La revista Rebel entrevistó a Ian Angus, editor de la revista Climate & Capitalism, y autor de Facing the Anthropocene: Fossil Capitalism and the Crisis of the Earth, y A Redder Shade of Green: Intersections of Science and Socialism, sobre la necesidad apremiante de desarrollar la política del ecosocialismo en el mundo de hoy.
La revista Rebel entrevistó a Ian Angus, editor de la revista Climate & Capitalism, y autor de Facing the Anthropocene: Fossil Capitalism and the Crisis of the Earth, y A Redder Shade of Green: Intersections of Science and Socialism, sobre la necesidad apremiante de desarrollar la política del ecosocialismo en el mundo de hoy.
El término ecosocialismo es de uso generalizado ahora. ¿Piensas que es importante que los socialistas revolucionarios se identifiquen a sí mismos como ecosocialistas? ¿Cuál crees que es la principal diferencia entre el ecosocialismo y las tradiciones de izquierda radical previas?
Marx y Engels fueron profundamente conscientes de la destrucción capitalista del mundo natural, incluyendo la contaminación de ríos y ciudades, y de la degradación del suelo del que toda la vida depende. Para ellos, la palabra «socialismo» incluía esas preocupaciones y la necesidad de sobrepasarlas. Pero en el siglo XX, muchas organizaciones socialistas trataron tales asuntos como secundarios, si es que acaso los trataron. Algunos incluso vieron los proyectos de destrucción masiva, como los embalses masivos de ríos y el labrado de suelos vírgenes como progresistas en algún sentido.
Así que para muchos de nosotros, definirnos como ecosocialistas es una manera de distinguir nuestro socialismo de tal ceguera medioambiental. No estamos diciendo que Marx y Engels fueran infalibles o que ofrezcan todas las respuestas a las necesidades actuales; decimos que ofrecieron visiones y análisis que deberían ser redescubiertos por la izquierda en el siglo XXI.
Todavía más importante, al llamarnos ecosocialistas estamos diciendo que no vemos el medioambiente como un problema entre muchos igualmente importantes, como otro palo con el que golpear el capitalismo. Los ecosocialistas reconocen la crisis global medioambiental como el problema más importante que la humanidad encara en el siglo XXI. Si los socialistas no reconocen esta centralidad, nuestras políticas serán irrelevantes.
Como es conocido, Marx dijo que el pueblo hace su propia historia, pero no bajo las condiciones de su elección. Cambiar el mundo en el contexto de impedir un desastre medioambiental es un ejemplo concreto. Marx no se lo esperaba, pero esta es nuestra realidad. La forma en la que construimos el socialismo, el tipo de socialismo que seremos capaces de construir estará fundamentalmente moldeada por el estado del planeta sobre el que debemos construirlo.
El ecosocialismo –en particular el ala marxista del movimiento ecosocialista– construye y actúa sobre esta comprensión.
¿Piensas que la clase obrera global puede estar en la primera línea del combate contra el cambio climático? Existe una percepción de que las políticas medioambientales han sido siempre una preocupación de clase media y la lucha contra el cambio climático es a menudo presentada como la necesidad de renunciar a cosas para salvar el planeta o cambio de comportamiento individual. ¿Puede la clase trabajadora ser ganada en esta lucha?
Durante medio siglo, el movimiento obrero ha enfocado su atención en asegurar que sus miembros tengan trabajo, asegurándose solo de que sea la que sea la industria en la que están, que esta obtenga contratos del gobierno y demás. Así, los sindicatos se ven a sí mismos como interesados particulares en construcciones de oleoductos o en excavación de pozos de petróleo o lo que sea.
Y no es irrazonable para los trabajadores querer mantener sus trabajos. Yo vivo en Canadá y la gente de algunas de las zonas más pobres del país viaja para trabajar en los bancos de alquitrán de Alberta. Tras seis meses o un año pueden ir a casa, a un lugar donde no hay trabajo y comprar una casa o pagar sus deudas. Decirle a esa gente «no hagas eso porque estás causando emisiones de efecto invernadero» es un camino asegurado a volverla contra el movimiento medioambiental.
Sin embargo, la idea de que la gente trabajadora no se preocupa por la decadencia y destrucción de las condiciones de vida sobre la tierra, de que están solo interesados en sus sueldos y otros asuntos económicos estrechos, es tanto condescendiente como insultante. ¿Son los trabajadores de alguna manera inmunes a los efectos del aumento de las temperaturas, a la escasez de alimentos, a nuevas enfermedades y cosas peores? Por supuesto que no. El pueblo trabajador quiere futuros decentes para sus hijos, y luchará por ello.
Pero ellos no apoyarán, y no deberían, campañas que los culpen de los problemas causados por empresas y gobiernos.
Los activistas que quieran sumar a la clase trabajadora en la lucha –y deberían ser todos, ya que no podemos ganar de otra manera– tienen que mostrar claramente los efectos concretos del cambio climático, identificar las causas reales y proponer cambios que no penalicen a las víctimas. Son esenciales propuestas concretas para una «transición justa» a una sociedad sustentable.
Uno de los grandes temas aquí en Irlanda, en la lucha contra el cambio climático, ha sido la cuestión de los impuestos sobre el carbono, con lo que entendemos impuestos sobre el petróleo, el carbón y el gas, para forzar a la gente corriente a adoptar fuentes verdes de energía. Esto nunca ha parecido significar gravar los beneficios de las empresas o intentar que cambien su comportamiento. ¿Qué actitud piensas que debería tener la izquierda sobre los impuestos al carbono que tienen como objetivo incrementar los costes de calefacción o transporte para los trabajadores?
¡Subir el coste de vida de la gente que está ya luchando para sobrevivir no es el camino para construir un movimiento!
El científico y activista climático estadounidense James Hansen ha propuesto lo que él llama un sistema de «comisión y dividendo» en el que las compañías energéticas en minas, pozos, etc., pagan grandes comisiones y todo es distribuido como dividendos a la población en una base per cápita. Estima que en los Estados Unidos el 60% de la gente recibiría más en dividendos que lo que pagarían por aumento de precios. Este enfoque podría ganar apoyo general.
Pero es importante notar que Hansen no propone la comisión-y-dividendo como una medida aislada. Argumenta que para ser efectiva tendría que ser combinada con un veto absoluto de las arenas bituminosas, del petróleo de esquisto y el gas de lutita y de los hidrometanos, así como la clausura de todas las plantas de combustión de carbón. Yo añadiría libre transporte público gratuito, subsidiado o gratuito para instalaciones de potencia solar y cosas por el estilo. ¡Medidas que proveen alternativas verdes para gastar los dividendos!
Por tanto, como parte de un programa de reducción del uso de combustible fósil y otras alternativas, algo como el plan de Hansen podría jugar un papel positivo, pero no he visto un impuesto al carbono aislado al que apoyar. Muchos son simultáneamente dañinos para la gente trabajadora y demasiado limitados para algún efecto sobre las emisiones.
Tu libro Facing the Anthropocene expone en términos contundentes que la humanidad está enfrentando una crisis ecológica y climática, y el mensaje central parece ser que el capitalismo y los mercados libres están propiciando dicha crisis. ¿Piensas que existe un público en el movimiento ambientalista dominante para aceptar ese caso o existe todavía un impulso a decir que toda la gente tiene la culpa? ¿Piensas que los científicos han estado más veloces que el movimiento medioambientalista dominante en aceptar que la sociedad necesita cambios radicales y fundamentales?
Como socialistas, nos gustaría como a todos reconocer el sistema capitalista como el primer conductor de la destrucción medioambiental, pero seguimos siendo una minoría en un mundo donde dominan las ideas procapitalistas. Esto incluye la visión de que las elecciones del consumidor controlan la economía y del crecimiento de población como causa de destrucción medioambiental. Por tanto, no deberíamos estar sorprendidos de que muchos medioambientalistas compartan estas visiones. La batalla de ideas no será ganada rápidamente.
Habiendo dicho esto, he estado muy complacido por la respuesta de Facing the Anthropocene. Está ahora por la tercera edición y es frecuentemente citado por otros autores. Así que estamos haciendo progresos.
Recientemente Will Steffen, uno de los expertos científicos principales de la nueva época, escribió que “los capitalistas industriales de los países ricos, no ‘la humanidad en su conjunto’, son de largo los responsables por el Antropoceno”. Esta sigue siendo una visión minoritaria, por supuesto, pero pienso que cualquiera que estudie seria y honestamente las evidencias científicas está abocado a llegar a conclusiones radicales.
Existe una idea dominante de que la ciencia y la tecnología pueden salvarnos, de que siempre lo han hecho y de que aliadas con el capitalismo traerán innovación para salvar el día. Tu libro señala ejemplos donde hemos estado muy cerca de una destrucción catastrófica por el capitalismo en el pasado, como en el caso de la capa de ozono. ¿Piensas que este sentido de optimismo está fuera de lugar cuando miramos el cambio climático? ¿Puede el capitalismo ser verde o renovable o puede la tecnología salvarnos?
El asunto no es si el capitalismo abstracto, el capitalismo imaginario de los libros de texto económicos, podría bajo circunstancias ideales funcionar sin combustibles fósiles. El asunto es si el capitalismo realmente existente, el sistema que domina el mundo hoy día, puede hacer los cambios necesarios a tiempo para prevenir a grandes partes del mundo de ser hechas inhabitables. Los economistas mayoritarios tienen una fe religiosa en la capacidad del mercado de solventar cualquier problema pero, como las otras religiones, estas visiones tienen poca base en la realidad.
Una solución actual requerirá un programa mundial planificado de reducción de las emisiones de carbono durante décadas. Mientras esté el mundo dominado por un sistema basado en grandes corporaciones que constantemente compiten por maximizar beneficios y en estados-nación que compiten por proteger esos beneficios, un programa tal simplemente no va a ocurrir.
Incluso en una escala más limitada, no hay signo de que los grandes estados emisores estén haciendo algún esfuerzo por implementar las inadecuadas medidas propuestas en el Acuerdo de París. Once o doce países podrían actualmente marcar la diferencia, pero ninguno de ellos lo está realmente intentando.
No tiene entonces sentido discutir lo que un capitalismo ideal quizá hiciera con tecnologías ideales. El sistema de beneficio real es un obstáculo gigante al progreso medioambiental, y no habrá solución permanente mientras éste reine.
Esto no equivale a decir que no podemos ganar algunos logros sin superar el capitalismo. Yo argüiría, de hecho, que luchar por reformas inmediatas puede retrasar crisis mayores y es una parte vital de la construcción de un movimiento que necesitamos para ganar el cambio del sistema.
Hay también un pesimismo predominante en muchos activistas sobre cómo de rápido el cambio climático catastrófico se está desmoronando; mucho de eso está basado en lo que los científicos nos están diciendo que está ocurriendo en los sistemas terrestres y qué es presumible que ocurra en el periodo siguiente con tiempos extremos, etc. ¿Cómo respondes a algunos de los escenarios que son pintados?
Cada día en el que no se hace nada para rebajar las emisiones es un día más cercano al punto de irreversible caos climático. Dada la obstinada negación de las grandes economías fósiles a entrar en acción, pienso que es muy dudoso que podamos impedir un incremento de 1’5 grados de temperatura en las próximas una o dos décadas. Simplemente no veo cómo es posible.
Eso será desastroso para la gente de muchas partes del mundo y hará más lejano el evitar un aumento de 2 o 3 o incluso 4 grados antes de final de siglo.
Algunos parecen tener un perverso deleite con esto, declarando que toda acción es fútil, porque estamos condenados. Algunos incluso saludan la extinción del homo sapiens como un paso adelante.
Soy socialista precisamente porque creo en la lucha por un futuro de la humanidad, incluso en las horas más oscuras. Recuerdo el famoso eslogan de Gramsci, enunciado cuando estaba muriendo en una prisión fascista: “¡Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad!”.
Bajo mi punto de vista eso define una actitud ecosocialista ante la crisis global. Sabemos que el desastre es posible, pero renunciamos a rendirnos a la desesperación. Si luchamos, quizá perdamos; si no luchamos, estamos definitivamente perdidos, y nuestros nietos pagarán el precio.
La buena o mala suerte quizá juegue un rol, pero una lucha consciente y colectiva por parar el tren capitalista destinado al infierno es nuestra única esperanza para un mundo mejora.
Fuente original: Rebel
Fuente en castellano: Sin Permiso
Traducción: Roberto Álava
* Este es un artículo de un autor/a invitado/a. Los artículos de los/as invitados/as no reflejan necesariamente los puntos de vista del comité editorial de Contrapunto. Si deseas enviar una contribución, ponte en contacto con nosotros a [email protected]
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