Caminar unas treinta cuadras colmadas de idiomas, flashes, una casa rosa enjaulada y muchas frazadas que cobijan en las veredas. Paseo por una metrópoli que combina abundancia para algunos y pobreza para muchos.
Valeria Jasper @ValeriaMachluk
Lunes 10 de abril de 2023 17:03
Domingo por la tarde. Un paseo por las calles de San Telmo, un barrio añejo envuelto en la modernidad de lo consumible. Entre largas cuadras repletas de artículos varios, resuenan los más vastos idiomas. Blanco y celeste, Argentina y Messi son el común denominador a simple vista. Y mientras camino, miro…
Una bailarina de tango al compás del bandoneón, un labrador de cuero y carteras, un alquimista de sahumerios, una marioneta que destila risas y recibe billetes. El de los collares que lanza un sí en francés. La plaza llena de antigüedades mientras las mesas aguardan comensales.
Mafalda, con mucha paciencia, aguarda la próxima foto que vendrá. Y su cara, que está en todas las remeras, promete alegría. En la esquina, la chica del rodete rapea futuro, mientras unas se besan y la señora, a esta altura, todavía se horroriza.
En la plaza de la bronca, la de Mayo y el Cabildo, siguen los flashes a esa casa pintada de rosa que dirime el destino de tantos, desde tan lejos. La pirámide guía a los pañuelos blancos que supieron y saben resistir. En varias esquinas de los grandes edificios, policías dan vueltas, buscan que buscan, vaya a saber qué.
Cada tanto, y entre tantos, aparecen las frazadas. Frazadas y cartones en la vereda, acompañando a los que no tienen nada qué vender, ni qué comprar. Los que no tienen nada. O sí. Tiene mucho de lo que les falta. Un buen lugar donde dormir, algo rico que comer, una buena salud, la foto de sus hijos como gritó el pibe que estaba cerca de la subida de la autopista.
Algunos dicen que son los nadies. No es así. Son las estadísticas que se vuelven reales. Son ese 40 % de pobreza que se sumergen en las veredas, con sus vidas a cuestas. Que revuelven tachos, que piden 20 pesos para comer o que, simplemente están, así, como pueden. Pocos caminan, disfrutando, bajo el sol. Las frazadas son su piso y su techo. El cartón, su cobija.
Una postal de domingo, en una ciudad de furia y cemento. Caminando de vuelta otras treinta cuadras hacia el tren; un tren que pasará por parte de ese conurbano donde millones más se sumergen en la pobreza y, probablemente, ni pisen CABA por no tener plata, ni tiempo.
Y ya en el tren de la vuelta, pienso en la urgencia de torcer este camino de hastío y miseria, y así toda la humanidad pueda caminar libremente un domingo cualquiera bajo el sol.