Más allá de las consignas de unos sobre “libertad y democracia”, y de otros sobre la lucha contra el “nazismo ucraniano”, esta guerra decididamente no es de las clases obreras y populares. Adoptar una política antiimperialista y de independencia de clase es más fundamental que nunca.
Miércoles 1ro de marzo de 2023
Un año después del inicio de la guerra en Ucrania y la invasión rusa, el mundo ha cambiado mucho. Ahora vivimos en un mundo más peligroso, con una creciente militarización de los diferentes estados, especialmente los estados imperialistas, en el contexto de una mayor tensión entre las potencias mundiales. La guerra en sí tuvo terribles consecuencias para miles de personas que perdieron la vida y para muchos millones más que tuvieron que huir de sus ciudades e incluso de sus países. Pero los efectos no se detienen ahí.
En el plano económico, hemos visto la interrupción del suministro de gas y petróleo ruso así como de otras materias primas, las reducciones en la producción agroalimentaria (tanto Rusia como Ucrania son grandes exportadores de productos agrícolas), entre otros, que han profundizado y alimentado la inflación a nivel internacional. La consecuencia directa de esto no es sólo la caída del poder adquisitivo de millones y millones de trabajadores en el mundo. De hecho, como consecuencia de la guerra, millones de personas corren el riesgo de morir de hambre. Y la situación promete empeorar a medida que las potencias imperialistas siguen una política que alimenta el belicismo, lo que lleva a una mayor escalada.
Una guerra todavía profundamente reaccionaria
En cuanto al carácter de la guerra en sí, no ha cambiado: sigue siendo una guerra reaccionaria que enfrenta dos campos que defienden los intereses de las clases explotadoras. Si por un lado tenemos al régimen de Putin que lanzó una guerra para someter a Ucrania a los intereses del capitalismo ruso, por otro lado no encontramos unicamente un campo que defiende la autodeterminación de este país. De hecho, hemos visto, desde las primeras horas de la guerra, que todas las potencias imperialistas occidentales monopolizan la causa ucraniana. Y esto nada tiene que ver con su supuesto apego a la libre determinación de los pueblos. Por el contrario, las potencias imperialistas de la OTAN, encabezadas por Estados Unidos, vieron (y aún ven) en esta guerra una forma de debilitar a Rusia pero también a China, del cual Moscú se ha convertido en uno de los principales socios. De esta forma, no nos encontramos en una situación en la que las potencias imperialistas, por puro oportunismo, apoyen parcialmente a los enemigos de sus competidores. En esta guerra, el "lado ucraniano" fue tomado por completo y de alguna manera "fusionado" con los intereses de la OTAN.
Durante este año de conflicto, hemos visto cómo Washington y sus aliados financian, arman, entrenan al ejército ucraniano y le proporcionan inteligencia básica, pero también participan en el mando de la guerra y codirigen operaciones. La ayuda militar y financiera occidental obviamente implica la sumisión del ejército ucraniano a las decisiones occidentales (Joe Biden, por ejemplo, se negó a dar permiso al ejército ucraniano para avanzar hacia Crimea). Por lo tanto, el “campo ucraniano”, con un liderazgo abiertamente pro-OTAN y pro-UE, es también un campo reaccionario, muy lejos de los discursos de libertad y autodeterminación. Por todos estos elementos, consideramos que el campo ucraniano, aunque lucha contra la agresión rusa, no lleva adelante una "guerra justa" en el sentido que le dio Lenin a este término cuando hablaba de guerras anticoloniales o de liberación nacional.
Precisamente, en términos de autodeterminación, Ucrania está parcialmente ocupada por el ejército ruso y la otra parte del país es bombardeada todos los días. Por lo tanto, Ucrania parece haberse distanciado de la influencia rusa a largo plazo, lo que en sí mismo constituye un golpe a la estrategia rusa. Pero esto no significa que Ucrania se haya movido hacia una forma de independencia real. Al contrario, hoy el país depende de las potencias imperialistas occidentales como nunca lo ha sido de Rusia ni de ninguna otra potencia. Para ilustrar esta dependencia, basta imaginar la situación en la que los imperialistas decidieran suspender su apoyo financiero y militar. Está claro que Ucrania duraría solo unos días desde el punto de vista militar pero también económico y político. En otras palabras, el gobierno de Volodymyr Zelensky, lejos de conducir al país a la autodeterminación, lo llevó a otra situación de sumisión y dependencia casi total, esta vez frente a las potencias occidentales. Inevitablemente, esta sumisión no habrá más que aumentarse, incluso si el conflicto termina y quizás lo sea más después del final de la guerra.
Desde el punto de vista político, son las fuerzas reaccionarias las que saldrán fortalecidas, ya sea bajo la bandera del nacionalismo o del liberalismo. Y esto no solo en Ucrania sino en toda la región. Estas corrientes manipulan la historia de la opresión en Ucrania y otros países de Europa del Este para atizar los sentimientos nacionalistas y reforzar alternativas políticas que son hostiles a los intereses de la clase obrera y las clases populares. Así se produce un acercamiento geopolítico y militar entre los gobiernos de Ucrania y Polonia. En otras palabras, la guerra de Ucrania es una oportunidad para que las corrientes políticas y los gobiernos ultrarreaccionarios recuperen una nueva imagen mucho más aceptable, incluso elogiada, en Occidente. No olvidemos que el gobierno polaco, así como el de Viktor Orban en Hungría, fueron muy criticados por las principales capitales europeas por su “autoritarismo”. Hoy podemos observar cómo el gobierno polaco se ha convertido casi en “mainstream” gracias a sus posiciones con respecto a Rusia y su política de asistencia militar a Ucrania y acogida de refugiados (9 millones de ucranianos han ingresado a Polonia desde el comienzo de la guerra). En cuanto a Orbán, sus posiciones que abogan por la “neutralidad” le han traído aún más presión por parte de las potencias imperialistas europeas.
La nueva importancia de los estados de Europa Central y del Este
A nivel de la Unión Europea (UE) y en materia de defensa, la guerra de Ucrania ha dado una nueva importancia a los estados de Europa Central y Oriental. El caso de Polonia y los países bálticos es el más destacable dada su política hostil hacia Rusia durante años. Polonia incluso está considerando construir el ejército más poderoso de la UE. Sin embargo, los análisis que anuncian un desplazamiento del centro de gravedad del poderío de la UE desde el oeste hacia el este, nos parecen una exageración interesada. De hecho, Polonia, los países bálticos y los demás estados de Europa central y oriental siguen estando dominados en gran medida por las potencias imperialistas europeas desde el punto de vista político y económico. Polonia, por ejemplo, puede aspirar a convertirse en potencia regional, pero su economía sigue siendo muy dependiente del capital alemán y europeo .
Sin embargo, como hemos dicho, los estados de Europa Central y del Este realmente ocupan una nueva posición a nivel europeo en materia de defensa. Esto se explica en gran medida por el hecho de que es a través de estos países y su integración en la OTAN que Estados Unidos fortalece su influencia y liderazgo sobre el “mundo occidental” en Europa. No es casualidad que Joe Biden, en su gira europea por el aniversario del estallido de la guerra, quisiera reunirse con los países del bloque "Los Nueve de Bucarest", integrado por nueve países de Europa Central y del Este pertenecientes a la OTAN.
Un refuerzo considerable de la Alianza Transatlántica
En efecto, aunque a menudo hablamos de “Occidente” y a pesar de que comparten orientaciones generales entre las potencias imperialistas occidentales, existen divergencias de intereses más o menos fuertes según los temas. La presencia de la OTAN en Europa siempre ha sido un medio para que Estados Unidos asegure su hegemonía en el continente. En vísperas de la guerra en Ucrania, la OTAN se encontraba en estado crítico. El resultado de la guerra desatada por Putin fue fortalecer los lazos internos de la Alianza Transatlántica y así reforzar la hegemonía norteamericana en Europa, no exenta de contradicciones. Uno de los efectos destacables de este fortalecimiento de la OTAN ha sido el rearme y el aumento de los presupuestos militares de potencias como Alemania y Francia, entre otras. En esta misma dinámica,Finlandia y Suecia han solicitado unirse a la alianza .
Este alineamiento de los imperialismos europeos detrás de Estados Unidos ha resultado en la imposición de nuevas y más duras sanciones contra Rusia; pero también por la participación total en la política de escalada de Washington mediante el envío de armas cada vez más sofisticadas y poderosas a Ucrania. Aunque esta política a menudo va en contra de los intereses a medio y largo plazo de las potencias de la UE, el miedo a reñir con Washington en un momento en que Rusia libra una guerra en suelo europeo empuja a los europeos detrás de Estados Unidos. Este es particularmente el caso de Alemania, el imperialismo más afectado en esta situación. Si bien fue criticada por su lentitud en el suministro de armas al ejército ucraniano, su gobierno se ha excedido y ahora es el segundo país en términos de ayuda a Ucrania. Sin embargo, Berlin no toma decisión alguna sin que Washington tome una decisión en el mismo sentido como vimos con el ejemplo el ejemplo de los tanques Leopard.
La UE por su parte también ha iniciado un doloroso (y costoso) proceso para reducir su dependencia del gas ruso. El gas ruso barato fue una de las claves del éxito industrial (y político) alemán. La guerra de Ucrania ha trastornado las bases económicas de la principal potencia europea, al tiempo que favorece las exportaciones de Gas Natural Licuado (GNL) de otras potencias como el propio Estados Unidos, pero también de Noruega. Sin duda, el hecho que más gráficamente marca esta nueva situación fue el espectacular sabotaje de los oleoductos Nord Stream 1 y 2 . En las últimas semanas, el respetado periodista estadounidense Seymour Hersh ha publicado un extenso reportaje en el que afirma sin rodeos que Estados Unidos estuvo detrás del sabotaje. Por el momento, estas aseveraciones, que siguen siendo alegatos, no han sido tenidas en cuenta por diversas razones. Sin embargo, el tema es delicado y constituye un verdadero "talón de Aquiles" para la unidad de la OTAN ya que se trata de un acto de guerra no solo contra Rusia sino contra la propia Alemania.
Un endurecimiento reaccionario dentro de Rusia
En cuanto a Rusia y Putin, la guerra ha sido un fiasco en lo que se refiere a su primer supuesto y medio reconocido objetivo: la caída de Kiev. El ejército ruso ha perdido mucho prestigio en el campo de batalla de Ucrania. Putin se vio obligado a concentrarse en el este del país y tratar de expandir su control en Donbass y otras áreas del sureste de Ucrania. Hoy, tras varios reveses, el ejército ruso parece estar a la ofensiva y varios analistas indican que Moscú prepara una nueva ofensiva para la primavera. Más allá del éxito o no de esta posible ofensiva, hasta ahora la guerra de Ucrania ha obligado al régimen de Putin a realizar una movilización parcial de la población (¡300,000 personas!), y aunque la oposición a la guerra se expresara poco, vimos el refuerzo de un ala dura del régimen, presión de la derecha sobre Putin de tipo nacionalista. Esta presión también se traduce en una política más reaccionaria a nivel interno: entre los movilizados, las minorías étnicas ocupan gran parte y, en medio de la guerra, el gobierno ruso decidió endurecer las leyes represivas contra las personas LGBT .
El discurso del Kremlin para explicar el estallido de la guerra lo convierte en una respuesta a la política agresiva de la OTAN. En los medios occidentales se ha decidido burlarse de estas declaraciones, muy pocos analistas las toman en serio. Sin embargo, si bien estas declaraciones revelan el cinismo tan característico de Putin, la realidad es más compleja que la presentada por los occidentales. Contrariamente a lo que se habla de una “guerra no provocada”, existe una política agresiva de cerco de Rusia seguida por la OTAN durante años. Basta observar un mapa con los nuevos miembros de la OTAN desde la disolución de la URSS. Las potencias imperialistas occidentales han construido su propio “glacis” alrededor de Rusia. La guerra en Ucrania y la política de opresión de Putin son una respuesta reaccionaria a esta realidad. Sin embargo, el resultado de la guerra de Putin fue el fortalecimiento de la OTAN y un acercamiento aún mayor entre Ucrania y los imperialistas occidentales. Desde este punto de vista, se puede decir que Rusia ya ha sufrido de alguna manera una derrota en importantes puntos estratégicos de Ucrania: Ucrania se ha convertido en un estado cercano a Occidente, ultramilitarizado y hostil a Rusia y cuya población también percibe a Moscú como fuerza enemiga.
¿Qué perspectivas?
Para la continuación del conflicto, la opción preferida actualmente por las potencias occidentales parece ser suministrar todo lo posible de armamento a Ucrania, a riesgo de precipitar una peligrosa escalada con Rusia. Esto no significa que la única opción para Occidente sea imponer la derrota total a Rusia y derrocar a Putin. Pero incluso en el caso de negociaciones de paz, la relación de fuerzas en el terreno militar es decisiva. El caso es que la "escalada sin fin" puede convertirse en un camino sin retorno hacia una muy peligrosa y catastrófica confrontación directa con Rusia. Y tanto más cuanto que Putin acaba de anunciar la suspensión de la participación de Rusia en un programa de control de proliferación de armas nucleares con Estados Unidos. En otras palabras, la amenaza de un conflicto nuclear sigue siendo una perspectiva que debe tomarse en serio.
En este sentido, un tema importante radica en la respuesta de la OTAN ante la eventualidad, aunque improbable hoy en día, de un avance ruso hacia Kiev. De hecho, la guerra en Ucrania ya no es un asunto ucraniano sino un asunto internacional, y este aspecto se refuerza a medida que avanza la guerra. Así que demasiados avances de Rusia que abran la posibilidad de una derrota para Kiev podrían provocar una respuesta directa de la OTAN. Esta es una posibilidad que también considera el analista internacional norteamericano George Friedman: "si las defensas de Ucrania se derrumban, Estados Unidos tendrá que tomar decisiones rápidas (o implementar rápidamente las decisiones ya tomadas). Podrían enviar fuerzas a Ucrania para tratar de obligar a los rusos a retirarse, o podrían rechazar el combate. Enfrentarse directamente a las tropas rusas con una fuerza limitada puede ser un enfrentamiento largo, doloroso e incierto. Pero aceptar el resultado abre la puerta a que Rusia vuelva a reorganizar Europa. Una segunda Guerra Fría sería un resultado necesario pero no deseado. Reforzar Ucrania antes de su colapso sería, por tanto, la opción menos arriesgada y menos costosa”.
Los escenarios son múltiples y no podemos discutirlos todos aquí. Sin embargo, todo parece indicar que un inicio rápido de las negociaciones y el fin de los combates no es la perspectiva más probable. Las previsiones más optimistas estiman que estas negociaciones sólo podrían comenzar dentro de unos meses, es decir, tras una posible ofensiva rusa y una probable contraofensiva ucraniana. En otras palabras, las poblaciones locales aún sufrirán mucho antes de que termine la guerra, incluso según los más optimistas.
El desafío de una política obrera independiente
Es por eso que seguimos considerando que la clase obrera y las clases populares no solo en Ucrania y Rusia sino en todo el continente deben adoptar una posición decididamente antiimperialista y de independencia de clase. Es decir una posición independiente de los intereses del régimen de Putin, pero también de los de los imperialistas occidentales. La forma más eficaz de poner fin a la guerra sigue siendo la movilización independiente de la clase obrera rusa contra el régimen reaccionario de Putin, dejar que la guerra rompa la pasividad de las masas y las espolee a la acción. Sin embargo, tal perspectiva no puede ir de la mano de una alianza con las fuerzas proimperialistas, fortaleciendo a las potencias occidentales e imponiendo más sufrimiento a los explotados y oprimidos en todos los rincones del mundo.
Por eso, a pesar de la guerra, los intereses de los trabajadores ucranianos no son los de Zelensky. Al contrario. Este último nunca se olvidó de librar una guerra contra los derechos de los trabajadores, a pesar de la guerra. La clase obrera ucraniana no debe hacerse ilusiones sobre el gobierno de Zelensky y organizarse lo más independientemente posible en una situación de guerra. En los estados imperialistas, el movimiento obrero debe exigir, además de la retirada de las tropas rusas de Ucrania, la disolución de la OTAN, una alianza imperialista reaccionaria.
La clase obrera y los sectores populares siguen siendo los principales afectados por la guerra. En Ucrania, son los sectores de la población más directamente afectados por la guerra, la muerte, la destrucción, el exilio forzoso. En Rusia las clases populares y las minorías étnicas son las principales víctimas de la movilización de Putin, por no hablar de las dificultades económicas, producidas en parte por las sanciones antipopulares impuestas a Rusia por la UE y Estados Unidos. En los países imperialistas, los trabajadores ya están pagando de su bolsillo el aumento de los precios de todos los productos básicos. Por eso vemos cada vez más movimientos de protesta directa o indirectamente contra la inflación: en el Reino Unido, en Portugal, o en Francia, donde la movilización masiva contra la reforma de las pensiones expresa también un hartazgo por los bajos salarios e inflación, pero también España, entre otros.
Estas movilizaciones populares y de la clase obrera, aunque no apunten directamente a la guerra como causa del malestar social, constituyen un punto de apoyo precisamente para desarrollar una posición de clase independiente contra la guerra. Una movilización contra la guerra que podría convertirse en un trampolín para ir más allá en el cuestionamiento del capitalismo. Porque la realidad es que en la era imperialista la cuestión de la autodeterminación nacional, como en Ucrania, está intrínsecamente ligada a la lucha por el socialismo. Como ya habíamos expresado al comienzo de la guerra, los trabajadores, la juventud y las clases populares no tienen que elegir “el mal menor”, entre Putin y la OTAN. Seguimos considerando que el antiimperialismo y la independencia de clase son fundamentales para proporcionar una salida verdaderamente progresista y revolucionaria a los horrores de la guerra.