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Partido, revolución y socialismo: cinco preguntas y respuestas sobre estrategia socialista

Diego Lotito

Partido, revolución y socialismo: cinco preguntas y respuestas sobre estrategia socialista

Diego Lotito

Ideas de Izquierda

¿Cuál es la estrategia de las y los explotados y oprimidos para derrotar al capitalismo? Abordamos este gran debate alrededor de una serie de preguntas estratégicas sobre el sujeto social, el partido, el programa, la revolución y el socialismo. Este artículo es una transcripción ampliada de la segunda parte de la charla “Reforma o revolución. Debates sobre táctica y estrategia socialista para el siglo XX”, realizada por el autor junto con Elías Lavín el 21 de diciembre de 2023 en la Casa Marx, local de la CRT en Madrid.

Preguntas estratégicas

Nuestro objetivo es debatir cuál es la estrategia de los explotados y oprimidos para derrotar al capitalismo [1]. En este terreno no hay una sola perspectiva. Las grandes estrategias surgieron de los momentos de revolución del siglo XIX y XX. En el siglo XX hubo grandes revoluciones que dieron lugar a dos estrategias alternativas: por un lado, la Revolución rusa dio lugar a la estrategia de la Huelga General Insurreccional, que es la estrategia clásica del marxismo revolucionario; por otro lado, la Revolución china dio lugar a la estrategia de la de la guerra popular prolongada, y variantes como el foquismo que surge de la Revolución cubana. Aparte de esas, también hay otras estrategias que no surgen de revoluciones, como el anarquismo o el autonomismo.

Nuestra estrategia es la de la revolución proletaria, la construcción de estados obreros transicionales y el desarrollo de la revolución a nivel internacional para terminar con el capitalismo y construir el socialismo, que es nuestro objetivo político último. Desde ahí queremos discutir hoy, rescatando el pensamiento de Lenin, Trotsky y los bolcheviques de la montaña de perros muertos en la que la ha enterrado la socialdemocracia, el estalinismo y sus continuadores eurocomunistas y neorreformistas. [2]

La base de la que partimos para debatir de estrategia revolucionaria es la persistencia de la época imperialista, que la Tercera Internacional denominó una época de crisis, guerra y revoluciones. El propio capitalismo se ha transformado ya hace tiempo en un sistema absolutamente reaccionario, generando las condiciones para que las masas se rebelen contra él. Sin estas condiciones objetivas no podríamos hablar de estrategia revolucionaria. Durante todo el siglo XX se combinaron en distinto nivel crisis, guerras y revoluciones de todo tipo, aunque estas condiciones no se dieron en forma constante ni mucho menos homogénea. Hoy, a pesar de la crisis que sufre la perspectiva del socialismo -producto de la degeneración estalinista que llevó a la restauración del capitalismo en la URSS y los ex estados obreros, el rol de las direcciones socialdemócratas y reformistas que se transformaron en agentes directos de la burguesía, y la ofensiva neoliberal de las últimas décadas-, el carácter fundamental de nuestra época no ha cambiado. En el siglo XXI las tendencias profundas de la época se reactualizan alrededor de múltiples fenómenos, como el ascenso de fenómenos de extrema derecha, crisis económicas, guerras que involucran a potencias imperialistas, genocidios brutales como el que está llevando a cabo el Estado de Israel en Palestina, y también nuevos ciclos de lucha de clases y revueltas en todo el mundo, aunque estas últimas no se han transformado en revoluciones. Por eso los grandes problemas de táctica y estrategia siguen planteados agudamente en nuestro tiempo.

La estrategia es el arte combinar todas las batallas tácticas para hacerse con el mando, para vencer. Esto es un arte que hay que aprender y ejercitar en la lucha de clases, pero para ello es necesario también estudiarlo y debatirlo profundamente. Haciendo un ejercicio de síntesis, hay al menos cinco grandes preguntas estratégicas que tenemos que plantearnos: 1) ¿Qué sujeto social?; 2) ¿Qué tipo de partido?; 3) ¿Qué programa?, 4) ¿Qué tipo de revolución? y, por último, 5) ¿Qué tipo de socialismo? Las distintas tradiciones políticas del movimiento obrero han planteado una posición sobre cada uno de estos problemas. Las principales de ellas han tenido -y siguen teniendo- mucho peso en el Estado español, como el estalinismo y el anarquismo. También hay nuevos debates y planteamientos que han surgido al calor del cierre del ciclo político neorreformista. Por eso ante cada una de estas preguntas intentaremos hacer un contrapunto entre nuestra estrategia y las que plantean otras perspectivas.

1) ¿Qué sujeto social?

Esta primera pregunta es clave. ¿Cuál es la fuerza social para la lucha por la revolución social? Para nosotros el sujeto social llamado a dirigir la revolución es el proletariado. ¿Y qué es el proletariado? Son todas las personas que reciben un salario para vivir y reproducir su fuerza de trabajo, pero no para acumular capital. Las y los asalariados son el sujeto de la revolución por el lugar que ocupan en la producción y porque no están atados a la propiedad de los medios de producción.

En las últimas décadas de ofensiva neoliberal la clase obrera sufrió una profunda transformación, imponiéndose su fragmentación, división interna y precarización. En los grandes sindicatos, que a pesar de su debilidad actual siguen siendo las organizaciones más extendidas de la clase trabajadora, avanzó como nunca su estatización e integración a los regímenes capitalistas. Sin embargo, contra los ideólogos del fin de la clase obrera, la realidad es que hoy la clase de los asalariados es más numerosa y extendida en el mundo que nunca en la historia. Aunque en algunos sectores de la economía ha operado un proceso de desindustrialización, al mismo tiempo han surgido a escala global nuevos sectores, muchos con un enorme potencial estratégico (como la logística). Solo en el Estado español, la clase trabajadora (las y los asalariados, incluyendo sus familias, así como a los pensionistas) es la clase más numerosa de la sociedad. Obviamente no es la misma clase obrera que hace 50 años. Es una clase más heterogénea, feminizada, racializada, precarizada. Pero esta reconfiguración, lejos de ser una expresión de debilidad, le otorga una enorme capacidad de hegemonizar a amplios sectores populares e incidir en movimientos sociales (como el de mujeres, el antirracista o ecologista), de los que la clase trabajadora es socialmente parte junto a sectores medios.

Que el proletariado sea el sujeto de la revolución no significa que por sí sólo puede llevarla a cabo. Aparte de clase obrera hay otros sectores populares como las clases medias arruinadas, en los países semicoloniales sectores campesinos, originarios, etc. Pero solo el proletariado con su lucha tiene la capacidad de dar una salida a todos estos sectores, liderando al conjunto de los explotados y oprimidos. Nuestra visión es que la clase obrera, por su posición estratégica respecto de los medios de producción capitalista, es la única capaz de dislocar al régimen y el estado capitalista, a condición de que logre, por un lado, unificar sus filas y superar la fragmentación generada por la burguesía, las burocracias sindicales, políticas y también de los movimientos sociales. Y por el otro, que sea capaz de conquistar su independencia política y hegemonizar al conjunto de los sectores populares que sufren la dominación capitalista.

¿Qué queremos decir con hegemonizar? Que la clase obrera puede integrar en un programa común no solo sus propias demandas y aspiraciones, sino de todos los sectores explotados y oprimidos de la sociedad, de las mujeres, las personas racializadas, las disidencias sexuales, las comunidades originarias, incluso dando salida a las clases medias que se empobrecen y que ante la desesperación buscan una salida en la extrema derecha o el fascismo. Es decir, puede liderar una alianza obrera y popular para concentrar esa fuerza en la lucha revolucionaria por derrotar al estado capitalista.

Esta perspectiva ya choca con otras visiones. Por ejemplo, con el anarquismo -quizá no tanto con algunas variantes del siglo pasado, pero si con el de nuestros días- y especialmente con el autonomismo actual, que reniegan de la centralidad de la clase obrera en la lucha por la emancipación. En el mejor de los casos, se considera a la clase obrera como un movimiento social, que se termina diluyendo en un movimiento ciudadano.

Y también se opone a otras que, en vez de diluir a la clase obrera, hacen una operación opuesta, en clave obrerista reduccionista. Es el caso por ejemplo del Movimiento Socialista, una corriente política que ha surgido en los últimos años con la que compartimos parte de la crítica de las mediaciones neorreformistas (o socialdemócratas) en general y en el último ciclo político, pero con la que mantenemos múltiples diferencias y debates en el plano de la táctica y la estrategia. Sobre esta cuestión, por ejemplo, sostienen que en la actualidad vivimos un proceso de pérdida de centralidad del trabajo en la producción y la distribución, que habría sido desplazado por la tecnología, con lo cual surgiría una clase obrera masiva cada vez más homogénea desposeída incluso del derecho a ser explotada. Las ideas sobre el “fin del trabajo” no son nuevas y han tenido mucho predicamento desde la década de 1990. Evidentemente ha habido enormes avances tecnológicos, especialmente a partir del desarrollo de las tecnologías de la información, la comunicación, la robótica y la inteligencia artificial, que plantean cada vez más la posibilidad de liberar trabajo humano casi sin agregado de trabajo vivo. Sin embargo, como sostiene Paula Bach [3], “entre las capacidades de la tecnología y la posibilidad de liberar trabajo humano se plantea un problema clave que es la relación entre capital, trabajo humano y ganancia. ¿Puede el capitalismo liberarse del trabajo humano? (…) en términos generales, no, porque es precisamente en el trabajo humano donde está la fuente de la ganancia, aunque ello no quita que puedan existir procesos completamente automatizados”. Así, la visión comete el error de unilateralizar una tendencia real del capitalismo, pero que por su propia naturaleza no puede llevar hasta el final.

Sobre esta base el MS sostiene a su vez una visión a nuestro modo de ver equivocada de lo que consideran la “aristocracia obrera”, que casi que vendría a ser cualquier trabajador calificado que tenga un trabajo registrado. En estas ideas se basan para oponerse a intervenir en los sindicatos porque son “agentes del capital” o a intervenir en luchas de masas por reivindicaciones económicas porque no luchan por “el socialismo”. Siguiendo esta misma lógica, los recientes documentos de la UJCE antes de su ruptura, cuestionan la política del Frente Único de la Tercera Internacional. Esta política, que se resume en la idea de “golpear juntos y marchar separados”, fue una de las grandes batallas de Lenin y Trotsky en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista contra el ala sectaria, con el objetivo de ganar a las masas trabajando sobre los sindicatos dirigidos por la socialdemocracia. Los jóvenes militantes que han roto con la UJCE para irse al MS sostienen que esta política significó “la renuncia a la revolución socialista mundial”, confundiendo la política del estalinismo con la del bolchevismo. Esto no solo es una tergiversación histórica, sino que es una política que solo puede llevar a la impotencia. Imaginen que estamos en Argentina, si no levantas una política de frente único para exigir a los sindicatos que salgan a la lucha, entonces ¿qué haces? ¿O durante la lucha contra la reforma de las pensiones en Francia, que estaba dirigida por la burocracia sindical? No haces nada, solo propaganda socialista mientras la clase obrera es llevada a la derrota por las direcciones oficiales. Por el contrario, la táctica del frente único de lo que se trata es de desenmascarar el rol conciliador de las burocracias, ayudando a formar fracciones revolucionarias en los sindicatos o en los movimientos sociales para desarrollar la autoorganización e impulsar una política de independencia de clase. Esto es lo que están haciendo nuestros camaradas del PTS ahora mismo en Argentina.

Por otro lado, el MS tiene una visión muy distinta de la que tenían los bolcheviques sobre la hegemonía. Para ellos, la “hegemonización” significa que el comunismo y la visión socialista sean “hegemónicos en el proletariado y en su cultura cotidiana”, algo que podría alcanzarse de un modo gradual y plenamente antes de la propia revolución. Para nosotros, la hegemonía es una política para garantizar la propia unidad de la clase obrera y al mismo tiempo dirigirse a otros grupos sociales aliados, que es una condición de posibilidad para consolidar una relación de fuerzas que permita derrotar al estado capitalista. Y esto solo se puede conquistar en la lucha de clases, no como una batalla ideológica o cultural, que es lo que de distintos modos han dicho tantos “eurocomunistas” y/o “populistas”. Más adelante volveremos sobre esto.

Para desplegar una política hegemónica la clase trabajadora necesita conquistar independencia política y organizativa. Esto nos lleva a la segunda cuestión. Porque no solo hace falta un sujeto social para la revolución, sino también un sujeto político.

2) ¿Qué tipo de partido?

Hay quienes sostienen que hay que terminar con el capitalismo, pero se oponen a la idea de partido. Los anarquistas por ejemplo están en contra del partido, aunque en los hechos muchas veces actúan como un partido. La lógica antipartido del anarquismo se corresponde con su estrategia política de oposición a toda forma de “poder”. Los autonomistas también se oponen a la organización partidaria, ya sea porque se oponen a la lucha por el poder político o porque reivindican la autogestión en sí misma. Ahora bien, entre quienes reivindicamos la idea de un partido comunista, no hay una única idea del partido. Desde el punto de vista estratégico, del arte para vencer, la existencia de un partido revolucionario es una necesidad histórica. Este partido, como demuestra la historia del bolchevismo, no es sólo para luchar contra la burguesía, sino también contra las direcciones traidoras del movimiento de masas y quienes oscilan entre la reforma y la revolución, a los que los marxistas denominamos centristas.

La construcción de un partido es la forma en que la clase trabajadora, o más precisamente, una fracción de la misma, la más consciente y resuelta, se transforma en sujeto político. Y esto es siempre producto de la lucha. En primer lugar, en la lucha de clases en sus más variadas formas, pero también de la lucha ideológica y programática. Es decir que el partido interviene en todos los terrenos de lucha (teórica, política, económica) para conquistar, como diría Lenin, la mayor “riqueza de experiencias” poniéndose a prueba en la lucha de clases y actuando siempre en función de lo más avanzado de la experiencia real de la clase trabajadora.

Por eso el partido por el que nosotros peleamos lo llamamos “partido leninista de vanguardia” [4]. Un partido comunista por su programa y estrategia, que agrupe a la vanguardia obrera, es decir a sus sectores más avanzados, y que desde allí se proponga dirigir a millones en los momentos de radicalización. ¿Cómo? Dirigiendo sindicatos y organizaciones de masas, de estudiantes, presentándose a elecciones, etc., pero con el objetivo de forjar una dirección política y fracciones revolucionarias desde donde dirigirse al conjunto de la clase obrera y los sectores oprimidos de la sociedad para luchar por el socialismo.

Esto es lo opuesto a la idea de los “partidos de masas” que fue el modelo de la socialdemocracia, o que terminaron siendo los Partidos Comunistas, tanto antes como después del “giro eurocomunista”, que eran partidos reformistas cuya militancia era una base de maniobra para una estrategia de domesticar el capitalismo, no de hacer la revolución. La CRT, y otros grupos que se dicen anticapitalistas o socialistas, todavía somos grupos de propaganda, ninguno puede decir que es un partido de vanguardia como el bolchevique con decenas de miles de cuadros y militantes en las fábricas, las empresas, los centros educativos, los barrios. Nuestro desafío es construir un partido así, forjado en todos los terrenos de la lucha de clases, para cuando vengan grandes crisis y surjan coyunturas estratégicas que den lugar a nuevas revoluciones como la de Octubre o como la Guerra civil española.

Cuando se dan esas situaciones, el partido es clave para impulsar organismos donde se unifiquen las masas para luchar por el poder. Es decir, soviets o consejos obreros, o coordinadoras, o comités de fábrica. Organismos que permitan unificar a las masas revolucionarias de distintas tendencias en un gran frente único para concentrarse en el punto débil del enemigo y arrebatarle el poder. Este es otro punto central del tipo de partido por el que luchamos. Dijimos antes que la clase obrera tiene diferentes sectores y capas, y justamente el soviet puede agruparlas, incluso con diferentes corrientes políticas. Y también es un organismo para unificar a otros sectores, no solo a la clase obrera. En la revolución rusa hubo soviets de soldados y de campesinos. Estos soviets, que nacían de la base de las fábricas, las aldeas y las trincheras, tras la conquista del poder fueron la base de edificación de un nuevo tipo de estado y un nuevo tipo de democracia: la democracia soviética.

En todos los procesos revolucionarios o prerrevolucionarios surgen organismos de tipo soviético, incluso a pesar de las direcciones oficiales. Esto es una constante en el siglo XX. Así sucedió en Alemania entre 1918 y 1920, el movimiento de los delegados de taller británicos en el mismo período, también en Italia con los consejos de fábrica de Turín, en la Revolución española con todo tipo de organismos que tomaron el control de la producción, la distribución y el orden público, en la revolución húngara de 1919 y en la de 1956 -en ese caso contra la burocracia estalinista-, o más adelante en la Revolución Boliviana de 1952, en Chile en el 73 con los cordones industriales, los comités de fábrica, inquilinos y soldados en la Revolución portuguesa de 1974, los shoras de la Revolución iraní de 1979, en Polonia, Argelia, etc. Si los soviets surgen y se desarrollan, lo que emerge es un “doble poder”, un poder alternativo al poder real de los capitalistas. Y para que los soviets sean un verdadero poder, estos tienen que armarse. Por eso, en situaciones revolucionarias, los soviets no solo se organizan, también se arman, se enfrentan a las bandas fascistas, surgen milicias revolucionarias. Esa es la base sobre la que se puede formar un “ejército revolucionario”. Ahora bien, si seguimos la Historia de la Revolución Rusa, los soviets no avanzan espontáneamente en la perspectiva del doble poder. En la historia han estallado espontáneamente cientos de revoluciones, pero no se ha visto una sola que haya triunfado en forma espontánea. Aunque las masas estén autoorganizadas, si sus organismos son dirigidos por conciliadores no van a avanzar en una perspectiva revolucionaria. Por eso el partido de vanguardia y la estrategia revolucionaria es indispensable para asegurar la victoria de la revolución. Como dice Lenin en su balance de la revolución del 1905, no se trata de “soviet o partido”, sino “soviet y partido”.

Otro elemento fundamental de nuestra concepción de partido tiene que ver con la organización y el régimen interno. El régimen de partido que defendemos se basa en los principios del centralismo democrático, que es lo opuesto al centralismo burocrático que instauró el estalinismo. Esto significa que el partido garantiza la máxima libertad interna para el debate, pero cuando interviene en la lucha de clases “golpea como un solo puño”.

Por último, esta práctica no se desarrolla solo a escala nacional, sino también internacional. Por eso otro aspecto vital del tipo de partido que defendemos es el internacionalismo proletario. El partido que queremos construir es internacional e internacionalista, parte de la lucha por reconstruir un partido mundial de la revolución socialista, que para nosotros es la IV Internacional fundada por León Trotsky en 1938, que permita sintetizar toda la experiencia revolucionaria alrededor de una estrategia común, integrando la elaboración teórica y práctica de los movimientos de vanguardia en cada país. Es decir, un estado mayor mundial de la revolución socialista.

Obviamente no todos comparten esta concepción de partido. Incluso entre quienes como nosotros se reivindican de la tradición trotskista tenemos diferencias. Por ejemplo, la idea de partido de Anticapitalistas no es un partido leninista, sino una organización amplia que junte a reformistas y revolucionarios, lo que los ha llevado a crear engendros reformistas como Podemos. Con quienes se reivindican marxistas-leninistas las diferencias son mayúsculas. No voy a referirme al PCE, que es una organización reformista integrada en el régimen imperialista español, pero si a grupos estalinistas como el PCTE o el PCPE, que formalmente reivindican el “partido leninista”, pero en realidad defienden la versión degenerada y totalitaria del estalinismo. Por definición, además, los estalinistas (sean del tipo que sean, prosoviéticos, prochinos, provietnamitas, proalbaneses o lo que sea), son enemigos de los soviets. En el caso de la estrategia de la guerra popular prolongada de los maoístas -que ahora casi no existen, pero si tuvieron mucho peso en los 70 y los 80-, sus fundamentos se basan en las lecciones de la Revolución china, que tuvo como eje táctico el enfrentamiento militar (ya fuera en forma de guerra de guerrillas o de ejército popular), y por eso no hay órganos de autodeterminación de las masas, sino un ejército guerrillero. Lo mismo sucede con la estrategia del foquismo que surge de la Revolución cubana, donde tampoco hubo soviets, sino una dictadura de un partido único. Este es uno de los motivos por los que los Estados que surgieron de este tipo de procesos fueron Estados obreros burocratizados.

En el caso de la Revolución española, la ausencia de soviets fue una de las claves de la derrota. Y esto no solo aplica al estalinismo, que tuvo una política consciente de liquidar todo intento de autoorganización de masas. La mayoría de los nuevos organismos que se formaron fue por medio de un frente único “por arriba” de los representantes de los sindicatos y partidos obreros. Solo en algunos casos se conformaron con elección directa de las bases como en Rusia. Pero ninguna organización buscó impulsar esta segunda vía, ni los anarquistas, ni siquiera el POUM.

Pero estos debates no solo los tenemos con grupos estalinistas, sino también con sectores que cuestionan a la socialdemocracia y la deriva reformista del PCE, como el MS. En el último documento que publicaron, con el título “Nueva Estrategia Socialista” [5], sostienen que el modelo de partido del bolchevismo hoy es “insuficiente”, porque el leninismo no conceptualiza el poder como “poder social” y que por eso se dedicó a preparar la insurrección formando cuadros políticos profesionales, excluyendo a “todo tipo de cuadros técnicos” que organizaran la producción y la distribución. Y por eso, dicen, el modelo leninista de partido impidió la conquista del poder en los países centrales (“occidente”), mientras que en los países de la periferia capitalista (“oriente”) los partidos comunistas tuvieron que edificar sobre un capitalismo atrasado y no tenían una estructura organizativa técnica para construir el socialismo. Con estos fundamentos proponen un modelo que según dicen debería tener una “doble estructura de consejos socialistas en producción y distribución”, o sea, que el partido controle tanto la producción como la distribución.

Lo primero que sobresale de esta lectura es el establecimiento de una identidad entre el partido y los soviets. Esto ya lo han hecho los estalinistas, pero el MS lo hace reivindicando la creación gradual de “consejos socialistas” por el propio partido. Obviando el hecho de que denominar “consejo socialista” a un tipo de organización política interna no le otorga la naturaleza de un verdadero “consejo socialista”, esta lógica se opone a la propia naturaleza de los soviets o consejos, que son órganos de frente único y autodeterminación de masas que no tienen un programa preconcebido, sino que es una arena de unidad y lucha entre distintas estrategias sobre la base de la más amplia democracia proletaria. Además, los soviets como dijimos son organismos de poder obrero, es decir, su propia existencia indica que la burguesía ya no tiene completamente el poder en sus manos. Y para que esto suceda, se tiene que dar una situación aguda de la lucha de clases, coyunturas estratégicas prerrevolucionarias o revolucionarias en las que la conciencia, la organización y la determinación de lucha de la clase obrera dan saltos cualitativos. Es por ello por lo que los soviets no solo no pueden desarrollarse evolutivamente y mantenerse pacíficamente en el tiempo, sino que cuando surgen, o la situación avanza en un sentido revolucionaria, o retrocede y junto con ello los soviets son derrotados.

Ya la Revolución española [6], demostró trágicamente los límites de la idea de que los organismos de poder emanan de las propias organizaciones preexistentes. Esto fue lo que sostuvo por ejemplo la CNT, impulsando sus propios comités de defensa, o posteriormente el conjunto de las organizaciones combatientes organizando milicias por tendencia política. Andreu Nin y el POUM se opusieron justamente a la estrategia de impulsar organismos de tipo soviético, como defendían Trotsky y bolcheviques leninistas españoles, con el argumento de que en España la fortaleza de las organizaciones obreras lo hacía innecesario. De esto modo no solo fue bloqueada la posibilidad de que los revolucionarios pudieran influir a la base obrera que estaba agrupada en las viejas organizaciones burocráticas como los sindicatos, sino que se hizo imposible unificar y coordinar la multiplicidad de organismos de lucha surgidos al calor de la revolución, quedando estos a merced del Frente Popular, que o bien los integró o los disolvió.

Ahora bien, que los soviets solo puedan desarrollarse plenamente en situaciones prerrevolucionarias o revolucionarias, no significa que la defensa de una estrategia soviética es sólo un problema teórico hasta el momento de la revolución. Por el contrario, está ligada a un determinado ejercicio práctico en la lucha de clases de hoy. Es decir, al impulso y desarrollo, desde la escala más elemental y de vanguardia que sea posible, de organismos e instituciones de unificación y coordinación de las luchas, como asambleas unitarias, comités de acción, coordinadoras, o la forma que adopten. El impulso de instituciones de este tipo es fundamental para que puedan desarrollarse políticas de frente único y el ejercicio de la democracia obrera, sin lo cual no pueden surgir verdaderos consejos. A su vez, permiten que surjan escenarios en los que los revolucionarios pueden desplegar su audacia como organizadores de los sectores más avanzados. La concepción que tiene el MS de los consejos como organismos subordinados al partido, así como su oposición por principio a toda forma de frente único obrero, es contraria al desarrollo de la democracia consejista.

En otro nivel, el MS sostiene que es necesario un nuevo concepto de partido que vendría a superar las limitaciones del partido leninista. En particular, la formación de partidos de cuadros profesionales, excluyendo la idea de “un partido compuesto también por todo tipo de cuadros técnicos”. Esto habría sido un grave inconveniente, según el MS, que imposibilitó la conquista del poder en las sociedades capitalistas industrialmente desarrolladas, mientras que en la periferia las revoluciones socialistas se vieron imposibilitadas, una vez conquistado el poder, de desarrollar nuevas relaciones de producción porque no tenían una “estructura organizativa técnica organizada” previamente. Así las cosas, la alternativa que proponen es un partido organizado en base a una “doble estructura” que permita por un lado controlar la “producción social”, y por otro “los mecanismos de la distribución y del fondo de consumo”, que a su vez implican una división en “consejos socialistas” para controlar la producción y la distribución.

No podemos abordar aquí todo el debate, pero sí podemos afirmar que la idea que subyace a este nuevo concepto de partido, para decirlo sencillamente, es que es posible construir el socialismo, no ya sin tomar el poder como han dicho autonomistas como Holloway o Negri, sino antes de tomar el poder. Después volveremos sobre este punto. Por otro lado, lo que impidió la revolución en occidente no fue el modelo de partido leninista, sino la perversión que hizo la burocracia estalinista del partido comunista, que al mismo tiempo que liquidó la democracia de los consejos e impuso una dictadura totalitaria en la URSS, impidió el desarrollo de la revolución internacional primero con su política ultraizquierdista del Tercer Período -que impidió el frente único con la base obrera socialdemócrata-, después con la política de los Frentes Populares -subordinando a la clase obrera a la burguesía-, y finalmente mediante un pacto de coexistencia pacífica con el imperialismo desde la salida de la segunda guerra mundial. Esta política tuvo su refracción en la periferia, donde las revoluciones no fracasaron o se burocratizaron porque los Partidos Comunistas carecían de “cuadros técnicos” organizados, sino porque su política era contrarrevolucionaria. La lectura del MS es una manera insólita de exonerar al estalinismo (y la socialdemocracia) de su traición a la revolución internacional, nada menos que culpando al modelo de partido de Lenin.

Por último, pero no menos importante, su idea de partido parte de establecer una identidad entre el partido y la clase, cuyo resultado es un “partido comunista de masas”, o un partido único. Según sus documentos, el partido sería el representante centralizado de un nuevo poder socialista y, en la dinámica de la revolución, la propia conquista de un estado obrero sería “el desarrollo dialéctico del partido comunista”, es decir, un partido-estado. Nosotros estamos en las antípodas de esta visión. La idea de “partido de vanguardia” surge del hecho de que la clase obrera no es totalmente homogénea, tiene sectores avanzados, ni tampoco puede avanzar de forma unitaria y progresiva hacia una conciencia socialista, por lo que el partido nunca podría agrupar a toda la clase ni “representarla” en su totalidad. Después de la nefasta experiencia de la degeneración burocrático-totalitaria del partido y el estado que significó el estalinismo, toda idea de un único partido que represente al conjunto de la clase obrera conlleva intrínsecamente un peligro de una deriva de este tipo. Porque si el partido representa a la clase en su totalidad, entonces todo lo que diga o haga es irrefutable.

Como sostienen Claudia Cinatti y Emilio Albamonte [7], tras la Revolución de 1905, con su concepción de la relación entre partido y soviets, Lenin introducirá una primera “ruptura” con respecto a una visión de identidad entre partido y clase, que es la que predominaba en la socialdemocracia clásica. Mientras que a partir de las lecciones de octubre y la posterior degeneración burocrática del estado obrero ruso, será Trotsky en su madurez política quien termine de establecer la “relación dialéctica” entre los distintos sectores de la clase obrera, los organismos de frente único de masas, el rol dirigente del partido revolucionario, antes y después de la toma del poder, planteando la perspectiva del pluripartidismo soviético como la forma política de la dictadura del proletariado.

La construcción de un partido revolucionario en el siglo XXI amerita necesariamente un balance profundo del siglo XX, el estalinismo y la lucha de Trotsky y los trotskistas contra la degeneración burocrática de la URSS. Pero estos debates no sólo tienen que ver con el pasado y las lecciones de un siglo de revoluciones y contrarrevoluciones, sino también y fundamentalmente con el presente. Nuestra visión sobre la construcción del partido, aunque nos consideramos un núcleo fundamental para su construcción, está lejos de cualquier lógica autorreferencial o de desarrollo evolutivo de nuestra propia organización. La historia del socialismo revolucionario es la historia de la lucha de tendencias, fracciones y fusiones en base al debate de programas y estrategias puestas a prueba al calor de los principales hechos de la lucha de clases. Este método, el debate franco y abierto sobre cómo intervenir en los principales combates de la clase trabajadora a nivel nacional e internacional, es el único que puede permitir acuerdos sólidos entre diversas tendencias para construir nuevos partidos y una nueva internacional revolucionaria.

3. ¿Qué programa?

Volviendo a nuestro esquema, la tercera pregunta estratégica es ¿Qué programa?, es decir, qué queremos conquistar. Uno de los grandes debates estratégicos en la historia del movimiento socialista fue la división entre lo que se llamó el “programa mínimo” y el “programa máximo”. Esta separación fue establecida por el Programa de Erfurt, votado en el Congreso del Partido Socialdemócrata alemán en 1891. Este Programa fue criticado por Friedrich Engels, pero desde entonces sirvió de modelo de todos los programas de la socialdemocracia a nivel internacional y ocupó un lugar fundamental en el establecimiento de una división tajante entre el programa “mínimo” y el “máximo”, es decir, el planteo para la acción de demandas que se consideran “posibles” de realizar en el marco del régimen capitalista y dejar el “horizonte socialista” para la propaganda.

Todo reformista levanta siempre un programa mínimo (y los reformistas actuales ni siquiera un programa máximo para los días de fiesta). Y tanto estalinistas, como anarquistas y autonomistas también caen en esta división. Pero ¿cómo se resuelve en forma revolucionaria esta separación del programa? Para nosotros mediante un “Programa Transicional”, siguiendo el método del elaborado por León Trotsky en 1938 para la fundación de la IV Internacional. La clave del programa transicional es tender un puente entre el nivel de conciencia actual de las masas y la lucha por librar el proletariado del sistema capitalista.

Los millones que se movilizan cuando estalla un gran proceso de lucha, una revuelta o aún más una revolución, no avanzan en su conciencia mediante la propaganda. Solo una minoría avanzada puede llegar de ese modo a una conciencia revolucionaria. Las masas avanzan por su propia experiencia en la lucha. De allí que hace falta un programa que pueda unir las luchas parciales de la clase trabajadora y la lucha por la revolución y el socialismo. ¿Y cómo se hace eso? Para nosotros articulando una serie de consignas que tiendan un puente, desde consignas “mínimas” que mantengan fuerza vital y pueden ser motor de la movilización (como el aumento de salarios frente a los ajustes o inflación), con consignas transicionales, es decir aquellas que los capitalistas no pueden aceptar de ningún modo (como el reparto de las horas de trabajo, el control obrero de la producción, la expropiación de los bancos o el control del comercio exterior) y consignas organizacionales, que apuntan a la organización independiente de la clase obrera y la autoorganización (como la política hacia los sindicatos, los comités de fábrica, los piquetes de huelga, las milicias obreras y los soviets, con el objetivo de recuperar las organizaciones obreras de su subordinación al estado y desarrollar organismos de poder de la clase trabajadora). En el programa también hay consignas democráticas, que las dividimos en democrático-estructurales (por ejemplo, la emancipación del imperialismo de los países semicoloniales, la reforma agraria, o el derecho de autodeterminación de las naciones, o terminar con la monarquía), y democrático-radicales (como puede ser liquidar el senado y hacer una cámara única, o terminar con la casta de jueces, etc.). [8] En resumen, el programa transicional es un programa de lucha que articula una serie de consignas que unan la defensa de las condiciones de vida de las masas con una perspectiva socialista y revolucionaria. Un programa que parte del principio general de que sin afectar los intereses de los capitalistas no puede resolverse el problema y que la clase trabajadora es la única que, hegemonizando una alianza con el conjunto de los sectores populares, puede dar una solución para la mayoría social. Esta discusión es muy importante, porque de la articulación correcta o no de un programa depende que la perspectiva socialista pueda o no abrirse un camino hacia las masas.

Por ejemplo, con el MS hemos tenido un debate sobre su programa para el movimiento de la vivienda [9], que en general podría extenderse a toda su concepción programática. Si nuestra respuesta a la división entre programa mínimo y máximo es un programa transicional, para el MS es un programa máximo contra cualquier programa mínimo. En la vivienda, por ejemplo, cuestionan correctamente a quienes plantean un programa mínimo y dicen que solo hay que luchar por presionar a los reformistas para conseguir leyes en el parlamento. Pero a esto le oponen un programa maximalista: la abolición del sistema de vivienda capitalista y la colectivización socialista. Con esta misma lógica el MS se opone a toda lucha por el salario en general (ya sea directo, indirecto y diferido), a lo que le oponen lo que llaman la “autodefensa socialista”, que según dicen significa expropiar los mecanismos de distribución a la burguesía y constituir nada menos que poderes territoriales “socialistas” en los que no impere la relación salarial capitalista.

El problema es que un programa así es incapaz de tender ningún puente con la mayoría de la clase trabajadora que aún no defiende la colectivización y el socialismo. Y si eso no pasa, ¿quién va a luchar por un programa socialista? La clave es como establecemos un puente entre el nivel de conciencia actual de la mayoría social y el programa socialista, con qué consignas y con qué estrategia de lucha. Por eso, para seguir con el ejemplo de la vivienda, nuestro programa transicional parte de reivindicar consignas muy sentidas como imponer el tope a la subida de alquileres o la prohibición de los desahucios, vinculadas a consignas transicionales, como la lucha por expropiar las viviendas vacías en manos de los bancos y fondos buitre, constructoras para hacer un parque de vivienda pública bajo control obrero. El despliegue de este programa va aparejado a su vez al desarrollo de formas organizativas para luchar por él, como comités de inquilinos, coordinadoras, que sean vehículos para imponer a las burocracias el frente único. En la historia del movimiento obrero hay múltiples ejemplos en este sentido en los que referenciarse, como por ejemplo los comités de inquilinos vinculados a los sindicatos de la construcción durante la huelga de alquileres de 1931-32 en Barcelona, o los comités de inquilinos en la Revolución portuguesa de 1974.

Cuando la crisis es profunda y los trabajadores entran en una etapa revolucionaria, su consciencia va cambiando y avanzando a medida que hacen una experiencia en la propia lucha de clases. Por eso uno de los mayores problemas que tenemos es cómo tender un puente entre las reivindicaciones actuales del movimiento de masas y el programa de la revolución socialista. Y esto no se puede hacer solo con propaganda ni declaraciones en favor del socialismo en general, aunque hay que hacer mucha lucha teórica e ideológica. Se tiene que hacer en la lucha misma, planteando las consignas correctas en cada momento para que los trabajadores avancen en su lucha y conquisten hegemonía. Y la lucha por este programa está estrechando vinculado al tipo de partido que queremos, que es un partido con vocación hegemónica, que pueda unir por abajo todo lo que las burocracias sindicales y política dividen por arriba.

4. ¿Qué tipo de revolución?

Entonces llegamos a un cuarto aspecto central de la estrategia bolchevique: la toma del poder mediante la huelga general insurrecional. ¿Pero qué significa tomar el poder? Porque el poder no es una sustancia, sino una relación social. Entonces, la toma del poder significa destruir el poder burgués y su Estado, es decir, su fuerza represiva, para construir un poder alternativo de la clase trabajadora, un nuevo tipo de Estado: un Estado obrero transitorio basado en la más amplia democracia proletaria, es decir en los soviets, que en este momento se transforman en los órganos de ejercicio del poder obrero. Y ¿por qué transicional? Porque la conquista del poder político en un Estado aislado no implica la desaparición inmediata de las clases sociales. Es necesario aumentar el desarrollo económico, social y cultural del país, liquidando al mismo tiempo la resistencia de la burguesía.

Este proceso es lo que llamamos la “dictadura del proletariado”. Es decir, la organización de la sociedad en función de los intereses de la mayoría por sobre los de la pequeña minoría de parásitos que son los grandes capitalistas y banqueros, empresarios, monarcas, etc. No solo a la clase obrera, sino a todas las grandes masas explotadas, como los campesinos y los pobres urbanos, en una alianza obrera y popular con el objetivo de desarrollar la movilización permanente de las masas antes y después de la toma del poder. Si es un país atrasado, esto es para liberarlo de la influencia del imperialismo, resolver la cuestión agraria, expropiarle las fábricas al imperialismo y a la gran burguesía nacional. Y en todos los países, expropiar al capital poniendo toda la economía al servicio de un plan racional bajo control de la clase obrera que termine con la miseria, impida que avance la catástrofe ambiental. Para hacer avanzar la revolución en todos los terrenos: la economía, la cultura, las desigualdades, el fin de las opresiones por género, raza o condiciones sexual. Dicho de otro modo, revolucionar el conjunto de las relaciones sociales.

La experiencia de la revolución rusa y de todo el siglo XX demostró, como plantearon Trotsky y los trotskistas, que la construcción del socialismo es imposible a nivel de un solo país, solo puede serlo a nivel internacional. Para nuestra estrategia, la revolución comienza en el terreno nacional, se extiende en el internacional y culmina en el mundial. Es decir, la lógica opuesta a la que representó el estalinismo y su teoría del socialismo en un solo país. Esta perspectiva es la que Trotsky desarrolla en su teoría de la Revolución permanente, de la que en enero o febrero haremos un seminario.

En este terreno las diferencias que tenemos con otras estrategias son muy profundas. En primer lugar, esta estrategia es opuesta a la estrategia estalinista, que se apoya por un lado en la teoría reaccionaria del socialismo en un solo país, y al mismo tiempo, desde mediados de los años 20 defiende una política menchevique de revolución por etapas y subordinación del partido obrero a la burguesía, como lo hizo en la revolución china de 1926-27. Esta política tuvo su expresión en la propia revolución española, bajo la forma de Frente Popular, es decir un frente entre las organizaciones del proletariado y las organizaciones "democráticas" de la burguesía como vía para enfrentar el fascismo, y la máxima de “primero ganar la guerra y después la revolución”, cuyo resultado fue el estrangulamiento y la derrota sangrienta de la revolución.

Pero la estrategia de la revolución por etapas no es un tema solo del pasado. La estrategia de lo que se ha llamado la “revolución democrática” es otra variante de esta misma política, algo que sostienen también grupos que se reivindican trotskistas como Corriente Roja. Y no nos olvidemos de la política de la izquierda independentista en el procés catalán, que fue detrás de la burguesía catalana justificando esta capitulación como una primera etapa de lucha por la independencia para después luchar por el socialismo. Lo mismo podemos decir de la estrategia que tuvo históricamente la izquierda abertzale, no solo ahora, sino incluso en el período en que su táctica fundamental era la lucha armada. En última instancia, era reformismo etapista, solo que armado. La conclusión es que cualquier estrategia que separe en etapas la lucha revolucionaria y diga que primero hay que vencer al enemigo aliándose a sectores de la burguesía, para que más adelante la clase obrera luche por el socialismo, no es una estrategia de revolución proletaria.

En el caso del anarquismo, este comparte con el bolchevismo un objetivo común: el comunismo. Pero hay diferencias fundamentales. Por un lado, una concepción insurreccionalista vanguardista de la lucha contra el estado capitalista, que niega la necesidad de impulsar la democracia soviética. Por otro lado, la mayor diferencia estratégica es que para los anarquistas una vez destruido el poder burgués, los trabajadores no deberían construir un estado transicional que sirva para derrotar la resistencia de los capitalistas, construir el socialismo a nivel nacional e internacional y que, por esa vía, el Estado se extinga, como plantea el marxismo revolucionario. Lo que sostienen es que hay que liquidar el Estado y hacer inmediatamente “una asociación de productores libres asociados”, porque hacerse cargo del poder sería darle el poder a una burocracia y va en contra de los principios del comunismo libertario. Esta lógica tuvo su expresión más trágica en la Revolución española, cuando la CNT y la FAI se niegan a “tomar el poder” en Barcelona en 1936 para no aplicar la “dictadura del proletariado” y se lo entrega al gobierno burgués de Companys, pero terminaron finalmente participando en el Gobierno del Frente Popular que liquida la revolución.

Sobre este punto, por último, hay un interesante debate también con el MS, aunque su perspectiva de revolución tiene muchos elementos ambiguos, lo cual quizás en parte es fruto de un balance parcial y un poco reduccionista del siglo XX y el resultado de los ciclos de ascenso revolucionario. Lo que sobresale de las elaboraciones del MS es una idea gradualista de que es posible establecer un progresivo control por parte del proletariado sobre la esfera productiva y distributiva por medio de su organización en “espacios de poder socialista”, antes de la conquista del poder político. Una suerte de autonomismo socialista que, al mismo tiempo, omite el papel de la lucha político-estratégica con las direcciones oficiales del movimiento obrero como uno de los factores fundamentales que determinan el futuro de la revolución.

El principal inconveniente de esta idea es creer que es posible ir acumulando pacíficamente “zonas liberadas” socialistas, hasta conquistar la mayoría. Y, sobre todo, ¿qué sucede si la realidad de la lucha de clases no sigue estos modelos preestablecidos? Porque si hay una característica fundamental de la época imperialista son los cambios bruscos de las situaciones y las relaciones de fuerza que suelen hacer volar por los aires cualquier plan preconcebido. Toda visión evolutiva o gradualista incapacita para enfrentar los cambios bruscos o catastróficos que genera el capitalismo.

Volvamos al ejemplo de Argentina. Acaba de ganar un gobierno de ultraderecha, apoyado en la enorme decepción de amplios sectores con años de decadencia social y económica en manos del peronismo y el “mal menor”. En 10 días de salió con un decreto que es un ataque brutal a la clase obrera a la medida de los intereses de los grandes grupos capitalistas. Ante esta situación las posibilidades que se abren son diversas, pero la disyuntiva estratégica es simple: combatir o no combatir. Las burocracias sindicales, la “izquierda” peronista y los movimientos sociales que dirigen dicen que hay que esperar, nuestros camaradas del PTS y el Frente de Izquierda dicen que hay que combatir e imponerles a las burocracias el frente único obrero para la lucha, impulsando comités de lucha y coordinadoras. Y por eso junto a sectores sindicales y movimientos sociales combativos salieron a la calle el 20 de diciembre, rompieron el protocolo antipiquetes del gobierno y lo derrotaron. Y esta decisión, junto con la indignación de las masas con el decreto asesino de Milei, se combinan para que la coyuntura -y con ello la propia relación de fuerzas- comience a cambiar. Por eso la misma noche del 20 de diciembre, cientos de miles de personas salieron a las calles con sus cacerolas y siguieron saliendo las noches siguientes, junto a asambleas en múltiples lugares de trabajo, movilizaciones, paros y concentraciones. En ese marco, las burocracias sindicales se vieron obligadas a llamar a un paro general para el día 24 de enero. Esto no es aún una situación prerrevolucionaria, ni el ataque del gobierno está derrotado, pero su dinámica contiene la posibilidad de desarrollarse en este sentido. La clave es trazar un camino estratégico para que avance hacia allí. Un camino que no responde a un plan prestablecido en abstracto, sino que opera en la realidad y es el resultado de la lucha viva de las fuerzas sociales y políticas.

Por ello lo que dicen los compañeros del MS de que la cuestión de la “toma de poder” sólo podrá ser resuelta cuando el proletariado, a través del partido comunista, controle una parte sustancial de la producción y distribución capitalista, no en un momento prerrevolucionario o revolucionario en el que surgen soviets y organismos de poder obrero, sino como una acumulación gradual y progresiva producto de un proceso de “lucha cultural”, es un esquema que tiene más que ver con la estrategia del autonomismo que con la del marxismo revolucionario.

No dudamos de que las y los compañeros del MS tengan una sincera aspiración de lucha por el socialismo, pero en última instancia, su visión de la independencia política de clase es idealista. Dicen que “la independencia es completa cuando el comunismo y la visión socialista del mundo es hegemónico en el proletariado y cuando una gran parte de éste forma parte del partido unificado de ofensiva”, y esta sería una precondición para la lucha por el poder político. El problema de este tipo de afirmaciones es que toda la experiencia histórica nos enseña que las y los trabajadores no hacen la revolución con un libro bajo el brazo ni porque hayan conquistado de conjunto un punto de vista comunista; la hacen porque el capitalismo los obliga y es la propia dinámica de la revolución como tal la que radicaliza el pensamiento y la acción de las masas, haciendo posible tal conversión hegemónica.

Lo que debe conquistar la clase obrera antes de tomar el poder es, ante todo, la independencia de las clases dominantes y la hegemonía política sobre una fracción lo más amplia posible de la propia clase obrera. Pero también sobre las otras clases explotadas y oprimidas. Como señala Trotsky en Historia de la Revolución Rusa, “no hay ninguna clase histórica que pase de la situación de subordinada a la de dominadora súbitamente, de la noche a la mañana, aunque esta noche sea la de la revolución. Es necesario que ya en la víspera ocupe una situación de extraordinaria independencia con respecto a la clase oficialmente dominante; más aún, es preciso que en ella se concentren las esperanzas de las clases y de las capas intermedias, descontentas con lo existente, pero incapaces de desempeñar un papel propio”. Y esto no refiere a la hegemonía del comunismo y “la visión socialista del mundo”, sino a la hegemonía proletaria para unificar a las distintas capas y sectores de la clase trabajadora mediante un programa transitorio y, a su vez, liderar la alianza de las clases explotadas contra los explotadores, dirigiendo a las masas hacia la toma del poder político y la instauración de un régimen de democracia soviética.

Esto es muy importante porque implica, por un lado, compromisos prácticos en cuanto a tareas no específicas de la revolución socialista, como por ejemplo la reforma agraria en Rusia, sin la cual no se podría haber sellado la alianza obrera y campesina que permitió sostener el poder soviético. En la actualidad, esto se plantea por ejemplo con relación a amplios sectores populares, clases medias empobrecidas, etc., a las que el programa socialista debe dar una respuesta a sus padecimientos. Por otro lado, implica también una dura lucha política con otras tendencias, ya que, aunque “el proletariado es la clase menos heterogénea de la sociedad capitalista (...) la existencia de capas sociales, como la aristocracia obrera y la burocracia, basta, sin embargo, para explicarnos la de los partidos oportunistas que se transforman, por el curso natural de las cosas, en uno de los medios de la dominación burguesa” [10].

Esto nos trae nuevamente a la necesidad establecer una dialéctica entre los órganos de autodeterminación de masas y el partido revolucionario que, desde antes de la revolución, tiene el desafío de desarrollar al máximo las tendencias a la constitución de organismos de autodeterminación de masas, que sean embriones de un nuevo poder obrero. En este sentido, el problema estratégico no es que en “occidente”, como el estado es fuerte, no se puede hacer la insurrección y entonces hay que embarcarse en un largo proceso de “lucha cultural por la hegemonía”. El problema es que la lucha por el poder implica una lucha política y física con las burocracias (sean estalinistas, socialdemócratas, nacionalistas burguesas o pequeñoburguesas) que controlan las organizaciones del movimiento obrero. Y para eso hay que hacer política, impulsar el frente único, desenmascarar a los traidores, participar en la lucha de clases por más mínima que sea, desarrollando donde sea posible organismos de frente único y autoorganización de las masas en los momentos agudos de la lucha de clases, construyendo fracciones revolucionarias que permitan desplegar una estrategia revolucionaria.

Hay que huir de cualquier automatismo o fatalismo, porque la acción o inacción de las fuerzas políticas existentes, es parte determinante de la evolución de las situaciones y la relación de fuerzas. Y en este mismo sentido es determinante la existencia o no de una fuerza revolucionaria, para aprovechar los giros bruscos, las coyunturas estratégicas, los cambios repentinos de conciencia y subjetividad de las masas. Ahí está el arte de la estrategia, el arte de vencer.

5. ¿Qué tipo de socialismo?

¿Y para que hacemos todo esto? ¿Pará que construir un partido con un programa transicional y una estrategia revolucionaria? ¿Con qué objetivo? Nuestro objetivo supremo es el socialismo. La toma del poder, la conquista de Estados obreros es tan sólo el primer paso. En palabras de Trotsky: “La revolución proletaria no solo libera las fuerzas productivas de los frenos de la propiedad privada, también las pone a disposición directa del Estado que ella misma crea. (...) A diferencia del capitalismo, el socialismo no se construye mecánicamente, sino conscientemente. El avance hacia el socialismo es inseparable del poder estatal que desea el socialismo o se ve obligado a desearlo”. Sin un régimen de democracia proletaria, sin que el poder esté en manos de los soviets u otros organismos de autoorganización de este tipo, y no en manos de una burocracia, no es posible el avance hacia el socialismo.

Este es el gran balance del siglo XX. Después de la segunda posguerra, la URSS no solo mantiene su territorio, sino que avanza hacia los Balcanes, Europa del Este, incluso ocupa la mitad de la Alemania capitalista, hay una extraordinaria revolución en China, posteriormente también en Cuba, Vietnam, Corea. Entonces se creía que el mapa del mundo se pintaba de rojo y el socialismo avanzaba de forma imparable. Pero los países en los que se había expropiado a la burguesía a manos de partidos estalinistas no desarrollaban el socialismo, sino estados obreros deformados y degenerados liderados por burocracias que son las mismas que años después prepararon la restauración capitalista. Toda la justificación ideológica de estalinistas y reformistas que todavía hoy añoran los “años dorados” de la URSS, o reivindican a burocracias monstruosas y totalitarias como la de Corea del Norte, no se percatan de que al estar en manos de burocracias que predicaban la coexistencia pacífica con el imperialismo, cada triunfo de la clase obrera iba en el sentido opuesto de pintar el “mapa de rojo”, porque había todo tipo de Estados que se decían “socialistas” -incluso estados en África y Oriente Medio que se decían socialistas nacionales–, pero que desde el punto de vista de la lucha clases estaban preparando la catástrofe que fue la restauración capitalista neoliberal. Que no olvidemos, fue una enorme operación contrarrevolucionaria que solo consiguen las guerras, pero en la URSS, en Europa del Este o en China, se logró por la entrega de la burocracia.

Basada en esta experiencia de un siglo de revoluciones y contrarrevoluciones, para nuestra estrategia la revolución y la conquista de estados obreros no es un fin en sí mismo. Quien más claramente expresó esta perspectiva fue Trotsky en su teoría de la revolución permanente, justamente en combate con la utopía reaccionaria del socialismo en un solo país del estalinismo. Recordemos lo que dijimos antes: la revolución socialista comienza en un Estado, se desarrolla a nivel internacional y culmina en el plano mundial, unificando las fuerzas productivas a nivel internacional para disminuir radicalmente el tiempo de trabajo asalariado, hasta terminar definitivamente con él y avanzar hacia una sociedad de productores libres asociados, como decía Marx. Sólo terminando con el sistema capitalista imperialista, que es un sistema mundial, se puede terminar con las bases materiales de reproducción del capital. La conquista de estados obreros en uno o varios países es, en este sentido, un elemento táctico en relación con la gran estrategia de la revolución internacional, una trinchera para avanzar en la extensión y la consolidación del socialismo a escala planetaria, la extinción del estado, las clases y toda forma de explotación y opresión.

El comunismo, que ha sido bastardeado por el estalinismo y la socialdemocracia, no es una idea, sino el movimiento real que lucha por una sociedad sin clases sociales, sin estado, sin dinero, sin explotación, ni opresión. Un sistema que no puede construirse en un solo país, ni a través de reformas. Los avances de la tecnología logrados por el capitalismo permiten reducir el tiempo de trabajo necesario, pero esto no se traduce en una mayor liberación de la humanidad, sino en paro, precariedad, jornadas extenuantes y reducción de la naturaleza, mientras el capitalismo genera crisis cada vez más profundas y guerras. La liberación de la técnica y la creatividad, en manos de las y los trabajadores, permitirá reducir el trabajo al mínimo indispensable para satisfacer las necesidades humanas, liberar tiempo para no dejar la vida trabajando y construir una sociedad donde nadie explote u oprima a otro para conseguir una ganancia, sino donde los seres humanos cooperen para que todos puedan disfrutar plenamente. Esto es, una sociedad de productores libres asociados, donde la humanidad pueda desarrollarse en armonía con la naturaleza, donde la sociedad se organice de cada cual según su capacidad a cada cual según sus necesidades. Una sociedad donde la libertad de cada uno sea condición del libre desarrollo de todos.

El comunismo es, de este modo, el mayor ejercicio de autodeterminación y creatividad de las masas, liberando para siempre las facultades creadoras del ser humano de todas las trabas y limitaciones humillantes a la que lo han sometido todas las sociedades de clases. Sólo así podremos desarrollarnos en todos los aspectos de nuestra vida, sólo así las relaciones personales, la ciencia, el arte no tendrán que sufrir ningún “plan” impuesto, ninguna sombra de obligación. Ahora bien, no vamos a llegar al comunismo por arte de magia. El comunismo es un objetivo por el que hay que luchar, y para guiar esa lucha necesitamos del arte de la estrategia.


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NOTAS AL PIE

[2Para una visión comprensiva sobre los debates a propósito de la estrategia socialista, ver Emilio Albamonte y Matías Maiello, Estrategia Socialista y Arte MilitarEdiciones IPS, 2022

[3Paula Bach, “Las nuevas tecnologías y el futuro del trabajo”, Ideas de Izquierda, 27/06/2021.

[5Nueva Estrategia Socialista. Bases estratégicas para la composición internacional del comunismo. Consejo Socialista de Euskal Herria, Diciembre de 2023

[6Santiago Lupe, [prólogo al libro “La victoria era posible. Escritos sobre la revolución española [1930-1940]”->https://www.izquierdadiario.es/La-victoria-era-posible-reflexiones-a-87-anos-del-inicio-de-la-Guerra-Civil-espanola], de León Trotsky.

[7Emilio Albamonte, Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo. Trotsky y la democracia soviética, Estrategia Internacional, Agosto 2004.

[8Al respecto de los debates actuales sobre el Programa de transición, ver Matías Maiello, “De la movilización a la revolución”, Ediciones IPS Estado español, Octubre 2022

[10León Trotsky, La Revolución Traicionada, Ediciones CEIP, 2014
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Diego Lotito

@diegolotito
Nació en la provincia del Neuquén, Argentina, en 1978. Es periodista y editor de la sección política en Izquierda Diario. Coautor de Cien años de historia obrera en Argentina (1870-1969). Actualmente reside en Madrid y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.