Realizamos una reseña paseando por algunos de sus puntos clave, a menudo tratados desde una fina ironía que os sacará más de una sonrisa, a pesar de todo: la precariedad, la comercialización de cada rincón de nuestra vida, pero también la solidaridad, organización y respuesta.
“En el pomo interior habían sustituido el habitual colgador que por un lado dice “No molestar” y en el reverso “Por favor, limpien mi habitación”, y en su lugar habían enganchado un colgador idéntico en forma y tamaño, pero con la leyenda “Este hotel explota a sus trabajadores” por una cara, y por la otra unas breves informaciones sobre el uso de empresas externas y no sé qué violación de derechos laborales y persecución antisindical”.
Al jefe de seguridad de una importante cadena hotelera no le cabe en la cabeza cómo unos infiltrados pueden haberse colado en distintos hoteles a hacer intervenciones de este tipo. Desde luego, ni se le pasa por la cabeza que detrás puedan estar las Kellys organizadas, ni se detiene en hablar con una de ellas cuando cruza apresurado un pasillo en medio de la investigación.
Esto ocurre en “Llave maestra”, uno de los cincuenta cuentos que contiene el último libro de Isaac Rosa, Tiza Roja, editado por Seix Barral y en las librerías desde este mes de septiembre. Una colección que recoge relatos publicados durante los últimos ocho años en La Marea y El diario, más un bonus track final que no tiene desperdicio.
El escritor sevillano Isaac Rosa, uno de los novelistas, me atreveré a decir “sociales” más relevantes de la producción española actual, acumula seis novelas además de incursiones en otros territorios narrativos, ha cosechado varios premios, como Rómulo Gallegos y Ojo Crítico, ha visto en la pantalla grande dos de sus textos, El país del miedo (2008) y su gran narración sobre el trabajo La mano invisible (2011) -su novela de 2018 Feliz final está siendo adaptada al cine en estos momentos- y publica asiduamente columnas en distintos medios.
Si abrimos Tiza roja, encontramos en el prólogo la primera reflexión crítica, una reivindicación del escritor por encargo, frente a la romantización de la figura del escritor como un genio libre o acaso doblegado solo a su inspiración. Pero no es así, el escritor, hoy, está sujeto a leyes del mercado cultural y, en ocasiones, produce por encargo. Es el caso de estos relatos, todos ellos encargados y publicados en medios periodísticos, rodeados de noticias y reportajes, y pensados para ser leídos en ese contexto.
Tal vez por eso los cuentos hablan tanto de la sociedad de su contexto, de aquellos momentos en los que estaban en el centro de la vida la precariedad, la incertidumbre personal, los ataques laborales, la comercialización de lo privado, el machismo, pero también la solidaridad, la organización y la respuesta colectiva. Textos, por tanto, que dialogan perfectamente con el momento actual, en el que estas preocupaciones se han hecho aún más importantes exacerbadas por esta gestión de la crisis social y sanitaria que se vuelve a descargar sobre los hombros de los mismos, siempre los mismos.
“Los artistas saben que lo único que interesa a los paseantes estos días, lo único que merece monedas, es representar desahuciados, inmigrantes sin tarjeta sanitaria o ancianos rebuscando en un contenedor”.
Eso opinan en las tertulias televisivas del relato “Movimiento de las estatuas” refiriéndose a los artistas callejeros de la plaza, pero podría parecer que hablan de las producciones culturales de los últimos años que, como los textos de Rosa, responden a las grietas de clase que abren las crisis y que muchos buscamos en las páginas de una novela o los fotogramas de una película.
En esta colección de relatos podemos encontrar temas tratados con ironía como el temor que suscita en todo español de bien cualquier cosa que se parezca a un lazo amarillo –“¡que le quiten el lazo!” dicen al paso de la Virgen en procesión-, también aparece la tragedia de los campos de refugiados, somos testigos de una vida relatada a partir de los movimientos bancarios, aparece el boicot a Coca Cola, los EREs, la huelga, las relaciones a distancia de los jóvenes expulsados por el paro en el Estado español, el papel de las redes sociales en las relaciones personales, aquello que la extrema derecha llama “derrotar la dictadura de la corrección política” y no es sino una expresión desatada de la homofobia, el machismo y el racismo o ese cabreo tan de actualidad hoy hacia las empresas de “seguridad” que viven de meter miedo a la gente, un terror que ya inundaba al protagonista de su novela El país del miedo. Y un largo etcétera.
Por detenernos en tres de los temas que más sugerentes nos han resultado, mencionaremos el de la precariedad, esa que comienza por lo material, por el miedo al despido, por la incertidumbre de cómo llegar a fin de mes, y que acaba expresándose en la precariedad de las relaciones personales, en crisis de pareja, en un temor constante que lo inunda todo. Este eje vertebra o aparece en varios de los relatos contenidos en esta colección, aunque también ha sido tratado en profundidad en su novela Feliz final, y parece que habla demasiado bien de nuestro tiempo.
Pero no solo vivimos en la precariedad, también sufrimos la comercialización de todos los aspectos de nuestra vida: se comercializa el desahucio y los comercios de exposición de muebles se pueden convertir en viviendas nocturnas de alquiler, las vacaciones se convierten en una oportunidad inesperada para seguir trabajando - ¡el workamping!-, usamos el blablacar para ligar, mientras los ejecutivos estresados pagan por la auténtica experiencia de picar piedra en una mina o una gran empresa descubre un nicho de mercado en nuestros recuerdos y un gurú trata de convencernos de que debemos dejar de dormir para triunfar en la vida. Hay mucho de esto en los relatos, de lenguaje del emprendedor, del si quieres puedes y de media hora de risa por decreto en una empresa para aumentar la productividad. Una ironía con la que Isaac Rosa da en el clavo.
Sin embargo, de este ataque a nuestras vidas surge también una respuesta en muchos de los relatos, la búsqueda de solidaridad entre vecinos o el desahogo en el metro o en la lavandería. Un espíritu que en alguna ocasión va más allá y, como una idea totalmente inesperada, inimaginable, se cristaliza en organización y respuesta. Recupera para nuestro imaginario la posibilidad de organizarse y luchar, algo que se echa mucho de menos incluso en las producciones culturales más críticas -no puedo evitar recordar la decepción en este sentido de la última película de Ken Loach, Sorry we missed you, con un retrato muy bueno de la precariedad pero una ausencia total de alternativa.
La manera en la que aparece esta posibilidad de respuesta, sin embargo, no deja de subrayar la ausencia general de los sindicatos y la necesidad de buscar alternativas de autoorganización entre las y los más explotados, como repartidores o camareras de hotel. Parece que habíamos olvidado qué era eso de hacer una huelga efectiva, por eso en lugar de encontrar un relato tradicional de una jornada huelguística, encontramos las “Instrucciones para cerrar el Corte Inglés en día de huelga”. El paso fundamental os sorprenderá. En todo caso, ese título nos recuerda a las “Instrucciones para subir una escalera” o “para dar cuerda a un reloj”, de Cortazar. Con otro estilo y otras técnicas, el resultado es el mismo, un extrañamiento del objeto, un redescubrimiento para nuestro imaginario de qué es una huelga.
Así, entre ejercicios de extrañamiento constantes, con la aplicación de una justicia poética que resulta bastante satisfactoria, con su fina ironía, Rosa es capaz de captar elementos fundamentales de la sociedad en la que se insertan sus relatos, la de este capitalismo salvaje devorador de nuestras vidas, y lo hace huyendo de un realismo “tradicional” para buscar la autenticidad desde la distorsión o exageración de pequeños elementos. Y es que ahí está el potencial del arte, ya lo decía el filósofo checo Karel Kosík cuando hablaba de la necesidad de ejercer violencia desde el arte sobre la cotidianidad:
“Para que el hombre descubra la verdad de la cotidianidad enajenada, debe encontrar salida de esta, debe lograr distinguirse de ella y liberarla de la familiaridad y ejercer sobre ella cierta “violencia”. […] ¿Con qué metáforas y símiles “forzados” deben ser representados el hombre y su mundo para que los hombres vean su propia faz y conozcan su propio mundo?”
Ya estamos esperando su siguiente novela que, según hemos leído, surge del contexto de la pandemia. De momento, os recomendamos esta lectura, a ver si juntas podemos recuperar nuestra capacidad de imaginar otras realidades, para ir a por ellas.
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