Vientos de lucha de clases soplan a nivel internacional y en América Latina se prefiguran con gran intensidad, tal como hemos visto en las grandes acciones del movimiento de masas en Ecuador y Chile. En nuestro continente la nueva correlación de fuerzas con las rebeliones en curso le está poniendo un freno a los ajustes del FMI y del imperialismo, o lleva a fuertes crisis a gobiernos aplicadores de estos planes. Sin embargo, en Venezuela, un gobierno que aplica severos ajustes antiobreros y antipopulares, que ha llevado al país a la peor de las debacles sin parangón en América Latina, tiene el cinismo de hacer un discurso de pose “anti-neoliberal”, al mismo tiempo que existe una oposición de derecha que a lo interno se opone a la faceta represiva de Maduro, pero aplaude los planes del imperialismo y toda la represión abierta llevada a cabo por Lenin Moreno y Piñera. En Venezuela la clase trabajadora, que expresa renovados pasos de lucha, para lograr sus objetivos debe ponerse a tono con estos vientos de lucha de clases que cruzan importantes países de América Latina. Aportar sobre cómo avanzar en ese sentido es el objetivo del presente artículo.
El entorno latinoamericano
Tanto en Ecuador como en Chile hemos vivido lo más parecido a lo que podríamos denominar jornadas revolucionarias, para usar una definición de Lenin, donde las masas irrumpen en algo más que una suma de manifestaciones, llevando a cabo acciones que rompen en alguna medida los marcos de la legalidad burguesa, aunque aún sus acciones no terminen de resquebrajar al conjunto del régimen, ya sea por el papel de las direcciones reformistas y sindicales que evitan la caída del gobierno o las brutales acciones represivas que las consiguen contener. Se trata de acciones que, de intensificarse y romper las barreras de los desvíos o la represión, y al calor del desarrollo de organismos de autodeterminación, pueden hacer volar todo por los aires.
Pero es claro que ya en su nivel de desarrollo, tanto lo acontecido en Ecuador como lo que acontece aún en Chile constituyen el punto más alto hasta el momento de la nueva oleada de luchas que comienza a atravesar América Latina. A estos álgidos momentos le han precedido procesos como el de Puerto Rico en clara rebelión contra la opresión colonial que le impone Estados Unidos, a la par también de lo que acontece en países como Haití y Honduras, marcando la entrada de nuestro continente en un nuevo ciclo signado por la emergencia de la lucha de clases.
Como escribe Matías Maiello en el artículo Chile y el nuevo ciclo de lucha de clases en América Latina, “en nuestra región, la crisis del neoliberalismo a principios de siglo se adelantó respecto al resto del mundo. El principio del siglo XXI vio la irrupción de las masas haciendo caer presidentes en Ecuador, Bolivia, Argentina, y derrotando un golpe imperialista en Venezuela en 2002”, constituyendo un primer ciclo de los procesos de lucha latinoamericanos. Pero estos fueron desviados, encuadrados en proyectos de “reformas” o “populistas”, dando lugar a “un segundo ciclo, el de los gobiernos ‘posneoliberales’, que pudo sustentarse gracias al repunte económico motorizado por el histórico ‘boom’ de las commodities”, tal como de hecho ocurrió aquí en Venezuela. Pero agrega el autor que:
Cuando aquel boom comenzó a agotarse y la crisis golpeó sistemáticamente en la región a partir de 2013/14, quedó expuesto el fracaso del posneoliberalismo en tanto apuesta al desarrollo de las burguesías nacionales desde (o con el impulso clave de) el Estado. Un escenario que daría lugar a un tercer ciclo, marcado por el ascenso de la derecha, Macri en Argentina, Piñera en Chile, Kuczynski en Perú, y el golpe institucional en Brasil, así como a la derechización del propio personal político “posneoliberal”, con casos emblemáticos como Daniel Ortega en Nicaragua o Lenín Moreno en Ecuador. Su punto más alto fue el ascenso del populismo de derecha de Bolsonaro en Brasil. Mientras que el frustrado golpe imperialista en Venezuela de este año marcó el principio de su declive.
Las mutaciones en el chavismo en la etapa de Maduro son también una nítida expresión de la degeneración y descomposición de un régimen posneoliberal a partir del fin del boom de las materias primas (y la desaparición del “hombre fuerte” de la nación alrededor del cual se organizaba todo el régimen).
Con el agotamiento del ciclo posneoliberal y la llegada de los gobiernos derechistas en el continente, el personal más afín a Washington se envalentonó creyendo que había llegado una vez más su momento, como había sucedido en los 90’s. Pero se trataba de un retorno de la derecha en circunstancias muy distintas a las de las décadas de las “relaciones carnales” con el imperialismo, tanto por la situación internacional como también a lo interno de sus respectivos países. Este “entusiasmo” sin mucho asidero es lo que describe Claudia Cinatti en su artículo El retorno de la lucha de clases:
Un párrafo aparte merece la dinámica que están tomando los acontecimientos en América del Sur donde las burguesías autóctonas y el imperialismo norteamericano comandado por Trump se habían apresurado a celebrar la llegada de las derechas regionales al poder, tras el agotamiento del ciclo de los gobiernos “populistas”. Macri en Argentina, Piñera en Chile, Duque en Colombia, y el ultraderechista Bolsonaro en Brasil parecían confirmar que el péndulo se había corrido por un periodo hacia la derecha. Se preparaban para aplicar nuevos ataques neoliberales, privatizaciones y planes de ajuste del FMI. Incluso intentaron un golpe en Venezuela para que sea la derecha rancia y proimperialista de Guaidó la que capitalice el descontento con el gobierno autoritario de Maduro. Pero desde muy temprano empezaron a mostrar sus límites para llevar adelante este programa reaccionario.
Pero es muy importante destacar también que en este nuevo retorno de la lucha de clases se está muy lejos de aquellas condiciones económicas excepcionales que permitieron aplacar los levantamientos de finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Si en Venezuela, la crisis abierta con el levantamiento del Caracazo y que va a llevar a casi una década de una situación convulsiva (que adelantará la crisis en países como Argentina, Ecuador y Bolivia), el surgimiento de Chávez, acompañado luego del boom petrolero, consiguió desviar este importante proceso hacia un proyecto de reformas en los marcos del capitalismo, lo mismo acontecerá –incluso con menor radicalidad– en el resto de los países latinoamericanos con los gobiernos dichos “progresistas”. Pero tales condiciones son cosas del pasado, en momentos en que se prefigura una recesión mundial o por lo menos con pronósticos que solo indican bajo crecimiento, reconfigurándose guerras comerciales, la vuelta al proteccionismo y los nacionalismos de las potencias que hacen más tenso un mundo político, a la par de aumento exponencial de la desigualdad. En tal situación los capitalistas, para buscar salidas, no echan mano de concesiones sino de diferentes mecanismos para atacar al movimiento de masas, aunque obtienen resistencia y respuesta de las mismas. Los gobiernos de América Latina no cuentan hoy con las condiciones favorables de una creciente demanda externa de materias primas ni alguna hipotética “lluvia de inversiones”, al contrario, muchos se enfrentan a fuertes cargas de deuda externa y crisis económicas, aunque en diferentes niveles.
Si en los demás países de América Latina las posibilidades de nuevos desvíos mediante concesiones del Estado ¬–como vimos en el boom de las materias primas¬– son más que lejanas, en Venezuela, con una catástrofe económica que no tiene igual en todo el siglo XX, no existe posibilidad de algún tipo de concesión que pueda prefigurarse siquiera en el horizonte, dada la magnitud de quiebra del país. Todos, completamente todos los grupos de poder venezolano, sean los enquistados en el gobierno como los que se alistan en la oposición de derecha, solo discuten para la salida de la crisis del país los más diversos mecanismos de ataques al movimiento de masas, más de los ya sufridos. Pero no está dicha la última palabra para el movimiento de masas venezolano, no está cerrada la posibilidad de que al calor de los nuevos ímpetus de la lucha de clases en la región pueda irrumpir con fuerza en el escenario nacional frente a una situación de sufrimiento inaudito y de los ataques, tanto los imperantes como los por venir.
Aunque, claro está, que en América Latina no todo es un mundo despejado para las masas, las clases actúan en contraofensiva operándose cambios bruscos en las relaciones de fuerza. Por tanto, las situaciones de crisis que se desarrollan pueden evolucionar o no hacia situaciones revolucionarias, ser desviadas, o llevar a salidas reaccionarias. Pero lo sí es claro, es que se está poniendo sobre la mesa la posibilidad o no de clausurar décadas de saqueo y abrir un curso revolucionario en la región. Hoy los gritos populares de “Fuera Lenín Moreno” y “Fuera Piñera” retumban en el continente como expresión de la osadía de las masas hastiadas de las condiciones de miseria y el lujo de las clases pudientes. Para las masas venezolanas está planteado ponerse a tono con este curso de los acontecimientos de la lucha de clases en la región, sin embargo, con la complejidad de que debe enfrentar tanto al autoritario, antiobrero y represivo gobierno de Maduro, como a los Piñera criollos, la oposición de derecha que prepara ya sus ataques y tiene afiladas sus armas caso de llegar al gobierno.
La clase obrera venezolana y la crisis imperante
Desde hace varios años la descomposición del gobierno de Maduro es más que evidente, como lo son también los brutales ataques a la clase trabajadora y al pueblo pobre. Muchos se preguntan del por qué el pueblo trabajador no ha salido a responder al nivel de los ataques sufridos, si en otras situaciones semejantes como a finales de los ochenta se produjeron levantamientos tipo el Caracazo, para no hablar de las situaciones similares a las que actualmente transcurren en países del Cono Sur. Muchos responden a lo obvio, la fuerte regimentación que ejerce el régimen de Maduro, el escalado autoritarismo y la represión imperante en el gobierno, el uso de fuerzas paraestatales (“colectivos”) para amedrentar al movimiento de masas, la existencia de una burocracia sindical convertida en funcionarios del Estado, la fuerte migración en los últimos años, entre otras.
Pero existe una cuestión fundamental que subyace a una explicación a la que gruesos sectores le huyen, sobre todo los provenientes de la izquierda, que es el papel jugado por el propio chavismo a lo largo de las últimas dos décadas, sobre todo en el período de Chávez, sobre el movimiento de masas. El chavismo jamás toleró la existencia de un movimiento obrero y/o popular que se organizara independientemente, todo en nombre de una “revolución bolivariana” en curso. Para ello operó todo tipo de mecanismos para desmontar cualquier atisbo de algún movimiento en clave independiente, construyendo, allí donde no podía hacerlo directamente, el llamado paralelismo sindical, aprovechando el desprestigio de la vieja burocracia que respondía al régimen anterior. Claro está que esto lo pudo hacer, tanto por las ansias de cambio que existía en el movimiento de masas, el carnaval del auge petrolero y en el prestigio del “hombre fuerte” del país.
Como hemos expuesto en detalle en un artículo anterior, bajo Chávez se llevó adelante un amplio proceso de cooptación estatización del movimiento de masas, operándose una “ampliación” del Estado funcional a la pasivización del movimiento obrero y popular, anulando de a poco sus organizaciones en cuanto herramientas de luchas.
Sobre esta base el chavismo pudo construir –sin chocar con la mayoría del pueblo y ante la indiferencia imbuida por el apoyo al “líder” de las organizaciones políticas de izquierda–, un aparato de captación que luego pasó a usarse también para el control y la regimentación. En tal tarea fueron partícipes todas las fuerzas oriundas de la izquierda, desde la llamada populista, autonomista, barrial, sindicalista, reformista y, ¡ay!, la mayoría de las corrientes que se reivindicaron del trotskismo [1]. Algunos creyeron que, porque organizaban corrientes sindicales “semiindependientes” “autónomas” organizativamente, en clave luchista, avanzaban en organizar a los trabajadores de manera clasista, pero lo hacían bajo la égida del chavismo. No era apenas una estrechez de mira o la ausencia de una visión estratégica, es que unos llegaron a creer realmente que por la vía del camino “bolivariano” se iba a avanzar en la emancipación de los trabajadores, o que en una especie de lógica de “gobierno en disputa” se podía conseguir presionar al “hombre fuerte de la nación” a tomar un curso verdaderamente anticapitalista. Ambas vías conducían al mismo punto muerto.
Esto causó un inmenso daño a las clases explotadas, pues se les fue despojando de organizaciones propias tanto entre los trabajadores, los campesinos y los pobres urbanos, como ya lo hemos explicado en el trabajo que referimos. Y esto es claro, pues si se observa desde la época abierta con el Caracazo, ni la clase trabajadora, ni los campesinos, los pobres urbanos o la juventud estaban tan desarmados en cuanto a organizaciones con capacidad de movilización (más allá del carácter de las corrientes políticas que se ponían a su frente); es más, siendo un movimiento de masas que en 2002-2003 tuvo la capacidad de derrotar un golpe de Estado y un paro-sabotaje patronal e imperialista.
Por eso es responsabilidad del chavismo y de su propio líder, Hugo Chávez, que el nivel de impotencia que ha demostrado el movimiento de masas cuando las condiciones cambiaron y se les vinieron encima duros ataques a sus condiciones de vida. También, parte de este cuadro son los fuertes elementos de desmoralización a nivel de masas cuando se producen debacles de un proyecto político en el que cifraron sus esperanzas. No se les puede culpar ni responsabilizar a los trabajadores de tal situación, sino a las direcciones políticas que con armas y bagajes se sumaron al “proyecto bolivariano”. Corrientes que hoy quieren hacer tabula rasa, haciendo omisión de su pasado e incluso hasta negándolo, como si nunca hubiesen sido partícipes del proceso, reduciéndose sus explicaciones a meras respuestas parciales, ciertas, pero que no dejan de ser fragmentarias.
A esta situación hay que sumarle que el chavismo al concentrar una fuerte retórica hablando de “socialismo” y una serie de banderas y consignas vaciándolas completamente de contenido, las terminó llevando a una especie de “desgaste” a los oídos de las masas. Pongamos, solo a manera de ejemplo, de las “estatizaciones”, el “control obrero” y el “control de precios”, entre tantas otras, de las que el chavismo hizo uso y abuso en beneficio propio.
Los trabajadores vieron una especie de “ejecución” como, por ejemplo, con las estatizaciones, incluso hablando de “control obrero”, que lejos estaban de ser llevadas a cabo en función de las necesidades del pueblo y más bien sirvieron para aumentar la corrupción y llevadas a cabo en contra de los trabajadores, además del resultado terminaron en un desastre y destrucción de las empresas (basta observar Sidor). El “control obrero” del gobierno fue en realidad un “control sobre los obreros” para beneficiar a todo un entramado de arribistas y corruptos. De tal manera que hoy, a oído de los trabajadores planteamientos como “estatización bajo control obrero” fueron llevados a un descrédito por el chavismo, ni hablar entonces de la “gestión obrera” donde el gobierno lo que hacía era instalar burocracias estatales dirigidas directamente desde el Ejecutivo vía los Ministerios. Hablamos de demandas que hoy son importantes para responder al momento de la catástrofe económica, donde por ejemplo ejercer el “control obrero” en las empresas es solo un paso a que los trabajadores puedan entender que ellos pueden ejercer la administración directa de una empresa, como escuela de la economía planificada, avanzando hacia el conjunto de la economía nacionalizada cuando la hora haya sonado. De igual manera podríamos hablar de demandas como la constitución de comités de control de precios por parte de los trabajadores y el pueblo, pero que en manos del gobierno el supuesto “control de precios” no fueron más que una pantomima que, además, sirvió también para el aumento de la corrupción.
Todo esto ha llevado a que las masas no ven en esas demandas o consignas como una opción ante la catástrofe imperante y no segur siendo víctimas de las burocracias estatales ni de los capitalistas que sacan provecho de la crisis misma descargándola sobre el pueblo. Conduciendo, por tanto, a una desorientación frente a lo cual aparece la derecha neoliberal con sus planteamientos y recetas, aprovechando incluso para machacar hasta el cansancio sobre un supuesto “fracaso del socialismo”.
Pero a pesar de esta situación, como observamos en el segundo semestre del 2018 y nuevamente en estos meses que van del segundo semestre del 2019, los trabajadores buscan dar la pelea por sus demandas más sentidas frente a la angustiante situación de miseria, muy a pesar de sus bajos niveles de organización. La lucha de las enfermeras a nivel nacional en el 2018, motorizó a otros amplios sectores a la pelea, tal como se vio en el magisterio, en los diversos sectores de la administración pública, en industrias del Estado y hasta en el sector privado. En otras palabras, no se han quedado de brazos cruzados. Pero desgraciadamente, las direcciones burocráticas sindicales que tenían al frente se ensañaron en llevar ese proceso de lucha que comenzaba a despuntar con fuerza, tras las políticas oficiales de los partidos de la oposición de derecha en enero, un verdadero crimen político para con los trabajadores: se encargaron en su mayoría de poner el descontento de los trabajadores subordinado y al servicio de los planes de Trump y Guaidó, negándole a la clase trabajadora toda posibilidad de irrumpir en la escena nacional como sujeto propio.
Hoy una vez más, vemos que los trabajadores comienzan a repuntar, y lo hacen en un cambio de ciclo político a nivel internacional con respecto a la lucha de clases. Las trabajadoras y los trabajadores del magisterio comienzan a cumplir el papel que el año pasado tuvieron las enfermeras, sumándose los universitarios, grupos de trabajadores petroleros en Anzoátegui, entre otros sectores. Por eso es que decimos que este incipiente proceso de lucha que, si bien por el momento no es a nivel de masas, debe ponerse a tono con esos vientos de la lucha de clases a nivel latinoamericano, para que de una vez por todas pueda ocupar el escenario político con sus demandas fundamentales, que permitan elevarse en el plano político para poder luchar por dar una salida progresiva frente a la catástrofe imperante. Pero el camino no está despejado, las burocracias sindicales que jugaron el papel criminal a comienzos de enero se encuentran activas y actuantes, como veremos a seguir.
El campismo político y las burocracias sindicales frenando y/o desviando los procesos de lucha
La debacle derivó en sinuosas situaciones para la clase trabajadora en las luchas por sus reivindicaciones. Si bien los niveles de sindicalización de los trabajadores y las trabajadoras en Venezuela son bajos, las burocracias sindicales han venido jugando un papel importante a la hora de contener o desviar los procesos de luchas, o llevar a los trabajadores hacia uno u otro sector de los grandes factores de poder.
Es que la fuerte polarización política que ha venido existiendo en el país, prácticamente una lucha de campos entre gobierno y oposición, ubica a estas burocracias sindicales en uno u otro bando, sobre todo en los momentos de gran tensión política. Si es claro el rol de la burocracia ligada al gobierno a los ojos de muchos trabajadores actuando tal cual funcionarios de Estado, suele ser más turbio el papel la burocracia ligada a la oposición que actúan en forma camaleónica y en perversa acción.
La burocracia sindical vinculada al gobierno, como brazo extensivo del aparato estatal, ha sido fundamental también para evitar cualquier proceso de lucha, actuando como defensor a rajatabla de las políticas gubernamentales y del régimen. La estatización de sindicatos o federaciones sindicales fundamentales como el de los petroleros, donde su presidente, Will Rangel de la FUTPV, hace funciones prácticamente de un Ministro sindical, similar papel el de la burocracia sindical gobiernera del sector universitario, el Metro de Caracas, el magisterio otras más que conforman la CSBT, haciendo peso en el control y disciplinamiento de los trabajadores allí donde actúan.
El caso del papel que juegan las burocracias sindicales vinculadas a los partidos de la oposición de derecha no es menor, sino también de igual envergadura. “Liberadas” de no ser parte del Estado, pero sí en consonancia con partidos patronales, empujan, a su manera, procesos de confrontación con el gobierno en cuanto le es funcional para su política, por lo que no es casualidad su mayor dinamismo en la administración pública, no así en el sector privado donde prácticamente pasan desapercibidas, allí no luchan, así se muestran claramente patronales. Estamos hablando de una burocracia ligada a una oposición que plantea todo un programa de la mano del FMI como privatizaciones masivas, desnacionalización de la economía, entreguismo, y que contempla incluso despidos masivos en el sector público, tarifazos en servicios esenciales del pueblo, en fin, todo un plan de ataque capitalista como está desarrollado en el Plan País.
Cuando comenzaron a surgir procesos de lucha, que si bien no arropaban al conjunto de la clase trabajadora como acontecía en el segundo semestre del 2018, con mucha preponderancia en el sector público, las burocracias sindicales en su amplia mayoría vinculados a los partidos de la derecha, se apresuraron con todas las armas y bagajes, llevando ese empuje tras la oposición cuando avanzaban en sus tentativas golpistas a partir de enero, haciéndoles creer que de la mano de dichos partidos verían una salida a su situación. Pero ante el fracaso de la oposición derechista la política de los sindicalistas solo consiguió provocar una mayor confusión entre los sectores que estaban luchando, desmontando uno de los primeros procesos que podría apuntar a un desarrollo mayor de la lucha de la clase trabajadora.
Devenido el fracaso y lejano el horizonte de ser los futuros funcionarios sindicales del hipotético gobierno autoproclamado, no les quedó más que renovar sus tácticas sindicales. Ahora, en momentos en que ha comenzado un cierto repunte de lucha de sectores de trabajadores, como lo es en el magisterio, enfermeras, trabajadores universitarios y nutridos grupos de trabajadores petroleros, entre otros, esta burocracia sindical se ha reactivado, reimpulsando sus brazos político-sindicales para incidir entre los trabajadores. Un ejemplo típico de esto es la corriente político-sindical Coalición Sindical, cuya figura más visible es Carlos Salazar –vinculada directamente a los partidos derechistas de Antonio Ledezma y María Corina Machado –, donde teniendo a su disposición aparato y medios de comunicación que le son afines buscan ser las caras visibles en cualquier concentración de protesta.
Más aún, desarrollan también el papel de buscar evitar que surja cualquier proceso que apunte a la independencia de clase. Por eso se “acercan” al espacio de articulación sindical Trabajadores en Lucha, donde consiguieron incidir en un sector del mismo que igual se prestó para sus maniobras políticas en aras de una supuesta “unidad de acción”, pero que en verdad encubría un rumbo a la formación de coaliciones política-sindicales bajo “tres o cuatro puntos mínimos”, impidiendo que apareciesen el surgimiento de polos de lucha que hiciesen avanzar a los trabajadores en la comprensión de sus enemigos a enfrentar, estableciendo jalones hacia la independencia política.
Es más que claro que los trabajadores necesitan la más amplia unidad frente a los ataques que sufre. Pero como he escrito en un reciente artículo:
(…) la clase trabajadora tiene la necesidad y el derecho de enfrentarse como un solo puño ante los ataques del gobierno y los capitalistas más allá de sus divisiones sociales, organizativas y políticas, y porque es a través de estas acciones donde los trabajadores avanzaran en hacer sus experiencias y clarificando al calor de la lucha con las distintas direcciones sindicales. Sin embargo, para aquellos que luchamos por la independencia de clase, tenemos una doble tarea, por un lado, en potenciar la unidad de las luchas en curso, y por el otro, combatir al calor de las luchas a aquellas direcciones de las burocracias sindicales que no son más que correas de transmisión de partidos patronales de la oposición, así como al gobierno. En estas peleas es necesario desarrollar las más amplias acciones unificadas, pero sin confundir los objetivos estratégicos con los de estas direcciones sindicales que al momento tienen a su frente los trabajadores, señalando permanentemente la independencia política respecto de las mismas y buscando desarrollar la experiencia de los propios trabajadores, para superarlas.
Sólo bajo esta óptica, en la situación compleja que afronta la clase trabajadora venezolana, es que se podrá avanzar para que el conjunto de los explotados no solo avance en enfrentar a uno de sus enemigos (el gobierno), mientras es presa de las burocracias sindicales que tributan para otros intereses patronales, representados en la oposición de derecha, sino que avance en enfrentar al conjunto de los capitalistas, incluyendo los Guaidó, María Corina, Voluntad Popular, etc., que hoy aplauden las represiones en Ecuador y Chile, y tienen listo un Plan País con medidas que son copia y calco de las que vienen intentando aplicar los gobiernos chileno y ecuatoriano, repudiados por las masas.
Poner a tono a la clase trabajadora con los vientos de la lucha de clases en América Latina
En dos artículos recientes en La Izquierda Diario, “En Venezuela, aunque no esté el FMI, con Maduro padecemos ajustes, paquetazo y represión” y “Frente al desastre de Maduro, la oposición vende como “solución” lo que hoy rechazan otros pueblos: el FMI y privatizaciones masivas”, escritos al calor de las jornadas revolucionarias protagonizadas por el pueblo de Ecuador y Chile, hemos puesto al descubierto el cinismo de Maduro y la demagogia sin par de la oposición frente a los acontecimientos latinoamericanos. El lector podrá encontrar allí los pormenores tanto de los niveles del paquetazo económico llevado adelante por el gobierno nacional, así como las distintas declaraciones con respecto Ecuador y Chile.
De lo allí abordado queremos resaltar aquí que, analizando los procesos que se abren en el continente:
(…) para Venezuela tienen una importancia particular, porque no es asunto sencillo que el país “se ponga a tono” con esa dinámica. Aquí, la crisis más profunda que haya vivido el país en su historia contemporánea, se ha expresado como el fracaso y la deriva antiobrera (incluso con políticas propias del neoliberalismo) de un proyecto que surgió como post-neoliberal, que se había asentado cuestionando al FMI, reivindicando la intervención del Estado para “regular” aspectos de la economía y afirmando el carácter público de determinadas “áreas estratégicas”. Por eso, ante la devastadora crisis que ha barrido violentamente con las condiciones de vida del pueblo, la derecha dice que hay volver, y de manera recargada, a las políticas del FMI y el neoliberalismo. Ante la inexistencia de alguna alternativa de peso a izquierda del chavismo, ante la falta de una oposición obrera y popular, es esta derecha –apoyada con todo por el imperialismo– quien acapara el espectro opositor, es por ahora la única fuerza política con capacidad de incidir en las movilizaciones, y son su “lectura” de la crisis, sus explicaciones y propuestas, las que tienden a tener en más calada entre la población.
De allí es que es necesario precisar a qué nos referimos cuando hablamos de la necesidad de que la clase trabajadora debe ponerse a tono con el curso de la lucha de clases que se abre en América Latina. En diversas concentraciones de trabajadores vemos cómo algunos sectores políticos de la izquierda afirman que en Venezuela tenemos que seguir el ejemplo de los pueblos de Ecuador y Chile, pero reducen tal afirmación a la movilización de masas en sí, como llamado a movilización, lejos de indicarle a los trabajadores las demandas fundamentales por las que están luchando dichos pueblos. No se trata solamente de movilizarse, sin levantar un claro programa o plan de acción de lucha. En Venezuela no solamente se trata de enfrentar al gobierno de Maduro obviando al otro gran sector político, el de la oposición, que incluso continúa autoproclamándose “gobierno encargado” con un supuesto “Presidente interino”, Juan Guaidó.
Si Maduro, sin necesitar del FMI para hacerlo, ya es un claro aplicador de planes de ajuste, la oposición de derecha constituye en su conjunto los verdaderos Lenin Moreno y Piñeras venezolanos, justamente a los que están enfrentando las masas ecuatorianas y chilenas. Por tanto, seguir el ejemplo de los pueblos de Chile y Ecuador, no solamente es movilizarse contra el gobierno de Maduro, sino también enfrentar desde el vamos a esta derecha que defiende a esos gobiernos y aplaude la represión en estos países. Por eso es que, seguir el ejemplo y ponerse a tono con los procesos de la lucha de clases en curso, es impulsar una política que también enfrente a los Piñera venezolanos, que de manera demagógica dicen estar a favor del pueblo aquí, pero llaman al uso de las tanquetas en Chile y Ecuador. Sin ser gobierno aún, ya anticipan claramente qué política tendrán cuando el pueblo les salga a enfrentar tras la aplicación de sus planes de la mano del FMI y el imperialismo, de allí el silencio frente a la brutal represión y los asesinatos.
Ya vimos cómo incluso la oposición, en nombre de Juan Guaidó, hace un llamado para el 16 de noviembre frente a las manifestaciones que llevan adelante los profesores del magisterio nacional, una vez más buscando embaucar al pueblo. Ya hay sectores de la burocracia sindical vinculados a sus partidos que están atendiendo a su llamado, buscando llevar una vez más a los trabajadores tras estos personeros tal como lo hicieron durante el primer cuatrimestre del año. Por eso es que, como escribimos más arriba, el enfrentar a los Piñera venezolanos implica también combatir en el seno de la clase trabajadora a sus brazos sindicales que, si bien se mueven en cuanto enfrentan a Maduro en reivindicaciones parciales, lo hacen para abonar el terreno para los partidos de esta oposición. Por eso se llenan la boca contra Maduro y su política represiva, pero no dicen absolutamente nada cuando la oposición aplaude lo que hacen los gobiernos de Ecuador y Chile.
Así las cosas, hay una disputa por el sentido que se le imprime a las luchas en Venezuela, que va más allá de levantar una u otra reivindicación específica correcta, hay planteada una disputa programática y política, es decir, por la perspectiva más de conjunto en función de la cual se dan luchas: si para salir del desastre actual, los trabajadores, jóvenes y sectores populares del país vamos a tener una perspectiva más proclive a la del FMI como propone la oposición de derecha, o más cercana a la de los jóvenes y pueblos de Latinoamérica que enfrentan esas políticas.
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