Uno de los episodios más relevantes y profundos del ascenso obrero y popular que dio el ciclo 68´-81´ del siglo pasado: la última gran revolución obrera de Europa occidental en el Portugal de 1974. Queremos poner de relieve el papel protagónico de la clase trabajadora en un país imperialista de Europa y lo valioso de aquella experiencia para pensar la estrategia revolucionaria en la actualidad.
“Grandola, Vila Morena” sonó el 25 de abril
La canción de José “Zeca” Afonso acabó siendo una de las más famosas del proceso revolucionario portugués tras el levantamiento de los capitanes del 25 de abril de 1974. Una canción cantada por miles de trabajadoras y trabajadores, resonando en multitud de radios y televisores, y escuchada por una nueva joven generación obrera portuguesa, cuya experiencia vital había sido la explotación y opresión por la dictadura de Salazar y Caetano, y cuya explosividad se hizo notar inmediatamente antes y después del movimiento de los capitanes [1].
Laura Lif y Juan Chingo [2] explican cómo la revolución proletaria en Portugal dio lugar a una situación parecida a la del febrero ruso en 1917. El régimen bonapartista [3] de Caetano entró en una crisis orgánica: con un Estado en quiebra incapaz de sostener económica y políticamente las guerras en las colonias de Angola, Mozambique y Guinea-Bissau que vivían procesos revolucionarios, una enorme crisis de las Fuerzas Armadas, la desafección de las clases medias que veían como el Estado gastaba millones en una empresa militar condenada al fracaso, por la cual se les pedían dar su vida, y un creciente ascenso de luchas y huelgas obreras previas al 25 de abril.
Las potencias mundiales, como EEUU y la URSS, esperaban que fuera una transición no revolucionaria y el General Spínola se preparaba para ocupar, en clave “demócrata”, el viejo puesto de Bonaparte de Caetano. Pero la “larga noche”, como describía Víctor Serge a los 48 años de dictadura, llegó a su fin y no sería un amanecer tranquilo. La nueva clase obrera emergió de forma explosiva después de años de dictadura y bajos salarios, abriendo paso a una situación revolucionaria desde el 25 de abril de 1974 al 25 de noviembre de 1975. Atravesada por distintas etapas, durante 19 meses y con 6 gobiernos provisionales [4] de tipo frente popular sucediéndose en el poder, cada uno con menos autoridad que sus predecesores e incapaces de contener el ascenso obrero. El entusiasmo obrero se desbordó en empresas y barrios y la generación de “Grandola, Vila Morena” quiso imponer sus reivindicaciones y romper con el viejo régimen político y económico.
Las imágenes y fotografías de obreros votando en asambleas masivas, vecinas y vecinos recorriendo las calles de sus barrios o soldados con fusiles, circularon por todo el mundo. Despertando el fantasma de la revolución y el miedo de la burguesía al ver que en un país capitalista “occidental” (de la periferia europea con colonias en áfrica) se formaban Comisiones de Trabajadores (CT) en las empresas y de Comisiones de Moradores/Vecinos (CM) en los barrios, y al final del proceso (como parte de la crisis del MFA) Comisiones de Soldados en los cuarteles. Según distintas fuentes hubo unas 4000 CT en todo el país, tanto en las principales concentraciones obreras como en los nuevos sectores de servicios, comercio y hostelería. Fue la expresión natural del frente único de las organizaciones obreras y de los trabajadores en las empresas y con cientos de comisiones de vecinos y vecinas.
Los intentos de golpe de Estado de Spínola, el 29 de septiembre de 1974 y el 11 de marzo de 1975, fueron la expresión de la desesperación de la burguesía portuguesa por recuperar el control perdido en las empresas y a nivel nacional. Aunque los intentos del general fracasaron, su objetivo sí triunfó, el 25 de noviembre de 1975 se cerró el proceso revolucionario mediante un contragolpe. Todo ello garantizado por las direcciones del Partido Comunista y el Partido Socialista, que no tenían ninguna intención de cuestionar la propiedad privada y el régimen político de la burguesía, algo que sí hacían las movilizaciones obreras y populares.
Así fue como el PCP, en comunión con un sector del MFA, intentó un golpe contra el ala moderada del MFA y del PSP que fracasó, permitiendo a Mario Soares (secretario general del Partido Socialista de Portugal) dar un autogolpe y desmantelar el proceso revolucionario. El PCP, sin querer impulsar un proceso revolucionario, trató de obtener mayores cuotas de poder de negociación en el Estado burgués. Organizó un amotinamiento militar, que fue aprovechado por los sectores conservadores del ejército para dar un golpe contra ellos y que en pocas horas descabezaron al sector de izquierda del MFA. Hubo una tentativa de movilización popular a favor del golpe contra la derecha, pero supuestamente, hubo un compromiso no escrito entre la dirección del PC y la derecha del MFA para cerrar el proceso y mantener el PC legal dentro del marco constitucional que surgirá después [5]. La burguesía logró desviar la revolución e imponer un régimen democrático burgués con la complicidad del PS y el PC.
Trotsky, en un brillante análisis dirá en 1931 que: “el fascismo no es en absoluto el único medio de que dispone la burguesía para luchar contra las masas revolucionarias. El régimen que existe hoy en España corresponde esencialmente al concepto de kerenskismo, es decir, el último (o "penúltimo") gobierno de "izquierda" que la burguesía puede sacar a escena en su lucha contra la revolución. Un gobierno de este tipo no significa necesariamente debilidad y postración. En ausencia de un potente partido revolucionario del proletariado, la combinación de seudorreformas, frases de izquierda, gestos todavía más de izquierda y medidas de represión puede rendir a la burguesía más servicios reales que el fascismo” [6] Las diversas concesiones aprobadas por los distintos gobiernos provisionales (“kerenskistas”) fueron una muestra del intento de desviar el impulso revolucionario y frenar la revolución.
Tras 19 meses de ascenso revolucionario, los hechos del 25 de noviembre de 1975 marcaron un golpe fuerte contra la revolución y se inició el descenso de las movilizaciones. Los distintos gobiernos lusos posteriores retoman la actuación intentada por el primer presidente Antonio Spínola, llevando adelante un programa económico “según las directrices y con la ayuda técnica y económica del Fondo Monetario Internacional”. [7] Un plan de ajuste, que duró unos 10 años, contra las condiciones laborales y sociales de las clases trabajadoras.
El aborto de la revolución portuguesa se transformó en un triunfo del imperialismo norteamericano y alemán, “corrigiendo” la relación de fuerzas a su favor en Europa. Parafraseando a Laura Lif y Juan Chingo, el éxito del imperialismo no solo le permitió generalizarla, sino que influyó decididamente en el éxito de la política de contrarrevolución democrática frente al ascenso revolucionario en el Estado español después de la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975 bajo el influjo de Portugal.
Clase obrera, nuevos sectores y posiciones estratégicas
Los protagonistas indiscutibles de la revolución fueron las clases trabajadoras. El crecimiento económico durante los años de la dictadura favoreció el aumento y la diversificación de esta clase social, al mismo tiempo que creó nuevos sectores productivos [8]. Desde la perspectiva sociológica, por ser el proceso revolucionario más moderno de nuestros días, Portugal, tiene más parecido con la actualidad que nunca, y es por eso que se convierte en una fuente enormemente valiosa para estudiar las revoluciones de nuestra época.
En las ciudades más importantes la clase trabajadora tuvo un incremento significativo: en Oporto se pasó del 53,3% en 1930 al 82,3% en 1970; en Lisboa se pasó del 56,1% al 86,5%; y en Setúbal del 52,7% al 87,3%. En el caso de la región de Beja –zona de grandes latifundios- el porcentaje de asalariados representaba ya en 1970 el 76,9% [9].
Este proceso de proletarización de la sociedad configuró verdaderas concentraciones y bastiones obreros [10]. Los transportistas, los empleados bancarios, los obreros comerciales iban a jugar un rol clave desde su posición estratégica, evidenciando la capacidad de la clase obrera para intentar fundar un orden social nuevo, en alianza con el pueblo pobre y los vecinos de las ciudades. Es el caso de los Astilleros Navales de Lisvane (en Almada y Lisboa), vanguardia obrera de la revolución, que fueron un sector emblemático por excelencia, fundado en 1966. En este enclave, que incluía a los dos márgenes del Tajo, se concentraban unos 8000 trabajadores, estuvieron a la cabeza de la lucha contra los intentos de golpe de estado de Spinola y fueron parte de la primera coordinadora obrera llamada Interempresas que no controlaba el PCP. Los astilleros de Setevane, en el bastión rojo de la ciudad de Setúbal, jugaron un papel importante, con una estrecha relación con las Comisiones de Moradores (vecinos). Otro de los sectores con una posición política clave en la economía fue TAP (Transporte Aéreo Portugueses), una gran empresa nacional estratégica de gran concentración obrera y clave para las colonias africanas; este fue otro sector de vanguardia en la revolución. Su huelga en agosto del 74 hizo que el segundo Gobierno Provisional militarizara las instalaciones. O los trabajadores bancarios que el día 29 de abril de 1974, por medio del “Sindicato dos Trabalhadores Bancários”, terminaron controlando la salida de capitales y montaron piquetes en las puertas de las sedes bancarias. [11]
Por otro lado, nuevos sectores productivos de la economía, como servicios, comercio, hostelería, TV y radio o alimentación, mostraron la nueva diversificación social. Las plantillas de las tres cadenas de supermercados (Nutripol con 350 trabajadores, Pao Açucar de 2500 y AC Santos con 450) intentaron constituir un gran grupo autogestionado en el sector de la distribución. Y en la cadena de hoteles Estoril-Sol, ante la “ausencia” de los cuatro administradores, la Comisión de los Trabajadores tomó la gestión directa la empresa. Los trabajadores de la firma alimenticia Martins&Rebelo ocuparon la empresa en junio 1974, al mismo tiempo que establecieron dos puestos de venta al público a fin de conseguir dinero para pagarse los salarios; la empresa accedió finalmente a aumentar los salarios en función de las conclusiones a que llegara una comisión de tres técnicos. [12]
Otro sector de la nueva industria moderna será el sector periodístico y de las artes gráficas en general. Habrá conflictos como el de O Diario, N´O Seculo, Radio Renascença o en los servicios de la Sociedad Nacional de Tipografía. En la industria farmacéutica, los trabajadores de las multinacionales Sandoz, Wander y Ciba-Geigy Portuguesa y los Laboratorios BeechamBencard se pusieron en lucha. En mayo de 1974 hicieron huelga con ocupación de las instalaciones fabriles, dando un plazo “a las respectivas administraciones para que respondieran a las demandas socioeconómicas planteadas”. Finalmente, la plantilla se hizo cargo de los suministros, vendiendo a la población los medicamentos a bajo coste.
Comisiones obreras, lucha anticapitalista y embriones de doble poder en las empresas
Las ilusiones de “ruptura” con la dictadura, una demanda democrática elemental, se convirtieron en manos de esta nueva generación obrera en una reivindicación poderosa. La psicología de miles de asalariados fue que, al igual que los militares -que habían dado un golpe contra la dictadura-, ellos también querían tomar en sus manos la “ruptura” con la dictadura e imponerla en sus empresas, frente a las injusticias de sus propios patrones y su papel colaboracionista con la dictadura.
De esta manera, las primeras medidas tomadas en las empresas por las plantillas fueron la realización de asambleas y la elección de delegados para la conformación de Comisiones de Trabajadores y Trabajadoras (CT). Brotaron cientos de CT siendo la expresión natural del frente único en las empresas, organismos que adquirieron cuotas considerables de control y gestión frente a los propietarios. La formación de las CT, su origen y forma serán variados según el sector y las empresas. Los trabajadores en lucha, reunidos en asamblea, elegían delegaciones para una comisión con un número determinado. Para Miguel Pérez “ningún partido lanza la consigna de elección de comisiones en las empresas” y en la mayoría de las ocasiones se forman de manera espontánea por los trabajadores que querían llevar adelante sus “cuadernos reivindicativos” (lista de reivindicaciones aprobadas por las asambleas). Uno de los intentos más importantes para la coordinación entre las comisiones obreras, entre otros, fue la Interempresas con una treintena de CT de la región de Lisboa como de TAP, Efacec CT-Inel, Setenave, Cergal o Lisnave entre las más significativas. En ella participarán corrientes de tipo maoísta y estalinista, y de pequeños grupos guerrilleristas y trotskistas, en su mayoría sectores a la izquierda del PCP.
Otras de las medidas, muy generalizada, fue la lucha por el derecho a la revocabilidad de los cargos (o “saneamentos” tal y como se decía) en las empresas e instituciones. Se busca la expulsión o revocabilidad en empresas privadas o públicas, instituciones o sindicatos de los viejos cargos de la dictadura. En las empresas las plantillas exigen la expulsión de los cuadros administrativos, directores de empresa o propietarios. Se calcula, en términos globales, que desde el golpe militar hasta febrero de 1975, 12.000 personas serán suspendidas de sus antiguas funciones y de marzo del 1975 a noviembre de ese año 8000 personas. En la mayoría de los casos son llevadas adelante por las CT. En el caso del sector privado se calcula que cerca de 1000 patrones y personal directivo fueron “saneados”. [13]
La “ruptura democrática”, impuesta con el método de la lucha de clases, hará que la reivindicación de revocabilidad avance del mero “saneamiento” de los equipos directivos de las empresas a un cuestionamiento directo de la propiedad de las empresas, pasando a la gestión directa de la empresa o en menor grado “control” de una parte del proceso productivo.
Será a partir de enero de 1975 cuando comience una nueva alza de la radicalidad obrera. El aumento de los precios y el cierre de empresas hicieron multiplicar las movilizaciones obreras y vecinales con ocupaciones, control y gestiones obreras. Se calcula que en el último trimestre de 1974 se registraron 24 ocupaciones de empresas, y en los tres primeros trimestres de 1975 se dan 83, 55 y 14 casos. Como cómputo general entre el 25 de abril de 1974 y finales de 1975 se nacionalizaron 227 empresas con cerca de 157.000 trabajadores aproximadamente, mientras que otras 261, con 154.000 trabajadores, fueron intervenidas. Entre 1974 y 1978 las empresas autogestionadas eran alrededor de 626, así como 319 cooperativas. Y se cuenta que, en 1975, hay un registro de 300 empresas intervenidas.
Tras el 11 de marzo de 1975, cuando la clase obrera frena el intento de golpe de Spínola, se podría decir que consignas como control y gestión obrera y nacionalización de la producción se tienden a generalizar. En relación con el control obrero hay ejemplos que pueden ayudarnos a explicar el proceso. Sobre el control de la contabilidad la plantilla de los supermercados de “Pan de Azúcar” hizo público, para el conocimiento de los vecinos, los márgenes de beneficio sobre los productos de consumo básico del propietario. Los trabajadores de Costa Cardosa obtuvieron el control (legal) de los cheques que firmaba o no la empresa. Tras su nacionalización, los sindicatos bancarios abrieron los libros de contabilidad e hicieron público, en una conferencia de prensa, el resultado de sus investigaciones. En relación con el control del stock la CT de las lecherías Martins y Rebelo –que suponía el 75% de producción de Portugal- descubrió un supuesto sabotaje, no conocido, del patrón. Otro elemento es el control sobre la contratación, como en el caso de los trabajadores de Transal (transportes) que una vez “saneada” de sus cuatro gerentes, estableció nuevas contrataciones y exigió a la empresa nuevos autocares. Estos son tan solo una pequeña muestra entre la multitud de ejemplos que existieron. [14]
Urbanización, comisiones de vecinos y aliados
Los cambios en las poblaciones urbanas portuguesas, desde los años sesenta, afectaron a los movimientos sociales durante el proceso portugués. La población trabajadora de las ciudades pasó a ser el sector social mayoritario frente a la población rural, pero evidentemente no era el único sector.
En términos generales, este movimiento urbano albergó diferentes clases y grupos sociales, es decir tenía un carácter multiclasista. Para Charles Downs:
“Este movimiento era mucho más grande de lo que podría haberse organizado a través del lugar de trabajo solamente, e incluía a hombres y mujeres desempleados, jóvenes, empleados y trabajadores de fábricas pequeñas y grandes, profesionales y dueños de pequeñas tiendas (…) Sin embargo, la composición concreta del movimiento urbano era multiclasista y variaba de un lugar a otro. En Oporto y Lisboa se componía básicamente de pobres, incluyendo especialmente trabajadores cualificados y no cualificados mal pagados, empleados, vendedores ambulantes y pequeños propietarios. Sólo en Setúbal se incluyó un gran número de trabajadores de las industrias modernas y de los servicios y de los empleados profesionales de la nueva pequeña burguesía” [15]
Con el inicio del proceso revolucionario los primeros en lanzarse a formar comisiones (de vecinos, de ocupantes, de viviendas, de control de precios, cultura...) fueron los barrios pobres y las zonas chabolistas, con tradición de lucha contra la dictadura en los primeros y con mayores necesidades de vivienda para los segundos. Las asambleas de los barrios elegían la comisión de vecinos, con un mandato de un año y algunos miembros eran sustituidos por distintas causas como la propia renuncia, sustitución directa por la población o que el tiempo del cargo había terminado.
El salto en la organización de las y los vecinos se produjo a partir del “verano caliente” de 1975, donde se produce una fuerte polarización política, crisis de los gobiernos provisionales y en el interior del MFA. En este contexto se forman dos coordinadoras de comisiones en las ciudades de Oporto y Setúbal: el Consejo Revolucionario de Moradores de Oporto (CRMP) y el Comité de Lucha de Setúbal. Para Raquel Varela las comisiones de vecinos eran “órganos locales de decisión”, que “nacieron casi inmediatamente como una estructura local de toma de decisiones, actuando como un poder paralelo frente a los ayuntamientos”, pero con una “articulación casi directa con el poder central y el MFA”. Al mismo tiempo que los ayuntamientos servían “más como fuente de personal y financiación para los principales partidos”, para el PS y el PCP. [16]
La urbanización capitalista trasladó en buena medida la cuestión de la tierra a las ciudades, y por tanto, provocó que al calor de la lucha los movimientos vecinales exigieran reivindicaciones, como tener derecho a una vivienda, alquileres más baratos e infraestructuras en los barrios. Esta dinámica de lucha por el derecho a unas condiciones de vida mínimas chocó inevitablemente con la propiedad privada del suelo. Este choque permanente hizo, por ejemplo, que el Comité de Lucha de Setúbal aprobara el 1 de septiembre de 1975 la nacionalización y municipalización de los suelos urbanos con la socialización de las grandes y medianas empresas de construcción civil, nacionalizaciones sin ningún tipo de indemnización, eliminación total de nuevas licencias para construcciones de lujo, elaboración inmediata de construcción social y socialización inmediata de las viviendas con las excepciones de las viviendas propias. [17]
El proceso de urbanización y el fortalecimiento social de la clase obrera generó un doble proceso. Al mismo tiempo que los movimientos urbanos se convertían en los protagonistas, surgieron nuevos sectores productivos (como servicios, comercio u hostelería) en estrecha relación con las poblaciones. Permitiendo, en cierto sentido, no solo que el movimiento obrero tuviera posiciones clave, sino sectores que dada su posición permitían ganar o articular nuevos aliados en la población (que en su mayor parte eran asalariados).
Como ya hemos dicho, la plantilla de Pao Açucar publicó a la vista de los vecinos la contabilidad de la empresa y los márgenes de beneficios que el empresario se llevaba al subir los precios injustamente. Se daba el caso que una multitud de vecinas se manifestaban (como en Labradio, distrito de Setúbal) delante de los comerciantes exigiendo limitar los precios, organizándose en comités de control de precios para vigilarlos. Evidenciando cómo los barrios estaban atravesados también por la lucha de clases, y los asalariados organizados en las comisiones de vecinos llevaban adelante la imposición de las demandas populares.
Los trabajadores del Hotel Francfort de Lisboa que lo ocuparon y se transformó en un centro cultural público disponible para todos los vecinos y vecinas. El motel Do Muxito fue ocupado por la población y transformado en un centro de descanso y reposo para los ancianos del vecindario. Multitud de edificios abandonados, públicos o empresariales, fueron directamente o bien ocupados por sus trabajadores y trabajadoras o por la propia población.
En otro plano se dieron confluencias de distinto tipo que demostraban la importancia política de los empleados públicos en la lucha por desarticular las fuerzas y bases materiales del estado burgués. Como en Oporto donde los trabajadores municipales de recogida de basuras se pusieron en huelga en mayo de 1975 con el apoyo de los vecinos, por mejores condiciones y por el “saneamento” del presidente del ayuntamiento. Os cuando las comisiones de trabajadores de las compañías de Agua, Gas y Electricidad apoyaron a las comisiones de vecinos realizando el enganche a las redes de distribución, saltándose el trámite burocrático legal de presentar un contrato de alquiler o un título de propiedad. [18]
El entrelazamiento o confluencia entre la clase trabajadora, los vecinos y vecinas y los “nuevos” movimientos sociales se dieron de forma más natural y cumplieron un papel interesante para pensar la hegemonía obrera y cómo articular las alianzas entre los principales batallones del movimiento obrero, las “poblaciones” y los movimientos sociales.
Institucionalización y burocratización de las comisiones
Aquí no podemos abordar todo el combo de golpes que supuso la contrarrevolución democrática en Portugal, el papel de las direcciones obreras y políticas, las concesiones de la burguesía a cambio de no perder del todo el control, el papel jugado por una Asamblea Constituyente totalmente antidemocrática, o la batalla de la producción, entre otras. Pero sí podemos nombrar algunos, como fue el problema de la institucionalización y la burocratización del movimiento obrero, por distintas vías.
Los sindicatos de la dictadura llegaron al 25 de abril muy desacreditados para una hastiada y joven generación obrera. La Intersindical [19], creada por católicos progresistas y el PCP en 1970, no tenían un control absoluto del movimiento obrero iniciado ya el proceso. La debilidad relativa, de la estructura burocrática sindical del PCP facilitó la expansión de la autoorganización en multitud de empresa.
La Intersindical, comenta Raquel Varela, se fue erigiendo como la “estructura dirigente del movimiento obrero organizado” [20] mediante una doble política de “palo y zanahoria”, es decir de cooptación y ataques a las comisiones obreras. Durante la revolución, el PCP acabará convirtiéndose en un gran aparato político y sindical. Como partido pasan de entre 2000 a 3000 militantes a 100 mil militantes un año después y la Intersindical llegó a 2 millones de afiliados en 1976. En el caso del PS, con apenas 200 militantes al comienzo, acabó teniendo un año más tarde 80 mil militantes ganando peso militante y superestructural, gracias a la ayuda económica y política del SPD alemán. Será el partido “favorito” de la contrarrevolución democrática de las grandes potencias mundiales.
Tras el golpe de Estado de noviembre de 1975 se produjo la desaceleración de las movilizaciones, comenzando un proceso de institucionalización de todos los organismos. Es decir, un proceso de integración y subordinación, directa o indirecta, al Estado. Este será uno de los principales logros de las élites políticas y económicas de Portugal, consiguiendo ampliar las áreas de influencia del Estado y de esa manera dominar y controlar aquellos organismos gestados en la revolución, tanto las comisiones obreras como las vecinales. En el caso de las primeras, la institucionalización se da o bien por la vía de integración en los sindicatos o bien se transformaron en los comités de representación de los trabajadores en las empresas. En el caso de las comisiones vecinal acabaron o disolviéndose, o reconvertidas en meras asociaciones de vecinal o en cooperativas de residentes.
La generación de “Grandola, Vila Morena” mostró la potencialidad de la clase trabajadora, por un lado tanto por sus posiciones estratégicas para parar la producción, como para intentar crear un orden social nuevo en alianza con los pobres urbanos (producción, transporte, logística, distribución, etc.). De las ilusiones de ruptura con la dictadura se derivó en buscar en empresas y barrios una democracia que les representara de forma directa, así como la simpatía por el control obrero, la autogestión y la nacionalización de la economía.
Una lección que sacará Santiago Carrillo en el Estado español, en clave reaccionaria, negándose a que la ruptura con la dictadura franquista la tomasen en sus manos la clase obrera con sus propios métodos de lucha y autoorganización. El rol jugado precisamente por su homólogo portugués y el PS pusieron en evidencia el gran problema estratégico de la revolución portuguesa, la ausencia de un partido de combate revolucionario de la vanguardia obrera que plantease la más absoluta independencia política respecto a la política contrarrevolucionaria de estos dos partidos. La izquierda, y en particular los grupos trotskistas tampoco plantearon una línea independiente de estos partidos. La revolución en Portugal mostró que era (es) posible ver procesos de transformación radical en un país capitalista moderno “occidental”, pero que la victoria seguía siendo una tarea consciente y que requería de construir una dirección revolucionaria alternativa a la de las direcciones reformistas.
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