Científicos de importantes universidades publicaron un trabajo en el que alertan sobre la acelerada pérdida de biodiversidad, el calentamiento global, el consumo masivo y sus consecuencias sanitarias y sociales, entre otros aspectos de un panorama al que llaman a no edulcorar.
Valeria Foglia @valeriafgl
Lunes 25 de enero de 2021 17:22
Foto: Giuseppe Manfra | Getty Images
“Hay que contar las cosas como son”, concluye un grupo de científicos de importantes universidades de Australia, Estados Unidos y México que dieron a conocer un nuevo informe sobre la escala de la crisis ecológica y climática que atraviesa el planeta. Se detienen especialmente en tres problemas ambientales de gravedad que recibieron poca atención, aunque deberían ser asuntos de primer orden en la arena pública.
En primer lugar, dicen, las condiciones ambientales del futuro serán aún peores de lo que se cree actualmente, en especial porque la escala de las amenazas a la biósfera y todas sus formas de vida es tan grande que hasta resulta difícil de entender aun para los científicos mejor informados. En segundo lugar, los autores se preguntan qué sistema político o económico estará preparado para manejar los desastres que se pronostican. Por último, esta situación excepcional ubica a los especialistas en la responsabilidad de hablar con franqueza y precisión.
“Sin apreciar y difundir plenamente la escala de los problemas y la enormidad de las soluciones requeridas, la sociedad no logrará ni siquiera los objetivos de sostenibilidad más modestos”, dice el grupo de científicos, entre los que se encuentran Paul Ehrlich, presidente del Centro de Biología de la Conservación y profesor de estudios poblacionales de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, Corey J. A. Bradshaw, profesor de Ecología Global de la Universidad de Flinders, en Australia, y Daniel T. Blumstein, profesor del Departamento de Ecología y Biología Evolutiva y el Instituto de Ambiente y Sustentabilidad de la Universidad de California.
Underestimating the Challenges of Avoiding a Ghastly Future https://t.co/lshokH8znv CRITICALLY IMPORTANT ARTICLE FOR SCIENTISTS STILL RETICENT TO TELL IT LIKE IT IS
— Paul R. Ehrlich (@PaulREhrlich) January 16, 2021
Amenazas a la biodiversidad
Entendidas grosso modo, las actividades humanas están provocando una pérdida acelerada de biodiversidad, lo que significa ni más ni menos dejar desnuda a la Tierra como soporte vital. Otros problemas que se mencionan se relacionan con el frenético consumo humano y el crecimiento poblacional. Según los investigadores, cada uno de estos empeorará y acarreará consecuencias aún más negativas.
Aunque hay diferencias regionales en cuanto a la intensidad, se presentan tendencias globales obvias: desde el inicio de la agricultura, hace unos 11 000 años, la biomasa de la vegetación terrestre se redujo a la mitad, perdiendo el 20 % de su biodiversidad original. De conjunto, el 70 % de la superficie terrestre fue alterada por Homo sapiens. En los últimos quinientos años se documentó la extinción de más de setecientas especies de vertebrados y unas seiscientas de plantas. Y eso solamente sobre las registradas.
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En los últimos cincuenta años se redujo un 68 % en promedio la población de especies de vertebrados que se monitorearon, y algunas de estas evidenciaron un declive extremo, anunciando su inminente extinción. En general, en un futuro próximo hay cerca de un millón de especies que podrían extinguirse de entre siete y diez millones de especies que hay en el planeta. Corre riesgo la supervivencia de un 40 % de las plantas, pero también la de los insectos, que están desapareciendo rápidamente en varias regiones.
Los ecosistemas de agua dulce y marinos, como ya hemos explicado, tampoco están a salvo. Según el estudio de Ehrlich, Bradshaw, Blumstein y otros, hay un 15 % menos de áreas de humedales que hace trescientos años, mientras que más del 75 % de los ríos de más de mil kilómetros de largo no fluyen libremente en todo su curso. A los océanos no les fue mejor: dos tercios fueron afectados de distintas maneras por la actividad humana, mientras que la cobertura viva de los corales se redujo a la mitad en menos de doscientos años, las algas marinas disminuyeron un 10 % cada década durante el último siglo y la cantidad de grandes peces depredadores es un 33 % inferior al siglo pasado.
Las consecuencias de la pérdida dramática de biodiversidad no sorprenden a los entendidos: el propio Ehrlich había proyectado la inminencia de una pandemia en un trabajo de 1996. Hay en curso un verdadero festival de patógenos: tres cuartas partes de las nuevas enfermedades infecciosas resultan de interacciones entre humanos y animales, crisis climática, deforestación, agricultura intensiva, caza de animales silvestres y su comercio.
Esto no pasa sin consecuencias. El declive de la biodiversidad también significa que los aportes que esas especies brindaban también se pierden. Disminuyen, por ejemplo, el secuestro de carbono y la polinización, a lo que se suman la degradación del suelo, una peor calidad de aire y agua, inundaciones cada vez más frecuentes e intensas, incendios y un peligro mayor para las condiciones sanitarias de la población. No suena a música del futuro, ¿verdad?
En 2020 la producción material total a partir del esfuerzo humano superó la suma de toda la biomasa viva en la Tierra. Y hay más ganado (59 %) que humanos (36 %), mientras que cerca de un 5 % corresponde a mamíferos salvajes, pájaros, reptiles y anfibios.
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¿Extinción masiva?
Una extinción masiva es la pérdida de aproximadamente un 75 % de las especies del planeta, definen los autores, en un intervalo de tiempo relativamente corto, que estiman en menos de tres millones de años. Han ocurrido al menos cinco de estos eventos desde el Cámbrico: el más reciente fue hace sesenta y seis millones de años al finalizar el período cretácico.
Que ya estamos en el camino de una sexta gran extinción es ahora científicamente innegable, concluyen los investigadores. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza estima que alrededor del 20 % de todas las especies están en peligro de extinción en las próximas décadas, lo que supera con creces la tasa de referencia de siglos previos.
El problema poblacional y el consumo excesivo: ¿de eso no se habla?
De acuerdo al trabajo de Ehrlich, Bradshaw y Blumstein, la población mundial se duplicó desde la década del 70. Pronostican que para el 2050 probablemente ascenderá a cerca de 9,9 mil millones.
El impacto del crecimiento en la población redunda en inseguridad alimentaria a gran escala: para 2015 entre 700 y 800 millones de personas morían de hambre y entre 1000 y 2000 millones estaban malnutridas.
Otros impactos sociales notorios de la sobrepoblación son el hacinamiento, el desempleo, la pobreza y la probabilidad de más pandemias, y sus conflictos asociados, ligados también a la deforestación avalada por los Gobiernos y las sequías cada vez más frecuentes. Los investigadores pronostican que a causa de la crisis climática y otras presiones ambientales habrá migraciones masivas en las próximas décadas (de veinticinco millones a mil millones para 2050).
Y si hay más personas habrá también más producción de materiales plásticos y otros compuestos sintéticos peligrosos. El consumo de la humanidad creció brutalmente, afirman: si era un 73 % respecto a la capacidad regenerativa de la Tierra, para 2016 ya representaba un 170 %. Los países de mayores ingresos acumulan un nivel mayor de consumo per cápita. La pandemia solo empeoró las cosas: entre enero y agosto de 2020, la humanidad consumió tanto como la Tierra puede renovar en todo el año.
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¿Qué pasa con los fósiles?
El desequilibrio ecológico no es natural: los combustibles fósiles tienen mucho que ver. En la actualidad, el 85 % de la energía comercial, el 65 % de las fibras y la mayoría de los plásticos se producen a partir de combustibles fósiles. Pero hasta la producción de alimentos depende de este tipo de energía. Y no solo eso: el creciente consumo de carne ha disparado la huella de carbono global de la agricultura. Se espera que aumenten las presiones sobre la biósfera mucho antes de la descarbonización de la economía que prometen una y otra vez los líderes mundiales para fechas distantes e imprecisas.
Según el IPCC [1], ya se superó el calentamiento global del 1º C por encima de las condiciones preindustriales. Ahora la humanidad está camino a provocar un aumento de al menos 1.5º C entre 2030 y 2052. Y arrojan un dato por lo menos preocupante: la concentración actual de gases de efecto invernadero es superior a los 500 ppm de CO2-e (una medida en toneladas de la huella de carbono). Este organismo de la ONU estima que ya con 450 ppm de CO2-e la Tierra tendría apenas un 66 % de probabilidad de no exceder los 2° C de calentamiento.
Es un lamentable círculo vicioso. Por citar un ejemplo: con más temperatura, más derretimiento del permafrost, que daría lugar a la liberación de metano almacenado, lo cual generaría más calentamiento. Y eso ya con lo que la humanidad supo acumular a través de los dos siglos del capitalismo, es decir, incluso si deja de usar combustibles fósiles por completo antes de 2030.
Tras cinco años, no se cumplieron los objetivos del Acuerdo de París, y esto pese a que la conciencia global aumentó, con enormes movilizaciones climáticas, y los sectores científicos propusieron cambios en producción de energía, reducción de la contaminación, conservación de la naturaleza, producción de alimentos, economía y políticas de población. Según los especialistas, aun si los firmantes del acuerdo climático cumplieran sus compromisos, esto no sería suficiente: el calentamiento rondaría los 2.6 – 3.1° C para 2100.
Es el capitalismo
Como señala Roberto Andrés, “la evidencia científica demuestra que el capitalismo contemporáneo ha llevado a la interrupción de un complejo ciclo natural que tardó millones de años en estabilizarse y evolucionar”. La pérdida acelerada de biodiversidad es un hecho. Sus consecuencias son un desastre anunciado en variados terrenos. Sin embargo, el tema está lejos de ser una prioridad para los Gobiernos.
No sorprende que no se haya cumplido ninguna de las Metas de Aichi establecidas en la conferencia del Convenio sobre la Diversidad Biológica realizada en 2010 en esa prefectura japonesa. Otro tanto ocurre con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. Hasta el Foro Económico de Davos, sumergido en un descarado greenwashing desde hace un tiempo, se vio obligado a hablar del deterioro de la biodiversidad y su impacto negativo en la economía mundial.
Citando un trabajo de Ehrlich y otros en 2012, los investigadores sostienen que “la humanidad está ejecutando un esquema Ponzi [2] ecológico en el que la sociedad roba a la naturaleza y a las generaciones futuras para pagar los aumentos en los ingresos a corto plazo”. Las medidas drásticas y urgentes que se necesitan no pueden depender de la buena voluntad o la “conciencia” de los Gobiernos capitalistas que nos trajeron a este escenario. La pelea contra la crisis ambiental global originada por el capitalismo debe reunir a la juventud, los científicos comprometidos, las comunidades indígenas y otros sectores oprimidos con la clase trabajadora al frente.
Aunque el escenario tiene potencial catastrófico con amenaza de extinción masiva, deterioro de la salud, trastornos climáticos y conflictos por escasez de recursos durante este siglo, este grupo de expertos intenta escapar a una perspectiva fatalista y señala numerosos ejemplos de restauración ecológica o previsión de extinciones a escala local y regional. Consideran que, sin inducir sentimientos desproporcionados de miedo y desesperación, los especialistas están llamados a “no edulcorar” la realidad sobre los desafíos de la hora.
¿En qué planeta vamos a construir el socialismo? "La burguesía logró convertir nuestro planeta en una sucia prisión", decía en 1940 el manifiesto de la IV Internacional fundada por Trotsky. Corresponde a la clase productora de la sociedad, la trabajadora, pelear por un programa transicional que reorganice en forma racional y ecológica la producción, la distribución y el consumo, superando el capitalismo que amenaza toda forma de vida en la Tierra.
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