todos ellos están más que preparados para encarar una nueva arremetida contra los derechos humanos y los derechos de la naturaleza para salvaguardar sus intereses, la pregunta es ¿estamos nosotros listos para contratacar?
¿Otra economía es posible?
Es posible pensar otras economías que, por ejemplo, prioricen el valor de uso por sobre el valor de cambio es decir, las necesidades sociales antes que la ganancia. Por ejemplo, aún se siguen manteniendo economías precoloniales como el trueque en algunas comunidades agrícolas y son puestas en práctica ahora como una estrategia contra el desabastecimiento que provoca la cuarentena, tal es el caso de Torotoro en Potosí. Pero en las comunidades indígenas siempre se ha practicado la economía que hoy en el mundo de la academia llaman solidaria, como algo que perdura hasta el día de hoy y se basa en la autogestión, la asociatividad y la cooperatividad. Ahora estas formas económicas ancestrales, están siendo revitalizadas en algunos sectores sociales de las ciudades, como una forma de resistencia ante la economía capitalista que prioriza el flujo de mercancías por sobre la vida de las personas.
Cada vez más personas están dispuestas a intentar la “economía solidaria”, ya sea porque un mayor número de personas se encuentra con condiciones de vida precarias y con más necesidades; porque la lógica del libre mercado resulta ser despiadada y convierte a las personas en activos mal utilizados o porque cada vez nos damos más cuenta de la degradación ambiental generada por un modelo económico extractivista.
Entonces, evidentemente existen formas económicas cuyo origen no es capitalista, sin embargo, mientras esto sea un esfuerzo aislado no bastará para acabar con la explotación y despojo al que estamos sometidos. El caso de los pueblos indígenas es un claro ejemplo de eso. Quien defienda el hecho de que se puede vivir “por fuera del sistema”, peca de ingenuidad o completo desconocimiento del funcionamiento del capitalismo.
La naturaleza del capitalismo, como decíamos, es la expansión, y para ello debe socavar, expropiar y someter cualquier forma social pre-capitalista o no capitalista, de forma violenta en la mayoría de los casos, para su posterior mercantilización. Así lo expuso claramente Rosa Luxemburgo en “La Acumulación del capital”: [1]
"De aquí que el capitalismo considere, como una cuestión vital, la apropiación violenta de los medios de producción más importantes de los países coloniales. Pero como las organizaciones sociales primitivas de los indígenas son el muro más fuerte de la sociedad y la base de su existencia material, el método inicial del capital es la destrucción y aniquilamiento sistemáticos de las organizaciones sociales no capitalistas con que tropieza en su expansión. Aquí no se trata ya de la acumulación primitiva, sino de una continuación del proceso hasta hoy. Toda nueva expansión colonial va acompañada, naturalmente, de esta guerra tenaz del capital contra las formas sociales y económicas de los naturales, así como de la apropiación violenta de sus medios de producción y de sus trabajadores. [...] El capital no tiene, para la cuestión, más solución que la violencia, que constituye un método constante de acumulación de capital en el proceso histórico, no sólo en su génesis, sino en todo tiempo, hasta el día de hoy. [...] Este método es, desde el punto de vista del capital, el más adecuado, por ser, al mismo tiempo, el más rápido y provechoso. Su otro aspecto es el militarismo creciente…”
Y si bien, el capitalismo se encontrará con una barrera final una vez que haya subsumido el mundo y ya no tenga capacidad de expansión, hundiéndose en sus contradicciones internas, lo cierto es que no podemos dejar que se lleve con él las organizaciones sociales y las economías ajenas al statu quo de la dinámica de la sociedad burguesa. Ante esta amenaza, hoy más que nunca la clase proletaria debe organizarse y adelantar la caída del sistema mediante la lucha por el socialismo, dicho de otra manera: “socialismo o barbarie”.
Nuestra única opción: tumbar el capitalismo
La izquierda marxista y diversos movimientos anti capitalistas o insurgentes en contra de la acumulación por desposesión, a menudo transitamos caminos distintos, los segundos se acomodaron más en la categoría de “comunidades en resistencia”, mientras que los primeros priorizamos más las posiciones estratégicas que ocupan los trabajadores asalariados al tener en sus manos la posibilidad de paralizar todas las formas de producción y distribución de mercancías. Como se evidencia con la crisis sanitaria, el papel de los trabajadores es fundamental para la economía y para la continuidad de los mecanismos de reproducción social, lo que nos permite comprender que la lucha contra el capitalismo solo puede triunfar en un sentido internacionalista, es decir, avanzando en la articulación de las luchas más allá de lo local y superando la mera resistencia, para que los explotados y oprimidos puedan pasar a la ofensiva contra la burguesía y el sistema capitalista. De cara a lo que se nos avecina, hoy es más que nunca necesario impulsar la mayor unidad de acción en la lucha.
Cualquier lucha anti capitalista debe reconocer que la lucha contra el despojo es también una parte integral de la lucha de clases por el simple hecho de que el despojo, generalmente violento, es, para el capitalismo, una manifestación de sus tendencias inherentes a la expansión y parte de la dominación y explotación a partir de la separación histórica entre productores y condiciones de existencia.
Es en los sectores periféricos de la sociedad capitalista, como los pueblos indígenas, donde el despojo adquiere su perfil más descarnado. El avance de la expropiación de esos territorios ha sido por siglos la condición de posibilidad para garantizar la reproducción capitalista ampliada como en la acumulación originaria del Capital, y cuyos mecanismos se revitalizan en momentos de crisis.
A medida que el capital sobrevive con estos mecanismos violentos, la lucha de clases también debe adoptar una estrategia más combativa que se asiente necesariamente en la recuperación de los lazos de solidaridad para la defensa y reconstrucción de lo comunitario, pero articulando y buscando unir esta resistencia con los trabajadores urbanos que ocupan las posiciones estratégicas de la producción capitalista.
[1] Luxemburgo, Rosa: La acumulación del capital. Ediciones internacionals Sedov. P.180.