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Newsletter. Paris Hilton en un piquete

Las huelgas, la BBC y la sombra de Shakespeare sobre el gobierno británico. Las películas que Hollywood prefiere no ver. Una poeta que navegó revoluciones, feminismo y socialismo y un infierno propio. Nueva entrega de No somos una hermandad.

Celeste Murillo

Celeste Murillo @rompe_teclas

Martes 21 de marzo de 2023 09:19

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El 2023 empezó movido para los jefes de la cadena de radiodifusión británica BBC. En enero, una investigación reveló que su presidente había facilitado un préstamo al ex primer ministro Boris Johnson. Hace unos días, tuvo que reincorporar al exjugador Gary Lineker en el programa deportivo más visto después de sancionarlo por criticar la política xenófoba del gobierno. En la misma semana, varios programas vieron interrumpida su transmisión por una huelga de 24 horas del sindicato de periodistas contra la eliminación de puestos de trabajo en las radios y canales de televisión regionales, como parte de un plan de la BBC de concentrar sus recursos en medios digitales.

“‘Queremos ser como la BBC’ (pero no queremos)” así se titula el prólogo de Pantalla partida. 70 años de política y televisión en Canal 7 (Planeta) de Natalí Schejtman. En el libro, cuenta que cuando las autoridades locales “idealizan a medios públicos europeos no explican con precisión qué los convierte en instituciones a imitar. Tampoco señalan las crisis que todas esas grandes casas, hijas de los estados de bienestar, atraviesan en sus respectivos países, sumado a las críticas por sesgos y por presupuestos que tienen temporadas altas y desafiantes”. La BBC, con un gran prestigio (aunque su credibilidad cayó en los últimos años), hoy atraviesa una de esas crisis.

“El asalto de la BBC al presupuesto de radios locales para financiar su estrategia Digital First es un error y corre el riesgo de socavar una parte vital de nuestro servicio público de radiodifusión”. Esto lo dijo Michelle Stanistreet, secretaria general de NUJ (sindicato de periodistas). Por eso, el 16 de marzo varios canales y radios estuvieron bloqueados por piquetes. Por uno de ellos, pasó la celebrity/modelo/actriz Paris Hilton y se acercó a conversar con las trabajadoras y los trabajadores que protestaban. El hecho habla menos de ella que del clima que vive el Reino Unido y el rechazo al plan de recortes.

El planteo del NUJ sobre el rol de la cadena como servicio público no es el primero. En 1973, la Asociación de trabajadores de Cine, TV y Técnicos de Gran Bretaña (ACTT en inglés) publicó el informe “Nacionalizar la industria del cine y TV”. Su objetivo era que la industria audiovisual sirviera “a la sociedad adecuadamente en sus necesidades culturales y de entretenimiento”. Viendo la situación actual de la BBC y el sector en general, su plan era (y sigue siendo) de lo más sensato : “una industria en la que los propios trabajadores sean responsables de la gestión de la industria... sin los cuales no podría existir”. El control de los trabajadores, decían, “no es un adorno bonito, sino una parte esencial de nuestra demanda… sin ella, ni la relación del trabajador con su vida, ni la relación de la industria con la comunidad puede cambiar”. Por supuesto, es una historia más larga.

La pequeña huelga de 2023 es parte de una ola que inunda el Reino Unido. La inflación y los bajos salarios movilizan a muchísimos sectores, con acciones históricas como la huelga de enfermeras que acaba de ganarle la pulseada al gobierno. Ningún primer ministro quiere que su invierno de descontento se vuelva verano, mucho menos terminar asociado a una tragedia de William Shakespeare.

Mejor no hablar de ciertas cosas

La última entrega de los premios Oscar volvió a su programación habitual de saltearse a las personas que no sean varones blancos en las categorías principales. No fue un año especial para las mujeres en Mejor Dirección (cero), Hollywood solo nominó a siete en toda su historia.

Entre las nominadas a mejor película, hubo dos conectadas de alguna forma con el impacto de la movilización feminista en el mundo, en general, y la ola de denuncias Me Too en Estados Unidos, en particular: Ellas hablan (Sarah Polley) y Tár (Todd Field, él sí nominado a mejor dirección). Hubo otra (del mismo año 2022) directamente ignorada: Ella dijo (Maria Schrader), basada en la investigación de los abusos del productor de cine Harvey Weinstein. Ellas hablan está basada en la novela de la canadiense Miriam Toews sobre los abusos en una comunidad menonita de Bolivia. Tár habla del ascenso y el ocaso de la directora de orquesta Lydia Tár, atravesados por las relaciones de poder, denuncias y discusiones sobre la cancelación.

La primera transcurre en una comunidad religiosa ultraconservadora y minoritaria, y la segunda coloca en el centro de los cuestionamientos a una persona que se parece poco a la mayoría de los que abusan de su poder en relaciones desiguales, Lydia Tár es mujer y lesbiana. Ambas películas invitan a debates interesantes y cuentan cosas sobre nuestras sociedades, pero lo hacen desde un lugar que evade con comodidad los aspectos sistémicos del abuso sexual y laboral o la violencia patriarcal.

Ella dijo no es revolucionaria ni mucho menos. Es una película de periodistas, una especie de Todos los hombres del presidente en el siglo XXI con dos periodistas mujeres que investigan las denuncias contra el productor Harvey Weinstein y los obstáculos que enfrentan para publicar su trabajo. Como hizo otras veces, Hollywood eligió ignorar la película que lo mira demasiado de frente.

Algo similar pasó con La asistente (Kitty Green, 2019), que acompañaba a una asistente de la industria cinematográfica en su día a día. En esa historia asfixiante, el jefe que no vemos y aquello que no se dice en voz alta encarnan las violencias invisibilizadas que viven (y enfrentan) demasiadas mujeres y personas LGBT en su lugar de trabajo. No tiene respuestas ni soluciones pero apunta hacia dónde mirar: el problema está en el ecosistema en el que se reproducen las relaciones asimétricas, los abusos y el acoso. Todo indica que muchas personas poderosas en Hollywood siguen prefiriendo no hablar de ciertas cosas.

La más maravillosa música

Margaret Randall es intelectual, escritora, activista pero sobre todas las cosas, poeta. Lo dice ella: “Yo escucho siempre. No sé… [escuchar a las personas] es como una música para mí … Yo soy poeta”. Tinta Limón publicó Nunca me fui de casa. Poeta, feminista, revolucionaria, que recorre momentos de su vida. Aunque nació en Nueva York, Margaret vivió desde muy chica en Albuquerque (Nuevo México, también Estados Unidos, que no te despiste el nombre). En una fiesta escuchó a un pintor recitar el poema “Aullido”, de Allen Ginsberg y todo cambió. “Le escribí a Ginsberg a la editorial que había publicado el libro, City Lights. Le dije: Te encuentro en tal esquina, en tal fecha, en tal hora, en San Francisco… Y fui desde Albuquerque, 18 horas por carretera, conduciendo a San Francisco. Por supuesto, él no apareció”. Varios años después lo conoció cuando ella misma se sumó a las filas de la generación Beat, un poco a la sombra como sus compañeras Diane Di Prima o Joyce Johnson. Pero ese fue solo un momento, vivió en México, Nicaragua y Cuba. En México participó del fuego de 1968, fundó y editó, con Sergio Mondragón, la revista literaria bilingüe El corno emplumado, publicó por primera vez en castellano a Allen Ginsberg y en inglés al poeta nicaragüense Ernesto Cardenal. En Cuba, comenzó el registro de las voces de las mujeres en procesos históricos como Vietnam, la propia Cuba y más tarde Nicaragua.

Mujeres, revolución y socialismo (Ediciones IPS, compilado por Josefina Martínez y Diana Assunção) reúne textos de militantes, pensadores y pensadoras marxistas sobre cómo se entrelazan la opresión y la explotación y, en consecuencia, la lucha por la emancipación y por el socialismo. Las indagaciones sobre la opresión de género en el capitalismo y cómo acabar con ella ocuparon un lugar más importante en las reflexiones marxistas de lo que la academia y otras corrientes ideológicas se permiten reconocer. Basta recorrer las páginas del Manifiesto comunista de Marx y Engels, los aportes de Clara Zetkin, Rosa Luxemburg, Eleanor Marx, Vladimir Lenin o León Trotsky, entre otros y otras. Creo que lo más valioso, más allá de que compartas o no la perspectiva marxista, es encontrar esas ideas en textos no necesariamente dedicados a “la cuestión de”.

Un infierno propio. A Rafael Spregelburd le encargaron un texto para los 500 años de El Bosco (autor del tríptico El jardín de las delicias). Así nace Inferno, una obra de teatro en siete escenas que acumula en el escenario cosas, personas, tiempo y música. Hay mucha gente haciendo cosas, muchas cosas pasando, mucho tiempo suspendido mientras procesás la historia con música en vivo para amenizar o abonar un poco más el frenesí. El ritmo es vertiginoso y no es difícil perderse en la reconstrucción y la sincronía para comparar versiones de una historia que no sabés cómo y cuándo, o quiénes son sus verdaderos protagonistas. Miles de diálogos y dieciséis personajes a cargo de Violeta Urtizberea, Pilar Gamboa, Guido Losantos y Rafael Spregelburd, y los instrumentos de Nicolás Varchausky, sirven de vehículo para viajar al infierno de las dictaduras, mucho más cruel y real que el de las peores fantasías pintadas o los textos religiosos.

Este texto fue publicado en el newsletter No somos una hermandad. Podés suscribirte a este y otros newsletters de La Izquierda Diario y El Círculo Rojo.


Celeste Murillo

Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.

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