Hoy se cumplen 11 años de la partida de Roberto Fontanarrosa. Aquí, un pequeño homenaje de un gran admirador de su trabajo.
Jueves 19 de julio de 2018 10:30
Hace once años que dejó este “mundo terrenal” ese viejo jodido, gracioso, futbolero, el de “las malas palabras”. Seguramente estará en cada partido de Central persignándose ateamente, sabiendo de la inutilidad del acto al lado del “Viejo” Casale, al borde de un nuevo infarto futbolístico. Sufriendo ese hermoso suplicio del deporte que tanto amaba.
Es difícil de olvidar, siquiera pensar que tipos como el “Negro” se mueren, cuando en historietas como “Inodoro Pereyra” o “Boogie el aceitoso” (esos dibujos tan a mano alzada), revive en cada carcajada que nos genera. Ni qué hablar de sus cuentos, en los cuales los recursos del ridículo, la ironía y el habla popular no escasean.
Todavía puedo recordar el primer libro que me regalaron de él, recuerdo que lo leí de punta a punta esa misma noche: “Puro futbol”. Lo devoraba página a página con mis ojos adolescentes; las risas, la emoción y mi pasión por el fútbol se combinaban en un sentimiento indescriptible. Fontanarrosa provoca eso que sólo los artistas que escriben con el corazón en la mano pueden transmitir.
Murió justo el año que “lo conocí”, esas cosas curiosas que tiene la vida. Primero fue en la tele, cuando le hicieron un homenaje interminable hablando delante de la RAE, defendiendo a aquellas palabras que “no le pegan a otras”, luego leyéndolo.
Galán del bar “El Cairo”, hincha del fútbol, fanático empedernido de Rosario Central, humorista y escritor como pocos los hubo, ya lo dijo en propias palabras: “De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: ‘Me cagué de risa con tu libro’”.
De una obra apasionante, como su personalidad, ese “negro canalla” se robó la simpatía tanto de los propios, como de los leprosos, rivales de toda la vida. Recordarlo, sólo es merecido con una sonrisa.