A pesar del aumento de la participación con respecto a 2014, las últimas elecciones europeas en Francia fueron unas de las que menos interés y entusiasmo generaron, solo compensado las dos últimas semanas con la intervención personal del presidente alentando la participación y sobre todo el voto útil, en gran parte a favor o en contra de su gobierno. El resultado es una polarización entre la extrema derecha de Le Pen y la nueva derecha de Macron, el avance de Los Verdes en un campo político minado por el retroceso de los dos partidos tradicionales de derecha e izquierda, sumado a la caída de Mélenchon. Un resultado negativo para los trabajadores que abre un interrogante sobre la suerte de los Gilets Jaunes (Chalecos Amarillos).
Una polarización débil que resalta en un campo político en ruinas
El triunfo relativo del RN (Reagrupamiento Nacional, el nuevo nombre del partido de Marine Le Pen) permite al macronismo, a pesar de su derrota, mantener su imagen. RN se ha transformado en el nuevo partido del orden después de la sublevación de los Gilets Jaunes y se ha vuelto abiertamente neoliberal, reemplazando cada vez más a la derecha tradicional, en peligro de desaparición. Macron les roba el programa a los republicanos tradicionales para seducir a los sectores altos, mientras su base popular minoritaria es seducida cada vez más por el RN. Así, por primera vez, la derecha pierde su base electoral entre las personas mayores y los jubilados. Pero si LREM (La República en Marcha, el partido de Macron) mantiene una base electoral sólida derechizándose, la misma se estrecha de su ya débil base de sustentación en un sector social alto y con poca capacidad de unificar, como resultado de la pérdida de una parte significativa de sus votantes del primer turno de 2017 hacia EELV (Europa Ecológica-Los Verdes).
Según Arnaud Benedetti, profesor asociado a la Universidad Paris-Sorbonne y observador de la vida política francesa: “el campo mayoritario se equivocaría al cantar victoria demasiado rápido... si LREM confirma que tiene una base electoral sólida. Sin embargo, [LREM] se endurece sobre una capa social elitista y poco movilizadora”. Y agrega: “Macron aglutina una base sociológica motivada y politizada, consciente de que para defender sus intereses debe trabajar de conjunto y en bloque. Marx hubiese podido hacer una fiel ilustración a partir de esta secuencia histórica. Como nunca antes, al menos desde mediados del siglo XIX, los de arriba no se habían organizado tan hábilmente para proteger su visión del mundo. [Macron] supo recuperar la derecha ordoliberal [1], conformista y paternalista que lo rescató durante estas elecciones en detrimento de François-Xavier Bellamy [cabeza de lista de LR, la derecha republicana tradicional de Sarkozy]. Los resultados de los “Marcheurs” [los macronistas] en Hauts-de-Seine, en Yvelines, en Versalles y en otros lugares son ilustraciones de esta transferencia de voz”.
Por su parte, RN logra salir de la crisis en la que entró luego de las elecciones presidenciales, donde fue derrotado en el segundo turno, y en especial del debate televisivo con Macron, que había dejado secuelas sobre su líder, Marine Le Pen. Al igual que en 2014, esta formación de extrema derecha gana las elecciones europeas con 500.000 votos más como consecuencia, en parte, de la menor tasa de abstención, lo que le permite mirar hacia adelante con cierto optimismo. Más aún se refuerza en zonas donde la extrema derecha era tradicionalmente débil, en especial en el oeste e incluso en la banlieue parisina, aunque mantiene su debilidad en las grandes ciudades producto del aumento de los precios inmobiliarios que acentúan el proceso de gentrificación. Como dice Sylvain Crépon: “Así, la lista de [de RN encabezada por] Jordan Bardella se sitúa en primer lugar en Aulnay-sous-Bois, Sevran, Villepinte o Livry-Gargan, en Seine-Saint-Denis, pero también en Orly y Villeneuve-Saint-Georges, en Val-de-Marne. Territorios marcados por la abstención (60,59 % en Seine-Saint-Denis, por ejemplo). Vimos esta participación aparecer en las banlieues en las décadas de 1980 y 1990 y luego desaparecer”, recuerda el especialista de extrema derecha. “Y una vez más vuelve. Hay un fenómeno de desmovilización de las clases populares de origen inmigrante que votaban por la izquierda, que dejaron de reconocerse en los partidos de izquierda y se abstuvieron. Y, por otro lado, los ‘pequeños blancos’ [blancos de los barrios populares] que parecen estar movilizados a favor del RN. Como si la cuestión racial sustituyera a la cuestión social”.
Conservando el voto mayoritario de los obreros que fueron a votar [2], lo más prometedor para su proyecto de convertirse en una alternativa de gobierno no está ahí, sino a derecha, como producto de la crisis histórica de LR. El domingo 26/5, un 18 % de quienes en 2017 votaron por Fillon, entonces candidato presidencial de LR, esta vez votaron a RN, haciendo que ciertos muros entre la extrema derecha y la derecha se vuelvan menos herméticos. ¿Preanuncia esto la conformación de un bloque nacionalista-conservador de vocación mayoritaria? Esto está por verse. El peligro de marginalización de la derecha tradicional juega a su favor, pero no sería la primera vez que RN se choque con este límite político por ahora infranqueable. Para Benedetti, Marine Le Pen “encarna menos la expresión de la identidad de la derecha nacional de la cual viene que la afirmación de un neo-soberanismo. Esta es su fuerza hoy en día, en un contexto en el que los desafíos de protección y poder están sujetos a la bancarrota del modelo de Maastricht. Sin embargo, la batalla para recuperar la derecha republicana está abierta. ¿Cómo? ¿Bajo qué formato? ¿Una ‘oferta de adquisición’? ¿Alianza por venir? Las preguntas surgen. Pero es un tema esencial. ¿Podrá tranquilizar a este electorado desheredado, no hostil a la integración europea sino visceralmente opuesto a Macron, manteniendo al mismo tiempo la dinámica ideológica que lo hace atractivo hoy? Debe inventar una nueva fuerza de proyección electoral, capaz de agregar sensibilidades sin incorporarlas. Mitterrand a la izquierda y Chirac a la derecha lo habían logrado”. Como se ve, a pesar de todo el “transformismo” de Marine Le Pen, la mutación no es para nada fácil ni está asegurada.
Lo que es claro es que, en el marco de la fuerte volatilidad política existente, expresión de la persistencia de la crisis orgánica, el RN sostiene su resultado en número de votantes, a la vez que echa raíces de forma importante en el paisaje político francés, teniendo el porcentaje más alto de fidelidad con respecto a su anterior elección. Pero a pesar del “momento populista a nivel internacional”, y en especial del fuerte sentimiento antimacronista agudizado aún más por la sublevación de los Gilets Jaunes y en el plano electoral una fuerte tendencia al voto útil explotada a fondo por Jordan Bardella y la presidenta del partido, RN aún no logra dar un zarpazo, incluso no progresa necesariamente como muestran sus dificultades para obtener el 24,8 % que había logrado hace cinco años arribando solo a un 23,3 %.
El engaño del posibilismo verde
La única corriente que avanza decididamente, aunque bastante por detrás de la polarización entre Le Pen y Macron, los verdes (EELV). Lograron hacerse un espacio ayudados por la ola verde en otros países europeos, la discusión en los medios de comunicación masiva alrededor de los desafíos climáticos, a la vez que por la politización de la juventud de clase media (aún no radicalizada) y en el marco político de la crisis de la socialdemocracia y sus dificultades para recomponerse, así como por el impasse estratégico de La Francia Insumisa (LFI, el partido de Mélenchon), con su candidato Yannick Jadot y su apuesta de “ni derecha ni izquierda” sumándose a la salsa macroniana.
Si la pacificación política del ecologismo es un fenómeno que viene desde hace décadas, la normalización del mismo en el cuadro de la Europa liberal cobra niveles ridículos. Es que el neoliberalismo y el capitalismo nunca podrán ser verdes. Jadot, más aún que sus antiguos congéneres, avanza todavía más en el camino de la asimilación liberal del ecologismo. Su pretensión de discutir en el parlamento europeo un tratado ambiental que haría de la ecología “el estándar legal más alto” y que “daría la espalda a la lógica productivista de los tratados anteriores”, haciendo creer que esto puede hacer “cambiar las reglas del juego frente a las industrias contaminantes y sus lobbies” es el nuevo engaño del posibilismo verde. Altisonantes para encubrir su ineficacia, dicho tratado plantearía crear una justicia ambiental que pueda “luchar contra ‘ecocrímenes y ecocidios’” o establecer decretos ambientales vinculantes, donde los países que no respetan su “huella ecológica” “pueden ser procesados por la Comisión”. En dicho tratado, la lucha contra el capitalismo es reemplazada por un “proteccionismo verde contra la destrucción del planeta”. Haciendo un guiño al ambiente de soberanismo imperialista plantean un tasa “socioambiental” a las fronteras que permitiría tomar en cuenta el costo real de los productos, progresando hacia un impuesto [Impuesto sobre el valor agregado] al 0 % sobre el territorio europeo para los bienes de primera necesidad” En fin, este tratado no es más que un peligroso espejismo que trata de vendernos el control liberal de la crisis ecológica. Mientras el antiguo ecologismo alertaba sobre la crisis ambiental, el ecologismo contemporáneo se ha convertido en un estilo de vida más de la “modernidad” neoliberal.
Dicho esto, el voto ecologista en Francia continúa siendo frágil (incluso en 2009 había sacado un porcentaje más alto que ahora, para luego desvanecerse y perder su identidad política con Hollande) y aunque podría haber nuevos avances a nivel municipal y regional (la ecologista burguesa y neoliberal Anne Hidalgo, alcaldesa parisina del PS, ya los tiene en miras para la lucha de las municipales en París), los Verdes franceses no tienen la estructuración política de los “Grünen” [verdes] alemanes. Su capacidad de constituirse en una alternativa en las presidenciales está por verse.
El populismo de izquierda es más inestable que el viejo reformismo
En anteriores artículos habíamos alertado de las fuertes debilidades de LFI frente a la irrupción violenta de la lucha de clases, que ampliaron sus ambivalencias estratégicas. Como dice un periodista de Médiapart, aunque con fundamentos distintos a los nuestros, su debacle electoral fue la “crónica de un desastre anunciado” [3]. La lucha entre partidarios de una línea de izquierda reformista clásica y los partidarios del soberanismo de izquierda, a la vez que las mismas dudas en este terreno de Jean Luc Mélenchon, hizo incomprensible la línea política y el discurso de LFI. Parte de esto fue la evolución del discurso sobre la Unión Europea, que se fue moderando con el paso del tiempo con el objetivo supuesto de no alejar a los votantes clásicos de la izquierda reformista. Como dijo Jérôme Sainte-Marie, politólogo y encuestador cercano a Mélenchon, durante las elecciones presidenciales, se trata de un posicionamiento “en medio de una encrucijada” ni realmente populista ni realmente de izquierda clásica, que termino dejando insatisfechos a todos. “La estrategia era demasiado populista para la izquierda, y demasiado izquierdista para los populistas”, resume.
Pero, fundamentalmente, Mélenchon está pagando por su giro soberanista de izquierda. Como dice un refrán, el pez por la boca muere. En diciembre de 2017, en una entrevista al periódico patronal Les Echos, este declaraba confiado: “La línea política y mis objetivos no tienen nada que ver con los del Frente Nacional [el nombre del partido de Le Pen en ese entonces] o los nacionalistas. Pero toda esta gente está remando para mí de alguna manera, contribuyendo a la construcción de un campo cultural en el que nuestras consignas –“Europa no protege a los franceses, sino que los amenaza”– se están convirtiendo en dominantes. Debemos capitalizar positivamente esta ira, que puede ser peligrosa”. En realidad, pasó exactamente lo contrario: Le Pen capitalizó no solo el voto antieuropeo sino también el voto útil contra Macron. El coqueteo con los temas de la extrema derecha siempre termina mal. Peor aún, sus debilidades frente a la lucha de clases en la sublevación de los Gilets Jaunes, en donde sobreactuó de forma acrítica, ahí donde Le Pen apoyo al movimiento al principio pero manteniendo sus distancias, conservando su estatura presidencial, defendiendo a la policía e incluso las penas de prisión para los GJ condenados. Esta actitud de Mélenchon lo alienó de la simpatía de una parte de los GJ, algunos temían una recuperación política de su movimiento, a la vez que por otro lado contribuyó a alejarlo de su electorado más moderado de clase media quien prefirió la ilusión del posibilismo verde. En fin, el abandono de toda mención a la clase obrera como sujeto de transformación social y su reemplazo por el “pueblo” hicieron impensable la menor batalla política, la menor diferenciación dentro de los Gilets Jaunes. Esto es lo que LFI y Mélenchon en particular lo están pagando duramente.
La debacle de LFI, así como el retroceso de la izquierda radical en Europa en las recientes europeas, muestra el impasse incluso en términos electorales (el terreno central de sus partidarios y teóricos como Chantal Mouffe) del populismo de izquierda. Como dice un periodista de Médiapart: “Estas experiencias proporcionan una lección: los partidos populistas a menudo hacen avances electorales importantes, pero son muy poco duraderos. La estrategia populista permite, en efecto, hacer una irrupción fulgurante en el juego político, pasar rápidamente de un 1 o 2 % a entre un 15 y un 20 %, pero resulta ineficaz, incluso incapaz, para mantenerse en el 20 %”. Es que, a diferencia del viejo reformismo, que se basaba en sectores orgánicos de la clase obrera y que se recompuso en los llamados “treinta años gloriosos” luego de la Segunda Guerra Mundial, ligados a conquistas y una organización política y sindical, el movimientismo populista actual carece de todos sus atributos compartiendo sus mismos defectos estratégicos. Mélenchon ha teorizado la ola “dégagiste [4]” pero ha perdido de vista que las mismas condiciones objetivas de crisis del capitalismo neoliberal y los fuertes cortocircuitos de las democracias burguesas que han desgastado sus fusibles (sindicatos y cuerpos intermediarios), que llevan a la crisis del reformismo, hacen que los “momentos populistas” de izquierda sean efímeros. Frente a la efervescencia política de los sectores populares, o se avanza hacia una política de clase y en la subjetividad y la organización de los trabajadores y el movimiento de masas o son las fuerzas de la reacción las que terminan de distintas formas por imponerse. No es obviamente la primera variante el objetivo de Mélenchon, partidario desde hace décadas de las distintas variantes del reformismo y republicano burgués a ultranza, de ahí su impotencia estratégica.
La pérdida de hegemonía de LFI dentro de la izquierda reparte las cartas de nuevo frente a la crisis histórica de quién lidera ese sector, que se abrió después de la debacle del PS, que hegemonizaba desde 1971. Aunque EELV es el mejor posicionado, el carácter abiertamente pro mercado de esta organización hace difícil que el conjunto de las fuerzas que se reclaman de izquierda se alineen a ellos, incluso si la pérdida de sus bastiones municipales presiona al Partido Comunista Francés (PCF) a buscar alianzas con quien sea. Pero el fuerte golpe a la estrategia populista de Mélenchon ha dado nuevos aires a la izquierda de estas variantes, a las fuerzas que dentro o fuera de la LFI sueñan con un reagrupamiento de los antineoliberales y anticapitalistas, a pesar de estar huérfanos de los modelos europeos que alentaban en el pasado, como Syriza en Grecia o Podemos en el Estado Español, después del giro neoliberal del primero o más recientemente la adaptación a la centroizquierda neoliberal y debacle del segundo.
No solo la derecha tradicional o el PS pueden desaparecer, también lamentablemente existe un riesgo en la extrema izquierda. La política testimonial roja en los discursos y de adaptación a la burocracia y de pasividad sectaria de Lutte Ouvrière (LO) o la política de atajos para la construcción de un partido revolucionario de la mayoría del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) podrían, de pegar un salto cualitativo, significar el acta de defunción de esta tradición política, muy presente desde 1968. Pero este resultado no es para nada inevitable: contra la pasividad sectaria de unos y el impresionismo oportunista de otros, la estrategia trotskista es el único camino que puede permitir a los revolucionarios fusionarse de forma correcta con la vanguardia del movimiento de masas, como intentó la vanguardia ferroviaria de la Intergare, el Comité Adama y sectores de la extrema izquierda como los que publicamos Révolution Permanente en lo que se conoció como Polo Saint Lazare (por la estación de París donde se concentraba) que fue el único intento más serio aunque embrionario y en gran parte simbólico de ligar a otros sectores sociales a la sublevación de los Gilets Jaunes saliendo al cruce de la hostilidad abierta, la denigración y el aval a la represión de las direcciones sindicales, incluida la CGT, en el punto más alto de la sublevación a principios de diciembre. Si el conjunto de las fuerzas de la extrema izquierda hubieran puesto todas sus fuerzas en una política independiente y audaz, ayudando a superar lo más posible los aspectos contradictorios tanto en la organización como en el programa de la sublevación de los Gilets Jaunes, la misma podría aparecer claramente como una verdadera alternativa revolucionaria para un sector de los mismos, frente a los impasses reaccionarios de RN o la impotencia estratégica del soberanismo de izquierda.
Hay un cierre provisorio de la situación prerrevolucionaria pero la estabilidad está lejos de consolidarse
La victoria relativa de polarización Macron/Le Pen es una mala noticia para los trabajadores. Contra los partidarios del voto útil, la continuación del falso duelo entre derecha y extrema derecha refuerza mutuamente a estos dos enemigos de los trabajadores. Este duopolio reaccionario es un engaño que va al encuentro de la lucha de clases buscando reforzar los aspectos más reaccionarios del régimen de la V República. Por más que Marine Le Pen llame “pour la galerie” a la disolución de la Asamblea, es el gobierno actual el que se siente de alguna manera legitimado al evitar una catástrofe y pasa de nuevo a la ofensiva, con tres peligrosas reformas que se anuncian de aquí a las elecciones municipales, aunque las modalidades concretas de las mismas aún están por verse. Sin embargo, en el fondo lo que alienta al macronismo a avanzar no es tanto su relegitimación, extremadamente relativa como dijimos, sino el carácter cobarde y traidor de las direcciones del movimiento obrero, que no solo dieron la espalda a los Gilets Jaunes, alineándose con el régimen y el Estado burgués en los momentos decisivos sino que se han mantenido con algunos últimos pataleos en el diálogo social durante todo este tiempo, a pesar del carácter no solamente tramposo para los trabajadores de estas reuniones, sino de la voluntad del Poder Ejecutivo de no negociar ni conceder siquiera migajas para salvar la cara como hacía el gobierno de Hollande del PS, que se demuestra con las dificultades de la colaboracionista CFDT (la central obrera tradicionalmente socialista) con el actual gobierno.
Pero, más allá de lo electoral, es el impasse estratégico de la acción de los Gilets Jaunes, que se viene prolongando desde los últimos meses, lo que le ha permitido a Macron intentar pasar de nuevo a la ofensiva después de las europeas. Aunque marcábamos que la situación prerrevolucionaria abierta en noviembre no avanzaba cualitativamente después de su punto más álgido en diciembre, cuando el “trono” vaciló –con varios repuntes críticos que no cristalizaban, que podrían haber significado un nuevo punto de partida, como cuando Castaner (ministro del Interior) estuvo en el punto de mira con sus mentiras sobre el falso ataque del 1° de mayo [5]–, en la medida que el Ejecutivo no podía retomar la ofensiva, desde nuestro ángulo preferíamos mantenerla en suspenso. Pero la persistencia de este impasse que venimos señalando, incluso ciertos signos de desaliento en los últimos actos, en el marco del rol traidor de la burocracia de las confederaciones sindicales que dejaron sola su protesta y la falta de la más mínima alternativa por parte de la extrema izquierda a la altura del desafío, permite cerrar provisoriamente esa situación prerrevolucionaria y su pasaje a una transitoria, de carácter aun indefinido.
Pero sería un error creer que el nuevo ciclo histórico de la lucha de clases que abrió la sublevación de los Gilets Jaunes está cerrado. Las contradicciones que han dado lugar a este movimiento no se han modificado en lo más mínimo, a la vez que los efectos duraderos y subversivos de una sublevación inédita más tarde que temprano terminarán por aparecer y expresarse. Desde el punto de vista de los de arriba, con sus resultados en las europeas, el macronismo tiene los votos de solo el 12 % de los votantes inscriptos. En el poder, gobernando en soledad, representan a un 22,4 % del electorado, mientras que la Gran Coalición alemana, aunque muy debilitada, tiene el doble de apoyo, con un 44,5 %. Su fuerza en el terreno político deviene de la debilidad de sus adversarios. Más importante aún, en términos de hegemonía, el macronismo profundiza las características del bloque burgués a niveles casi patéticos, lo que lo obliga a continuar atacando para seguir consolidando a su base social, pero aumenta su carácter cada vez minoritario en el conjunto de la población.
La realidad es que el respiro inmediato de Macron después de las europeas, gracias a la debacle y fagocitación de LR, oculta las dificultades de su corriente para incluir una fracción suficiente de las clases medias dentro de un núcleo duro formado por las clases más favorecidas, fundamental para consolidar la estabilidad del nuevo régimen. Pero los efectos nocivos de las reformas neoliberales impiden esta agregación con una incertidumbre mayor sobre su futuro político, tomando en cuenta que la reserva de votos a derecha se está acabando y la competencia por lo que queda se va a incrementar. La gran burguesía, un día después del alivio que significó el resultado electoral, comienza a preocuparse porque el régimen político está desequilibrado frente a un posible fracaso del macronismo. La ausencia siquiera de una derecha que sea un eventual reemplazo a LREM no es una buena noticia, tampoco el vacío que hay a izquierda si la situación política e ideológica se radicaliza. Ni hablar socialmente, donde la sublevación de los Gilets Jaunes pareciera como si no hubiera existido.
Desde el punto de vista de los de abajo, aunque no sabemos con qué ritmos, todo puede empezar de nuevo, sin que la movilización de los Gilets Jaunes llegue a su fin como vienen declarando desde hace meses y sábado a sábado el gobierno y todos los grandes medios, más allá del impasse que se arrastra y que podría eventualmente llevar a su fin. O no. Es que, como decía a pocos días de las europeas el analista político y director del departamento de opinión y estrategias de empresa del instituto de encuestas IFOP, Jérôme Fourquet, con respecto a los Gilets Jaunes: “Ciertamente hay menos personas, pero son las más determinadas y se han movilizado durante 26 sábados consecutivos. Esta presencia a largo plazo en el espectro político es bastante espectacular. Las encuestas de popularidad muestran que siete de cada diez franceses están insatisfechos con Emmanuel Macron. El núcleo duro de los muy descontentos incluye a cuatro de cada diez franceses [...] Un error de gobierno, un nuevo anuncio de impuestos, una desafortunada salida [...] Puede ser que dentro de unos meses, por el hecho de una decisión, vuelva a empezar. Hay algo eléctrico en el aire”. Nada de esta tensión estructural ha cambiado después del 26/5 y sobre todo cuando tenemos al frente a un pirómano social como Macron que se apresta a tirar más leña al fuego.
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