Se volvió a editar el trabajo de Andrea Oliva dónde se aborda la relación de las peleas y demandas de la clase obrera naciente y el surgimiento de la profesión.
La reedición del libro Trabajo Social y lucha de clases en Argentina (Puka Editora, 2022) de Andrea Oliva [1] es una buena oportunidad para abordar una perspectiva crítica sobre los inicios del Trabajo Social en la Argentina. La autora hace eje en las demandas surgidas de las luchas obreras y populares de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, distanciándose de la visión de un Trabajo Social surgido de una intervención estatal “producto de las ‘ideas’ de un grupo de iluminados de la elite” (p. 36).
Este enfoque, basado a su vez en otros autores marxistas, es novedoso para los contenidos que mayormente se estudian en las carreras de Trabajo Social. En primer lugar porque aporta elementos para una historia del Trabajo Social que no es reducible a las prácticas de la caridad o la Iglesia, ni tampoco a las ’buenas intenciones’ estatales. En segundo lugar, porque, al poner el acento en la lucha de clases, también plantea las coordenadas de un debate más amplio sobre el rol del Trabajo Social y ligazón con proyectos políticos emancipatorios.
Demandas obreras y el surgimiento de la “cuestión social”
Para comprender el surgimiento de la Asistencia Social y el origen de la profesión de Trabajo Social hay que contextualizar las demandas colectivas y las respuestas institucionalizadas atravesadas por la lucha de clases, en el periodo entre 1880 y 1930. En este periodo hubo una política para estimular la inmigración combinada con el exterminio de la mayoría de comunidades existentes.
Esta transformación de la estructura poblacional fue parte de los procesos de “urbanización capitalista”, siguiendo el término de Christian Topalov, con la tensión capital-trabajo como telón de fondo. Señala Oliva:
El crecimiento poblacional que se requería desde intereses capitalistas, no estuvo correspondido por una planificación urbana para la cobertura de alimentación, vivienda, salud, educación, etc. de quienes eran manos de obra concentrada en las urbes. Contradictoriamente es esa población urbana la que genera demandas para la cobertura de sus necesidades, y con ello se inicia la cuestión social argentina. (p. 21)
Sobre la “cuestión social” hay que precisar que el concepto suele usarse para dar cuenta de las consecuencias de la urbanización, sumada a la ola inmigratoria, en las últimas tres décadas del siglo XIX y las primeras dos del siglo XX. Pero no implica que previamente no hayan existido reclamos en los orígenes de la clase obrera, que también combina “la preexistencia de trabajadores asalariados y formas de trabajo semiserviles” [2], Tampoco implica que se haya “resuelto” posteriormente, como plantean los sectores que reivindican al peronismo. Hecha esta apreciación crítica, utilizaremos el término entre comillas como lo emplea la autora.
La Sociedad de Beneficencia y la Iglesia Católica, como formas organizativas previas, tuvieron que modificar sus modos de intervención. Pero un elemento constitutivo de este proceso es el surgimiento de organizaciones en torno al movimiento obrero que coincidían en plantear el carácter colectivo de la cobertura de las demandas. La autora divide las nuevas organizaciones en “organizaciones de autoprotección” y “organización de lucha”. Dentro de las organizaciones de autoprotección se subdividen en las basadas según la nacionalidad, con un carácter policlasista, y las organizadas como sociedad de oficios, para defender al trabajo del capital, que fueron antecesoras de las sociedades de resistencia y sindicatos. En tanto las organizaciones de lucha estaban atravesadas por un proceso de organización sindical y política, como se reflejan en el ciclo de ascenso de los conflictos y las tradiciones políticas bajo el faro de la I y II Internacional —diversas gamas del anarquismo, socialismo y comunismo— que traían las corrientes migratorias. En estas organizaciones también se destaca el rol activo de las mujeres, desde publicaciones a la participación en huelgas. Para la comprensión de estas corrientes también hay que distinguir que los sectores en torno al Partido Socialista (fundado en 1896) tenían el centro de su actividad a la acción parlamentaria, proclives a la conciliación con el Estado; mientras las ramas del anarquismo y los sectores que luego constituirán el Partido Comunista (fundado en 1918) desplegaban una actividad confrontativa con la burguesía y el Estado.
Entre la lucha y las conquistas parciales
Este desarrollo histórico permite la afirmación de que no hubo un “progreso armonioso en el desarrollo capitalista” y que “la conquista del financiamiento público” para hacerle frente a las demandas son “resultado de esos procesos en el devenir de la lucha de clases” (p. 35). La autora agrega que esto debe entenderse, también, en el sentido de “la dialéctica de las conquistas parciales” planteada por Ernest Mandel.
En su folleto La burocracia, Mandel desarrolla el concepto de “dialéctica de las conquistas parciales” de la siguiente manera:
en cuanto una parte del proletariado (ya sea la burocracia obrera o la aristocracia obrera constituida en el proletariado de los países imperialistas desarrollados) posee una organización o un nivel de vida superior al estado inicial de la nada, existe el riesgo de desarrollar una nueva mentalidad. Ya no es cierto que el proletariado no tenga nada que defender: en cada nueva acción, hay que sopesar los pros y los contras: ¿no se corre el riesgo de que la acción prevista, en lugar de aportar algo positivo, haga perder lo que ya se tiene? [3]
Este concepto, pensado para dar cuenta de los fenómenos de conservadurismo y burocratización de las organizaciones obreras, sirve para enriquecer cómo se va articulando la respuesta del Estado a la “cuestión social”. Porque si bien se responde a las demandas, se lo hace apostando a fragmentar el reclamo colectivo y al mismo tiempo despolitizarlo, atomizando la demanda colectiva en problemáticas individuales sin relación aparente con la contradicción trabajo-capital.
Retomando a Topalov, la autora distingue entre “necesidades asociadas al salario” y “necesidades disociadas al salario”. Entre las primeras se encuentran las vinculadas a garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo, mientras que en las segundas se hallan las surgidas de la concentración de fuerza de trabajo en conglomerados urbanos, como la vivienda, la educación y la salud. Según las relaciones de fuerzas, “ciertas demandas de la reproducción de la fuerza de trabajo quedan vinculadas al salario y reclamadas en la acción directa hacia las patronales o en los pedidos de intervención estatal” (p. 37-38). Como tal, “la cobertura de necesidades mediante el sistema público adquiere mayor desarrollo cuanto mayor fuerza tiene el movimiento obrero para plantear sus exigencias” (p. 40). Esto es clave también para los momentos regresivos tras derrotas de la clase obrera que tienen como correlato el desfinanciamiento y desmantelamiento de políticas habitacionales, la educación y la salud.
Siguiendo la tesis de la autora, se entrelaza con luchas como la Huelga de los Inquilinos de 1907 y el financiamiento de la vivienda —como la ley 7102 de 1910 que destina fondos para la construcción de casas obreras o la ley 8172 de 1911 para otorgar créditos a muy largo plazo— o también con el papel activo de anarquistas y socialistas en torno a la educación. El mismo derecho a huelga fue conquistado en la práctica, contabilizándose 986 huelgas con la adhesión de 241.130 huelguistas entre 1907 y 1912. No obstante, el Estado continuó su propósito de fragmentar la “cuestión social” con “la aprobación de leyes, que fueron parcializando y tomando sólo alguno de los múltiples aspectos de los problemas”:
“Estos mecanismos producen logros, y a la vez, un efecto desgastante en las luchas obreras, ya que, sólo se van mejorando pequeñas partículas de las condiciones laborales y de vida en general. (...) La intervención del Estado ha intentado fragmentar la ‘cuestión social’ creando áreas, organismos, leyes, etc., desde todo el espectro de instituciones y organismos diversos, mientras que las necesidades aparecen siempre vinculadas”. (p. 60/61)
Demandas colectivas y configuración de la profesión
En los siguientes capítulos se desarrolla la configuración del Trabajo Social como disciplina, con sus modos de intervención, la formación de un campo laboral, mayoritariamente femenino, con las Visitadoras y Asistentes Sociales, y finalmente el establecimiento del Servicio Social con financiamiento público en la década de 1920. Siguiendo el enfoque de esta reseña, nos centraremos en las contradicciones que abren el carácter colectivo de las demandas.
Las visitas a domicilio se establecieron como un modo de intervención desde los primeros momentos, combinando la entrega de recursos junto a otras con fines de control (como en el caso de la niñez o los inmigrantes). Pero pronto la entrega de recursos de manera individual fue insuficiente ante la masividad de la demanda, lo que obligó a ensayar nuevas respuestas. Además las visitas de tipo control, extensible a talleres y fábricas, puso en relevancia nuevamente las demandas obreras.
Oliva rescata la figura de Gabriela de Laperrière de Coni, feminista y socialista, quien a principio del siglo XX recorre fábricas, talleres y conventillos entrevistando obreras y obreros, con una clara postura de enfrentamiento a los industriales. “El peregrinaje por las industrias la enfrenta con la cruda realidad, tanto de las humillantes condiciones de trabajo como de la hipocresía de los industriales”, señala la autora (p. 76). Además se repara en que fue una pionera en marcar el problema de la “doble jornada” de las mujeres en los trabajos y hogares, por lo que propone medidas para resolver esa demanda colectivamente con Cocinas Obreras y Salas cuna en los establecimientos laborales. Tras el fallecimiento de Laperrière de Coni en 1907, Carolina Muzzilli continuó con la labor de los relevamientos. Afiliada también al Partido Socialista, planteó la necesidad de que los sindicatos organicen a las mujeres, cumpliendo también funciones de “resistencia, de socorros mutuos y de instrucción”.
Otra figura, más conocida, es la del médico Juan Bialet Massé. En 1904, publicó su Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de país, donde retrata las condiciones brutales de explotación en estancias, obrajes, ingenios, yerbatales y colonias agrícolas. Los datos extraídos de sus informes dan cuenta de la mayor desigualdad contra la población originaria. Pese a que originalmente fueron iniciativas gubernamentales, las investigaciones de Laperrière de Coni y Bialet Massé expusieron las realidades obreras y potenciaron sus reclamos.
Finalmente, en tensión permanente con las luchas obreras, se fue consolidando la intervención estatal que fragmentó la cobertura de las necesidades sociales. En este proceso también se formó una estructura burocrática para los registros y trámites, que deriva en “herramienta indispensable del clientelismo” (p. 97).
Ideas para pensar e intervenir en la realidad
Como mencionamos más arriba, el libro de Andrea Oliva es un importante aporte para pensar críticamente al Trabajo Social. La perspectiva crítica, que para nosotros pasa por tomar y recrear al marxismo, es aún más urgente en un contexto de crisis que deriva en grandes ataques sociales como la pobreza infantil que supera el 50%. Así mismo con las políticas de ajuste bajo dictámenes del FMI, como el tarifazo anunciado por Sergio Massa que afectará a 9 millones de hogares. Frente a un sentido común de un “Estado ausente”, como suelen plantear los sectores en torno al peronismo, son los gobiernos quienes impulsan estas políticas que benefician a los grandes empresarios, como se plasmó en el desalojo brutal de familias en Guernica para favorecer la especulación inmobiliaria, por mencionar solo un ejemplo.
Recuperar una perspectiva crítica también es importante cuando los tiempos de crisis también plantean qué papel van a jugar los estudiantes y docentes, discutiendo cuál es el rol de las universidades. Actualmente cuando el Gobierno junto a Rectores pondrán a las universidades a “auditar y controlar los planes sociales”. Frente a los que quieren que las universidades sean policías del FMI, hay que pelear por poner los conocimientos al servicio de las demandas y luchas obreras y populares. Con este desafío, por ejemplo, la Juventud del PTS junto estudiantes de diversas carreras impulsa convenios con gestiones obreras como Zanon-Fasinpat y Madygraf.
En este sentido, pensar que las problemáticas y sus abordajes no son reductibles a un caso individual permite reactualizar la perspectiva del libro de que se tratan de demandas colectivas propias del antagonismo entre trabajo y capital. Este clivaje, lejos de ser un reduccionismo como plantean sectores de la academia, permite pensar también un papel activo de los trabajadores y sectores populares frente a sus demandas, que incluso puede lograr algo más que conquistas frente a las patronales y el Estado. Porque en su historia, ligada a las tradiciones políticas anticapitalistas, la organización obrera ha dado sobrados ejemplos de cómo responder frente a las necesidades de educación, salud, desplegando una autoactividad que también alcanzó a la gestión y control obrero de las fábricas, un claro desafío dominio capitalista. Esto es parte de la potencialidad que podría ayudar a desplegar un Trabajo Social ligado a la lucha de clases, donde las estrategias colectivas muestran el poder social de quienes las encarnan y superan los estrechos marcos actuales de administrar la miseria de lo posible.
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