Un debate sobre el ciclo del neorreformismo español, Podemos y la necesidad de una estrategia revolucionaria.
En este artículo queremos confrontar con los planteamientos que han sido hegemónicos en la izquierda española en las últimas décadas, a los que caracterizamos como reformismo y en el caso concreto de la última gran experiencia, la hipótesis Podemos, de neorreformismo.
De esta forma, señalaremos algunas de las claves del fracaso de este neorreformismo que supo canalizar el malestar social con la casta política y el descontento social ante la crisis, pero que los dirigió a través de una estrategia puramente institucional y alejada de cualquier horizonte de emancipación.
De los primeros discursos donde los líderes de Podemos hablaban de tomar el cielo por asalto hasta la renuncia de Pablo Iglesias, pasando por sus palabras en el programa ‘Salvados’, cuando afirmaba que no era lo mismo estar en el gobierno que estar en el poder, la experiencia de Podemos que supuestamente venía a renovar la política por izquierda muestran cómo el reformismo no es capaz de construir una alternativa ante la crisis que el capitalismo experimenta desde 2008.
Hoy es difícil negar que una de las primeras tareas de Podemos desde su formación fue desviar la energía de las plazas durante el 15M hacia una vía electoral, pasando de la ilusión de lo social a la ilusión de lo electoral. No se trataba de una vía para llevar la indignación al parlamento y servir de altavoz a los gritos de la calle que tenían claro que “no es un fallo, es el sistema” y que “PSOE y PP la misma mierda es”. Se trataba de sustituir una vía por otra, abandonar las calles y centrar la actividad política en apoyar a un partido que venía a gobernar, como se ha visto después, junto al PSOE monárquico, imperialista, protector y deudor de las eléctricas y el IBEX.
Podemos canalizó electoralmente el descontento social con el discurso de recuperación de la democracia y representatividad ciudadana, a la par que se abandonaban las “viejas ideas” de izquierda sobre la necesidad de construir partidos y sindicatos. El fenómeno se asentó así, no en una base social-sindical, sino en el electoralismo y en la ilusión de que cabía una transformación y humanización gradual del capitalismo español. No solo no radicalizó, por tanto, el discurso político del 15M, que hubiera significado una superación política del fenómeno de lucha en las calles, sino que lo negó y contribuyó a generar un clima de pasividad que terminaba eliminando las luchas sociales de su horizonte, tal y como expresaba Pablo Iglesias en 2016: “Nosotros aprendimos en Madrid y Valencia que las cosas se cambian desde las instituciones, esa idiotez que decíamos cuando éramos de extrema izquierda de que las cosas se cambian en la calle y no en las instituciones es mentira”.
Trataron de crear una organización política que ocupara la centralidad política y recreara los valores perdidos de la socialdemocracia, como si ésta hubiera sido alguna vez una verdadera respuesta para las mayorías sociales y no una forma de desviar sus luchas por la vía electoral hasta desactivarlas, como veremos más adelante. El discurso clásico de Izquierda Unida que todavía hacía referencia a “la clase trabajadora” daría paso a otro donde el sujeto sería “la gente” en general, cuyo papel político se limitaría a votar en las elecciones y participar en los referendos internos para avalar las decisiones de la dirección.
Tras la irrupción de Podemos en las elecciones, primero municipales y autonómicas y más tarde generales, se profundiza el verticalismo de la formación que incluyó la disolución de Izquierda Anticapitalista dentro de Podemos y una mayor moderación de su programa. El objetivo de su congreso en Vistalegre I de “asaltar los cielos” quedó oficialmente abandonado con el giro de la formación hacia el PSOE.
Ni los “ayuntamientos del cambio” ni Podemos en el propio gobierno lograron, desde entonces, más que impulsar unas cuantas medidas cosméticas que no resuelven las demandas sociales verdaderamente urgentes. La formación se ha convertido más bien en otra gestora del orden capitalista, sin unir su suerte a la de la clase trabajadora y otros sectores populares, que son los únicos que pueden derrotar verdaderamente al capitalismo. Prueba de ello es que en casi dos años de gobierno han sido incapaces de cumplir algunos de los objetivos electorales de los que más bandera hacían, como la derogación de diversas leyes antidemocráticas como la Ley de Seguridad Ciudadana o las reformas laborales.
Podemos acabó siendo el sector “de izquierda” del sistema tras una serie de renuncias y reajustes que han ido llevando su programa hacia la derecha, desde donde se terminó fortaleciendo a las formaciones tradicionales en lugar de debilitarlas. Su verdadero logro, pues, es avanzar en una restauración progresista del que en 2014 todavía denominaban “Régimen del 78”.
Las diversas tentativas de Podemos de llegar al gobierno sin enfrentar al régimen político del capitalismo promoviendo la organización de la clase trabajadora no podían, como veremos, tener un resultado diferente.
¿A qué nos referimos y por qué es pertinente el concepto de estrategia?
Para gran parte de la izquierda española, el balance de este periodo es una tarea aún pendiente que lleva a que, reconociendo el derrumbe de Unidas Podemos, apuestan su futuro a repetir nuevos experimentos en la misma línea. Frente a esto, consideramos que tan solo delimitando y exponiendo un proyecto de estrategia revolucionaria se puede salir de este impasse de una forma que permita volver a construir organizaciones útiles para la construcción de proyectos emancipatorios. Para esta tarea partiremos de las tesis de Emilio Albamonte y Matías Maiello que elaboran una gran aportación al debate en su obra Estrategia Socialista y Arte Militar, en las que hacen un repaso de las distintas estrategias que adoptó el marxismo en el siglo XX y una reflexión sobre el actual estado de la cuestión, donde destaca la inexistencia del debate estratégico entre grupos.
Comenzaremos por definir qué entendemos por estrategia y por qué pensamos que dicho debate ha estado ausente en los últimos años en gran parte de las corrientes de la extrema izquierda. Se trata de un concepto proveniente de la teoría militar que ha sido apropiado por el marxismo desde distintos autores entre los que se puede destacar a Lenin y Trotsky a partir de los escritos de Carl von Clausewitz, estratega y militar prusiano. En su obra, De la Guerra, Clausewitz expone en qué consiste el arte de la guerra, entendido como todo el conjunto de actividades cuya razón de ser es la guerra, es decir la dirección de esta última. Una de las claves de este proceso es la capacidad de planificar los combates para lograr los objetivos propuestos para dicha guerra. Para articular este conjunto de operaciones parciales, nos presenta el concepto de estrategia: «planificar y ejecutar estos combates y coordinar unos con otros para avanzar hacia el fin de la guerra (...) el empleo de los combates para alcanzar el propósito de la guerra». Se trata por tanto de coordinar dichos combates para imponer la voluntad de un combatiente sobre su enemigo. Un propósito que es eminentemente político ya que para este autor “la guerra es la política por otros medios”. Una fórmula que Lenin retomará de cara a pensar estratégicamente la posición revolucionaria frente a los sucesos de la Primera Guerra Mundial y la posibilidad de transformar la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria.
Por otro lado, para Trotsky la estrategia es “el arte para hacerse con el mando” siendo la táctica la forma de dirigir operaciones aisladas y la estrategia la forma en que las distintas luchas parciales se ligan políticamente, con el objetivo de derribar el capitalismo. Incluso el éxito de una revolución en un país en concreto no termina con la perspectiva estratégica, en tanto que ésta devendría un punto de apoyo en un escenario global. La estrategia sería, en resumen, la manera en la que se propone articular volúmenes de fuerza suficientes para tomar el poder.
Desde aquí podemos entender la necesidad, desde una perspectiva revolucionaria, de adoptar una óptica global de la lucha de clases que evite que nos perdamos en los combates parciales como fines en sí mismos (movimientos sociales, huelgas estudiantiles, luchas sindicales); y también que debamos actuar siguiendo el concepto de tribuno de la plebe de Lenin como individuos capaces de ligar el caso concreto de una lucha con la opresión global que supone la totalidad capitalista.
La recuperación del concepto de estrategia que planteamos supone también confrontar con quienes en los últimos años han eludido el debate de la estrategia, lo que en realidad ha significado claudicar dando la batalla por perdida de antemano. Podemos mencionar el caso de Syriza en Grecia o recientemente el de Unidas Podemos quienes al integrarse en los regímenes capitalistas y actuar como administradores de los asuntos de la burguesía, han renunciado a cualquier idea de estrategia en los términos que proponemos. Es decir, la fórmula original de Clausewitz donde se busca imponer una serie de objetivos al oponente. Los proyectos (neo)reformistas han renunciado a esta idea para adaptarse a los límites que proponen las instituciones capitalistas.
La no-estrategia como síntoma de derrota
El filósofo Daniel Bensaïd, afirmaba que el rechazo a la estrategia postulado por distintas corrientes surgidas en la segunda mitad del siglo XX y encabezadas por intelectuales como Michel Foucault o John Holloway entre otros, provenía de la caducidad espectacular de la historicidad que se había planteado en los años 70. Para el teórico francés, la pérdida de perspectiva histórica, producto de las derrotas de la oleada revolucionaria y aceptada por estas corrientes conllevaba de forma evidente a la imposibilidad de un pensamiento estratégico y por tanto a la renuncia a la posibilidad de la revolución.
Bensaïd expone que tras la derrota de mayo del 68 surgen producciones teóricas como las de Foucault, quien invierte la fórmula de Clausewitz afirmando que “la política es la guerra continuada por otros medios”, esta acepción hace indistinguible violencia física y moral, lo que termina por borrar los conceptos de “guerra” y “paz”. Esta operación junto con la tesis de biopoder que defenderá el filósofo francés ocultará las asimetrías y desigualdades sociales, todo antagonismo de clase quedará de lado por la lógica policial unilateral. No existe entonces una distinción entre formas de dominación y regímenes políticos bajo la categoría de un todopoderoso totalitarismo. El poder perdería toda determinación histórica, ya no hay detentadores específicos de poder, ni este tiene metas a las que sirva su ejercicio.
Todo esto tendrá como resultado el escenario que destaca Bensaïd en su análisis sobre los efectos de la derrota oleada revolucionaria de los años 70, donde la estrategia quedará diluida a cero al adoptarse tesis como las defendidas por Foucault, donde se pronuncian una serie de resistencias sin proyecto alguno más allá de la defensa indefinida. La única opción tras abandonar la noción de Estado burgués como aparato armado garante de las relaciones de dominación capitalista. Una cuestión que se reflejó en su propia corriente internacional, el mandelismo, que ha dado un apoyo a todo fenómeno neorreformista en las últimas décadas, impidiendo precisamente retomar el debate estratégico como el autor señala que es necesario.
Por otro lado, como señalan Albamonte y Maiello, también cabe hablar del rechazo a la estrategia como resultado de un “trauma epistemológico” en el marxismo, producto de una serie de derrotas en la segunda mitad del siglo XX, que han generado una situación análoga a la de la Comuna de París. Pero a diferencia del ciclo de luchas de clases posterior a 1871 donde el ejemplo de los comuneros de París dio paso a un horizonte estratégico nuevo, en los últimos años el debate estratégico habría desaparecido incluso en aquellas organizaciones que se reivindican revolucionarias. Ya sea como consecuencia del legado de los partidos herederos del estalinismo y sus estrategias de conciliación de clases (frentepopulismo o eurocomunismo) o por el militarismo de las estrategias guerrilleras, la realidad es que actualmente incluso quienes se denominan leninistas han adoptado este pacifismo, abandonando de facto cualquier aspiración revolucionaria.
Debate estratégico con Podemos
"Es tristemente lo único que podía hacer". Así valoraba en 2015 Pablo Iglesias, entonces líder de Podemos, la sumisión del primer ministro griego, Alexis Tsipras, a la Troika, pasando por encima del mandato salido del referéndum. Un anuncio del eterno “no se puede” al que ya nos tienen acostumbrados los líderes de Podemos. Primero porque no estaban en el gobierno central y desde los Ayuntamientos no tenían las competencias necesarias, luego porque estaban en el gobierno pero no eran suficientes y así una sucesión que parece no tener fin, la cual, en primer lugar, acepta integralmente el statu quo y los estrechos límites impuestos en el sistema parlamentario del régimen y la Constitución al servicio de los ricos que acompañó a Pablo Iglesias durante la campaña electoral de 2019 y, en segundo lugar, indica una única salida para conseguir las demandas de las mayorías sociales: un mayor porcentaje de votos. Como si el contenido de clase de la democracia del capitalismo pudiera modificarse incluyendo representantes reformistas en el congreso, idea que ya discutió Rosa Luxemburg en su enfrentamiento con el ala reformista del SPD alemán -un reformismo profundamente distinto al neorreformismo actual porque aún movía grandes masas y tenía como objetivo final el socialismo, aunque fuese a través de reformas dentro del capitalismo-, con su famosa polémica con Bernstein:
La idea de una mayoría parlamentaria socialdemócrata aparece como un cálculo que, en el puro estilo del liberalismo burgués, se limita a contar solo con el lado formal de la democracia y olvida por completo el otro lado, el del contenido real. En conjunto, el parlamentarismo no aparece como un elemento socialista inmediato que va impregnando poco a poco la sociedad capitalista, como supone Bernstein, sino, por el contrario, como un medio específico del estado burgués de clase de desarrollar y agudizar las contradicciones capitalistas [1]
Aunque el contexto histórico ha cambiado consideramos que elementos fundamentales de la crítica se mantienen ya que, como hemos visto, el recorrido de Podemos ha provocado un abandono de las calles detrás de una estrategia electoralista. Así, la juventud, las mujeres, los y las trabajadoras y activistas que llenaron las plazas pasaron a ser base de maniobra de Podemos, mientras la estrategia política de la organización se dirigía a lo electoral o, como diría Rosa Luxemburg, nada más que parlamentarismo, que no es lo mismo que intervenir en el parlamento de forma revolucionaria. En su panfleto La crisis de la socialdemocracia lo explica con claridad cuando critica el papel jugado por la socialdemocracia alemana plegándose vergonzosamente a la burguesía imperialista y militarista al comienzo de la Primera Guerra Mundial: “la escena parlamentaria […] podría haber sido una poderosa fuerza motriz para el despertar del pueblo, si los diputados socialdemócratas la hubiesen utilizado para proclamar fuerte e inequívocamente los intereses, problemas y demandas de la clase obrera”.
Es decir, se puede intervenir en el parlamento de forma revolucionaria, como pone de manifiesto y reactualiza la intervención del Frente de Izquierda en Argentina. Siendo un altavoz de las demandas de la mayoría social, denunciando la función del parlamento de defensa de los intereses capitalistas, arrancando medidas para la clase trabajadora y las oprimidas desde una oposición firme que no acompañe la ilusión de que por la vía institucional que respeta el marco impuesto y sin lucha se pueden conseguir reformas profundas que se mantengan en el tiempo y no sean arrebatadas en cada crisis o cambio de la relación de fuerzas. Una intervención parlamentaria que es manifiestamente incompatible con la incorporación a un gobierno burgués, como también argumentó Luxemburg en su texto “Una cuestión de táctica”, publicado en julio de 1899:
Mientras que en el Parlamento los elegidos por los trabajadores no logran hacer valer sus reivindicaciones, al menos podrían continuar la lucha persistiendo en una actitud de oposición. En el gobierno, por el contrario, que se encarga de hacer cumplir las leyes, la acción, no tiene lugar en su marco, para una oposición de principio. […] un adversario radical del sistema actual se encuentra ante la siguiente alternativa: o bien cada momento hacer oposición a la mayoría burguesa en el gobierno, es decir, no ser un miembro activo del gobierno, obviamente esto crearía una situación insostenible obligando a sacar al miembro socialista del gobierno, o bien tendría que colaborar, realizando las funciones diarias requeridas para el mantenimiento y el funcionamiento de la máquina estatal, es decir, de hecho, no ser un socialista, al menos en el contexto de sus funciones gubernamentales.
El debate sobre la entrada de ministros comunistas o de las organizaciones obreras a gobiernos burgueses, el “ministerialismo”, es parte de la tradición del marxismo revolucionario. En él intervinieron Lenin o la propia Luxemburg, que en uno de sus afilados artículos explica cómo, en tanto que el gobierno del Estado, como ya dijera Marx, es una organización de dominación de clase, la entrada de representantes de los trabajadores en el gobierno de un Estado burgués no es sino una conquista de este último:
Con la entrada de un socialista en el gobierno, la dominación de clase continúa existiendo, el gobierno burgués no se transforma en un gobierno socialista, pero en cambio un socialista se transforma en un ministro burgués. […] Mientras que en el Parlamento, o en el Consejo Municipal, podemos obtener reformas útiles luchando contra el gobierno burgués, ocupando un puesto ministerial sólo conseguimos esas reformas si apoyamos al Estado burgués. La entrada de los socialistas en un gobierno burgués no es, pues, como podría creerse, una conquista parcial del Estado burgués por los socialistas, sino una conquista parcial del partido socialista por el Estado burgués.
Actualmente el debate se reactualiza, pero en esta ocasión se trata de un ministerialismo degradado en el que las organizaciones (neo)reformistas niegan el horizonte de la transformación radical de la sociedad y sus ministros se autodenominan comunistas mientras gestionan el capitalismo, incluidas medidas represivas y antiobreras. Aquí vemos cómo la estrategia del neorreformismo de entrada en el gobierno para la gestión del capitalismo no solo resulta absolutamente ineficaz ante los límites impuestos por unos intereses que modelan las instituciones, sino que tiene una nociva consecuencia añadida: la concesión de un sello progresista y de una retórica de izquierda a medidas profundamente contrarias a los intereses de las mayorías. Algunos ejemplos podrían encontrarse en la eternamente pospuesta derogación de las reformas laborales, el voto contrario en varias ocasiones a la liberación de la patente de las vacunas, los acuerdos con la CEOE para sufragar sus gastos durante el confinamiento, el reforzamiento de legislación represiva con la llamada “mordaza digital”, la defensa de una monarquía corrupta en decadencia, el envío de fuerzas represivas y prohibiciones de manifestaciones de la izquierda y las luchas de los trabajadores o la expulsión de menores inmigrantes en Ceuta. Avalar todas estas medidas como políticas progresistas no puede sino producir una profunda decepción en una clase trabajadora que se queda huérfana de alternativa política que defienda sus intereses.
Por otro lado, lo que vemos es una desactivación de las luchas obreras por parte del sindicalismo de pacto y las burocracias sindicales, con cuyo beneplácito cuentan los gobiernos reformistas. El vaciamiento de las calles no puede entenderse si no es como parte de un fenómeno más amplio de cooptación y burocratización de la lucha, que se repite durante más de un siglo y que es parte del origen de la crisis de representación política que aupó a Podemos al poder. Gramsci señala en ‘Maquiavelo’ C15, §47 que “[…] el único camino para buscar el origen de la decadencia de los regímenes parlamentarios es […] investigar en la sociedad civil; y ciertamente que en este camino no se puede dejar de estudiar el fenómeno sindical; […] aquel típico por excelencia, o sea de los elementos sociales de nueva formación, que anteriormente no tenían ‘vela en este entierro’ y que por el solo hecho de unirse modifican la estructura política de la sociedad”.
Se trata de una modificación histórica de la política que acerca la sociedad civil al poder político. Las organizaciones del movimiento obrero terminan siendo parte del Estado, mediante subvenciones y acuerdos que las convierten en incapaces de organizar la lucha. Trotski señala que “hay una característica común en el desarrollo, o para ser más exacto, en la degeneración de las modernas organizaciones sindicales de todo el mundo; su acercamiento y su integración al poder estatal”. No se trata, además, de un fenómeno exclusivo de la lucha sindical, sino que pronto se convirtió en un peligro habitual para los emergentes movimientos sociales: “De conjunto la burocracia es la pieza clave en el fenómeno de estatización de los sindicatos, los cuales, por su peso estructural desde el punto de vista de la relación salarial y la producción capitalista, son fundamentales en aquel proceso de “organización” del consenso”. Con sus particularidades, este fenómeno se extendió a otros tipos de organizaciones y movimientos durante la segunda mitad del siglo XX; por ejemplo, al interior del movimiento estudiantil (amplificado por el desarrollo de las universidades de masas), o de los movimientos por los derechos civiles luego que tuvieron su gran auge en las décadas de 1950 y 1960, o a los llamados “movimientos sociales”.
Un ejemplo de cómo las organizaciones sindicales pueden llegar a bloquear la lucha de las trabajadoras es el caso de Airbus Puerto Real, uno de los conflictos obreros más importantes de 2021. En el desarrollo de su combate por mantener la planta de Puerto Real abierta ante los planes de la empresa, pudimos ver tanto una represión hacia los trabajadores avalada por el gobierno PSOE-UP, como unas direcciones sindicales como las cúpulas estatales de Comisiones Obreras y UGT que negociaban con Airbus a espaldas de los trabajadores y de su asamblea. En los meses de lucha por parte de la asamblea de trabajadores que en ciertos momentos tan solo contaba con el apoyo de CGT, distintos representantes de Comisiones y UGT; así como representantes del gobierno como Enrique Santiago, secretario del Partido Comunista Español, viajaron a Cádiz para tratar de convencer a los trabajadores de que el cierre de la planta y la rebaja de sus condiciones laborales era una exitosa negociación con la empresa. Al mismo tiempo, el gobierno PSOE-UP se ha dedicado a dar subvenciones a Airbus y apoyar a la empresa sin oír las demandas de sus trabajadores a los que han tratado de acallar con inútiles iniciativas parlamentarias que no han llegado a ningún sitio.
El caso de Airbus Puerto Real y su derrota con el preacuerdo firmado por la burocracia sindical representa en el terreno de la práctica política lo que la falta de una perspectiva estratégica puede suponer para el movimiento obrero y las consecuencias que puede tener abrazar el ministerialismo.
Conclusiones
El recorrido de Podemos, como hemos visto, ha seguido una senda veloz hacia la adaptación total al régimen. Nunca apostaron por cuestionar el sistema como dejan claro desde el comienzo Pablo Iglesias y el propio Errejón cuando afirmaban desde el principio que su objetivo era refundar un nuevo consenso en base a un retorno a un programa “socialdemócrata” y, como mucho, algún tipo de reforma constitucional pactada, pero durante sus escasos años de vida se han ido sucediendo claudicaciones que han profundizado la adaptación que mencionamos. En definitiva, desde la organización neorreformista se ha enviado el mensaje, como decíamos más arriba, de que no se puede hacer más. Las circunstancias, según la organización morada, no permiten mayores transformaciones, acaso haya que esperar a tiempos mejores.
Actualmente, después de todo este devenir, nos encontramos con la realidad de una organización como Podemos desdibujada dentro del gobierno progresista, mientras el PSOE ha recuperado cuerpo. Y, por otro lado, el crecimiento de la extrema derecha en el Estado español, marcando la agenda política. Ante esto, muchos se preguntan por la debilidad de la izquierda, y también por qué no hay mayor contestación social.
Pero muchas veces en estas reflexiones, que terminan en cierta resignación o conformismo con la situación actual, adolecen de una enorme omisión: el papel que las organizaciones deben jugar para cambiar la relación de fuerzas, para mostrar a las mayorías sociales su potencial transformador en lugar de desmoralizarlas, denunciando las miserias del sistema pero mostrando que no son inmutables. No hacerlo significa renunciar a una de las armas más poderosas del marxismo. Si las situaciones surgen de la interrelación entre los factores objetivos y los subjetivos, parte fundamental de la preparación estratégica para vencer (no para resistir o para llegar al gobierno de esta democracia borbónica, como diría el periodista Alberto Lardiés pasa, como explica Maiello, por atender a esta pregunta “¿cómo llega la clase trabajadora a la comprensión subjetiva de la tarea histórica que le plantea determinada situación objetiva?”.
El método transicional sintetizado por Trotsky busca responder a esta necesidad ayudando “a las masas, en el proceso de sus luchas cotidianas, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Una posición opuesta por el vértice a la adaptación a la mayor o menor pasividad de la situación y a una relación de fuerzas que parece entenderse tan inamovible como un fenómeno natural y que justifica estrategias centradas en el ámbito institucional como la de Unidas Podemos.
Estamos en un momento en el urge plantear una alternativa política tras el fracaso del ciclo del reformismo en el Estado Español. El auge de la extrema derecha abre la puerta a una salida reaccionaria a las crisis del capitalismo (económica, sanitaria y climática) frente a la cual es necesario poner en pie una alternativa que plantee una ruptura real con el sistema. Nos parece elemental esta reflexión en un momento donde los fracasos de “las izquierdas” no salen gratis a la clase trabajadora. Son estos fracasos los que, unidos a la desmovilización y desactivación de las luchas a la que llaman las formaciones (neo)reformistas, propician un escenario más favorable al auge de la extrema derecha. Esta se presenta como la única alternativa a un sistema decadente y responsabiliza de las crisis a la población migrante, las disidencias sexuales o las mujeres, defendiendo un programa reaccionario, tal y como señala el filósofo estadounidense Michael Sandel con relación al auge del trumpismo. Frente al fortalecimiento de la extrema derecha en todo el mundo, creemos que lo que se necesita no es fortalecer una izquierda cada vez más domesticada al capitalismo y reeditar nuevos proyectos de neoliberalismo progresista, sino una extrema izquierda anticapitalista que apueste por la lucha de clases y que hable abiertamente de expropiación a la clase capitalista.
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