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¿Por qué avanza la derecha? Un debate sobre la construcción de sentidos comunes por izquierda

Pablo Castilla

¿Por qué avanza la derecha? Un debate sobre la construcción de sentidos comunes por izquierda

Pablo Castilla

Ideas de Izquierda

Tras el avance de la derecha en las municipales y autonómicas, Sánchez sale rápido a convocar elecciones generales para finales de julio. Después de casi cuatro años de gobierno “progresista”, Ayuso y Almeida arrasan en Madrid y el PP se asegura recuperar el control en muchos parlamentos regionales y ayuntamientos gracias al papel decisivo de Vox en gran parte de ellos. Mientras, desde Unidas Podemos parecen querer preguntarles a las y los trabajadores: “¿Qué te hecho yo para merecer esto?”.

“La gente es tonta” es el argumento más cuñao – casi despechado – que sale a la hora de intentar explicar por qué hay sectores obreros y populares que, o bien no votan o bien lo hacen por Vox o PP. Una derecha que recorta en servicios públicos, pide barra libre para los empresarios y propone poner plantas en los balcones contra el cambio climático gana terreno ante una situación con la sanidad y la educación públicas degradas, los salarios devaluados y las sequías a la orden del día ¿Cómo se come esto? Para los “progresistas” la culpa acaba siendo siempre de los trabajadores que no han ido a votar o lo han hecho a favor de la derecha.

No es cuestión de compresión o relato, sino de llegar a fin de mes

En el programa de La Base del pasado lunes los distintos tertulianos, entre ellos su presentador Pablo Iglesias, hacían sus diagnósticos sobre el tema. Toda la línea argumental giraba alrededor del discurso, los medios, los marcos mentales y, en definitiva, la cuestión de la comunicación política. Desde ese punto de vista, el reto de la izquierda estaría en construir un contrapoder mediático y un discurso comprensible para las masas. “No nos habéis entendido porque Ferreras y Ana Rosa os manipulan”, esta sería la síntesis.

Por supuesto que los grandes medios de comunicación son lo más rancio que hay. Pero el tema no es una supuesta falta de compresión, sino que cada vez cuesta más llegar a final de mes. Bajada real de los salarios, alquileres por las nubes, factura de la luz disparada… El informe publicado por HelloSafe desvela que el coste de la vida (alimentación, servicios, transporte y vivienda) supone el 69% del salario medio en promedio. En el caso de zonas como Barcelona (82%), Málaga (81%), Baleares (80%), Valencia (75%), Madrid (73%) o Vizcaya (71%) es incluso muy superior. Ni siquiera en ciudades donde representa un menor porcentaje (Lleida, Segovia y Lugo) resulta barato, pues sigue siendo casi la mitad del sueldo. A su vez, los gastos básicos – sin contar vivienda – son un 61% del salario mínimo (1.080€), cosa que deja solamente 354€ para alquiler, ahorro y otros gastos. Sin embargo, desde la perspectiva del “progresismo” la trampa está en que Atresmedia, Mediaset y compañía no explican los grandes avances que está realizando el gobierno “progresista” sobre estos temas o los límites que se encuentran por parte del mercado.

Después de varios años en las instituciones, desde el Consejo de Ministros a los ayuntamientos del “cambio”, la cosa empieza a hacer aguas. El dato mata al relato. La Ley de Vivienda no frena la subida de los alquileres, el aumento del salario mínimo y la Reforma Laboral mantienen condiciones precarias y la “excepción ibérica” no ha revertido el incremento de los precios de la luz. Al mismo tiempo, las direcciones de los sindicatos amigas del gobierno (CCOO y UGT) acuerdan con la patronal mantener los salarios por debajo de la inflación. El problema del relato es que solamente es relato. La realidad es otra.

La izquierda del “sí se puede” ha pasado a ser la del “no se puede”. No se puede ir contra la banca, no se puede tocar los intereses de los grandes tenedores, no se puede atacar a las eléctricas… Siempre con la burocracia sindical de aliada para defender que no se pueden subir mucho los salarios porque la patronal se enfada. Ya sea porque el PSOE no quiere, porque el IBEX 35 es muy poderoso o porque los grandes medios se le giran en contra… Resulta que nunca se puede.

Al final, lo único posible para los de Yolanda Díaz y Ione Belarra es gobernar en los límites de lo que el Estado permite, es decir, gestionar de la manera más amable los intereses del capitalismo español cuando es viable y siendo tan duro contra la clase trabajadora y los sectores populares como sea necesario cuando toca. La traducción es la reforma laboral que revalida la del PP, la de pensiones que mantiene los 67 años de jubilación o la no derogación de la Ley Mordaza. La consolidación del rescate a la banca sin tocar los miles de pisos de la Sareb ni los fondos buitres que especulan con la vivienda o los millones que regalan a las eléctricas con beneficios de récord comparten el mismo ADN.

Lejos de no haberse sabido explicar mejor, desde Unidas Podemos lo han hecho perfectamente: “no se puede ir contra los intereses de los capitalistas, así que nos vamos a dedicar a gestionarlos sin molestarlos”.

El “progresismo” tomando la agenda de la derecha: así se construye sentido común de derechas

Los sectores del “progresismo” achacan el éxito de la derecha a la capacidad de esta para imponer sentidos comunes. Sin embargo, la mayor conquista para el sentido común del PP y Vox es tener a los reformistas aplicando parte de su política. Cuando la supuesta alternativa aplica las políticas de la derecha es esta quien se abre camino.

Si la desafección política nos debilita para enfrentar a la derecha no es porque los descontentos no voten por Unidas Podemos, sino porque les han convencido de que lo único a lo que pueden aspirar es a mantener sus condiciones de vida cada vez peores. Normal que no movilice. En consecuencia, no tendría sentido organizarse ni construir una alternativa política por izquierda. El problema es que cuando el “progresismo” actúa en contra de la clase trabajadora y los sectores populares es la derecha la que se apodera demagógicamente del malestar a falta de una alternativa por izquierda. Seguir alimentando el voto del “mal menor” con la nariz tapada a los reformistas para que no venga la derecha no hace más que alimentar el círculo vicioso.
En todo ese camino, el reformismo solo contribuye a legitimar los aspectos más reaccionarios del Estado Español. El mayor blanqueo del discurso monárquico y patriótico del PP y Vox contra vascos y catalanes ha sido el represtigio de la Corona por parte Podemos, así como el aval a la represión contra el movimiento democrático catalán. ¿Cómo querer que se repudie la utilización de las cloacas del Estado por parte de la derecha o su discurso racista contra los menores que migran solos si se IU, el PCE y Podemos son parte de un gobierno que infiltra policías en movimientos sociales, devuelve en caliente a menores con el Ejército en Ceuta o masacra decenas de inmigrantes en la valla con Melilla? Se sitúa en la misma línea que pretender denunciar el militarismo mientras aumentan el presupuesto de Defensa, envían armas a Ucrania y acogen la cumbre de la OTAN. Ahora bien, la aparente alternativa de levantar una política exterior europea independiente – como hacen Iglesias o Melenchon – tampoco cambia el carácter imperialista de su política. A la hora de la verdad, significaría enviar menos armas a Ucrania y más a la frontera sur para barrer el paso a las personas que huyen la miseria causada de países Estados imperialistas como el español.

Al final, Pablo Iglesias, Iñigo Errejón, Irene Montero, Yolanda Díaz o Alberto Garzón sí que han sabido imponer un sentido común basado en aceptar gobernar para el IBEX 35, la Corona y el rearme imperialista porque si no vendrá derecha. Qué casualidad que quienes crezcan sean justamente los amigos de los defensores de la desregulación, el ¡Viva el Rey! y la Hispanidad.

Las opresiones dividen a la clase, no la lucha contra ellas

Sobre la base de la legitimación de las ideas más reaccionarias terminan abriéndose paso los discursos rojipardos. Nos referimos a esos sectores que terminan comprándole la propuesta racista, machista y LGTBIfóbica de la derecha pintando su proyecto de verdadera defensa obrera. Sin embargo, las mujeres son gran parte de la clase trabajadora en el siglo XXI, igual que las personas inmigrantes en países imperialistas. Pensemos en las mujeres de los Servicios de Atención Domiciliaria (SAD), las sanitarias, las cajeras de supermercado o las obreras de la industria textil y manufacturera. A su vez, las personas LGTBI somos de los sectores de la clase obrera que sufrimos la discriminación en el mundo laboral, entre otros espacios.

Los discursos de la derecha buscan enfrentar a los sectores explotados y oprimidos de la clase trabajadora: al trabajador nacional contra el inmigrante que curra en negro; al mecánico de la fábrica con jornadas eternas contra el chico trans que no encuentra trabajo o la señora con una pensión de miseria contra la joven dependienta que hace huelga el 8M. Los rojipardos se apoyan sobre esa lógica para decir que la lucha contra el racismo, el patriarcado y la LGTBIfobia divide a la clase. Nada más lejos de la realidad: las opresiones y quienes contribuyen a perpetuarlas son parte de lo que verdaderamente divide a la clase trabajadora.
Por eso, el problema está en poner la etiqueta de “feminista” a un gobierno capitalista que actúa contra la mayoría de las mujeres y el conjunto de la clase trabajadora. Por un lado, empuja a sectores de la clase obrera a pensar que, dado que quienes se revindican “feministas” no responden a sus necesidades materiales, entonces lo que está mal es el feminismo. Por otro, hace pensar a una parte del movimiento feminista que su lucha debe estar separada de las demandas de las y los trabajadores. En ambos casos, termina siendo imposible llevar hasta el final el combate contra la alianza entre patriarcado y capital. Sin incorporar la lucha contra las opresiones, la clase trabajadora deviene incapaz de construir su hegemonía. Primero porque seguirá dividida, cosa que la debilita enormemente – y segundo porque será impotente a la hora de presentar una alternativa para la liberación de las opresiones.

Para el caso del Estado Español, pensemos en el enorme movimiento de mujeres que fue cooptado y desmovilizado por Podemos con Irene Montero a la cabeza. Todo un proyecto que se ha mostrado incapaz de llevar a cabo la más mínima reforma seria, pero que a cambio ha servido para tintar de “feminista” a un gobierno responsable del mantenimiento de la Ley de Extranjería, la Reforma Laboral o el propio aparato del Estado que infiltra policías a base de manipular sexoafectivamente a mujeres activistas. El retroceso del movimiento de mujeres y la pasividad impuesta por las burocracias sindicales en el movimiento obrero han facilitado enormemente que el crecimiento del malestar con el gobierno “progresista” lo capitalice la derecha.

Qué izquierda y qué unidad necesitamos para hacer frente a la derecha

Lejos de cualquier visión superficial o mecanicista, la desafección con Unidas Podemos no se convierte automáticamente en un crecimiento de las posiciones anticapitalistas. De hecho, vemos que ante la falta de la alternativa por izquierda lo que tiende a primar es la apatía o la politización populista de derecha en una falsa clave antiestablishment. Hace falta discutir cómo politizar el malestar de la clase trabajadora, la juventud y las mujeres para organizar nuestra fuerza en una organización política independiente de los capitalistas y sus gestores amables del “progresismo”. Porque no se puede enfrentar a la derecha de verdad con una izquierda mentira.
El sentido común de la izquierda reformista en el Estado Español insiste en el problema de la unidad. Ahí se encuentra el límite a la hora enfrentar a la derecha y mejorar las condiciones de vida de las grandes mayorías. Pero para los reformistas y los revolucionarios esa "unidad" tiene significados opuestos. Para los primeros, significa decirles a los trabajadores que, para evitar que suba la derecha, deben resignarse a la precariedad y aliarse con quien están detrás de su miseria. Este era el mensaje de fondo por parte de quienes nos decían que para echar a Rajoy había que gobernar con el PSOE o que conquistar la independencia pasaba por ir de la mano con la burguesía catalana. Años después, esa vía tan solo ha servido para abrir camino a la derecha y frenar las aspiraciones de autodeterminación. Mientras tanto, las empresas del IBEX 35 han seguido acumulando beneficios millonarios a costa de las y los trabajadores cada vez más empobrecidos.

Para los revolucionarios, la unidad política no se da con los reformistas. Justificar ese tipo de apoyo significa fomentar las ilusiones en quienes le niegan a la clase trabajadora la posibilidad de luchar contra las causas y los causantes de sus padecimientos. La unidad que necesitamos construir es la de las y los trabajadores a través de la autoorganización en cada centro de trabajo para plantar cara a los ataques de la patronal y los gobiernos de turno, ya vengan de la derecha neoliberal o los “progresistas”.

Es momento de construir una izquierda que luche por un programa anticapitalista que cuestione de arriba a abajo el Régimen del 78. Que plantee la indexación automática de los salarios de acuerdo con el IPC para evitar que la inflación se coma el sueldo, así como el reparto de horas de trabajo sin reducción del salario y la jubilación a los 60 años. Porque no tiene sentido que unos se maten a trabajar hasta viejos mientras la juventud malvive con trabajos temporales y a tiempo parcial. Peleemos por una salida a la crisis de la vivienda a través de la expropiación sin indemnización de los pisos vacíos en manos de grandes propietarios.

Necesitamos poner en pie una alternativa política propia que, frente a los de "¡Viva España y viva el Rey!”, defienda en todo el Estado el derecho a la autodeterminación como parte de ser radicalmente antimonárquica. Una izquierda que se oponga al rearme imperialista del Estado Español, el envío de armas a Ucrania y las sanciones a Rusia al mismo tiempo que denuncia la invasión reaccionaria de Putin. Porque la salida a la escalada militar en curso no vendrá de los Estados imperialistas y capitalistas que nos empujan a nuevas guerras en defensa de sus negocios. Contrariamente, la lucha de la clase trabajadora y los sectores populares contra nuestras burguesías nacionales es la base de la solidaridad internacionalista.

Contra el crecimiento de la extrema derecha, es urgente construir una izquierda anticapitalista y socialista con independencia de clase. Que apueste por la autoorganitzación en los centros de trabajo, estudio y barrios para desplegar las fuerzas de la clase trabajadora unida con los sectores oprimidos. Una tarea que no se da en vacío, sino interviniendo en cada una de sus luchas en disputa contra los burócratas sindicales y de los movimientos sociales que tratan de contenerlas y desviarlas.

La disputa por el sentido común

Si se toma la idea de los marcos mentales, el sentido común del “no se puede” impuesto por los neorreformistas simplemente refuerza el marco dominante: “no hay alternativa al sistema capitalista”. Pasa lo mismo con los argumentos del tipo “hace falta presionar desde las calles”, pues refuerza la idea de que las y los trabajadores tan solo pueden aspirar depender del Estado burgués y los capitalistas.

Contrariamente, existen muestras objetivas y subjetivas que apuntan a otra sociedad posible. Actualmente, se producen suficientes alimentos como para acabar con el hambre en el mundo. A su vez, el nivel de desarrollo tecnológico permitiría reducir las horas de trabajo si se repartiesen entre todas las manos disponibles. La solidaridad de las y los trabajadores se expresa en cada conflicto obrero igual que lo hace cuando se moviliza contra la destrucción de los ecosistemas en su comunidad. En los últimos años, la revuelta de 2019 en Chile contra el régimen heredero de Pinochet o ahora la enorme lucha en Francia a raíz de la reforma de las jubilaciones de Macron muestran que la clase trabajadora y los sectores populares empiezan a rebelarse frente a décadas de neoliberalismo.

La clase obrera es quien mueve el mundo cada día y, por tanto, es igualmente capaz de reconstruirlo sobre nuevas bases. Pensemos en el potencial de una sociedad donde los medios de producción y de cambio estuvieran en manos de las y los trabajadores. Un modelo libre de la competencia capitalista por la ganancia, un socialismo revolucionario desde abajo donde las y los trabajadores planificaran la producción democráticamente en función de las necesidades sociales. La mera posibilidad de imaginarlo posee un enorme potencial que los reformistas tratan de ocultar.

Ante el avance de las ideas reaccionarias, el auge de las tensiones militares y el agravamiento del cambio climático, la lucha por extender las ideas del socialismo es vital para evitar la barbarie capitalista. No se puede enfrentar el sentido común de la derecha legitimando su propio marco.


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Contracorrent Barcelona - estudiante de Filosofía, Economía y Política en la UPF