El objetivo de este texto no consiste únicamente en repasar las posiciones que existen respecto al uso del lenguaje inclusivo, que por supuesto circula independiente del ceño fruncido de los conservadores. Buscamos indicar por qué NO constituye un fascismo lingüístico y así apreciar los horizontes que abre el debate. Junto con ello, intentamos aportar a la necesidad de enfrentar las estructuras que habilitan la reproducción de la violencia capitalista y patriarcal proponiendo mecanismos para superarlas.
Viernes 1ro de julio de 2022
Una vez más sobre el lenguaje inclusivo
Desde el 2018 en adelante (con un mayo feminista chileno y marea verde argentina) se ha instalado la discusión sobre el lenguaje inclusivo en el ámbito público. Aparecen siempre las voces de “eminencias”, personas importantes en la academia, que, quiéralo o no, influencian sectores de la población. Y no es que se profundice demasiado. Como reconoce Patricia Politzer (Academia Chilena de la Lengua, 2018), en el gremio de periodistas se ha “pisado el palito” dándole excesiva importancia al uso de la “E” o el “@” como marcadores de lo inclusivo. Esto lleva a que el debate se enfrasque en el tensionamiento que se produce al elegir esta (o no) como forma predominante en nuestra comunicación cotidiana, tanto a nivel social y cultural como a nivel lingüístico.
Pese a que en junio se conmemora el orgullo LGTTBIQ+, este mes ocurrieron retrocesos conservadores que no dejaron de llamar la atención. Fue noticia que el Gobierno de CABA (Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina) prohibió el lenguaje inclusivo en los documentos oficiales y contenidos curriculares orales y escritos de las escuelas.
En Chile, a propósito de la redacción del documento final de la nueva constitución, el diario La Tercera emitió un artículo que generó polémica en la Universidad de Chile. El conflicto tuvo lugar a raíz de las declaraciones de un académico de la facultad de Filosofía y Humanidades: Abelardo San Martín. El docente, miembro además de la Academia Chilena de la Lengua, señaló que el lenguaje inclusivo constituía una “especie de fascismo lingüístico”. El estamento estudiantil respondió con repudio en redes sociales y el pronunciamiento político de un grupo de estudiantes de magíster en lingüística hispánica, que apuntaba principalmente a rechazar la estigmatización que establecen los dichos del académico hacia quienes utilizan el lenguaje inclusivo.
¿Fascismo lingüístico?
Cabe destacar que si bien es una institución que lleva consigo los valores de la monarquía y el patriarcado, otros miembros de la Academia Chilena de la Lengua, y también docentes de la Universidad de Chile, han desarrollado en extenso sobre el sesgo discriminatorio hacia las mujeres en el lenguaje y particularmente en el castellano, donde el género gramatical masculino es considerado neutral (Academia Chilena de la Lengua, 2018).
Para comprender por qué la discusión se traslada al campo de la gramática, es necesario distinguir entre género social y género gramatical. La palabra género viene del latín genus, que significa “tipo, linaje, especie” (Soto, 2018 p.44). Cabe señalar que no todas las lenguas tienen géneros gramaticales, o algunas tienen género neutro (como el alemán o el inglés).
La Real Academia de la Lengua Española (RAE) reconoce solamente dos géneros gramaticales: el masculino y el femenino. Estos “tipos” se aplican a las cosas y sujetos. Por eso decimos la silla, el sillón, la leona, el león. En el caso de los objetos inanimados, pese a que se postula como arbitraria, la distinción de géneros gramaticales, lejos de regirse por un criterio estrictamente lingüístico, también involucra cosmovisiones y responde a estereotipos asociados a lo femenino y lo masculino, concepciones moldeadas por una sociedad patriarcal, que puede rastrearse hasta el indoeuropeo (Chávez, 2019).
Como bien señala Rita Segato (2003) en Las estructuras elementales de la violencia:
(...) el control del patriarcado y su coacción se ejercen como censura (...) en el ámbito discursivo, en el cual los significantes son disciplinados y organizados por categorías que corresponden al régimen simbólico patriarcal.
El género gramatical, en los animales no humanos, mayoritariamente depende del sexo (la gato, el gato). En otros casos, no se modifica (los mosquitos, las serpientes) o cambia la palabra completamente (el toro, la vaca).
En el caso de las personas, además del sexo, tenemos un género social, que es el cual nos identificamos: como mujeres, varones o personas no binarias, por dar ejemplos. Esta identidad de género, independiente de cómo la expresamos, sólo tiene dos manifestaciones gramaticales: masculino y femenino. Además, en el caso de las personas, el género gramatical masculino es considerado neutro por la RAE.
Entonces, ¿qué es el lenguaje inclusivo?
“Se trata de una demanda contra la invisibilización en el lenguaje, demanda de representación de las mujeres y de representación de la diversidad de género social no heteronormativa” (Soto, 2018, p.48).
Ante esta demanda, se han sugerido diversas propuestas lingüísticas que permitan hacer patente la diversidad sexogenérica en la comunicación, no sin complicaciones. Es decir, no hay ningún tipo de imposición oficial sino diversas estrategias para abordar el problema.
La mayoría de estas propuestas se sintetizan en Sexo, género y gramática, ideas sobre el lenguaje inclusivo, de la Academia Chilena de la Lengua (2018) y podrían resumirse muy someramente de la siguiente manera:
- Mantener el masculino como neutral, asumiendo que no existe relación entre el género gramatical y el género social.
- Asumir el femenino gramatical como neutral para visibilizar a las mujeres, grupo social históricamente oprimido, que sin embargo deja fuera otras identidades no binarias y trans masculinas.
- Adoptar la estrategia de duplicación: Todos y todas, las niñas y los niños, etc. Se señala que el principal conflicto de esta estrategia, además de perpetuar el binarismo genérico, es que alarga las intervenciones y resulta recursivo.
- La búsqueda de palabras neutras de uso asentado en el castellano, como “todas las personas” en lugar de “todos”. El principal problema de esta estrategia estaría definida por la existencia limitada de casos donde puede aplicarse, sin embargo abre un camino para pensar el problema de forma más integral.
- El establecimiento de un tercer género gramatical -neutro- para los seres humanos, marcado por la “e”, que reemplazaría al masculino actual, modificando algunas palabras. Si bien la “e” puede resultar compleja de adquirir en el uso cotidiano, la ventaja es que resuelve de forma eficiente el problema de la visibilización.
Sea cual sea la estrategia que se tome, es necesario abordar dos problemas:
- Cualquiera sea la decisión, no puede establecerse por decreto el uso de determinada manera de hablar el castellano, porque el cambio lingüístico requiere tiempo y se da de manera orgánica.
- Más allá de los géneros gramaticales, el problema del machismo excede el ámbito estrictamente lingüístico, y convoca al conjunto de la sociedad a la reflexión sobre el tema.
La franca provocación de llamar fascismo lingüístico al lenguaje inclusivo denota una comprensión bastante liviana de lo que implica la pertenencia a un grupo históricamente oprimido como lo somos las mujeres, las diversidades y disidencias sexogenéricas, que no contamos con herramientas del Estado para perseguir, enjuiciar o encarcelar personas por la resistencia al uso del “todes”.
Creemos que el profesor ignora además que el lenguaje inclusivo también se plantea por fuera de los verdaderos mecanismos que operan desde la norma y la rigidez, que son precisamente los que establece la Academia (con mayúscula, la Universidad) como centro de poder, de producción y de certificación del conocimiento, y por lo tanto, del estudio del lenguaje vivo, que es al que nos remitimos.
Por supuesto que los cambios lingüísticos toman años; pero vivimos en una época donde los tiempos se aceleran y el entendimiento sobre nuestra realidad y cómo construimos la sociedad es muchísimo más consciente que en tiempos pretéritos. En resumen: hoy contamos con herramientas, incluso desde la misma universidad, para repensar las maneras en las cuales nos comunicamos.
Comprendiendo la palabra no como un signo neutro sino como un terreno de disputa ideológica, entendemos también que el fenómeno en discusión es eminentemente político y no puede restringirse a un enclave exclusivamente gramatical: “El discurso cultural sobre el género restringe, limita, encuadra las prácticas” (Segato, 2003, p. 15).
Como dijo Elena Bossi “el problema no es la “e”, es el feminismo”.
Lo que incomoda a los conservadores no es “corromper” el uso de la lengua, que por lo demás hemos visto incontables ocasiones en las que el verdadero fascismo (Mussolini y Franco, por dar solamente dos ejemplos) ha establecido políticas lingüísticas arbitrarias, utilizando los medios del Estado para perseguir el uso de lenguas oprimidas o incluso, de palabras.
Lo que incomoda es tener que debatir sobre cómo el lenguaje y los discursos expresan visiones de mundo, que es posible levantar posturas que enfrenten a lo hegemónico, posicionamientos que tienen total derecho a entrar en circulación y poner en entredicho los relatos y discursos oficiales. Porque ese ejercicio de comunicación nos empuja a articularnos y subvertir el ordenamiento que habilita esos discursos de odio: el sistema tiene dentro de sus esquemas de dominación el lenguaje, y el hecho de ponerlo en discusión ya es un punto de incomodidad para los poderosos.
Más allá de la decisión que exista a nivel institucional, bajo el manto de la cortesía y los buenos modales y el uso "correcto" de la lengua, según las Academias de la lengua, está la opresión perfectamente normalizada en todos los niveles de la sociedad y cultura. Esta violencia requiere ser evidenciada, desenmascarada, ser dicha, para empezar siquiera a superarla. El capitalismo patriarcal y racista es el problema, evidentemente. Por eso no basta con incomodar; podemos pelear por una realidad distinta.
Lenguaje inclusivo y no sexista, una propuesta
Frente a las alternativas para resolver la marca de género en relación a las personas humanas, pareciera ser que tanto el uso de la “e” como marcador de neutralidad en conjunto con la búsqueda de palabras neutras para describir grupos humanos logran hacer un equilibrio que dialoga con la necesidad del cambio y con la dificultad para la adecuación al mismo.
Pero el problema no es incluir en la lengua únicamente, cuando es una sociedad que excluye en todos los ámbitos, el lenguaje inclusivo también debiese ser no capacitista, y poner acento en el discurso, que es lo que hacemos con las palabras más allá del evidente sesgo machista en el lenguaje, reflejo de nuestras estructuras sociales. Sino será muy fácil desarticularnos: basta con que los gobiernos de turno adopten el lenguaje inclusivo, existan policías trans y nos repriman con banderas LGTTBIQ+. Mientras más visibles, más alertas debemos estar, porque nuestros derechos nunca son una conquista estable en el capitalismo.
Debemos recibir la crítica al normativismo que sectores proclives al uso del lenguaje inclusivo han ostentado, confundiendo sobre todo a los sectores populares y obreros que la modificación de ciertas palabras como “todes” aún les resulta ajena. Al no existir una educación sexual integral en todos los niveles, hay un desconocimiento profundo sobre las posibilidades de identidades sexogenéricas que existen y por lo tanto de la diversidad de seres humanos. Se vuelve clave impulsar una lucha por una pedagogía de la inclusión y no una de la imposición, una que nos unifique para vencer.
Hoy utilizar la “e” y el lenguaje inclusivo, pelear por un lenguaje no sexista, y tensionar los límites actuales de visibilización en nuestra lengua, no es solamente un posicionamiento político, una lucha contra la reacción conservadora a todo lo que se escapa de su control. También es construir un espacio donde nos podamos encontrar todes quienes vivimos la opresión y la explotación en este sistema, e ir así enarbolando vías para nuestra emancipación.
Referencias Bibliográficas:
Academia Chilena de la Lengua (2018) Sexo, género y gramática; ideas sobre lenguaje inclusivo. Catalonia, Santiago de Chile.
CHAVEZ FAJARDO, Soledad. Ginopia, silencio. Género, discurso, diccionario. Lit. lingüíst. [online]. 2019, n.40, pp.393-429. Extraído de: https://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0716-58112019000200393&script=sci_abstract
De Mauro, Sofía comp. (2021). Antología Degenerada, una cartografía del lenguaje inclusivo. Biblioteca Nacional, Buenos Aires.
Voloshinov, V. (2018). El marxismo y la filosofía del lenguaje. Ediciones Godot, Buenos Aires.