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Red Internacional
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La ciudad. Víctima de la gentrificación: San Telmo rinde homenaje a su almacenero “Bolívar”

Falleció un pequeño comerciante del barrio que fue despojado de su almacén: no le renovaban alquiler. Vecinos montaron espontáneamente un santuario en la entrada. Arlt y la “tristeza del almacenero”.

Augusto Dorado

Augusto Dorado @AugustoDorado

Domingo 1ro de septiembre 00:00

A la derecha de la foto, al lado de la entrada al mercado en Defensa al 900, el almacén de Bolívar: un cliente se toma tiempo para una charla, no era solamente comprar.

A la derecha de la foto, al lado de la entrada al mercado en Defensa al 900, el almacén de Bolívar: un cliente se toma tiempo para una charla, no era solamente comprar.

En un rincón de la calle Defensa al 900, en la manzana del Mercado de San Telmo, todavía resiste una especie de santuario espontáneo que algunas personas amigas y vecinas del barrio erigieron sin planificarlo con el fin de expresar la tristeza de tener que despedir a un personaje que parecía haber estado siempre allí. Bolívar o “El Boli”, como se conocía al hombre que atendía su antigua despensa en esa cuadra, falleció en la madrugada del pasado jueves 22 de agosto. Ese mismo día a la tarde se esparció la noticia por redes sociales –entre vecinos, de boca en boca- y también por redes virtuales: en un posteo de Facebook alguien desarrollaba una hipótesis firme sobre las causas. “Anoche falleció Bolívar, quien tenía el almacén al lado de la entrada del mercado de San Telmo sobre la calle Defensa. Un hombre bueno, laburador, respetuoso, siempre con buena onda. Después de cuarenta y largos años alquilando el local, hace aproximadamente un mes, no le renovaron contrato y se vino abajo. Indignado”, escribió Leandro.

Ya por la noche de ese jueves, las persianas del que fuera el negocio de Bolívar se habían transformado en un altar improvisado para homenajearlo: ofrendas florales y velas, el dibujito de una rayuela que finalizaba en el cielo -destino que todo el mundo imagina seguro para el viejo almacenero-, carteles con leyendas como “Bolívar falleció. Se fue nuestro almacenero del barrio. Siempre un saludo, una alegría. Todos tengamos su recuerdo, nos va a faltar en el barrio. Descansá en paz, amigo Boli”; o aquel otro que se explaya más sobre las causas que golpearon al tendero: “Hoy es un día triste para los que te conocimos, fiel amigo, compañero de años. El dejar tu lugar de trabajo no lo pudiste soportar, te robaron el corazón. Dios tenga misericordia, hoy te fuiste con Dios. QEPD”.

Justo al día siguiente (viernes 23), por esas raras casualidades del destino, la periodista Agustina Larrea publicaba en su newsletter Mil lianas la novedad de que la Universidad de Lanús (la UNLa) está realizando un exhaustivo trabajo de publicación de las Aguafuertes completas de Roberto Arlt que compila la casi totalidad de la obra periodística del autor de El Juguete Rabioso. Está insertado un link al primer tomo de esta obra que reúne notas de mayo y agosto de 1928. Hay una –del 18 de julio de ese año- que se titula “El almacenero retirado es un hombre triste” en la que pareciera que Arlt está apoyando casi un siglo antes la hipótesis sobre las causas que todo San Telmo intuye que son las que derribaron la salud de Bolívar: “Lo hemos observado detenidamente. Sienten la nostalgia del mostrador, la nostalgia de la dulce caja donde de continuo entraban moneditas y monedones, sufren acordándose de la época en que lozanos, con una blusa blanca atendían el escritorio a la vez que vigilaban el pollo a lo spiedo que circulaba entre alegres llamas. (…) Saludan al dueño, y tristemente, aburridos, enfermos de inacción se quedan mirando todo eso que no les pertenece, con la misma soterrada angustia de un hombre que mira retratos de novias que ha tiempo murieron. (…) el canto de los pájaros que tanto le apetecía cuando no había vendido el almacén, le enferma ahora de tristeza”. Aunque el escritor habla de almaceneros con una posición económica mucho más acomodada y pese a que Bolívar fue desterrado (no vendió su negocio como el sujeto del relato) parecen palabras escritas para describir lo que ocurrió con él.

Apenas dos días antes del suspiro final del almacenero, circuló por algunos medios la noticia del inminente desalojo de Betty, la señora que hace 3 décadas vende empanadas caseras en un negocio de Carlos Calvo al 400, justo al lado de otra de las entradas del Mercado de San Telmo. Betty es Beatriz Cobrero, una señora que a pesar de lidiar con una discapacidad es el alma de ese negocio que atiende junto a su nieta Bárbara. “Acá siempre vienen chicos a comer algo, pero sobre todo para hablar con ella: le cuentan sus cosas, le piden consejos; y ella los escucha con amor y les da consejos. No es simplemente una comerciante más”, declara Bárbara al diario Infobae. Su historia primero se viralizó en Twitter y luego llegó al noticiero de América, en la tele abierta. Se enteró todo el barrio de que para este 3 de septiembre Betty debe exiliarse porque los dueños de la manzana que incluye a ese local no piensan renovarle contrato. ¿Los motivos? Simplemente porque “no da con el perfil” que buscan para la “puesta en valor” de lo que se está transformando en un “polo gastronómico” de comercios “gourmet” y “boutique” para turistas con dólares o euros. Quién puede saberlo ahora, pero es probable que esa noticia le haya dado el puntazo fatal al corazón de Bolívar.

El negocio estaba congelado en el tiempo: en la vidriera, entre banderines de Peñarol y algún muñeco medio cachuso, se exhibían sin ninguna lógica de márketing botellas y productos que pasaban largas temporadas ubicados en el mismo lugar. Era como un museo que preservaba lo que fue el Mercado de San Telmo durante gran parte del siglo XX: el sitio en el que se arremolinaban verdulerías, carnicerías, pescaderías, a las que acudía gente de otros barrios porque era más barato. Un mercado que en los años ´50 se había expandido hacia la Plaza Dorrego (la de Defensa y Humberto I) donde el tano migrante abuelo de este cronista tuvo un puesto de frutas en el que no vendía bananas porque a él no le gustaban (“Vaya a otro negocio, señora”). En este 2024 esa plaza está copada por un “panóptico” policial en su centro que afea el paisaje para los bares y cervecerías que la rodean, además de que irrumpe como un fuerte símbolo de vigilancia (o de lo vigilante, mejor dicho). El almacén de Bolívar era un refugio de aquel San Telmo histórico, un lugar de resistencia.

El almacenero Bolívar -de camisa celeste- en la puerta de su comercio.
El almacenero Bolívar -de camisa celeste- en la puerta de su comercio.

Así como en la película La Historia Sin Fin, un lugar de ensueño –Fantasía- era arrasado por “la Nada” que avanzaba como un tifón, una ola gentrificadora –que si tuviera materialidad sería de queso cheddar y “bacon”/panceta- desplaza los lugares que le dan personalidad a los barrios para regar sobre tierra arrasada una miríada de espacios en todos lados iguales: que un Freddo, que un Starbucks, que un Mostaza, que un Mc Donald´s, todos con sus “take away”. En San Telmo, eso sí, se da la singular invasión de comercios de venta de alfajores “gourmet” para turistas: en solo 3 cuadras de Defensa –entre Independencia y el pasaje Bethlem- hay 7 (¡Siete!) de esos, uno idéntico al otro. Hasta los barrios con más historia como San Telmo ven cómo se va difuminando su identidad ante la lógica comercial impulsada por el negocio inmobiliario en acuerdo con el Gobierno de la Ciudad de turno. La Asamblea de San Telmo nacida entre cacerolas el pasado diciembre, incorporó la preocupación por este problema: está desarrollando un mapeo sobre los lugares que se van perdiendo y los que está planteado defender y preservar ante este proceso urbanístico por el que los barrios pierden el alma porque avanzan los “no lugares” como definió el antropólogo Marc Augé.

A casi 10 días de la despedida a Bolívar, el altar espontáneo sigue ahí. Quien por allí pasa, incluyendo a las y los turistas, se para a leer los mensajes. Ningún empleado municipal se anima (todavía) a tocarlo, o tal vez removerlo no esté entre sus deseos prioritarios. Es la expresión de un San Telmo que se resiste a sucumbir ante un mundo en el que está todo a la venta, pero al que le resulta imposible comprar humanidad y sentimientos.