Piquetes, cortes de ruta, asamblea, solidaridad. Esto se está viviendo en Neuquén hace días, por eso quisimos charlar con una de las protagonistas de la rebelión de salud, para que nos cuente su experiencia en el proceso que está abierto. Nos conectamos con Carla, estudiante de la UNCo y trabajadora de la salud del Hospital Castro Rendón, ubicado en el corazón de la capital neuquina.
Viernes 16 de abril de 2021 01:02
Son las 10 de la mañana. Hace poco amaneció en un país convulsionado. Desde Capital Federal nos proponemos charlar con una trabajadora que está al frente de la rebelión neuquina. La virtualidad nos da la posibilidad de vivir por un rato el clima en el que está inserta Carla hace más de 40 días. De fondo se escuchan los redoblantes de la batucada y llega el canto: “salud, escucha, tu lucha es nuestra lucha”
¿Nos podrías contar sobre tu trabajo en el Hospital? ¿Hace cuánto tiempo estás? ¿En qué sector trabajás y cómo son las condiciones laborales?
Trabajo como cocinera y camarera en el hospital Castro Rendón desde hace 6 años. Cuando entré, en 2015, tenía 23 años y estaba mensualizada, una forma de contratación bien precaria que tenía el Hospital. En el servicio de alimentación somos 30 y nuestra función es alimentar a unas 700 personas cada día: pacientes, familiares que los acompañan y obviamente personal que hace guardias. Nuestro lugar de laburo fue muy golpeado en la pandemia, como todo igualmente, ¿no? Pero muchos tomaron licencias por patologías que los hacían vulnerables al COVID-19 y hoy sostenemos la cocina con un 60% de personal “eventual” que ingresó a partir de marzo del 2020.
Desde el comienzo tuvimos que organizarnos para exigir los elementos de protección que ni las jefaturas ni las direcciones nos querían dar. Incluso armamos una grilla de horarios en “burbujas” para resguardarnos y también a nuestros familiares.
Nuestro servicio es muy precario. Por un lado hay constante faltante de insumos, productos de mala calidad que se encuentran en mal estado o que están vencidos. En lo que hace al lugar de trabajo, trabajamos invierno y verano en un ambiente que supera los 40 grados cerca de los hornos y no hay aire acondicionado. Y las ventanas del pasillo de la cocina están todas rotas así que en invierno, al salir de la cocina para servir la comida, tenés que ponerte la campera. Si laburamos dos días seguidos en los hornos seguro te agarra algún malestar físico. La lumbalgia es muy común porque las ollas son de 50 kilos y nos faltan los elementos para poder moverlas.
¿Qué otros trabajos tuviste antes de entrar al Hospital? Comentabas antes de la entrevista que además estudias en la Universidad, ¿es así?
Antes de entrar al Hospital pasé por 19 trabajos. Desde los 15 años que empecé a laburar: atendí en una tienda de ropa, fui vendedora ambulante, fui trabajadora de limpieza para empresas y casas de comida, laburé en Jumbo… Un trabajo más precarizado que otro. La mayoría de las veces terminaba renunciando porque el sueldo no me alcanzaba.
Me fui a vivir sola a los 19 años y decidí que quería estudiar. Estoy en la carrera de Historia, de la Universidad Nacional del Comahue. Así que el alquiler y los estudios los pagaba yo, pero no alcanzaba, por eso muchas veces también tenía que trabajar en dos lugares al mismo tiempo. Pero voy y vengo porque hay cuatrimestres que es difícil sostener la cursada. Con la pandemia tuve que volver a dejar porque los ritmos del Hospital me mataban.
Ahora que estoy en planta permanente veo a mis compañeros eventuales o tercerizados y no me olvido esa pregunta que me perseguía todos esos años, “si me despiden, ¿ahora qué?”. Creo que para muchos jóvenes del hospital que somos planta permanente la pelea por los eventuales es muy fuerte. Yo ahora tengo estabilidad laboral pero si estoy hace más de 45 días en las calles y en las rutas, también es por mis compañeros y compañeras eventuales, que no saben si mañana van a tener para el alquiler, para alimentar a sus hijos e hijas.
¿Cómo le explicarías el conflicto que estás viviendo como protagonista a alguien que no viene siguiendo el día a día en Neuquén?
Este conflicto estalló el 3 de marzo, por la bronca que generó la traición de las conducciones sindicales a las asambleas donde se había rechazado el aumento del 12% que ofrecía el gobierno provincial. Cuando el dirigente de ATE (que es el gremio que nos nuclea), Carlos Quintriqueo, aparece en los medios aceptando ese aumento, fue la gota que rebalsó el vaso. Nos quiso amenazar para aceptar, a cambio de la planta permanente para los eventuales. Y eso generaba temor, porque no íbamos a dejar que ningún eventual quedara en la calle. Pero en asamblea, cuando el secretario general quiere desenchufar el parlante, una trabajadora tomó la palabra para llamar a los eventuales. “No tengan miedo, no acepten lo que él les está ofreciendo. Nosotros vamos a pelear por ustedes, vamos a pelear todos en unidad”. Esa asamblea fue la última llamada por la Junta Interna. Todas las demás fueron de autoconvocados. Ahí empezamos a organizarnos. Primero en asambleas por hospitales y después en interhospitalarias, que son asambleas de todos los hospitales juntos.
Se nota que venían acumulando mucha bronca...
No se aguantaba más la situación. Encima al desconocer nuestro paro, hubo compañeras que cobraron 3 mil pesos… Te hablo de mujeres que son jefas de hogar, que tienen hijos e hijas. A mi me descontaron 12 mil pesos este mes. Pero ni aun con esos golpes nos doblegaron. Y fue así porque fuimos ganando el apoyo de muchos sectores. Los primeros que vinieron a solidarizarse fueron los ceramistas de la gestión obrera de Zanon y Cerámica Neuquén. Por eso después, cuando les cortaron la luz, nuestro apoyo fue incondicional.
Empezaron a venir a las marchas y se sumaron otros sectores en lucha: las docentes, municipales de Centenario, judiciales, estudiantes de la Universidad del Comahue de Neuquén y de Rio Negro, de los terciarios, pibes precarizadxs, diputados y diputadas que nos dieron su apoyo. Y de pronto también las familias que se atienden en la salud pública. Un día en asamblea en el monumento, desde los autos que pasaban empiezan a tocar bocina. Los familiares de pacientes agrupados en FAVEA convocaron un sábado de Semana Santa a la noche a una caravana: nunca pudimos creer la fila de autos que se armó. Las familias venían con carteles de apoyo, se bajaban de los autos a aplaudirnos, nos pedían que no aflojemos. Y eso se replicaba en cada localidad de la provincia donde había un hospital o centro de salud.
Todo ese apoyo se multiplicó cuando empezamos los cortes de ruta. Ahí se hizo vital el apoyo de la comunidad Mapuche que fue central para organizar la logística de los cortes, en territorio de Vaca Muerta. Lo mismo los crianceros en Añelo, que se acercaron con sus caballos junto a las familias del pueblo. En las filas de camiones conocimos petroleros que, a pesar de estar varados días, nos decían que no aflojemos. Ahí fue clave que cada olla que hacíamos, cada donación que llegaba, cada torta frita del desayuno, compartíamos con ellos, para que supieran que estábamos juntos en ésta. Incluso fuimos relevando que había pacientes de riesgo o que precisaban medicación especial y armamos un equipo de atención primaria para acompañarlos. Así fue naciendo la coordinación con todos los sectores, cada vez que teníamos que golpear más fuerte y juntar fuerzas.
¿Cómo describirías esto que llamas una “rebelión contra la burocracia sindical”?
Muchas compañeras ya veían que las conducciones sindicales nunca hacían nada por nosotras pero una cosa era opinar; otra muy distinta fue tomar medidas en contra de eso y empezar a organizarse. Pasamos de tener una actitud pasiva ante las conducciones sindicales que nos entregan para ser despedidos, a una actitud activa, a decir “el sindicato es nuestro”. Al inicio del conflicto, había una onda extendida por la desafiliación del sindicato. Hasta que en una de las primeras asambleas interhospitalarias, creo que fue la segunda, se puso en discusión que los sindicatos son de los trabajadores, solo que están en manos de las conducciones sindicales que nos traicionan, por eso hay que recuperarlos. Fue unánime la opinión de que desafiliarse era regalarles nuestra herramienta de organización, dejarla en manos de los que nos venden como objetos descartables y nos entregan, nos mantienen en estas condiciones de trabajo y no pelean. Esa asamblea fue clave para decir, “no permitamos que este sindicato se lo queden ellos”.
Una compañera decía que le dió mucha bronca que los que se sentaron con el gobierno fueron los dirigentes sindicales que nunca pisaron un hospital, que no trabajaron en todo el año de la pandemia, que no tuvieron que atender a un paciente con COVID, que no tuvieron que mover un cuerpo de la camilla. Porque son tipos que están instalados en los sillones del sindicato, pero no en las salas, ni en las cocinas, ni en las áreas de COVID, ni en los quirófanos.
Haber recuperado las asambleas interhospitalarias nos ayudó a poner en pie un método democrático. Todo se discute y se vota; también a organizar los cuerpos de delegados en los hospitales. Y así te va cambiando la cabeza. Hay compañeras que plantean que ellas jamás habían ido a una marcha, que nunca habían hablado en una asamblea, ni te digo vivir en la ruta por una semana (se ríe). Me acuerdo cómo organizamos la primera interhospitalaria, fue enorme, no se si no eramos 500 laburantes.
Es muy impactante en cada acción la presencia mayoritaria de mujeres en la primera línea, en los cortes de ruta, agitando en las marchas -tienen una batucada enorme con muchas mujeres que tocan los instrumentos y cantan-. Es un trabajo con mayoría de mujeres pero donde se ve la disposición a estar al frente siempre. ¿Cuál es tu visión del rol que están jugando en el conflicto?
El sistema de salud se sostiene con un 70% de mujeres. Enfermeras, trabajadoras de limpieza, de cocina, de ropería, médicas, profesionales, bioquímicas, de laboratorio, de diversos servicios que hoy están al frente de la lucha. ¡Sin dudas somos la primera línea! Y la primera línea primero para enfrentar la pandemia, que nos fue dando la bronca suficiente como para convertirla ahora en organización y hoy ser las que nos encargamos desde el fondo de lucha, la logística y seguridad en los piquetes, hasta el agite en cada marcha. Jugamos un rol primordial que no queda en manos de los varones como suele suceder. Muchas dimos un paso adelante y dijimos: “acá vamos a dirigir nosotras”. Y lo estamos haciendo.
Las ministras que actúan en la negociación, como la Ministra de Salud de la provincia, Andrea Peve, le dijeron a las trabajadoras del quirófano que no íbamos a aguantar más de diez días en la ruta y ya llevamos ocho y seguimos firmes. Le respondimos que se pudimos ponernos al frente de la pandemia, si aguantamos las lágrimas por nuestros familiares que no podíamos ver por miedo a contagiarlos, si nos aguantamos la bronca de ver compañeros fallecidos para seguir sosteniendo el hospital, si nos bancamos ritmos de trabajo inhumanos, sin transporte público, llegando en bici en pleno invierno en Neuquén. ¿Cómo no vamos a aguantar diez días en la ruta por lo que nos corresponde?
En el Hospital Castro Rendon, además, tenemos nuestra Secretaria de las Mujeres que es una referencia para nosotras, desde donde nos organizamos el pasado 8M para salir juntas desde el hospital y reclamar que nos escuchen, denunciando la violencia de los burócratas sindicales que pretendían silenciarnos.
Vos contabas que entraste cuando tenías 23 años al hospital, que hay una nueva generación trabajando ahora en la salud, incluso que son mayoría eventuales y tercerizados. Pero además, hay un apoyo de parte de los hijos e hijas de las y los trabajadores y de estudiantes y jóvenes que se están solidarizando con esta lucha, ¿Cuál es tu análisis del rol que está jugando la juventud hasta ahora?
La juventud carga con la precarización laboral en sus espaldas. También en el hospital. Hay quienes tienen que trabajar 16, 24 y hasta 36 horas y así se atiende a los pacientes que concurren a hospitales y centros de salud, sin poder dormir o durmiendo en bancos de madera, en cuchetas donde los colchones son re duros. Es una juventud que está atada de manos por la burocracia sindical que los persigue si se quieren organizar, que los señala, los apunta y los manipula si opinan algo, si levantan la voz, si opinan lo contrario o hacen algún reclamo. Eso genera temor a la hora de querer organizarse, pero se expresa que hay interés de salir a las calles y de quienes estamos en planta ese interés va en aumento. Muchos no pueden ser parte de las acciones porque no tienen cobertura para hacerlo, pero las muestras de apoyo son enormes, en cada pequeña cosa, igual que los mensajes de aliento.
Y además hay un apoyo de pibes secundarios, terciarios y de la universidad, también laburantes precarizados. Hace una semana estuve con mis compañeros de la Universidad, del Centro de Estudiantes de Humanidades del cual formo parte, que impulsaron la puesta en pie de un Comité de Estudiantes y Jóvenes en apoyo a la lucha de Salud. Así que hace una semana fundaron el comité, con la idea de organizar jóvenes y estudiantes. Armaron una bandera y una campaña de fotos que involucró a cientos de personas en nuestro apoyo. Me contaban que ya son 80 pibes y pibas. Vienen a todo lo que hacemos, son los primeros en empezar el agite y los últimos en soltar los bombos. Ahora están armando varias juntadas de fondo de lucha. También hicieron unos carteles que llevaron a los comercios de la zona en los alrededores de la Ciudad Judicial.
Fue muy importante también su llegada a los piquetes de Añelo el fin de semana,donde muchos laburantes se acercan a agradecer. Uno de ellos decía “cómo nos vamos a bajar si vienen ellos a bancarnos desde lejos, a darnos energías”. Esto es muy importante porque llevamos muchos días en la ruta y eso puede generar cansancio, pero no estamos cansados de luchar sino de ver que al gobierno no le importan las vidas de los trabajadores.
La contracara es la Federación Universitaria del Comahue, cuya conducción son hoy MILES y PCR, que solo se pronunció después de un mes y medio de lucha y ni se acercó a darnos su apoyo. Así demuestra que no le interesa organizar a los y las estudiantes que como yo, muchos somos laburantes, que miran esta lucha con la confianza de que si gana salud será una fortaleza para el conjunto de la juventud y los laburantes. Por eso me parece importante rescatar el rol del CEHUMA que organizó el apoyo de decenas de estudiantes, así como también de algunos centros de estudiantes del Comahue que impulsaron el apoyo nacional desde las universidades de todo el país.
¿Querés dejarnos una reflexión final?
Si, que esta lucha es un faro para la juventud y para muchos otros sectores. Porque canalizó la bronca de una provincia donde la regla es la desigualdad, donde el pueblo golpeado de Añelo, la tierra de vaca muerta, no tiene agua, mientras las ganancias en dólares son para los empresarios. Hoy la lucha en Neuquén no es de la salud ni solo por la salud, es un grito compacto contra el gobierno del MPN y sus 70 años de gobierno al servicio de las empresas hidrocarburíferas, mientras hay déficit de vivienda, precarización laboral, desempleo y contaminación. Que se agarren porque este elefante, como dijimos, es grande, memorioso y pisa fuerte. Y te diría que a esta altura somos una manada imparable.