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Red Internacional
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Periodista Invitado. Rusia 2018: siete detalles geopolíticos del último Mundial

Los estadios en zonas calientes, el “matriarcado croata”, la “maldición israelí”, la irrupción de las Pussy Riot, el crack surcoreano pretendido por el ejército, la polémica balcánica en Serbia-Suiza y nacionalismo versus migración en la Francia campeona. O como la política también jugó su propio torneo.

Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola

Viernes 20 de julio de 2018

Kolinda Grabar e Iva Olivari: las dos caras del “croatiarcado”

La prensa encontró en Kolinda Grabar-Kitarovic un personaje ideal: la presidenta carismática que acompañó la gran gesta de su pequeña selección como una hincha más. Su remera a medida roja y blanca ajedrezada, sus gritos de gol en el palco oficial, su desapego al protocolo y sus abrazos con los cracks croatas en el vestuario se convirtieron rápidamente en copetín periodístico, sobre todo cuando los partidos comenzaron a espaciarse y fue necesario buscar noticias más allá de la pelota.

Como si eso no bastara para captar atención, la presidenta además aseguraba que se había costeado el viaje de su bolsillo y que incluso dispuso no cobrar por cada día de ausencia en Rusia. En Croacia la presidencia está prácticamente limitada a funciones diplomáticas (Kolinda se perdió las semis por una cumbre de la OTAN en Bélgica). No obstante la disminuida envergadura de su cargo, la mandataria balcánica fue, por lejos, la que más atención pública capitalizó en su favor, incluso superando al francés Emmanuel Macron o al propio Vladimir Putin.

Su ascenso a la presidencia se produjo en 2015 a través de la Unión Democrática Croata, el partido conservador fundado por Franjo Tudjman, némesis del otro líder ultranacionalista balcánico de la post Yugoslavia: el serbio Slobodan Milosevic. Perteneciente a la mayoría católica que puebla y domina Croacia, Kolinda encontró en el fútbol una buena estrategia de marketing: en sus encuentros diplomáticos siempre obsequia remeras Nike personalizadas, tal como hizo por ejemplo con el Papa Francisco. Muchos ven en esto conductas populistas de una mujer que, en otros aspectos, lidera cruzadas de intolerancia con los migrantes y refugiados (replicadas en las tribunas croatas) pero igual necesita mostrarse carismática a un año de las próximas elecciones.

Menos segundos y renglones ocupó la otra croata notable de Rusia 2018: Iva Olivari. La Tía Iva, como la llaman en el ambiente futbolero de su país, se convirtió en la primera mujer de la historia de los Mundiales que ocupó un lugar en la zona del banco de suplentes. Iva fue gran tenista de la vieja Yugoslavia que venció a la multicampeona Steffi Graf antes de retirarse por una lesión. Forma parte de la Federación Croata de Fútbol desde su fundación, en 1992, y fue consagrada por el prócer Davor Suker (su actual presidente) como manager de la selección, rol clave del fútbol moderno que Argentina aún sigue postergando.

A Iva Olivari no sólo se la vio durante el Mundial en el banco de suplentes, sino también en otras áreas sensibles e históricamente vedadas para las mujeres como el micro o los vestuarios. Ella se encarga de la fina logística que hace todo posible (desde comer y dormir hasta entrenar y llegar al estadio), además de ser la interlocutora de la federación croata ante la FIFA. No hizo goles inolvidables como Mario Mandzukic, no atajó penales como Danijel Subasic ni tampoco ganó el Balón de Oro como Luca Modric, pero igualmente Iva fue clave para que Croacia llegara a una final mundial por primera vez en su historia. “No es necesario salir a jugar, podemos hacer muchas cosas. Hay infinidad de aspectos en los que las mujeres pueden intervenir para mejorar el desarrollo del fútbol”, apuntó la Tía Iva, la otra cara del “croatiarcado”.

Kaliningrado y Ekaterimburgo, las canchas que hicieron ancha a Rusia

El principal problema de Rusia como anfitrión del Mundial fue volver “amigables” las distancias dentro del país más grande del planeta. Por ese motivo la mayoría de los estadios se ubicaron en un radio razonablemente cercano, salvo dos que se utilizaron casi de manera simbólica en primera fase para que el mundo tenga noción de las dimensiones geográficas del anfitrión.

Ellos fueron el Arena Ekaterimburgo y el Arena Baltika de Kaliningrado. El primero está en la ladera este de los Montes Urales y fue la única sede asiática de Rusia 2018. El otro en un territorio entre Polonia y Lituania que la vieja Unión Soviética le arrebató a Alemania tras la Segunda Guerra y que hoy la Federación Rusa exhibe como estratégico enclave militar en plena Eurozona.

Entre ambos hay una distancia de tres mil kilómetros y por eso la FIFA evitó que un mismo equipo debiera jugar en las dos canchas. Cada estadio alojó cuatro partidos, todos ellos de grupos distintos, y no volvieron a ser usados una vez que comenzaron los Octavos de Final. Así y todo, las dos ciudades se dieron el gusto de alojar en la primera ronda a futuros finalistas: Francia le ganó a Perú en Ekaterimburgo y Croacia hizo lo propio con Nigeria en Kaliningrado.

La maldición israelí

El fracaso deportivo de Argentina en Rusia no sorprendió a nadie: fueron numerosos los preanuncios de alarma, las señales de que las cosas no andaban bien y los desaciertos que limaron las expectativas. Eso se vio en las decisiones importantes pero también en los detalles. Y, entre estos últimos, acaso el más notable haya sido el frustrado amistoso previo ante Israel en Jerusalén.


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    Un partido intrascendente frente un rival de quinta categoría que estuvo a un pelo de convertirse en un problema de Estado. El propio primer ministro israelí Benjamín Netanyahu llamó personalmente a Macri para pedirle que intercediera una vez que la AFA anunció la renuncia a jugar el encuentro. Aunque se contó poco, hubo una intensa rosquilla palaciega para torcer la decisión, o por lo menos hallar una salida conveniente al vínculo diplomático que el gobierno argentino pretende sostener con el de Israel.

    Pero las llamadas y los operadores fueron en vano: los jugadores se negaron indefectiblemente a participar de un evento contaminado por las intenciones políticas de Israel, que quería enmarcarlo en la celebración del 70 aniversario del Estado, y también por las de Palestina, que protestaba la decisión de realizarlo en Jerusalén, territorio en disputa históricamente.

    Israel intentó de diversos modos someter a Argentina tras el desaire. Además del reclamo económico, circuló incluso la disparatada versión de un pedido de impugnación para jugar el Mundial. Y, ya con el torneo en marcha, la ministra de Deportes Miri Regev tuiteó: “Cuando se trata del pueblo de Israel, quien se mete con él se estrella”. Fue después del 0-3 ante Croacia, dando a entender que la dura derrota de la selección argentina se debía a la suspensión del partido en Jerusalén. Una maldición que, en todo caso, ni le hace falta al fútbol nuestro: ya tenemos suficiente con todos los conflictos propios.

    El único coreano que lloró tras ganarle a los alemanes

    Para el modesto fútbol de Corea del Sur será difícil superar el cuarto puesto en el Mundial compartido con Japón en 2002: aquella vez llegó a semifinales tras eliminar en fila a Italia y a España. Y si bien en Rusia 2018 no logró pasar su grupo, al menos se lleva para siempre un inédito triunfo ante Alemania que, además, dejó afuera a la campeona entonces vigente.

    El 2-0 final fue rubricado con un gol en tiempo de descuento de Son Heung-min, principal figura de Corea del Sur. El delantero asiático –quien curiosamente tuvo un interesante paso por el fútbol alemán- ahora brilla en el Tottenham de Inglaterra, dirigido por el rosarino Mauricio Pochettino. Así y todo, fue el único surcoreano que lloró desconsoladamente después de la histórica victoria ante Alemania.

    Sucede que Son Heung-min logró sucesivas concesiones del gobierno surcoreano para zafar de alistarse en el servicio militar de 21 meses que su país obliga a todo varón de entre 18 y 35 años. Sin embargo, antes del Mundial, Son recibió un ultimátum: si su selección no clasificaba a Octavos de Final en Rusia debía regresar a Seúl para enrolarse en la milicia de un país que todavía sigue en guerra con Corea del Norte.

    A pesar de haberle ganado a uno de los mejores equipos de la historia, la victoria no le sirvió a Corea para clasificar a Octavos de Final. Por eso el llanto de Son Heung-min después del partido: tendría que rescindir contrato con el Tottenham y conformarse con jugar durante dos años en el Sangja Sanmu, equipo oficial de las fuerzas armadas coreanas.

    Eso, claro, si no supera el nuevo desafío que el gobierno de Corea del Sur acaba de imponerle el lunes pasado: ganar la medalla de oro en los Juegos Asiáticos que se realizarán el mes próximo en Indonesia. A sus 26 años será uno de los tres mayores de 23 convocados para el fútbol olímpico de su continente. Luego de eso, se verá si sigue en una cancha o dentro de un batallón.

    Cuando Albania y Kosovo definieron Serbia-Suiza

    La fragmentación de Yugoslavia dio origen a varios países y, en consecuencia, también a diversas selecciones de fútbol. Desde Francia 98 en adelante siempre clasificaron dos por Mundial y de hecho Argentina jugó contra algunos de ellos (Serbia y Montenegro en 2006, Bosnia-Herzegovina en 2014 y Croacia dos veces). Lo curioso es que los balcánicos nunca se cruzaron entre sí hasta Rusia. O algo así.

    Resulta que en la primera fase Serbia enfrentó a una Suiza fortalecida por albanokosovares. Entre ambas etnias el recelo es desde siempre, y en el fútbol mucho más desde un partido en la cancha del Partizán de Belgrado, cuatro años atrás, cuando ingresó un drone con la bandera de Albania que fue pisoteada por un jugador serbio, generándose violentos incidentes entre futbolistas, hinchas y policías. El encuentro, que estaba 0-0, quedó suspendido y nunca más volvió a reanudarse, aunque la mecha siguió encendida.

    Así se pudo verificar el 22 de junio pasado, cuando Serbia se puso arriba del marcador a los cinco minutos del juego en Kaliningrado, pero pacientemente Suiza se lo dio vuelta gracias a Granit Xhaka y a Xherdan Shaqiri. Uno hijo de albaneses, el otro nacido en Kosovo, los dos festejaron sus goles del mismo modo: emulando con sus manos y sus lenguas las águilas de la bandera de Albania. Shaqiri además utilizó durante el Mundial unos botines con la bandera suiza en un talón y la de Kosovo en el otro, único estado balcánico al que Serbia aún no le reconoce la independencia.

    Terminado el partido, Serbia protestó ante la FIFA por el episodio pero el asunto no pasó a mayores. Tampoco la campaña de ambos equipos: los serbios no pasaron el grupo y los suizos perdieron en Octavos de Final.

    El golazo de la Pussy Riot en la final

    Rusia significó el primer Mundial en Europa oriental, el estreno del VAR como nueva instancia “jurídica” y el torneo donde probablemente más decepcionaron los candidatos a priori. Y su final, aunque llena de goles, rubricó un campeonato raro, sin épicas desbordantes (nadie recordará especialmente el partido entre Francia y Croacia dentro de cincuenta años).

    Por eso la irrupción de las Pussy Riot en pleno partido culmine tuvo doble valor: además de ejecutar la acción militante en sí, le dio un poco de estruendo a una Copa que discurrió sin grandes sobresaltos.

    El colectivo feminista que se opone al régimen de Putin había hecho su estreno en 2012, cuando ingresaron a la Catedral del Cristo Salvador de Moscú e interrumpieron una misa ortodoxa rusa. Tres de ellas aún permanecen detenidas por el hecho y la prédica de las Pussy Riot obtuvo el apoyo de distintos organismos internacionales.

    La acción en la final de Rusia consistió en el asalto al campo de juego de dos mujeres y un varón vestidos de policías. Una intromisión tan repentina que ni siquiera le dio tiempo a los directores de cámaras de la FIFA (que monopoliza la generación de imágenes en vivo) para impedir la transmisión del hecho, tal como tienen ordenado ante este tipo de acontecimientos.

    En su minuto de corrida hacia la nada una mujer logró chocar sus dos manos con las del francés Kylian Mbappé, mientras que, a la inversa, un hombre es empujado y casi entregado por el croata Dejan Lovren. Todos recibieron la misma condena: dos semanas de arresto y cuatro años de proscripción en espectáculos deportivos. Entre las proclamas de Pussy Riot se destacan el pedido de liberación de presos políticos, el fin de acciones militares en las zonas de frontera y también el fin de las persecuciones por identidad sexual.

    Francia: el oro y el moro campeones

    Putin, refugiado bajo un paraguas, veía como Macron abrazaba completamente empapado a los jugadores. Para Europa es bueno pero malo que Francia haya salido campeón. Por un lado se trata de un fiel valor de la OTAN y la Eurozona, pero por el otro implica la cristalización deportiva de un éxito multiétnico que no conviene a las políticas antimigratorias que se imponen en la región.

    La selección francesa refracta la composición social de un país que se ve mejorado en el artificio de igualdad que propone el fútbol: la elegancia blanca y la sangre negra no disputan entre sí, como sucede en la calle, sino que en la cancha se alían para hacerlo ante otros bajo el homogeneizador color azul Francia, claro. Ejemplo parecido al de Bélgica, país que casualmente Francia considera peyorativamente como un satélite propio, un desprendimiento cultural, al estilo que Argentina suele hacerlo con Uruguay.

    Durante el Mundial La Izquierda Diario profundizó en ambos casos, el de Francia y el de Bélgica. Son modelos de este paradigma que cruza países socialmente segregacionistas pero deportivamente inclusivos (como también lo es otro semifinalista: Inglaterra). La FIFA, que siempre procuró no contradecir a los mandamientos políticos imperantes, empezó en la última década a flexibilizar su régimen de nacionalizaciones para darle paso a lo que el mercado le estaba exigiendo: jugadores con sangre en un país pero raíces en otro que lo reclama comercialmente. En un contexto global de fronteras cerrándose, el fútbol irrumpe con sus horizontes de migraciones aspiracionales.

    ¿Qué oportunidades laborales hubiesen tenido el camerunés Samuel Umtiti en Francia y el congoleño Romelu Lukaku en Bélgica si no eran bendecidos por el fútbol de ambos países, exhibidos hoy como modélicos? Una pregunta que no quisieran hacerse el francés Emmanuel Macron y el premier belga Charles Michel, ambos jóvenes mandatarios y notables militantes del expulsionismo en la zona central de la Eurozona.