Con epicentro en Francia, una ola de huelgas se desarrolla en varios países de Europa. Apuntes sobre límites y potencialidades.
Tan solo en los dos últimos meses han tenido lugar una decena de jornadas de huelga y movilizaciones masivas en Francia contra la reforma de las pensiones. La aplicación del antidemocrático decreto 49.3 para aprobar la reforma de las pensiones, repudiada en las calles y rechazada por la mayoría de la población francesa, significó un salto bonapartista por parte de Macron. Esto abrió un punto de inflexión y radicalidad en la lucha, con la multiplicación de movilizaciones espontáneas, huelgas duras en sectores estratégicos, cortes de vías, ocupaciones de colegios y universidades y fuertes enfrentamientos con la policía. El proceso de lucha de clases en Francia es el más avanzado del continente y lo venimos siguiendo en numerosos artículos. En este caso me enfocaré en lo que está ocurriendo en otros en otros procesos huelguísticos en Europa, para tener un panorama más amplio y abordar algunos de los debates estratégicos que se abren.
Del otro lado del Canal de la Mancha, en Reino Unido se viene desarrollando la ola huelguística más grande desde hace medio siglo en el país, mientras que en Grecia ya se vivieron 3 huelgas generales desde el fatídico accidente de tren del 28 de febrero. En Alemania, la mayor huelga del transporte y los servicios públicos en 30 añosparalizó el país el pasado 27 de marzo y en Portugal, los medios hablaban en febrero de un “invierno del descontento” por la ola de huelgas nacionales de docentes, sanitarios y ferroviarios. [1] En Europa no se vivía un escenario de este tipo, con huelgas importantes de forma simultánea en varios países, desde hace por lo menos una década, en los años que siguieron a la crisis capitalista del 2008.
Las huelgas como catalizador de un profundo descontento
El 11 de febrero, 140.000 docentes tomaron las calles de Lisboa en la manifestación más multitudinaria del sector en la última década. “Estoy aquí por mis alumnos, por mis colegas precarios, por cuestiones que envuelven a los trabajadores más mayores, por el congelamiento (de los salarios)", explicaba María Guerra, profesora de Leiria (localidad ubicada a 150 km al norte de la capital lusa). Los docentes quedaron “exhaustos” después de la pandemia y ahora están golpeados por la inflación. [2] Y si bien los docentes lusos se manifestaban por los salarios y la carrera docente, la huelga servía de canal de expresión para un conjunto de malestares acumulados.
En Grecia, las huelgas y manifestaciones irrumpieron a partir del accidente de tren donde murieron 57 personas el 28 de febrero -muchas de ellas eran trabajadoras y estudiantes de la universidad-. Sin embargo, también en este país la movilización expresa la cólera acumulada por múltiples razones. “El dolor se ha convertido en rabia por las decenas de compañeros y ciudadanos muertos y heridos", afirmaba el sindicato ferroviario en un comunicado. Desde entonces, fueron convocadas tres huelgas generales el 8 de marzo, el 13 de marzo y el 16 de marzo, a lo que se suman huelgas en el metro y dos semanas de huelgas en el servicio de trenes nacionales e interurbanos. Sobre la huelga del 8 de marzo, convocada en el sector público, la prensa internacional destacaba la masividad de las manifestaciones y que en todas las ciudades “ha sido notorio un protagonismo juvenil poco habitual en convocatorias sindicales”. En algunas localidades, como Patras, Volos, Heraclión o Mitilene “no se veían manifestaciones tan grandes desde el final de la dictadura en 1974”. [3] Durante la huelga general del 16 de marzo, convocada por ambas centrales sindicales del sector público y privado, ADEDY y GSEE, se vaciaron los aeropuertos, no salieron barcos de los puertos que conectan con las islas, se pararon los trenes, el metro, los buses y los taxis. La huelga se sintió con fuerza en el sector público, en sanidad y educación, y se reiteraron las manifestaciones masivas en las principales ciudades, que culminaron con choques con la policía y una fuerte represión policial. Imágenes que no se veían desde antes de la llegada de Syriza al poder, en 2015. El deterioro de los servicios públicos es una consecuencia directa de las privatizaciones y los planes de austeridad impuestos por la Troika desde hace 12 años, aplicados por los conservadores y también por los neorreformistas de Syriza. Esto se combina ahora con un salto en la crisis producto de la inflación, acelerada por la guerra de Ucrania.
El salto inflacionario también ha sido el disparador de la mayoría de las huelgas en Alemania, que desde hace varios meses se organizan en hospitales, educación, correos y puertos. La “mega huelga” del transporte del 27 de marzo paralizó al gigante alemán. En ese país la inflación alcanzó un 8,7% en febrero; los sindicatos EVG y Ver.di están exigiendo un 10,5% de aumento salarial, mientras que las patronales ofrecen solo un 5% más un bono extra. La unión de ambos sindicatos es algo inédito en los últimos años. La huelga fue acompañada de movilizaciones en decenas de ciudades alemanas y generó un importante debate en los medios de comunicación. Aun así, pese a la agitación patronal contra la huelga durante los días previos, la jornada transcurrió con tranquilidad. Los sindicatos no plantearon hasta ahora ninguna continuidad a la lucha, anunciando que volverán a las mesas de negociación salarial.
Los trabajadores de la sanidad dicen: ¡No!
En Reino Unido, el punto más alto de la movilización se produjo con la mega huelga del 1 de febrero. Muchos periodistas la definieron como una huelga general en los hechos, porque confluyeron las huelgas de ferroviarios, empleados públicos, enfermeras, bomberos, maestras, profesores universitarios y otros sectores. Ese día, 500.000 trabajadores salieron a las calles en protesta contra la subida del coste de la vida.
En el sector privado, las huelgas consiguieron en los últimos meses algunos triunfos importantes. Por ejemplo, a mediados de febrero, los conductores de autobuses de Londres levantaban la huelga, tras conseguir aumento récord del 18 %. En el sector público, el gobierno de Sunak mantenía una línea dura y un discurso casi thatcherista contra los huelguistas, promoviendo una nueva legislación antisindical. Por eso, la seguidilla de huelgas en los sectores públicos adquirió un tinte político mayor, de enfrentamiento abierto con el Gobierno. Más recientemente, Sunak ha intentado cerrar acuerdos por separado con diferentes sindicatos. El 16 de marzo, llegó a un acuerdo con los sindicatos del NHS (Servicio nacional de salud) para frenar temporalmente las huelgas, en base a una oferta de aumento salarial del 5% más pluses por trabajo en pandemia. Según la legislación británica, se deben abrir períodos de consulta entre los afiliados. Los sindicatos, excepto UNITE, presentaron el acuerdo como un triunfo y llamaron a apoyarlo en las consultas, que se extenderán hasta mediados o fines de abril.
Lo más interesante es que en las últimas semanas ha surgido una campaña intersindical llamando a rechazar la oferta salarial del gobierno, tanto entre trabajadores del NHS como en gremios de educación. Con el lema “NHS Workers Say NO!” se han abierto campañas con argumentos de por qué rechazar las ofertas actuales y continuar con las huelgas (aunque no hay propuestas concretas al respecto). [4] En una declaración señalaban: "Éramos héroes durante la pandemia, pero en cuanto tratamos de mejorar nuestros salarios, nos convertimos en el enemigo. Sabemos que en todo el país hay gente que nos apoya y no debemos ceder a los intentos de dividirnos. Sigamos fuertes, sigamos con rabia, sigamos juntos, todas las categorías, todas las disciplinas, todos los sindicatos.” El resultado de estas consultas definirá el panorama de los próximos meses, aunque la estrategia de la mayoría de los sindicatos es apostar a un recambio electoral en 2024 que coloque a los laboristas en el poder, después de más de una década de gobiernos conservadores.
Las huelgas sanitarias han sido un elemento común en varios países después de la pandemia. En el Estado español, se desarrollaron masivas manifestaciones por la sanidad pública en varias ciudades. En Madrid, una marea blanca llenó las calles el pasado 12 de febrero, con cientos de miles de personas en apoyo a la huelga de los médicos de la atención primaria y contra el deterioro de la sanidad pública. También se producen luchas laborales por sectores e incluso algunas que obtienen triunfos, como las trabajadoras de las tiendas de Inditex-Zara, que consiguieron aumentos por encima del 15%. Las direcciones sindicales mantienen las huelgas divididas por sector, sin ninguna continuidad y sin un programa para unir a las trabajadoras fijas y las externalizadas, así como a todas las categorías dentro y fuera de los hospitales. Las burocracias mayoritarias no convocan una huelga general en el Estado español desde hace una década (la última fue el 14 de noviembre del 2012). Con una inflación relativamente controlada del 3.3% en marzo (aunque sube al 7,6% en alimentos) CCOO y UGT han impuesto una “paz social” del brazo de la ministra de Trabajo del Partido Comunista, Yolanda Díaz y el gobierno “progresista” del PSOE-Podemos. En un año fuertemente electoral, con elecciones municipales y autonómicas en mayo, y elecciones generales a fin de año, las burocracias y la izquierda reformista se juegan a una campaña donde pese la opción del “mal menor” contra la derecha, para mantener la coalición de gobierno con el social-liberal PSOE.
Un retorno desigual de la lucha de clases
Los procesos huelguísticos que hemos recorrido están marcados por las nuevas condiciones económicas y políticas abiertas en el continente tras la pandemia, la inflación y la guerra en Ucrania. Mientras los gobiernos de las principales potencias europeas vienen aumentando los presupuestos militaristas y la ofensiva guerrerista a través de la OTAN, el “frente interno” ha empezado a crujir y muestra importantes contradicciones. Así lo indica este retorno, aunque desigual, de la lucha de clases. Y en tanto los gobiernos responden a las protestas con medidas más bonapartistas y represivas, como en el caso de Macron, la rabia se extiende.
El punto más avanzado en este momento se encuentra en Francia y lo que allí ocurra tendrá impacto más allá de sus fronteras. Allí han comenzado a emerger tendencias a la autoactividad por parte de sectores más combativos, ya sea mediante huelgas duras, buscando la coordinación o rechazando las traiciones de las burocracias.
Lo que nos interesa destacar aquí es que en varios países de la región se está produciendo un cambio en la tendencia hacia una mayor intervención de la clase obrera, que comienza a ponerse en movimiento en huelgas por recuperación salarial o por condiciones laborales. En la mayoría de los casos, las burocracias sindicales logran dividirlas y pasivizarlas desde adentro. Al mismo tiempo, como planteaba Santiago Lupe en un artículo sobre el tema: “el otro gran punto en común entre las diferentes burocracias nacionales, es como están actuando como un verdadero brazo del Estado para velar celosamente porque las huelgas y el malestar obrero no se ligue a un cuestionamiento a la política imperialista de sus respectivos gobiernos”. Es decir, tratando de evitar relacionar las luchas del “frente interno” con un cuestionamiento a la política exterior imperialista de los Estados.
Otro elemento destacado es la participación y solidaridad de sectores juveniles en las movilizaciones y huelgas, como ocurre en Francia de forma más activa, pero también en Grecia o Reino Unido. Una juventud golpeada por la precariedad, politizada por los movimientos contra la crisis climática, el movimiento feminista y antirracista. Jóvenes que sienten que no le deben nada al capitalismo y están girando a izquierda al calor de las nuevas experiencias de lucha. Esta es una contratendencia importante a las ideas distópicas de “no future” y al individualismo presente en sectores de la juventud, así como a la influencia de la extrema derecha, que busca capitalizar de forma reaccionaria el malestar.
La ola de huelgas actuales todavía no es comparable con el profundo auge obrero y popular del mayo francés, el otoño caliente italiano y la primavera de Praga, el último gran ascenso revolucionario de la clase obrera en el continente europeo, marcado por la radicalización obrera y juvenil. Su recuerdo emerge, sin embargo, como un destello, cuando vemos a sectores de la juventud francesa movilizándose por la madrugada para apoyar un piquete obrero y enfrentar la represión policial, o cuando trabajadores de la refinería más importante de Francia llaman a generalizar la huelga reconductible. En estos ejemplos podemos vislumbrar la potencialidad de una clase obrera que, cuando se predispone al combate, puede agrupar tras de sí a sectores de la juventud, los movimientos antirracistas y un feminismo ligado a la lucha de clases, contra los gobiernos imperialistas y el capitalismo.
Desde la irrupción de la gran crisis capitalista del 2008 hasta la actualidad, hemos visto un retorno de la lucha de clases que se ha desplegado en varios ciclos, con el límite de no haber superado hasta ahora el momento de la revuelta (o la combinación de huelgas parciales, controladas por las burocracias, con tendencias revueltistas como los chalecos amarillos o sectores juveniles). En ese marco, una y otra vez han operado diversos mecanismos para desviar la movilización hacia distintas formas de institucionalización, con el objetivo de lograr la recomposición de los regímenes políticos en crisis. [5]
La izquierda reformista que se agrupa en Francia alrededor de la figura de Melenchon -apoyado incluso por sectores de la izquierda como el NPA-, pretenden encauzar todo el descontento, las movilizaciones y las huelgas hacia un hipotético recambio electoral y un “gobierno de izquierda” en los marcos del régimen burgués. De igual modo actúan las direcciones sindicales en Reino Unido, para fortalecer la base electoral de los laboristas, o la izquierda neorreformista española, apostando a un nuevo ciclo de malmenorismo.
Los procesos actuales, como el que se está desarrollando en Francia, y más incipientemente en otros países, plantean algunos elementos nuevos. Frente al rápido deterioro de las condiciones de vida, y el endurecimiento bonapartista de los gobiernos -que acompaña en el frente interno la política de rearme imperialista- sectores obreros y juveniles comienzan a radicalizarse, mientras amplios sectores de la clase obrera empiezan a despertar. Esto plantea la posibilidad de avanzar hacia un nuevo momento de la lucha de clases, a condición de que se pueda superar la política de las burocracias sindicales y los reformistas.
Los compañeros de Révolution permanente en Francia vienen dando esta pelea, impulsando la Red por la huelga general como un polo que agrupa a sectores combativos, llamando a formar comités de acción por la huelga general y por un pliego de reivindicaciones para unir al conjunto de la clase obrera, con una política de independencia de clase con el objetivo de derrotar al gobierno de Macron por medio de la lucha de clases. La lucha política y programática contra las burocracias y las corrientes reformistas es clave para que sectores avanzados de la clase obrera y la juventud hagan la experiencia con esas direcciones y saquen conclusiones acerca de la necesidad de una perspectiva independiente, anticapitalista, socialista y revolucionaria.
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