Charla de Alejandra Correa y Lucía Nistal en la VI Escuela de verano de la CRT.
El crecimiento de la extrema derecha en las elecciones europeas, la posibilidad del regreso de Trump a la Casa Blanca, el Gobierno de Milei en la Argentina. ¿Por qué crecen estas corrientes reaccionarias? Hablamos sobre la crisis del neoliberalismo y el papel de los "progresismos neoliberales". ¿Cómo construir una alternativa? Compartimos el video completo de la charla y por escrito la intervención de Lucía Nistal.
Lucía Nistal: Sobre el crecimiento de la extrema derecha
Después de los avances de la extrema derecha en las elecciones europeas, que ha alcanzado un 25% de los escaños, con todo un verano marcado por los discursos más reaccionarios, especialmente en torno a la migración, es importante plantearse por qué crece la extrema derecha internacionalmente y por qué avanzan sus discursos y políticas. Un crecimiento que hay que relativizar, sobre todo en el estado español donde VOX aún queda por detrás de los dos grandes partidos del régimen, PP y PSOE, y el partido de Alvise queda en una -nada desdeñable- sexta posición, pero que tendencialmente está tomando espacios en las instituciones. Para tratar de responder a esta pregunta quería plantear tres elementos.
1. La extrema derecha crece sobre cierta crisis de la hegemonía neoliberal y de los partidos y gobiernos de extremo centro
Esto se ha visto en las elecciones europeas, donde los resultados han generado grandes crisis a gobiernos centrales como el alemán donde el SPD que dirige el gobierno semáforo quedó en tercer lugar, superado por los liberales y el partido de extrema derecha Alternativa por Alemania (AfD). Una crisis que se ha acrecentado con las elecciones en algunos Estados (Land) alemanes donde AfD ha seguido subiendo, llegando a ganar en Turingia con Björn Höcke, conocido por su reivindicación del nacismo. También supusieron una gran crisis en Francia, llevando a Macron a adelantar las elecciones, tratando de presentarse como una alternativa a la derecha, que tampoco funcionó.
Pero también se observa esa crisis de los gobiernos neoliberales en Argentina con Milei expresando también en parte un voto de castigo, como rechazo a lo viejo, expresión de la crisis de representación. Incluso la victoria de Trump expresaba esta idea antiestablishment (ambas totalmente contradictorias porque Trump es un empresario del establishment y Milei está intentando llevar adelante políticas ultraliberales a medidas de las necesidades de las grandes empresas). Y estas salidas, por fuera de los partidos o de las alas tradicionales de los partidos del extremo centro, son un síntoma claro de las grietas del neoliberalismo. ¿Unas grietas que vienen desde cuándo?
David Harvey hace un recorrido rápido en Crónicas anticapitalistas y plantea que había un discurso triunfalista del capitalismo en los años fuertes del neoliberalismo donde la culpa de tu fracaso, de tu pobreza, era solo tuya porque “el sistema funcionaba”. Obviamente tenemos que relativizar esto, las contradicciones del capitalismo estaban ahí, y había precariedad, explotación, desigualdad salvaje… incluso en el Estado español ya había algún cuestionamiento al régimen muy marcado por la corrupción del PP, por ejemplo. Pero no había un cuestionamiento abierto del sistema por parte de grandes sectores.
Después llegó la crisis de 2008, se constató más ampliamente que el sistema no terminaba de funcionar, dice Harvey, la economía no estaba cumpliendo sus promesas para las masas, ahora ya era evidente que el proceso político estaba deformado a favor de los ricos. Esto dio lugar a un proceso de protestas donde se expresó el malestar en el movimiento de los indignados o en las primaveras árabes. Aquí se dio un 15M con una denuncia impugnadora del régimen y del propio capitalismo, como muestran algunos de sus cánticos más célebres: “no es un fallo, es el sistema” o “PSOE, PP, la misma mierda es” y después en Cataluña el movimiento democrático por el derecho a decidir.
El neoliberalismo perdió su legitimidad para amplios sectores y se amplió el descontento, pero la salida fueron más medidas neoliberales y represión. Podríamos aquí remitir a un balance de por qué en el caso del estado español a pesar de las movilizaciones el movimiento de los indignados acabó desviado y vencido y el papel del neorreformismo como Podemos, que dirigió todo hacia lo institucional para acabar gobernando con el PSOE, con la ayuda de las burocracias sindicales, o cómo la mezcla de desvío y represión acabó en gran medida con el movimiento democrático catalán.
El caso es que, a falta de organizaciones fuertes de los trabajadores, la salida fue impuesta desde los mismos que habían generado la crisis, y los ricos se beneficiaron más que nadie. Esto se ve claramente con datos sobre el aumento desigualdad brutal: si en el año 2000, 340 millonarios tenían más riqueza que la mitad más pobre de la población, más de 3 mil millones de personas -un dato que ya es tremendamente violento-, en el año 2020 ocho individuos tenían la misma riqueza que el 50% de la población, que era ya de casi 4mil millones de personas. Y esta dinámica ha continuado, desde el año 2020 la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado con creces. Porque también aprovecharon la pandemia de la Covid para aumentar la desigualdad.
Pero esto no sucedió sin cierto descrédito del establishment político. Wendy Brown explica en su libro En las ruinas del neoliberalismo que, en Estados Unidos, por ejemplo, hubo toda una operación para pasar la culpa del desastre de Wall Street a Washington (estableciendo además una separación que no es tal) y también toda una operación para desplazar el problema hacia “el ISIS, los migrantes indocumentados, los mitos de las leyes antidiscriminación en Estados Unidos, etc.”. Un desplazamiento que aprovechó Trump.
En todo caso, el cierre relativo de la crisis, que arrastra contradicciones, es tremendamente inestable, frágil. Es un equilibrio con una economía que no se ha terminado de recuperar (crece muy lentamente), con el shock de la pandemia y con una crisis climática cada vez más amenazante. El equilibrio capitalista, por usar el concepto de Trotsky, hay que verlo más allá de una coyuntura inmediata en un espacio determinado, hay que entenderlo en una dinámica temporal y como parte de un sistema global. Y si bien el capitalismo fue capaz de cerrar momentáneamente la crisis del 2008 sin que se impusiera una salida de ruptura (recordemos que la posibilidad de recomposición del equilibrio capitalista está ligada al resultado de la lucha de clases), viendo la foto más amplia, este equilibrio reconstruido es inestable: el momento de conjunto en el que se inserta es de tendencia a la ruptura de ese equilibrio. Se trata nada menos que del imperialismo, época de crisis, guerras y revoluciones.
Esto es muy evidente en el plano internacional, en el que hay una gran inestabilidad, cuestionamientos al proyecto de globalización, intensificación de las políticas racistas de frontera (aunque siempre estuvieron ahí, son la base del proyecto de la UE y el imperialismo de EEUU), cierto cuestionamiento a la hegemonía de EEUU en un mundo más multipolar y, sobre todo, el rearme imperialista en la UE y la OTAN, choques geopolíticos y guerras que han llegado al centro de Europa, o el recrudecimiento del genocidio en Palestina que Israel está ampliando hacia una guerra en Oriente medio. Podemos decir que el regreso de las tendencias militaristas y guerreristas marca el fin de las ilusiones en la “globalización armónica”, el supuesto equilibrio que acompañó el período del neoliberalismo progresista.
De manera que este nuevo equilibro es frágil, y es en este caldo de cultivo en el que pueden producirse salidas más radicales. Como dice Harvey, cuando el equilibrio es frágil las poblaciones inestables, sobre todo las marginadas, pueden optar por direcciones políticas muy divergentes. O, mejor, citando a Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Y es que cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer pueden aparecer monstruos de la extrema derecha. Pero ojo, quiero recalcar que no está escrito que esta salida la tenga que capitalizar la derecha. Pero sí podemos explicar el crecimiento o incluso surgimiento de nuevas extremas derechas sobre esta inestabilidad y la deslegitimación del proyecto neoliberal.
2. La derecha se alimenta de las políticas y lógicas del neoliberalismo
Un elemento que quiero mencionar más rápidamente es cómo las propias políticas y lógicas neoliberales han alimentado a la extrema derecha, su discurso y abierto el camino a sus posiciones.
Es el caso de las políticas racistas llevadas adelante por los distintos gobiernos e instituciones neoliberales, se digan del signo que se digan, las cuales evidentemente alimentan el racismo del que la derecha está haciendo bandera muy centralmente. Ligado a esto es importante pensar también cómo la represión brutal que sufre la población migrante, en un régimen casi bélico en las fronteras, alimenta el sentido común de autoritarismo y represión del que bebe la extrema derecha.
Por otra parte, es importante también hablar de la lógica individualista que reforzó con todo el neoliberalismo. Es parte de una operación ideológica, por supuesto, una lucha que se da en el terreno discursivo también, Thatcher decía que “no existe tal cosa como la sociedad, solo individuos y sus familias”. Pero el refuerzo del individualismo sobre todo se ha llevado a cabo de dos formas: con políticas y por la ausencia de alternativas de lucha colectiva. Me explico.
La privatización y recortes de los servicios sociales básicos han convertido el “bienestar” o incluso supervivencia en una cuestión de responsabilidad individual. O en todo caso familiar, otra institución que le encanta a la derecha, y muy cargada sobre los hombros de las mujeres. Por otra parte, frente a todos los ataques de las políticas neoliberales, los grandes sindicatos no han planteado siquiera una resistencia en clave colectiva, más bien han negociado y firmado. Han contribuido enormemente a sacar del imaginario la idea de la organización y la lucha de clases, colectiva, lo que ha dejado el terreno abierto al sálvese quien pueda. Una lógica en la que personajes como Milei pueden crecer.
Otro elemento en el que se apoya la extrema derecha y que conocemos mucho también en Madrid con Ayuso, es el manoseado concepto de “libertad”, que en manos de la derecha es libertad de los explotadores para explotar y, en todo caso y a veces, del explotado para decidir dónde o quién le explota. Esta idea que planteaba Josefina Martínez en un artículo para ctxt: “la mayor incongruencia de las derechas radicales es que solo un Estado fuerte, cada vez más represivo y que coarte las libertades de las mayorías, puede proteger su restringida noción de libertad”.
Una libertad que oponen a lo que llaman la “justicia social”, como habréis escuchado a Ayuso o a Milei decir en discursos últimamente, que presentan como una idea comunista, algo coercitivo por parte del gobierno, totalitario diría Hayek, porque pretende imponer un orden sustituyendo a la moralidad y a los mercados. Milei dice que la justicia social supone un trato desigual ante la ley y que además tiene lugar tras un robo porque sale de los impuestos. Mientras roba al pueblo argentino para gastárselo en grandes viajes y dice que no hay plata, pero gobierna para los beneficios de los grandes empresarios y las multinacionales. Y digo las multinacionales porque aunque estos derechistas vayan de patriotas están al servicio del capital internacional, como el propio Milei, por eso Ana Valero, directiva de Telefónica Hispanoamérica, dice que “tenemos una visión optimista sobre los cambios en Argentina" y le felicitaba por la eliminación de “restricciones obsoletas”, en referencia al plan de privatizaciones y contrarreformas laborales en curso.
Frente a sus discursos de libertad que no es tal, tenemos que recordarles que nosotros sí que queremos luchar por la libertad y por poder desarrollar toda la individualidad de cada une y por eso luchamos por librarnos de la explotación y la opresión, para pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad.
3. El papel de neoliberalismo progresista
El otro día vi un vídeo de Errejón en el que decía que “es normal que el malestar de la descomposición del neoliberalismo lo capitalicen los reaccionarios, porque los humanos que tienen que superar el neoliberalismo en crisis son humanos neoliberales. Somos humanos que estamos constituidos por la forma de estar en el mundo, por la forma de desear y por la forma de relacionarnos con el otro, que es puramente neoliberal. Y por tanto el problema también está dentro”.
Si está dentro no está fuera, y así no tienen que explicar qué tienen que ver ellos, y el proyecto del neorreformismo en haber conformado lo que él llama la forma de estar en el mundo. Podemos plantear varios puntos al respecto.
En primer lugar, ya mencioné de pasada, la responsabilidad que tienen aquí en el Estado español en que no se haya podido desarrollar una salida en favor de la clase trabajadora del momento de crisis del 2008, desviando los términos de lo posible y lo deseable, por usar su lenguaje, hacia las instituciones y a arañar pequeñas reformas. Y lo mismo hicieron desde el gobierno. Podríamos también hablar del papel de Syriza en Grecia, con una movilización masiva y huelgas generales que se sucedían y un referéndum en el que los griegos dijeron no al pago de la deuda, imponiendo ese pago y todos los recortes que exigía la troika. Algo que por cierto permitió que la extrema derecha interviniera con una apariencia social en contra del autoritarismo austericida de la UE en favor de las familias, etc. Algo que incluso hemos visto aquí a VOX tratar de hacer en alguna campaña, permitiéndose hablar de familias que no llegan a final de mes, frente a un progresismo que tomaba medidas en favor de los grandes empresarios. Aunque sea de una profunda hipocresía por parte de la extrema derecha que quiere gobernar para las multinacionales y los ricos, la falta de respuesta a las demandas sociales básicas por parte del supuesto progresismo les abre ese espacio.
Por otra parte, llevar adelante todo tipo de políticas de derecha llamándolo progresismo genera una decepción que la derecha sabe aprovechar muy bien. Nancy Fraser hablaba de neoliberalismo progresista para denominar “la alianza poderosa y real entre las corrientes liberales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo, ambientalismo y derechos LGBTQ+) con los sectores más dinámicos del capital financiero o el tridente ganador de Wall Street, Silicon Valley y Hollywood”. Este neoliberalismo progresista le ha hecho un enorme favor aquí al régimen del 78 que venía en crisis y al propio PSOE y en general y más allá de nuestras fronteras al capitalismo que venía cuestionado, tratando de convencer a las mayorías de que se puede gestionar de forma amable este capitalismo y que se pueden ganar derechos en este sistema depredador, ayudando así a que pasaran ataques a las mayorías, algo que podía ser más difícil en un contexto de deslegitimación del neoliberalismo. En palabras de Fraser: “Para que el proyecto neoliberal triunfara, había que presentarlo en un nuevo envase, darle un atractivo más amplio y vincularlo con aspiraciones emancipatorias no económicas. Una economía política profundamente regresiva podría convertirse en el centro dinámico de un nuevo bloque hegemónico solo si se la adornaba con las galas del progresismo”. Así le han dado sobrevida al proyecto neoliberal y, en último término, le han hecho un favor también a la extrema derecha, con la decepción generada a todo lo que suene a “progresismo” y con la aplicación de la agenda de la derecha.
Todo esto se multiplica en medio de la profundización brutal del belicismo y el imperialismo que estamos presenciando desde la invasión reaccionara de Ucrania por parte de Rusia y la intervención imperialista de la OTAN y la UE en la guerra. Con el progresismo impulsando esa agenda belicista y firmando subidas estratosféricas de los presupuestos militares. Y lo mismo podríamos decir del mantenimiento de relación y compra y venta de armas con el Estado genocida de Israel.
Otro elemento a tener en cuenta es cómo, al mismo tiempo, han contribuido a desarmar a las mayorías con la institucionalización y desvío del movimiento feminista, antirracista, etc., lo que podemos llamar la incorporación de los movimientos sociales a un nuevo tipo de Estado ampliado (es decir su cooptación en el orden burgués). Por no hablar de los avances en leyes represivas, que nos dificultan salir a enfrentarnos a la extrema derecha y si no que le pregunten a los 6 de Zaragoza. Así van alimentando los impedimentos para hacer frente a la derecha y a todas las políticas de derecha y ataques a la clase trabajadora y las mayorías sociales.
Otra operación que ha hecho el neorreformismo y que hace el progresismo en distintas latitudes y a la que me quiero referir un momento, es la de hablar de cordón sanitario frente a la extrema derecha y de presentarse a las elecciones en clave de democracia versus fascismo. Esto lo hizo Pablo Iglesias en Madrid muy claramente.
Lo primero que tenemos que decir es que esta extrema derecha, si bien puede tener algún elemento fascistizante, incluso puede apoyarse en grupos pseudofascistas como desokupa, no es fascismo que, como define Trotsky, es un “régimen de guerra civil abierta contra el proletariado” (El único camino, 1932). Más en concreto, en “¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado alemán” también en 1932, explica:
El régimen fascista ve llegar su turno porque los medios “normales”, militares y policiales de la dictadura burguesa, con su cobertura parlamentaria no son suficientes para mantener a la sociedad en equilibrio. A través de los agentes del fascismo, el capital pone en movimiento a las masas de la pequeñoburguesía irritada, a las bandas del lumpenproletariado desclasadas y desmoralizadas, a todos estos seres a quienes el capital financiero empuja a la rabia y la desesperación. [...] Implica la aniquilación de las organizaciones obreras, reducir al proletariado a un estado amorfo y crear una red de instituciones que penetren profundamente en las masas para obstaculizar toda cristalización independiente del proletariado.
No estamos en ese contexto. Y no se trata de minusvalorar a la extrema derecha, ni de una discusión teórica, se trata de una definición que implica un posicionamiento político y una estrategia de combate. Y que el neorreformismo lo llame fascismo es una operación política que busca justificar el “mal menor” y todas las políticas de derecha que implica, porque cualquier cosa es mejor que la llegada del fascismo.
Y es una operación muy problemática, no sólo por agitar el fantasma del fascismo, sino por la construcción del bloque democrático que ya vimos en qué acabó con los frentes populares ante el ascenso, esa vez sí, del fascismo. En todo caso, hoy, esta dicotomía, esta división en dos del plano político ubica en tu campo a todos los “demócratas”, incluido el PP y todas las instituciones “democráticas”, como la judicatura, o la propia constitución. Y es que hacen una reivindicación de la democracia en términos abstractos, como si no fuera una democracia capitalista, para ricos, “la mejor envoltura para la dictadura del capital”, como dijo Lenin. Es decir, el mejor modo en que la burguesía presenta su dominación de clase de una forma más aceptable para las masas trabajadoras y populares.
¿Cómo enfrentamos a esta extrema derecha?
A partir de las reflexiones anteriores, tenemos que pensar cómo nos enfrentamos a esta derecha y a las políticas reaccionarias. En primer lugar, es importante señalar, sin infravalorar su importancia y peligro, que las derechas tienen problemas para establecer hegemonías fuertes, en esta situación mundial convulsa. No es que haya una extrema derecha que se estabiliza en los gobiernos y avanza sin contradicciones.
Por otra parte, también hay que señalar que se trata de una extrema derecha heterogénea, en la que hay distintos sectores, que incluso pueden chocar, y que no tiene el respaldo en bloque de las burguesías, que más bien de momento apuestan por los partidos del régimen del extremo centro. Podemos ver aquí el caso de los dos partidos del régimen frente al apoyo de los grandes capitalistas que hoy por hoy tienen VOX o Alvise.
Aunque sí podemos hablar de elementos comunes, sus bases centrales, que son su antifeminismo (lo que ellos llaman batalla cultural contra la ideología de género), anticomunismo (aunque llaman comunismo a cualquier cosa), el racismo, el nacionalismo, el apoyo al estado genocida de Israel, cierto autoritarismo represivo y el alineamiento con los intereses de los capitalistas.
Frente a ellos ya he planteado cómo el reformismo o las distintas variantes del progresismo no solo nos sirve para enfrentarse a ella, sino que le acaba abriendo el camino con sus políticas de contención y pasivización, tratando de convencernos de partir de la aceptación de la derrota y llamando a un conformismo inmovilizador.
También están quienes asumen el terreno de la batalla cultural del que hablan las derechas como espacio decisivo del combate, sustituyendo al de clase, limitándose a aspectos que se podrían llamar identitarios del movimiento feminista, LGTBI o antirracista, acabando detrás de los reformistas proponiendo políticas de reconocimiento pero dentro de las democracias capitalistas, desligado del cuestionamiento del sistema que mantiene las condiciones de explotación y opresión de los y las trabajadoras del mundo. Como si se pudiera hacer frente a la LGTBIfobia, el racismo, la feminización de la precariedad y un largo etcétera sin enfrentarse a este sistema que se alimenta de la opresión y la explotación.
Por otra parte está la respuesta más “rojiparda” que plantea que las luchas contra las opresiones desvían o incluso se contradicen con las luchas de clase que entienden en un sentido corporativista, sindicalista, profundamente reductor, y responsabilizan al feminismo, la lucha LGTBI o el antirracismo de dividir y de abrir el paso a la extrema derecha hacia sectores populares que rechazarían esas preocupaciones. Así, acaban tomándole parte del discurso y las reivindicaciones más reaccionarias a la extrema derecha y contribuyendo, ellos sí, a dividir a la clase trabajadora, trabajando por el sostenimiento del sistema capitalista.
Lejos de todos ellos la tarea es proponerse romper con el círculo vicioso en el que el descontento (e incluso las revueltas) son desviadas con la colaboración del neoliberalismo progresista y la consiguiente decepción es capitalizada por la derecha, en una versión cada vez más degradada, más monstruosa.
Tres tareas fundamentales en la batalla contra la derecha
En primer lugar es necesario exponer la hipocresía y callejón sin salida al que lleva la derecha en cada oportunidad y escenario. Desmontando los argumentos racistas, machistas y LGTBIfóbicos, su manipulación de la idea de “libertad” o las contradicciones entre sus discursos de preocupación por las familias trabajadoras y su gobierno al servicio del capital.
En segundo lugar y ligado a esto creo que es necesario intervenir sobre la realidad planteando de manera muy frontal, como hace la extrema derecha cuando plantea de forma hipócrita sus propuestas, las demandas y reivindicaciones que atienden de verdad a las necesidades y problemáticas de las mayorías trabajadoras. Plantear con claridad que es intolerable que los bancos un año más hayan multiplicado sus beneficios batiendo todos los récords mientras siguen desahuciando, que el gobierno nos está vendiendo como un avance en derechos una reforma de la jubilación para que trabajemos hasta que nos muramos por la que los empresarios se están frotando las manos, y que la culpa de tu precariedad es del gobierno de la reforma laboral de Yolanda Díaz y Ana Botín y de la patronal, no de los migrantes. Y desde ahí plantear medidas de fondo como reducir las horas de trabajo y subir el salario a costa de los beneficios de las grandes empresas, como nacionalizar las eléctricas para que dejen de hacer negocio con el medio ambiente, los fondos verdes europeos y las facturas impagables de la luz, o la vivienda en manos de grandes tenedores y bancos para que todo el mundo tenga una vivienda.
Y en tercer lugar, que hace falta construir una alternativa que luche por imponer este programa y por enfrentarse a la extrema derecha de la única forma posible, con la lucha de clases. Que ponga en el centro la autoorganización, la lucha colectiva y la confluencia de las luchas, frente a tanto individualismo y competencia que nos divide e impide el cuestionamiento a los capitalistas. Y esto no lo tenemos que hacer sobre el vacío, porque van a venir nuevos desafíos de la lucha de clases a los que se van a tener que enfrentar las derechas.
Como nos vienen anunciando algunos episodios de movilización, a veces más ciudadana pero a veces también protagonizada por la clase obrera, como las luchas que vienen sucediendo intermitentemente desde hace unos años en Francia, las olas huelguísticas en EEUU y Reino Unido, o la revuelta de las mujeres en Irán, las movilizaciones y luchas que se están desarrollando en Argentina contra el plan de Milei o, por supuesto, el gran movimiento internacional en solidaridad con el pueblo palestino, que contribuyen en generar una subjetividad que acabará estallando. Y estos últimos meses lo que puede ser una nueva ola de revueltas en distintos países de África y Asia. Y tenemos que llegar preparadas a ese momento, con una alternativa política, un partido, que defienda una política hegemónica de la clase trabajadora junto a todos los sectores oprimidos, con una perspectiva socialista.
Porque hay que luchar contra la extrema derecha y las ideas reaccionarias, pero no para conformarnos con que sean otros que gestionen el mismo sistema, y nos dirijan igual a crisis y guerras, y apliquen políticas racistas y contra la clase trabajadora; hay que luchar por un mundo mejor, un socialismo desde abajo, un mundo sin clases, donde decidamos democráticamente qué y cómo se produce, un mundo sin este sistema capitalista que nos explota, nos oprime y nos hace la guerra.
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