La semana pasada con el artículo de Matías Maiello “Una vez más sobre los debates en torno a la guerra en Ucrania”, discutíamos con aquellas posiciones en la izquierda que tienden a otorgarle un valor sin límites al problema de la autodeterminación nacional en detrimento de la injerencia imperialista de la OTAN y las potencias occidentales en el actual conflicto en Ucrania. En este artículo, desarrollamos una polémica con quienes, como el grupo Política Obrera de Jorge Altamira, realizan una aproximación unilateral inversa, planteando que ya estamos ante “una tercera guerra mundial no declarada”, dejando de lado el problema de la autodeterminación de Ucrania.
Ya ha pasado más de un mes desde el inicio de la invasión a Ucrania por las fuerzas armadas rusas. La dinámica de la guerra se ha complejizado mucho más de lo que muchos analistas esperaban tras las primeras “negociaciones” entre los emisarios de Zelenski y Putin. La guerra, como venimos analizando en diversos artículos, está teniendo implicancias no solo en el teatro de operaciones, sino en toda Europa y el mundo, con consecuencias impredecibles especialmente en el terreno geopolítico y económico.
Una reciente nota de Política Obrera, con la firma de Julián Asiner, critica un artículo aparecido en Ideas de Izquierda en el que Matías Maiello debate sobre las diferentes posiciones de la izquierda frente al complejo conflicto en Ucrania. La nota en sí no tiene mayor relevancia teórica, pero tiene la virtud de exponer crudamente la lógica política del grupo liderado por Jorge Altamira. La misma parte de afirmar que la independencia de Ucrania es “la bandera que esgrime la Otan para cercar las fronteras de Rusia, como lo ha venido haciendo en forma sistemática desde la disolución de la Unión Soviética”. Por tanto, la defensa del derecho de Ucrania a su autodeterminación —un planteo que hacemos ligado no solo a enfrentar la invasión rusa, sino también a la OTAN y el imperialismo—, nos ubicaría en un campo proimperialista.
Definir el carácter de la guerra es la clave para tener una política revolucionaria correcta. Como sostiene Trotsky, “el carácter de la guerra no está determinado por el episodio inicial tomado aislada¬mente (‘violación de la neutralidad’, ‘invasión enemiga’, etcétera) sino por las fuerzas fundamentales que actúan en ella, por todo su desarrollo y por las consecuencias a las que conduce finalmente.” [1] Sigamos este método para dilucidar qué guerra hay en curso y cuál es la política que debemos defender los marxistas revolucionarios.
Guerra y Paz
Siguiendo a Jorge Altamira, nuestro crítico sostiene que estamos ante “una guerra mundial no declarada porque las contradicciones que han llevado a este extremo tienen un largo recorrido de desarrollo.” Ante todo, una definición asombrosa, ya que, si este fuera el criterio, ¿cuándo comenzó? Bien podría haber empezado entonces en 1991 con la desintegración del ex bloque soviético.
Frente al planteo de Altamira de que estamos ya ante la tercera guerra mundial, Maiello señala en su artículo que “no es aún el caso, y los tiempos, así como el análisis concreto de la situación concreta siempre son claves para definir una política independiente. Una cosa es que las tendencias a mayores enfrentamientos militares, incluidos los enfrentamientos entre potencias, estén cada vez más inscriptos en la situación mundial, más aun teniendo en cuenta que toda guerra puede tender a independizarse de sus objetivos políticos porque posee su propia gramática, proclive a ‘accidentes’ y a la escalada. Pero esto aún no es una realidad, y es justamente lo que los socialistas tenemos que luchar por impedir como destino de la humanidad”.
Para Asiner, Maiello estaría pasando por alto “las diferentes fases, la dinámica y el alcance del conflicto”, cuando “de lo que se trata es de integrar estas fases y los saltos en su movimiento, a través de un método de análisis dialéctico.” Evidentemente declarar que hace falta tener un método de análisis dialéctico no es sinónimo de tenerlo; el caso de Política Obrera es una prueba de esta dramática contradicción. Así, haciendo uso del método dialectico (y sin sonrojarse), dice Asiner: “¿Por qué podría devenir en “mundial” una guerra focalizada, si esa guerra focalizada no tiene ya en su desarrollo un carácter mundial?”. Resulta que hemos olvidado, según el autor, las lecciones de Clausewitz, “para quien la guerra era el estadio final de una acción político-militar de socavamiento de las bases sociales y políticas del régimen del enemigo, y por lo tanto de sus fuerzas armadas, por todos los medios al alcance.”
Pero olvidar es una prerrogativa del que conoce. En el caso de Asiner, sin embargo, no goza de este derecho, porque desconoce la lógica del pensamiento de Clausewitz, así como la apropiación que hace el marxismo del pensamiento estratégico del militar prusiano. [2] Por ello nos resulta desconocida la definición de la guerra que Asiner atribuye a Clausewitz. Presupongamos que intenta ser una interpretación del famoso apotegma clausewitziano “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Pero incluso siendo así, es necesario comprender el significado de esta máxima y en qué sentido el marxismo revolucionario se apropia de ella.
A diferencia del general prusiano, Lenin entiende la política a partir de la lucha de clases (nacional e internacional), no como “inteligencia de la nación personificada”. “La apropiación de la ‘fórmula’ de Clausewitz por parte de Lenin no consistirá en una simple reproducción. Se trata de una formulación original desde el marxismo revolucionario. La guerra como continuación de la política por otros medios ya no será una simple metáfora para la política, como podría ser en Kautsky, o una formulación para analizar las guerras interestatales solamente, como podría ser para Franz Mehring, sino que será la herramienta para establecer la relación precisa, en la nueva época, entre revolución (guerra civil) y guerra interestatal.” [3]
Lenin utiliza la fórmula de Clausewitz, en primer lugar, como guía para definir el carácter de las guerras en general y de las guerras imperialistas en particular, así como de las guerras nacionales en la época imperialista. Pero no solo. También para definir las características específicas de la política revolucionaria en tiempos de guerra imperialista (en términos estratégicos, “transformar la guerra en guerra civil”).
Para Asiner y Política Obrera —suponemos que en intento de seguir esta lógica—, como el Gobierno de Zelenski tiene la política de entrar en la OTAN, como hay una intervención del imperialismo y la OTAN entregando armas mientras militariza los países periféricos de Europa del Este, como hay duras sanciones contra Rusia que apuestan al colapso de su economía, como hace más de una década la política es avanzar sobre el patio trasero de Putin y, en definitiva, preparar las condiciones para un cambio de régimen y la recolonización de Rusia… como todo esto es cierto —y lo es—, entonces ya estaríamos frente a la tercera guerra mundial.
El problema es que esta lectura unilateral del conflicto hace indistinguibles los conceptos de “guerra” y “paz”. Por esta vía, Política Obrera se acerca al mismo tipo de operación que hace Michel Foucault para negar la estrategia en general. Para el filósofo francés —un asiduo lector de Clausewitz, a diferencia de Asiner— era necesario invertir la fórmula del general prusiano. Dice Foucault: “Tendríamos, pues, frente a la primera hipótesis —el mecanismo de poder es esencialmente la represión— una segunda hipótesis que sería: el poder es la guerra continuada por otros medios. En este punto invertiríamos la proposición de Clausewitz y diríamos que la política es la guerra continuada por otros medios”. [4]
La inversión foucaultiana, [5] produce justamente una indiferenciación entre la violencia física y moral que borra los conceptos de “guerra” y “paz”. La “paz civil” pasa de este modo a ser una simple secuela de la guerra, mientras que el ejercicio del poder se identifica con una guerra continua. La guerra pierde así cualquier determinación histórica y, por ende, la continuidad entre política y guerra pierde cualquier significación estratégica.
Una cosa es que la “paz” muchas veces disimule la lucha (de clases), otra es que la guerra carezca de especificidad. Lenin define a la guerra, al igual que Clausewitz, por los medios específicos que utiliza —la violencia física— y no por la función que cumple. Reserva el concepto de guerra para cuando la política adopta la violencia física en gran escala como medio para sus fines. “La guerra = política que cambió ‘la pluma por la espada’”, escribe en sus notas a De la guerra y, en este sentido, sigue claramente a Clausewitz.
Foucault hace esta operación para fundamentar su tesis del biopoder, en la que, sobrevalorando al infinito los mecanismos de control social propios del capitalismo imperialista —cuyo desarrollo ha ido in crescendo en forma extraordinaria en las últimas décadas—, elimina de la ecuación todo antagonismo de clase. Una concepción acorde al espíritu pesimista que siguió a la derrota del ascenso de masas internacional iniciado en 1968 y la posterior ofensiva neoliberal. En el caso de Política Obrera, lo hace para fundamentar una política campista en la que la lucha de clases también termina desapareciendo… “por otros medios”.
Pero volvamos al argumento con el que comienza Asiner antes de “charquear” sobre Clausewitz. Como si estuviera diciendo una genialidad, sostiene: “¿Por qué podría devenir en “mundial” una guerra focalizada, si esa guerra focalizada no tiene ya en su desarrollo un carácter mundial?”. Este argumento es absurdo. El problema no es que haya claras tendencias hacia mayores enfrentamientos políticos y militares entre potencias, eso nadie lo niega. El problema es determinar que por la existencia misma de estas tendencias la guerra mundial ya es un hecho.
En 1915, en el debate a propósito del Folleto de Junius (escrito por Rosa Luxemburg), Lenin polemiza con una posición en la que se expresa una lógica similar:
“El único argumento en defensa de la tesis de que ‘no puede haber ya ninguna guerra nacional’ consiste en que el mundo está repartido entre un puñado de ‘grandes’ potencias imperialistas y que, por ello, toda guerra, aunque sea nacional al principio, se transforma en imperialista al afectar los intereses de una de las potencias o coaliciones imperialistas. La incongruencia de este argumento es evidente. Claro está que la tesis fundamental de la dialéctica marxista consiste en que todas las fronteras, tanto en la Naturaleza como en la sociedad, son relativas y variables, que no existe ni un solo fenómeno que no pueda, en determinadas condiciones, transformarse en su antítesis. Una guerra nacional puede transformarse en imperialista, y viceversa. (…) Sólo un sofista podría borrar la diferencia entre la guerra imperialista y la guerra nacional basándose en que una puede transformarse en la otra.” [6]
La dialéctica no niega, sino que presupone la posibilidad de transformaciones y saltos de calidad. Pero lo hace analizando concretamente la realidad actual y su desarrollo. La guerra en Ucrania es un conflicto cuya complejidad está determinada justamente por la política que “continúan por otros medios” los distintos actores en el conflicto, un análisis que nuestro perezoso crítico no se ha tomado el trabajo de hacer.
Como decimos al inicio, definir correctamente a qué tipo de guerra nos enfrentamos es el punto de partida fundamental. Evidentemente no es lo mismo una guerra entre dos bandos imperialistas que se disputan el reparto del mundo —o una porción de él— oprimiendo a otras naciones, ante la cual el marxismo sostiene la política del derrotismo revolucionario en ambos bandos, que una “guerra justa” de liberación nacional, en la que una nación oprimida lucha por su independencia. En este caso, los socialistas revolucionarios nos ubicamos incondicionalmente en el campo militar del país oprimido.
Entonces, siguiendo la máxima clausewitziana para caracterizar la guerra en Ucrania, ¿qué política “continúa” cada uno de los actores del drama en Ucrania? Haciendo una apretada síntesis: Vladimir Putin, por un lado, encarna un nacionalismo “gran ruso” reaccionario opresor de otros pueblos, consustancial a su política de defensa del status de potencia militar de Rusia; por el otro, el imperialismo norteamericano y la OTAN continúan una política expansionista hacia el Este de Europa, impulsora de “revoluciones coloridas” y ahora promotora de un nuevo militarismo imperialista en Europa; el Gobierno de Zelenski, por su parte, continúa su curso proimperialista, que busca sujetar el destino de Ucrania a Estado Unidos y las potencias europeas; por último, en el este de Ucrania, persiste una guerra civil de baja intensidad determinada por la existencia de una minoría rusoparlante (un tercio de la población) que aspira a su autodeterminación y la violencia de grupos paramilitares de extrema derecha amparados por el Estado ucraniano y el imperialismo. [7]
En este marco, una política independiente debe responder al mismo tiempo a dos problemas fundamentales: la cuestión de la autodeterminación nacional de un país semicolonial como Ucrania planteada por la invasión rusa y la injerencia de la OTAN y la UE como continuidad de su política imperialista sobre Ucrania y el este europeo. Considerar solo la primera dimensión lleva a devaluar el papel del imperialismo en Ucrania, como hacen IS y la UIT, así como otras organizaciones que sostienen una política similar como la LIT. No verla, o negarla, conduce a otra política equivocada que deja de lado el problema nacional ucraniano, y en el caso de Política Obrera, se acerca a una suerte de “campismo” inclinado hacia el bando militar ruso.
Autodeterminación nacional y leninismo
Para Política Obrera en la guerra de Ucrania no está en juego ningún problema nacional. “El PTS se refugia en la consigna de la ‘autodeterminación de los pueblos’ invocando a Lenin y los bolcheviques. Es increíble que Maiello omita que esa autodeterminación se impuso luego de que el Ejército Rojo derrotara a la contrarrevolución interna y la invasión de catorce estados extranjeros, incluido EEUU”, afirma Asiner.
¿Qué quiere decir con esto? ¿Que Lenin y los bolcheviques se equivocaban al levantar el derecho a la autodeterminación nacional desde mucho antes que la Revolución rusa lo hiciera posible? ¿O quizá que la defensa de la autodeterminación fue puro voluntarismo de Lenin?
A pesar de la verborrea en favor de una “Ucrania socialista”, la posición de Política Obrera es profundamente antileninista. Niegan la cuestión de la autodeterminación bajo el argumento de que ésta, como toda reivindicación democrática, es “irrealizable” bajo el capitalismo imperialista. O, dicho de otro modo, como solo el socialismo puede crear la base económica para suprimir la opresión nacional, entonces no hay ninguna tarea política en este terreno. En sus Tesis sobre La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación, Lenin ya respondió a este tipo de sofistería:
“No sólo el derecho de las naciones a la autodeterminación, sino todas las exigencias fundamentales de la democracia política son sólo parcialmente “realizables” bajo el imperialismo, y eso en una forma desvirtuada y como excepción (por ejemplo, la separación de Noruega de Suecia en 1905). La exigencia de la liberación inmediata de las colonias, que plantean todos los socialdemócratas revolucionarios, es también “irrealizable” bajo el capitalismo sin una serie de revoluciones. Pero de esto no se deduce en modo alguno que la socialdemocracia deba renunciar a la lucha inmediata y decidida por todas estas exigencias —tal renuncia sólo sería ventajosa para la burguesía y la reacción—, sino, por el contrario, se deduce la necesidad de formular y poner en práctica estas demandas, no de una manera reformista, sino revolucionaria, sobrepasando los límites de la legalidad burguesa, derribándolos, yendo más allá de los discursos parlamentarios y las protestas verbales, e incorporando a las masas a una acción decisiva, ampliando e intensificando la lucha por cualquier demanda democrática fundamental, hasta una ofensiva directa del proletariado contra la burguesía, es decir, hasta la revolución socialista que expropia a la burguesía.” [8]
Lenin llama a la negación del derecho a la autodeterminación nacional desde esa lógica “economismo imperialista”. O sea, no comprender cómo se relaciona el imperialismo con la lucha por la autodeterminación nacional, del mismo modo que el “economismo” ruso no sabía relacionar el desarrollo del capitalismo con la lucha política por terminar con la autocracia.
Asiner reivindica que la única vía para la conquista de una verdadera autodeterminación nacional de Ucrania solo puede ser socialista, sobre la base de “la derrota del imperialismo mundial y del imperialismo periférico, que representa Putin”. Pero esta máxima general correcta es negada inmediatamente al abdicar de tener una política que aborde el problema nacional en Ucrania. ¡Pero si “la ‘independencia de Ucrania’ es la consigna del imperialismo mundial, o sea el derecho de Ucrania a someterse al FMI y a la Otan” !, agita Asiner. Que el imperialismo utiliza la demagogia de la libertad y la autodeterminación nacional es innegable… ¡lo viene haciendo desde 1914 a esta parte! Justamente por ello una política leninista es defender la autodeterminación de Ucrania de la mano de la clase trabajadora y el pueblo pobre, no bajo la opresión del imperialismo norteamericano-europeo y la corrupta burguesía ucraniana.
La negación de la dimensión nacional de la guerra en Ucrania niega al mismo tiempo una diferenciación clave en el pensamiento estratégico: que en la guerra no sólo actúan “fuerzas materiales”, sino también de “fuerzas morales”. Como señala Clausewitz: “Lucha es la medida de las fuerzas morales y materiales por medio de estas últimas. Es evidente que no deben excluirse las morales, pues el estado de ánimo tiene de por sí una influencia decisiva sobre las fuerzas en lucha.” [9] El odio nacional está presente en toda guerra. Por ello Clausewitz otorga a las “fuerzas morales” una importancia decisiva. Comparándola con la “fuerza física”, sostiene: “lo físico es la empuñadura de madera, mientras que lo moral es el noble metal de la hoja; por consiguiente, la verdadera y resplandeciente arma que hay que manejar”. [10]
Lenin analiza la intervención de las masas en la guerra, no desde el “odio nacional” como un factor invariable —que es lo que sostiene Clausewitz— sino desde la relación entre el “odio del pueblo” y los fines políticos. En determinadas guerras, las fuerzas morales “son desatadas por la propia dimensión del fin político y su ligazón con los intereses de las masas, tanto en la guerra liberación nacional como en la guerra revolucionaria”. [11]
Para Asiner y Política Obrera este tipo de análisis estratégico de la guerra es un universo totalmente desconocido. Por ello es curioso que, enredado en sus propios argumentos, nuestro crítico sostenga que “una lucha revolucionaria significa unir a los trabajadores de Ucrania y de Rusia para echar al invasor ruso y expulsar a la OTAN, mediante una intensificación de la lucha de clases en todos los países en guerra.” ¡Justamente! ¡Echar al invasor ruso y expulsar a la OTAN! Es decir, el contenido fundamental de la inexistente y “proimperialista” lucha por la independencia nacional de Ucrania.
El nivel de confusión es tal que Política Obrera se niega a reconocer el derecho de la población rusófona de Donetsk y Lugansk que reclama su propia autodeterminación, aunque tiene el descaro de acusarnos de promover el “pacifismo diplomático” por hacerlo. Si no es reconociendo este derecho, ¿cómo podría lograrse la unidad de los trabajadores y el pueblo ucranianos para enfrentar tanto la invasión rusa como la injerencia imperialista de la OTAN y el FMI, y de este modo lograr la confluencia con un movimiento internacional independiente contra la guerra que también levante esas banderas?
El planteo del PO, al negar la cuestión nacional en Ucrania, inhabilita la necesaria pregunta estratégica de cómo desarrollar la “fuerza moral” para derrotar al invasor sin cambiar unas cadenas por otras. O lo que es lo mismo, cómo desarrollar una política independiente para enfrentar la invasión rusa y emanciparse del imperialismo.
En este sentido, la posición de Política Obrera es completamente derrotista de la posibilidad de que Ucrania se autodetermine. Desde su punto de vista esta batalla ya está perdida de antemano a manos del imperialismo, no hay política en sentido estricto. Pero de lo que se trata no es sólo de “denunciar” el rol de la OTAN, el imperialismo y el propio gobierno de Zelenski, sino de considerarlos como factores actuantes contra la autodeterminación del pueblo ucraniano.
Este es el punto de partida para desplegar una política revolucionaria independiente que luche por expulsar a las tropas rusas de Ucrania, así como a la OTAN de Europa del Este, defendiendo el derecho a la autodeterminación de Donetsk y Lugansk al mismo tiempo que enfrenta la ocupación de las regiones prorrusas para horadar la base de la demagogia de Putin. Junto con ello, el otro elemento fundamental de una política independiente es el llamado a la movilización internacional en “occidente” y en la propia Rusia contra la guerra, combatiendo el rearme imperialista de los distintos estados europeos. Es decir, una articulación que integra la cuestión nacional ucraniana planteada por la invasión rusa y la lucha contra la OTAN y el imperialismo, bregando por la alianza con la clase trabajadora y el pueblo ruso contra la guerra y el régimen autocrático de Putin y apelando a la movilización de la clase obrera internacional.
La negación e indiferencia de Política Obrera hacia la dimensión especifica de la lucha por la independencia nacional de Ucrania, no solo es un pecado reaccionario de “economismo imperialista”, es una política derrotista que lo conduce al campismo prorruso.
Zimmerwald y la Cuarta Internacional
La perspectiva de la independencia de Ucrania, como señaló Trotsky, está indisolublemente ligada a la lucha por el poder de la clase trabajadora y el socialismo. La definición precisa de las coordenadas de una política revolucionaria independiente en el complejo escenario de la guerra es en este sentido una tarea vital para perseguir este objetivo. Una labor que, por su propia naturaleza, tiene un carácter internacional. Por esta razón, la Fracción Trotskista lucha por la reconstrucción de la Cuarta Internacional sobre bases revolucionarias. Y el método para avanzar en esta tarea estratégica es justamente los acuerdos profundos alrededor de grandes procesos de la política y la lucha de clases internacional, como es la Guerra de Ucrania.
Por ello resulta casi cómico que, sobre el final de su artículo, Asiner cuestione que Maiello “reivindique la Conferencia de Zimmerwald (1915), cuando podría haber traído a colación la política de la Cuarta Internacional”. La reivindicación que hace Maiello y nuestra corriente internacional de Zimmerwald es de su ala revolucionaria, en especial el rol de Lenin que propuso la consigna de “transformar la guerra en guerra civil revolucionaria”. Como es sabido, esta propuesta no fue aprobada por la Conferencia. Pero, aun así, “se trató de un encuentro clave para retomar el hilo histórico, después de la traición de la Segunda Internacional y para sentar las bases para la nueva organización mundial de la clase obrera. Si al inicio de la guerra los revolucionarios reunidos en Zimmerwald eran una pequeña minoría, al final de la misma, los sufrimientos inauditos de las masas dieron lugar una ola de lucha de clases que gestó la Revolución Rusa y la fundación de la Tercera Internacional.” [12]
En este sentido, León Trotsky evalúa en Mi Vida: “El hilo histórico se rompe con harta frecuencia. Cuando tal ocurre, no hay sino que anudarlo de nuevo. Esto precisamente era lo que íbamos a hacer a Zimmerwald.” Y señala que “Lenin templó en Zimmerwald el acero para las empresas internacionales que había de acometer, y puede decirse que en aquel pueblecillo de la montaña suiza fue donde se puso la primera piedra para la internacional revolucionaria.” [13]
Como continuidad del legado revolucionario de la Tercera Internacional en vida de Lenin y tras su degeneración estalinista, se erigió la Cuarta internacional fundada por Trotsky, en base a las lecciones revolucionarias de los procesos más avanzados de la lucha de clases de su momento histórico. Un método opuesto a la lógica de hacer acuerdos por “4 puntos” generales como promovía la hoy extinta Coordinadora por la Refundación de la Cuarta Internacional (CRCI), impulsada por Jorge Altamira cuando aún era dirigente del Partido Obrero.
Este método oportunista, resulta oportuno recordarlo, dio lugar a que hicieran acuerdos con sectores proestalinistas rusos como Darya Mitina, miembro de la Comisión Política del Partido Comunista Unificado de Rusia (OKP, por sus siglas en ruso), que hoy sostiene una posición abiertamente favorable a la “operación especial” de Putin en Ucrania. [14] Como no podía ser de otra manera, la absoluta carencia de una política revolucionaria consecuente en el terreno internacional sólo podía tener como resultado la extinción de su pequeña corriente internacional.
Los debates en torno a la Guerra de Ucrania concentran muchos de los vectores fundamentales de la política revolucionaria para el turbulento siglo que se abre paso, reactualizando las condiciones de crisis, guerras y revoluciones que caracterizan a la época imperialista. Una posición correcta ante la cuestión ucraniana es una prueba decisiva para la regeneración del internacionalismo revolucionario del siglo XXI.
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