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Red Internacional
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TRIBUNA ABIERTA | El presupuesto militar español de 2023 equivale a la suma de casi todos los ministerios de vocación social juntos

La partida militar para el año próximo bate todos los récords. Casi 56.000 millones incluyendo a las policías, 49.000 si solo contamos lo castrense.

Martes 25 de octubre de 2022

El escandaloso gasto militar que arrastra España, año tras año, se queda pequeño comparado con el que el que tienen previsto para 2023.

Si desde la censura de Rajoy hasta nuestros días el PSOE ha protagonizado, primero en solitario y ahora con el abrazo del oso con Unidas Podemos, un brutal aumento respecto de los años anteriores, el futuro nos depara una escalada brutal, en consonancia con el incremento de la militarización que venimos padeciendo.



La estimación de gasto militar que podemos extraer del estudio de los presupuestos generales del Estado para 2023 es un verdadero escándalo y supera con mucho las cifras que el gobierno ha propagado, cifras ya de por sí escandalosas.

Estamos hablando de 48.833,66 millones de euros, una cantidad exagerada, una cantidad que supera con creces el 2 y hasta el 3% del PIB para acercarse casi al 4 % y que esconde gasto militar en múltiples ministerios y departamentos fuera de Defensa, porque otra de las características tradicionales de nuestro gasto militar es su opacidad y dispersión, pensada desde hace años para esconder la escandalosa cifra final del mismo, ocultación que ha contado hasta la fecha con el colaboracionismo servil de los partidos parlamentarios, que o no han dicho nada, o lo han dicho con la boca pequeña, sin atreverse a elevar la crítica ni a romper los consensos férreos en materia de defensa.



Gasto militar que, como decimos, tiene diversos protagonistas implicados en su sostenimiento más allá del círculo explícitamente militar.



Como se dice, la evolución de nuestro gasto militar real ha sido siempre escandalosa, pero el espectacular aumento apalabrado entre el Gobierno PSOE-UP y sus socios epígonos no sólo consolida el nuevo ciclo de rearme en el que nos han metido sin preguntar a nadie, sino que desenmascara crudamente la vocación social de los presupuestos y nos arrastra a una deuda de más de 16.000 millones más a sumar a la ya de por sí insostenible deuda militar.



Un gasto militar que supone nada menos que 1.008 euros por persona o, lo que es lo mismo, 133,8 millones de euros al día, más de dos veces lo que tiene el ministerio con menor presupuesto (consumo, dirigido por el líder de IU Alberto Garzón) para todo el año.

El repaso a las partidas sociales nos ofrece un desolador paisaje de agravio comparativo: mientras se mima el gasto militar, las partidas sociales quedan muy por debajo de las urgentes necesidades sociales. ¿No es legítimo preguntarnos de qué narices nos defiende un gasto militar brutal, con un alto coste de oportunidad y una más que cuestionable utilidad para garantizar la seguridad humana, mientras las verdaderas necesidades sociales siguen siendo desatendidas?



Porque el gasto militar español ocupa el mismo tamaño que la suma de casi todos los ministerios de vocación social juntos.



Un gasto militar que tiene tres graves objetivos y, a su vez, consecuencias:

1) Consolida el actual modelo de defensa intervencionista, agresivo y supeditado a los intereses de EE. UU. y la OTAN
2) Cronifica los males de nuestro militarismo de toda la vida,
3) Cierra la puerta a cualquier intento de política alternativa, dado que compromete gasto e inversiones multimillonarias a años vista, que hacen que cualquier cambio de gobierno se vea atado de pies y manos a la rueda del gasto militar.



No se hagan ilusiones. Con la dimensión de este gasto militar y la expansión de las estructuras de nuestro militarismo es imposible una reforma desde dentro.

Si oyen a algún partido plantear algo parecido no vayan a creerlo. Todo está atado y bien atado y sólo cabe una vía para cambiar las cosas. Romper. Presionar desde fuera. Crear un colapso tal al gasto militar y a las estructuras militaristas que provoque procesos de desmilitarización hoy por hoy muy lejos de la agenda social y política.

No se fíen de la buena fe de los que toman este tipo de decisiones. Si la protesta no les afecta de forma grave a sus intereses y a su cartera no cambiarán ni un ápice, menos en este momento en el que se lleva apoyar el ruido de los tambores de guerra.

Por eso se precisa más desobediencia a este gasto militar y por eso el reto del antimilitarismo, o uno de ellos, es promover el ciclo de lucha capaz de movilizar a la sociedad en esa dirección.

Seguir pensando que el gasto militar cambiará porque el trabajo de lobby, por esforzado que sea, que hacen algunos va a convencer a los diputados y a su cohorte de cómplices para promover un recorte, por modesto que sea, es más ingenuo que pensar que podemos movilizarnos como sociedad para que esto suceda.

Ya no es suficiente con escandalizarnos con las cifras, ni con adoptar posturas personales de coherencia moral.
Hoy más que nunca se necesita resistencia colectiva efectiva y con la suficiente capacidad «disruptiva» para convertir en un problema así percibido el gasto militar y provocar un cambio radical de políticas de reducción y trasvase de este dispendio de recursos hacia las verdaderas necesidades de la seguridad humana y de la lucha por la paz.

* Artículo publicado originalmente en el sitio web del Grupo Trotuga.