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Racismo y clase: irlandeses, judíos, asiáticos y negros en la clase obrera británica

Josefina L. Martínez

Racismo y clase: irlandeses, judíos, asiáticos y negros en la clase obrera británica

Josefina L. Martínez

Ideas de Izquierda

Acerca de la clase obrera, el racismo, y las tendencias internacionalistas. A propósito del último libro de Satnam Virdee.

Racismo, clase y el paria racializado. Irlandeses, judíos, asiáticos y negros en la clase obrera británica. El último libro de Satnam Virdee, profesor de sociología en la Universidad de Glasgow, ha sido publicado en castellano por Editorial Katakrak en el Estado español en abril de 2021.

Satnam Virdee propone en este libro una lectura a contrapelo de la historia de la clase obrera en Inglaterra. Al relato clásico, desde E. P. Thompson en adelante, lo atraviesa con preguntas sobre el antirracismo. Como resultado, aparecen en escena otros actores. La explotación, el nacionalismo imperialista y el racismo se articulan en diferentes períodos para ahondar las divisiones internas en la clase trabajadora y consolidar el poder de la burguesía. Sin embargo, en ocasiones, esas divisiones sido superadas, con el surgimiento de tendencias antirracistas en la clase obrera, bajo la influencia de grupos socialistas internacionalistas.

El libro pone el foco en las “relaciones sociales entre los grupos minoritarios y la clase obrera inglesa” y analiza “el papel de las elites y del Estado para mediar en dichas relaciones”. Se ocupa de situar la “relevancia del racismo en la estructuración de las relaciones sociales entre diversos componentes de la clase obrera en Inglaterra”. Y finalmente, recupera algunos importantes episodios de solidaridad de clase y antirracismo en el movimiento obrero británico. Una lectura más que recomendable.

Otro aporte del libro es que este “va más allá de las conceptualizaciones ahora imperantes del racismo como un fenómeno definido por el color de la piel: saca a colación otras formas de racismo que la sociología ha pasado por alto en gran medida, como, sobre todo, el racismo antiirlandés católico y el antisemitismo”. [1]

Cartismo, radicalismo político y proletariado multiétnico

La generalización del racismo en la clase obrera se produce a partir de las décadas de 1830 y 1840, después de las derrotas de la “edad heroica del proletariado”. Esta es la primera tesis de Virdee. Con el ascenso de Reino Unido como potencia dominante a escala global, la burguesía británica promovió mecanismos para “gobernar de manera más consensuada en su propio país”. La integración de un sector de la clase obrera británica en la “nación” fue acompañada de algunas concesiones materiales. Algo que iría en paralelo con la exclusión de otros grupos de trabajadores, en especial los “parias racializados”. Estos eran, en aquel momento, los migrantes irlandeses y los judíos.

La segunda tesis identifica aquellos momentos históricos en que la clase obrera “reprimió esas expresiones de racismo” y en ocasiones incluso “las rechazó de forma activa”, generando confluencias potentes. Esto se produce durante el cartismo (1836-1848), con el auge del nuevo sindicalismo (1880-1890), en las décadas de 1920-1930 y nuevamente a partir de 1970.

Varios autores han destacado que la solidaridad entre ingleses e irlandeses fue importante durante el cartismo. [2]. Virdee señala que, en las colonias británicas en América, los grupos dominantes, temerosos de una rebelión conjunta de los esclavos negros y los sirvientes o trabajadores precarios blancos, establecieron una serie de leyes y medidas para diferenciar entre estos sectores y “racializarlos”. A partir de entonces, palabras como “blanco”, “negro” y “mulato” aparecieron en las legislaciones y determinaron toda una serie de jerarquías donde los negros eran los “otros” racializados. La división entre blancos pobres y negros esclavizados fue una de las claves de la dominación en los nuevos territorios coloniales y “servía para garantizar el mantenimiento del dominio capitalista”. En cambio, en la misma época, en Inglaterra, las sociedades obreras de correspondencia expresaron un radicalismo político en la clase obrera que mostró afinidad con las causas del abolicionismo de la esclavitud y la liberación de Irlanda. Además, muchos obreros irlandeses eran activos en el movimiento cartista.

“Lo sorprendente de esta edad heroica del proletariado, por lo tanto, son la escala y el alcance de la solidaridad entre el segmento inglés, el africano y el católico irlandés de la clase obrera. Junto a la formación de un proletariado multiétnico en altamar (…) se produjo un importante proceso de solidaridad interétnica de clase dentro de la propia Inglaterra.” [3]

A contramano de posiciones esencialistas, Virdee argumenta que la burguesía británica logró imponer ese racismo solo sobre la base de la derrota del cartismo. “Ese miedo a la revuelta de los obreros, a una revuelta de la clase obrera de naturaleza multiétnica y unida frente al Estado, fue el contexto en el que creció de forma exponencial el uso del racismo por parte de las elites”. Fue entonces una combinación de derrotas de la clase obrera con las políticas activas de la burguesía para integrar al Estado a sectores de las clases medias y de la clase obrera en un nuevo “consenso nacional” británico, lo que posibilitó el auge posterior del racismo y el nacionalismo.

Racismo y socialismo nacionalista

“La participación en la dominación del mercado mundial fue y sigue siendo la base de la nulidad política de los obreros ingleses. […] Causa auténtica desesperación ver a estos obreros ingleses con su sensación de superioridad nacional imaginaria, sus ideas y sus puntos de vista fundamentalmente burgueses y su estrechez de miras en cuestiones ‘prácticas’” [4]

A Mediados del siglo XIX, Marx y Engels advirtieron contra el nacionalismo y el racismo de la clase obrera inglesa hacia los obreros irlandeses. Una hostilidad parecida a la de los blancos pobres contra los esclavos negros en las colonias americanas. Se produjo entonces una “racialización” de los obreros irlandeses: se los relacionaba despectivamente con lo femenino y se los estigmatizaba como seres proclives a la delincuencia, la violencia y la adicción al alcohol. De este modo se fue afianzando la idea de una de una “raza celta” inferior.

“Todos los centros industriales y comerciales de Inglaterra poseen ahora una clase obrera dividida en dos campos hostiles: proletarios ingleses y proletarios irlandeses. El trabajador inglés común odia al trabajador irlandés porque lo considera un competidor que rebaja su nivel de vida. Se siente, con respecto al obrero irlandés, miembro de la nación dominante y por lo tanto se convierte en una herramienta de los aristócratas y los capitalistas de su país contra Irlanda, y fortalece así el dominio [de esas clases dirigentes] sobre el mismo. Alberga prejuicios religiosos, sociales y nacionales contra el obrero irlandés.” [5]

Mientras que muchos obreros ingleses eran seducidos por el nacionalismo, la Asociación Internacional de Trabajadores creada en 1864 fue clave para mantener una política activa de solidaridad con la causa de la liberación de Irlanda, y para promover la unidad de la clase obrera, entre nativos y extranjeros. Producto de esta política, muchos irlandeses se unieron a las filas de la Internacional y crearon secciones propias en regiones obreras como el East End de Londres. La AIT llegó a organizar una manifestación por la libertad de los presos políticos irlandeses en 1872 en la que participaron cerca de 30.000 personas, la mitad de ellos irlandeses.

En el último tercio del siglo XIX, sin embargo, las tendencias nacionalistas ganaban espacio entre las capas más altas de los trabajadores, la aristocracia obrera. Y los sindicatos se convirtieron en correas de transmisión de la dominación burguesa, dejando de lado la confrontación abierta con los capitalistas para negociar algunos beneficios para un sector reducido de la clase. Los mecanismos de integración también incluyeron la ampliación del derecho al voto para sectores de los trabajadores varones. Estamos ante el surgimiento de una burocracia obrera, como capa especial diferenciada del resto de los trabajadores y trabajadoras.

Así lo explica Virdee: “el precio que tenían que pagar los miembros de base de los sindicatos para seguir consiguiendo esos beneficios era la creación de ese estrato de dirigentes con unos intereses algo distintos de los suyos. Los días en que esos líderes asumían el papel de ‘tribunos’ de toda la clase obrera (…) habían llegado a su fin.” [6]

Virdee plantea que ese consenso hegemonizado por la burguesía británica se tambaleó después de la depresión económica de 1873. En la década de 1880 y hacia principios de 1890, los sectores menos cualificados de la clase obrera (muchos sin derecho a voto) van a protagonizar una nueva ola de luchas, que no se veían desde la época del cartismo. Es lo que se conoce como el auge del nuevo sindicalismo. Entonces, en medio de una ola radical de luchas obreras, el sector internacionalista, como William Morris, Belfort Bax y Eleanor Marx, se enfrentó al nacionalismo y al antisemitismo de muchos líderes socialistas.

Las manifestaciones obreras más importantes ocurrieron entre 1886 y 1887, con acciones directas y enfrentamientos con la policía. Y el triunfo de la huelga de las 1500 trabajadoras jóvenes de la fábrica de cerillas Bryant and May (la mayoría tenía menos de 15 años) fue una inyección de moral para ese proletariado más precario. Los trabajadores del Gas y los estibadores salieron a la lucha, apoyados por sindicalistas como el irlandés Will Thorne y por internacionalistas como Eleanor Marx. Se trataba de los sectores de la clase obrera con peores salarios y pésimas condiciones laborales, considerados “imposibles de organizar”. Pero se organizaron y crearon nuevos sindicatos.

Virdee destaca en esa oleada de luchas: la unidad entre obreros irlandeses y obreros ingleses, la acción de los sectores más precarios de la clase obrera y el papel de vanguardia de las mujeres jóvenes. Esto “representaba el rechazo al imaginario del nacionalismo británico creado por la elite, un imaginario en el que no tenían cabida los irlandeses, las mujeres ni otros elementos de lo que las elites denominaban despectivamente ‘residuum’”. [7]

A pesar de este desafío, las corrientes hegemónicas del socialismo afianzaron una postura nacionalista. Tanto el ala moderada de los socialistas, con la SDF de Hyndman, como la corriente socialista religiosa del Partido Laborista Independiente (ILP) de Hardie y MacDonald. Ambos sectores reprodujeron el nacionalismo y el antisemitismo promovido por las clases dominantes. Y fue solo la pequeña Liga Socialista de William Morris y Eleanor Marx la que sostuvo una política internacionalista de apoyo a los trabajadores judíos.

“Además de apoyar esas luchas autoorganizadas de los trabajadores judíos de la sastrería y de la confección, en ciudades como Leeds los miembros de la Liga también abogaron por la propagación del sindicalismo en la industria, de manera que todos los trabajadores, judíos incluidos, se organizasen en un gran sindicato.” [8]

Virdee advierte que el punto de vista internacionalista de la Liga no era mayoritario en el movimiento obrero británico. Y después de la derrota del nuevo sindicalismo creció el antisemitismo cristiano y el “racismo científico”. En 1896 la TUC, principal central sindical británica, llegó a aprobar una resolución exigiendo controles de migración para los judíos. Otra vez, las derrotas de la clase obrera, facilitadas por la orientación conciliadora de las burocracias obreras, abrieron paso a un período de desmoralización y abatimiento, caldo de cultivo para un repunte del racismo. [9] En 1906, una fusión entre diversos grupos, entre los que estaba la ILP, sectores liberales y la Sociedad Fabiana, fundaron el Partido Laborista. Este nació con la marca del nacionalismo imperialista en su ADN.

Guerra y revolución

Frente a la Primera Guerra Mundial, la mayoría de los socialistas nacionalistas apoyaron las aspiraciones guerreristas de su propia burguesía, mientras un pequeño sector mantuvo posiciones internacionalistas. A la salida de la guerra, en medio de una nueva ola de radicalidad del movimiento obrero, diferentes grupos confluyeron en la fundación del PCGB entre 1920 y 1921.

Virdee destaca que, entre los miembros del flamante partido comunista, muchos procedían de los “márgenes celtas” del Reino Unido (Escocia y Gales) y de minorías como los irlandeses, los judíos y algunos indios, caribeños y africanos. Y afirma que estos comunistas, que miraban la realidad local con el “ojo extranjero” eran “universalistas estratégicos”. Virdee sostiene que estos sectores se vieron atraídos por el bolchevismo por varios motivos.

En primer lugar, por su oposición al racismo y al nacionalismo, por su compromiso con el internacionalismo socialista y porque veían a la Revolución rusa como el preludio de la revolución socialista mundial. Además, por “la sofisticación con la que Lenin concebía la cuestión nacional y su consiguiente apoyo al derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas”, algo que tocó la fibra de muchos socialistas irlandeses. Y, por último, porque “la composición de los propios bolcheviques reflejaba la formación satisfactoria de una organización socialista multiétnica, porque dos tercios de los dirigentes bolcheviques procedían de grupos minoritarios del imperio ruso como los ucranianos, los letones, los georgianos y los judíos.” [10]

Para Virdee, esta composición multiétnica del PCGB habría sido la base de una fuerte actividad antiimperialista en los años siguientes. Durante las décadas de 1920 y 1930, aparecieron sectores dentro del Partido Comunista de Gran Bretaña que llamaron a enfrentar el racismo en la clase obrera. Pero esta tendencia fue mediatizado por el surgimiento del estalinismo, que obstaculizó la dinámica internacionalista y contribuyó al asentamiento del nacionalismo.

Virdee señala que, ya entrados los años 30, el PCGB adopta de lleno la orientación de la Comintern del Frente Popular y esta se transforma en un impedimento para poder enfrentar el auge del nacionalismo y el racismo en la sociedad británica y en la clase obrera. En octubre de 1936 se producen los enfrentamientos de Cable Street, en los que las bases del partido comunista presionan por participar, a pesar de las directivas de su dirección. Ese día, varios miles de personas, incluyendo militantes comunistas, sindicalistas y grupos socialistas, marchan al grito de “¡No pasarán!” para boicotear de forma activa un acto de la Unión Británica Fascista liderada por Oswald Mosley. La acción termina con fuertes choques con la policía. Pero esa será la última acción de este tipo por parte del PCGB. A partir de entonces, apunta Virdee, su discurso se nacionaliza y se centra cada vez más en la “nación británica” y el “pueblo británico”. Este giro va a acompañado de una marcada moderación política, basada en la búsqueda de alianzas con los laboristas y sectores liberales “progresistas”.

La inflexión post 68

En este período se produjo un nuevo punto de inflexión. La crisis del Estado de bienestar y el fin de los “años dorados” generó un fortalecimiento del racismo en un polo de la sociedad británica. El conservador Enoch Powell hizo un discurso en 1968 que se conocerá posteriormente como “Ríos de sangre” en el que llamaba a frenar la inmigración de las excolonias británicas a Reino Unido. Tras su destitución por parte del partido conservador, algunos sindicatos promovieron huelgas racistas en su apoyo, algunas de estas con la consigna “Back Britan, not black britan”.

Virdee relata que, como respuesta a esta ofensiva de la extrema derecha, se formaron nuevas organizaciones antirracistas, inspiradas por los movimientos de liberación nacional y la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. Y mientras que en 1968 las declaraciones racistas de Powell cosechaban el 70% de apoyo entre la población, según algunas encuestas, esto cambió en los años siguientes. A mediados de los años 70 hubo una nueva confluencia entre las luchas antirracistas y las luchas de la clase obrera.

La larga lucha de la fábrica Grunwick en 1976, encabezada por un grupo de trabajadoras asiáticas, despertó una enorme solidaridad de clase. En julio de 1977, 18.000 manifestantes, entre los que había sindicatos, grupos feministas y antirracistas formaron un piquete de solidaridad y apoyo a la huelga. Y aunque el conflicto terminó siendo derrotado después de más de un año, para Virdee marcó un cambio de tendencia hacia una mayor unidad en sectores de la clase trabajadora, superando las divisiones raciales. De aquellos años, Virdee también destaca el surgimiento de la Liga Antinazi, impulsada por diferentes corrientes de la izquierda, en especial por el SWP, parlamentarios laboristas o intelectuales como Tarik Ali. Esta Liga impulsó masivas manifestaciones y acciones contra la derecha, atrayendo a amplios sectores juveniles.

En los años siguientes, además de múltiples acciones antirracistas en los centros de trabajo, surgieron movimientos antirracistas y antifascistas en la juventud “en una escala sin precedentes en el Reino Unido”. [11] Pero las importantes derrotas de la clase trabajadora a comienzos de los años 80 permitirán que se consolide la Nueva derecha en el poder, inaugurando el período neoliberal.

Algunas conclusiones

Una historia de la clase obrera no es posible sin considerar las diferentes estrategias y tácticas adoptadas por las corrientes políticas. El mayor mérito del libro de Virdee es que articula la cuestión del antirracismo –y la posibilidad de superar la ideología nacionalista de las clases dominantes— con la acción política de los socialistas internacionalistas. Para el autor, su papel es importante en momentos “de crisis sistémica para determinar la escala y el ámbito de acción del antirracismo que probablemente surja en la clase obrera.”

Su argumento es que en el largo período que va de 1848 a 1968, a excepción de algunas personalidades como William Morris, Belfort Bax y Sylvia Pankhurst, ese papel lo jugaron militantes socialistas internacionalistas que eran también “parias racializados” como Eleanor Marx, James Connolly y otros. Irlandeses, judíos o de origen indio, que eran parte de las organizaciones socialistas y “actuaban como fermentadores, alimentando las luchas en todo el mundo gracias a su perspectiva singular en la sociedad”.

Virdee insiste en esta cuestión en todo el libro y vuelve a señalar la presencia de activistas obreros y socialistas que eran “parias racializados” como “los católicos irlandeses y los africanos, que, en virtud de su posición contradictoria en el Estado nación, tenían la capacidad de universalizar las preocupaciones particularistas de las luchas individuales en beneficio de todas las personas explotadas y oprimidas.” Nos parece que este es un aporte interesante para pensar la cuestión, siempre y cuando no se absolutice ese elemento. La presencia de grupos de “parias racializados” y la composición multiétnica de las organizaciones socialistas es importante, pero no garantiza por sí misma la defensa de una política “universalista” ni mucho menos anticapitalista. Lo fundamental para ese “universalismo estratégico” al que se refiere Virdee es defender una estrategia revolucionaria para la emancipación de todos los explotados y oprimidos. Lo contrario de una política de conciliación de clases, que termina preservando el poder de la burguesía y fortaleciendo a la derecha.

En el libro, esta cuestión se encuentra subestimada en algunos momentos claves de la historia de la lucha de clases en Gran Bretaña. Por ejemplo, cuando menciona la creación de la Liga contra el Imperialismo en 1926 impulsada por la Comintern, que para Virdee sería un ejemplo de “antiimperialismo” en el PCGB. En esta se reunieron delegaciones de decenas de países, incluyendo aquellos bajo dominio colonial. Sin embargo, entre los integrantes de la Liga se encontraban el Kuomintang Chino, el Congreso Nacional Indio o el Partido Nacionalista Egipcio. Se trataba de corrientes nacionalistas burguesas con las que los partidos comunistas estalinizados sellaron acuerdos políticos que terminaron estrangulando los procesos revolucionarios en esos países, como es el caso de China de 1927. Y como toda la historia posterior demostró, no podía haber antiimperialismo consecuente de la mano de las burguesías nacionales. Esta política, además, ya era un anticipo de la que se generaliza en los años 30 con el Frente Popular.

A su vez, Virdee plantea que la derrota de la huelga general inglesa de 1926 tuvo un impacto catastrófico en el movimiento obrero, porque fortaleció el poder de los empresarios y el Estado. El balance de aquella huelga general no es secundario, ya que se trataba de la acción de masas obreras más importante desde el cartismo. Pero, en este punto, está ausente en el libro una crítica a la estrategia política del PCGB, que mantenía un pacto con la burocracia sindical inglesa, incluso después de esta traicionara la huelga. [12]

En la década de 1970, otro momento clave donde surgen tendencias a la radicalización social y política en la clase obrera y la juventud, queda también subestimado el papel que jugaron los sectores de la izquierda reformista y la extrema izquierda. Virdee no se detiene a analizar los motivos de las derrotas que consolidan al thatcherismo, después de las grandes huelgas obreras, ni cuestiona los límites de la política de aquellos sectores de la izquierda que situaron la “lucha antifascista” como eje casi exclusivo, lo que permitía al laborismo mantener su hegemonía en la clase obrera y la juventud.

A comienzos de los años 80, con Thatcher ya en el poder, continuaron algunas experiencias de “municipalismo negro” [13] pero muy moderadas y adaptadas a la gestión del Estado capitalista. En el período neoliberal, gran parte de las organizaciones y asociaciones antirracistas, desligadas de una perspectiva anticapitalista y de lucha de clases, fueron asimiladas por el “multiculturalismo progresista”.

Como balance más general, surge que una política anticapitalista y hegemónica para soldar la unidad de la clase obrera con todos los oprimidos solo puede basarse en la lucha por un programa revolucionario e internacionalista.

Aun con este recaudo señalado, el libro de Virdee sin dudas enriquece los debates sobre clase y antirracismo, y permite situar en términos políticos la lucha contra el racismo en la clase trabajadora. Una clave indispensable para luchar por su emancipación.


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NOTAS AL PIE

[1Satnam Virdee, Racismo, clase y el paria racializado. Irlandeses, judíos, asiáticos y negros en la clase obrera británica; Editorial Katakrak, 2021.

[2El movimiento cartista surge con fuerza en Reino Unido entre 1836 y 1848. Exigía no solo mejoras laborales para la clase obrera sino también derechos políticos. Entre los cartistas había alas más moderadas y otras radicales, con las que entraron en contacto Marx y Engels.

[3Satnam Virdee, Ídem.

[4F. Engels.

[5Karl Marx. Carta a Sigfrid Meyer y August Vogt, 9 de abril de 1870. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870/abril/09.htm.

[6Idem, 77.

[7Idem, pag. 87.

[8Ídem.

[9Hacia comienzos del siglo XX ese antisemitismo nacionalista tomó forma en la fundación de la primera organización fascista, la Liga de los Hermanos Británicos (BBL). En esos mismos años, tanto la SDF como la ILP se opusieron al libre ingreso de extranjeros y en especial de judíos, apoyando medidas restrictivas. Una nueva Ley de extranjería entró en vigencia desde 1905 y la palabra “extranjero” se convirtió en sinónimo de “judío”.

[10Idem, 154.

[11Idem.

[12En su Crítica al programa de la Internacional Comunista de 1928, León Trotsky aborda justamente el balance de ambos acontecimientos claves de la lucha de clases en el período: la huelga general inglesa de 1926 y la derrota de la Revolución China de 1927. Y en ambos casos pone el foco en la responsabilidad de la política conciliadora de los partidos comunistas dirigidos por el estalinismo.

[13Virdee se refiere a la llegada de militantes negros a la gestión de algunos municipios, de la mano del Partido Laborista.
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Josefina L. Martínez

@josefinamar14
Nació en Buenos Aires, vive en Madrid. Es historiadora (UNR). Autora de No somos esclavas (2021). Coautora de Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), autora de Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018), coautora de Cien años de historia obrera en Argentina (Ediciones IPS). Escribe en Izquierda Diario.es, CTXT y otros medios.