Queríamos traer toda la farmacia, cada cosa que necesitábamos para poder asistir, pero nuestras cuentas sueldo estaban casi vacías, entonces sería poco: milanta, oleo, algodón. Al segundo día éramos más en la posta y en la calle. La escena nacional estaba tomada por lo que sucedía adentro y afuera del Congreso, algunos se acercaban a agradecer y nos dejaban cosas, “junté algodón”, “traje leche”, “te dejo limón”, la solidaridad fue enorme. Cuando cayó la ley nuestro botiquín estaba cubierto de contenido de proyecto común, de resignificar que cada individualidad es indispensable para la lucha que se viene.
Jueves 8 de febrero 15:18
Ola de calor era uno de los anuncios para estas semanas, varios pensábamos cómo sortearíamos esta situación en las condiciones de hacinamiento en las que trabajamos. Soy trabajadora de salud en el área de salud mental, y si algo aprendimos en estos meses es acompañarnos entre trabajadores, elaborando y alojando -junto a las personas que asistimos- espacios de coopensamiento para afrontar el ajuste y las condiciones materiales y subjetivas que estamos atravesando como comunidad.
Esta semana había un hecho que hasta entonces no sabíamos que sería de tal magnitud en nuestro cotidiano: el tratamiento de la ley ómnibus en el Congreso, que se vivía con pesimismo y desazón en muchas covachas. Algunes decidimos movilizar porque entendimos que el protocolo de Bullrich, la ley, el DNU y el paquetazo de medidas del gobierno es contra todos nuestros derechos.
Llegamos a Capital, había columnas de asambleas barriales, jóvenes, jubilados, trabajadores desocupados, movimientos sociales, escenario de movilización donde esa complicidad de miradas se encuentra en la convicción de resistir y reafirmar estar ahí. El asfalto que transpira, y un operativo enorme de fuerzas de seguridad de todos los colores, cascos, escudos, un despliegue desmedido de policía y cuanta gorra -que no sea de visera- se pueda imaginar, recorría los alrededores de la plaza y el Congreso.
La fuerza para decir NO a la ley, estaba, y como algunes podíamos anticipar, se iba a reprimir alegando que las personas que crearon el mundo no pueden estar en la calle reclamando. Empezamos a olfatear el gas, así espontánea pero no ingenuamente salimos a buscar elementos para asistir a los heridos. Queríamos todo de la farmacia, cada cosa que necesitaríamos para poder asistir, pero sabíamos que nuestras cuentas sueldo estaban casi vacías y entonces sería poco: milanta, oleo calcáreo, algodón. Llegamos corriendo esquivando canas y tortugas, las personas empezaron a llegar solas o acompañadas con los ojos cerrados diciendo que ardía, que les ardía mucho.
Había que regular la ansiedad de querer abarcar todo y no dar abasto. ¿Cuál es tu nombre? era la primera pregunta, yo soy Joha, soy trabajadora de la salud, te vamos a ayudar. Lo siguiente era explicar qué le pondríamos, “esto que te voy a echar es milanta con agua, por un ratito no vas a poder abrir los ojos, intentá relajarte así el líquido se esparce mejor y en un ratito te lo voy a sacar con una servilleta y de a poco va a ir calmando.” Aprendí ahí a usar óleo y leche, me enseñó mi compañera que es enfermera y estaba al lado mío diciéndome qué hacer. Nunca había limpiado a alguien, ni había tenido que recibir personas en esa condición de urgencia. A mi otro lado mi compañera psicóloga estaba recibiendo, asistiendo y alojando. Llega un compañero médico y va a comprar más cosas. La policía avanza y tenemos que trasladarnos, hay que cruzar la calle con las personas que estamos asistiendo -laburantes, fotógrafos, periodistas, personas en situación de calle en congreso, asambleístas, estudiantes- cada uno agarra a otro del brazo y cuando llegamos al otro lado, otro grupo de trabajadores de la salud también estaban organizados para asistir, nos agrupamos. Hay más leche, más papel y más equipo interdisciplinario dando respuesta a la comunidad que lucha. Había padecimiento en quienes recibían ese gas, les ardía, lo rojo de la piel no bajaba y era acompañar, poner leche y quien estaba capacitado para evaluar decidía qué hacía ese compañero si podía volver a la columna o era necesario esperar, o había que trasladarlo.
Ese día volví a casa sabiendo que al otro día había que ir al hospital y la dirigencia mayoritaria del sindicato ni respuesta, ni un mensaje, ni una noticia de lo que estábamos viviendo. Queríamos paro, que todos se pronuncien y contarles a nuestros compañeros lo que estábamos logrando, lo que sí se podía organizar. Con ellos compartíamos preocupación por las personas, bronca por la represión y alivio por la respuesta que habíamos dado y por el equipo que se formó al calor de la lucha. Estábamos uniendo a la clase trabajadora, tejiendo una red que sería una contención clave para los días que venían. Habíamos aprendido también que al otro día teníamos que redoblar, invitar a que todes se sumen y prepararnos con más recursos para asistir.
Llegando a casa ¿qué voy a comer? Recontra fin de mes: arroz con huevo, qué rico sabía ese día un plato de comida. Recordar que no todos comen y que luchar es por ese motivo también.
Suena el despertador, el estrés se siente en el cuerpo, en las piernas, en el pecho, pero las mujeres aprendimos que con otres en las calles se sigue. Con esa moral fui al hospital, había entrevistas, contactar a quien no esté viniendo, pero siempre un mate y el equipo de música que le pone alegría a las jornadas, un puchito afuera mientras hablaba con algún participante del hospital. Le conté a mi compañeros y poco a poco ya estuve preparada para volver a Congreso con el ambo y la mochila lista.
El equipo es más grande, hay más disciplinas, más insumos, charlamos de porqué estamos ahí, algunos compañeros toman la palabra, discutimos qué pasa adentro del Congreso, que no podemos dejar pasar la ley, que es importante llamar a los sindicatos. Las asambleas y comisiones internas de distintos lugares están llegando, una compañera da una charla informativa y política porque nuestro rol es político. Nos dividimos por triage y niveles complejidad.
Éramos más en la posta y en la calle. La escena nacional estaba tomada por lo que sucedía adentro y afuera del Congreso, los videos se viralizaban, algunos se acercaban a agradecer y nos dejaban bolsas con cosas, “junte algodón”, “traje leche”, “te dejo limón”, la solidaridad fue enorme. Lo escribo y me sigue llenando de orgullo cuánto que se resistió contra el protocolo y para que caiga lo que estaban votando adentro. Hubo balas de goma, gas y muchas horas de bancar la posta, nos ayudamos, nos escuchamos, nos abrazamos y pusimos la salud y nuestros conocimientos a disposición del resguardo y la resistencia. Nunca asistí en una guardia, entre estruendo y estruendo había un silencio y unas miradas de saber que el equipo estaba ahí, que íbamos a darlo todo, y que eso era todo lo que está bien. Mensajes de la familia, de compañeros de laburo, cariños y preocupación y un inmenso agradecimiento para quienes estábamos ahí. Fue un día duro pero nuestra unión se forjaba cada vez más y la conciencia avanzaba en la dinámica de luchar.
Fueron tres días, de hospital, de posta, de pensar, de seguir organizándonos, identificando quienes no estaban, quienes no convocaban con la exigencia y la certeza de que queremos que estén ahí y qué distinto sería si ciertos dirigentes no siguieran de vacaciones.
Ya no pesaba la individualidad de los problemas cotidianos, teníamos un proyecto superior, nos forjaba la experiencia de manera acelerada, somos una fuerza imparable, trabajadores y jóvenes con ideas de rebeldía que incomodan y molestan tanto al poder. Lo colectivo no era discurso era una línea ondulada que se esparcía en cada bandera y cada pisada que transitaba en esa plaza.
El cuarto día ya se había desarrollado una solidaridad más extendida. Donaciones, personas que nos escribían para sumarse a la posta y ayudar, que querían luchar de ese modo, que eran de tal asamblea, o de una comisión de su barrio, que eran y no eran de salud pero que querían estar. Se hicieron cursos de capacitación, reuniones, grupos.
Quienes fuimos la primera línea en pandemia estábamos de pie y eso fue un elemento muy importante más generalizado de lo que nosotros mismos podíamos medir. Había pertenencia, un punto en común de acuerdo político, íbamos a estar ahí, íbamos a defender nuestros derechos y de las personas que asistimos. Había que tirar la ley ómnibus. Cantamos bien fuerte “unidad de los trabajadores” mientras nos preparábamos, nos encolumnamos y fuimos hacia adelante cantando “salud presente cuidando a nuestra gente”, un solo grito nos abrazó. La dinámica fue parecida en cuanto a organización pero cada vez éramos más, no faltaron las presentaciones, los besos, el apretón de manos y la calidez. De cada día teníamos un aprendizaje que socializábamos y poníamos en común para seguir.
A la tarde distintos compañeros nos avisan que el Congreso pasa a cuarto intermedio, que se levanta la sesión y luego que la ley se cae. Qué alegría, los cantos, las risas, las miradas, todo cambió en el ambiente, el calor ya tenía olor a haber ganado, lo logramos. Sirve luchar, sirve salir, sirve vencer el miedo y la individualidad, ya nadie nos podía decir que no valía, que mejor esperar. La pelea estaba adentro y estaba afuera, había quienes saltaban y festejaban, “que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, las asambleas le enseñan a cómo luchar a la CGT”, “paro, paro, paro, paro general”, “unidad de los trabajadores y al que no le gusta se jode”. “Diputados de los trabajadores y hagamos que la crisis la paguen los patrones”, sonaban con distintos matices de voz. Esa adrenalina de los días previos se impregnaba en los poros con una gratificación y alivio enormes. El orgullo por cada une que había estado ahí o había ayudado de algún modo daba un efecto colectivo que unía nuestras filas.
Los miedos, los fantasmas, los problemas, ya no pesaban, nuestro botiquín estaba cubierto de contenido de proyecto común, de identificación de resignificar que cada individualidad fue y sigue siendo indispensable para la lucha que se viene, porque ellos, los de arriba, no pierden un minuto para rearmarse y sabemos que van a seguir intentando imponer planes de ajuste y hambre, pero nosotros tampoco perdemos el tiempo, por eso seguimos de pie, con los ojos bien abiertos y un acervo de experiencia para seguir construyendo la resistencia para vencer.