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Vuelve la lucha de clases en Europa a un año de la guerra de Ucrania

Santiago Lupe

Vuelve la lucha de clases en Europa a un año de la guerra de Ucrania

Santiago Lupe

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Termina una semana en la que, definitivamente, la lucha de clases ha vuelto a Europa. La mayor huelga en décadas en Reino Unido y la segunda jornada de paro y movilizaciones en Francia contra la reforma de las pensiones de Macron, corroboran una tendencia que comenzó el año pasado con las olas de huelgas por salario en Países Bajos, Alemania y el mismo Reino Unido. En el Estado español el principal fenómeno se viene produciendo entre las trabajadoras y trabajadores sanitarios.

Este retorno del movimiento obrero preocupa a los distintos gobiernos. No solo por las medidas de fuerza en sí, sino porque su motor es una pauperización salarial y un enfriamiento económico cuya razón de fondo es, nada más y nada menos, el giro que se produjo en la situación mundial con el inicio de la reaccionaria invasión rusa de Ucrania hace casi un año y la respuesta de la OTAN.

La posterior escalada de sanciones económicas del imperialismo europeo y norteamericano, junto a los planes de rearme y la involucración indirecta en el conflicto con el envío de armas, ha traído como consecuencia una crisis energética e inflacionaria no vista desde la década de los 70. Las medidas monetarias, que han llevado ya los tipos de interés del BCE al 3%, contribuyen a los escenarios de inflación que agravaran la situación.

El imperialismo europeo no se puede permitir quedar atrás en la carrera entre grandes potencias que aparece en el horizonte para las próximas décadas ¿Aceptarán los pueblos de Europa, y en particular la clase trabajadora del continente, el precio a pagar por esto? Parece que, aun con desigualdades y contradicciones, la respuesta es no.

¿Con qué programa y con qué estrategia pueden ganar las actuales luchas? ¿Pueden ser un punto de apoyo para quebrar los planes de los Estados imperialistas que amenazan con nuevas y peores guerras en un futuro no tan lejano? Estas dos cuestiones son las que queremos tratar en el siguiente artículo.

Francia y Reino Unido a la cabeza de un nuevo ciclo de luchas con el movimiento obrero en el centro

El pasado martes cerca de 3 millones de personas participaron de cientos de manifestaciones celebradas por toda Francia contra la reforma jubilatoria de Macron, en una nueva jornada de huelga de 24h. Las protestas se extendieron territorialmente, impactando tanto en los centros urbanos como en la periferia, sumaron a un extenso abanico de las clases populares e incorporaron con fuerza a la juventud y el movimiento estudiantil.

Esta amplitud refleja que la lucha está aglutinando malestares que van más allá del rechazo a la reforma jubilatoria, e incluyen cuestiones como la mejora de las pensiones, la anticipación a los 60 o 55 años del retiro para las profesiones más duras, el aumento de salarios o el fin de la subcontratación y las condiciones penosas de trabajo. La alta participación de sectores precarios, feminizados y racializados como la logística o la limpieza fue una buena expresión de ello.

Hay que remontarse hasta octubre de 2010 para encontrar cifras de movilizaciones tan masivas. Además, en las jornadas previas se han vuelto a ver acciones radicalizadas y que muestran el potencial de la clase trabajadora para resolver los problemas de otros sectores populares arruinados, como la de los trabajadores de la producción eléctrica suministrando energía gratis a los pequeños panaderos abocados a cerrar por el aumento de la tarifa de la luz.

Solo un día después, el miércoles, Reino Unido vivió la mayor huelga desde hace décadas, con la confluencia de paros en sectores como la educación, la sanidad, el transporte público, los ferrocarriles o las y los empleados públicos.

La principal demanda sigue siendo, desde finales del curso pasado, la subida salarial del 14% que permita recuperar lo perdido con uno de los IPC más desatados de Europa, que cerró 2022 en un 10,4%. A esta demanda central cada gremio agregó otras reivindicaciones específicas de su sector.

El apoyo social a las movilizaciones se mantiene en cuotas de entre el 43% y el 59%, según una encuesta publicada por el diario Político. Una cifra alta, tomando en cuenta que estamos ante la conflictividad más prolongada de toda Europa, y con acciones con afección directa en la vida de millones de personas.

En la manifestación de Bristol la participación de niños y niñas con sus familias en apoyo a los docentes en huelga fue muy significativa. El diario The Guardian recogía el testimonio de los padres de Jago, de diez años, y Casper, de cinco: “Saben que no pueden simplemente tener una barra de pegamento cuando la quieren. Los recursos que tienen son limitados. Estos dos estaban ansiosos por venir. Aman la escuela, aman a sus maestros y querían apoyarlos”.

El gobierno conservador de Rishi Sunak sigue firme en la negativa a ceder en las demandas salariales, con ofertas que supondrían la pérdida de entre 5 y 7 puntos de poder de compra. Además, ha declarado la guerra al derecho de huelga, con la propuesta de una ley que impondrían servicios mínimos obligatorios, cuyo incumplimiento podría convertir en ilegales los paros de actividad y exigir compensaciones millonarias a los sindicatos.

El fantasma de la lucha de clases vuelve a recorrer Europa

Las actuales luchas obreras que empiezan a recorrer el continente muestran la potencialidad enorme que un combate de la clase trabajadora, detrás de un programa que unifique a todos sus sectores y otros sectores populares oprimidos o arruinados, tendría para poder derrotar los planes de hacerle pagana de la crisis.

Al mismo tiempo, y más allá de los objetivos inmediatos de estas luchas actuales, este retorno de la lucha de clases y el movimiento obrero en particular, devuelve a escena al principal sujeto que podría servir de dique a la escalada emprendida por los países de la UE y la OTAN, si se logra superar la separación cultivada por gobiernos y burócratas sindicales entre los problemas sociales y la política imperialista que los genera.

Por eso es fundamental que alguna de estas luchas consiga ganar para empezar a cambiar la relación de fuerzas, así como apostar a que surjan sectores de la clase trabajadora que comiencen a adoptar una perspectiva y un programa antiimperialista en las actuales huelgas y movilizaciones por el salario o en defensa de los servicios públicos, sumando a las reivindicaciones cuestiones como el rechazo a los presupuestos militares.

Algo así podría hacer que la hasta ahora ausencia o debilidad de un fuerte movimiento contra la guerra y la escalada militarista en el viejo continente, encontrase en el movimiento obrero la espita por donde empezar a revertirse. Solo de esta manera, el horizonte al que nos abocan los diferentes Estados de nuevas crisis y guerras, podría conjurarse.

Las burocracias sindicales se esfuerzan para contener o derrotar el proceso

Justamente por esto es que las direcciones burocráticas de los grandes sindicatos, en cada país, tratan de evitar que la clase obrera entre en escena, o cuando esto es incontenible, evitar que las luchas obreras adquieran una dinámica propia que pueda desatar un desafío inasumible para sus gobiernos y Estados.

En Francia, las direcciones de los grandes sindicatos, agrupadas en la Intersindical, se niegan a plantear un programa que recoja las demandas de los distintos sectores y un plan de lucha que vaya más allá de las jornadas de lucha aisladas y espaciadas en el calendario, para presionar al Parlamento y evitar la aprobación de la nueva norma. Convocan nuevamente a dos jornadas de movilización para el 7 y el 11 de febrero.

Hasta el momento el movimiento sigue dirigido desde arriba por la Intersindical. La France Insumise de Melenchon se pliega a esta política y en las universidades trabaja para impedir que el movimiento estudiantil confluya con las protestas obreras, proponiendo jornadas distintas de movilización.

Sin embargo, en algunos sectores de las refinerías, la producción eléctrica o los ferrocarriles, hay federaciones sindicales que se han mostrado partidarias de avanzar hacia una huelga renovable. Una perspectiva que, como vienen planteando nuestros compañeros de Révolution Permanente, no puede separarse de desarrollar instancias de autoorganización y coordinación para imponérsela a las direcciones burocráticas, y de ampliar las demandas del movimiento para incorporar al conjunto de los sectores de la clase, incluyendo los más explotados.

En el Reino Unido, el enorme descontento y esta oleada de protestas viene siendo gestionado por las direcciones sindicales agrupadas en la Trade Union Congres. A pesar del histórico golpe al salario y de la amenaza que se cierne sobre los derechos sindicales, vienen apostando por mantener las luchas divididas por sectores y negándose a convocar una jornada de huelga general que las unifique.

Las medidas de protestas que votan las y los trabajadores, así como las acciones de solidaridad, demuestran que hay de donde partir para pelear por la unificación de esta sucesión de luchas en una gran movilización unificada, dirigida desde la coordinación de asambleas e instancias de autoorganización, que sea capaz de torcerle el brazo al quienes pretenden emular a Thatcher para imprimir una fuerte derrota.

El Estado español: cuando la burocracia sindical se convierte en ministro sin cartera del gobierno

Si hay una burocracia sindical que se destaca por su carácter antiobrero es la que hoy dirige las dos grandes centrales españolas UGT y CCOO. En 2022 fueron, junto a la patronal, los principales avaladores de la reforma laboral de Unidas Podemos que vino a consolidar la herencia precarizadora de las del PP y PSOE.

Ante la crisis de la inflación “amenazaron” con ir a un otoño caliente. Pero su reivindicación era tan mínima - una subida del 3,5% frente a 10% de inflación - que ya dejaba ver que lo dejarían pasar sin apenas combate. Al final 2022 cerró con una subida salarial de 2 puntos de media, frente a un 6% de inflación.

Su política de contención del malestar sirve al gobierno “progresista” y a la vez se sirve de este. El grado de complicidad entre el Ejecutivo y las direcciones sindicales es tanto que estatas parecen en ocasiones un ministro más del gobirno de coalición. El papel de Unidas Podemos y el PCE desde el ministerio de Trabajo, pero también el de los sectores más separados de Yolanda Díaz como Pablo Iglesias, es fundamental para entender su rol pasivizador. La lógica del “mal menor” para justificar el respaldo al gobierno alimenta la política de esta burocracia para desalentar la movilización o mantenerla en un nivel de luchas aisladas y de suave presión exclusivamente sobre la patronal.

En las últimas semanas, se viene extendiendo un movimiento cada vez mayor entre las trabajadoras y trabajadores sanitarios. Huelgas en la atención primaria, la enfermería o toda la sanidad - como en el caso de Catalunya - que cuentan con un enorme respaldo social, como han demostrado las masivas manifestaciones en Madrid, con cientos de miles de personas en la calle.

Las direcciones de CCOO y UGT no han tomado ni una sola medida de apoyo a las huelgas y movilizaciones. Por su parte, los sindicatos corporativos del sector trabajan por mantener las luchas parcializadas por territorios y categorías.

Para que logren ganar es clave en primer lugar lograr la unificación de la misma, apuntando a huelgas de todo el sector y la perspectiva de una huelga general de la sanidad a la que se puedan sumar otros servicios públicos, como la educación.

La autoorganización en los centros de trabajo y la alianza con las y los usuarios, es clave para conseguir superar el corsé que imponen unas y otras direcciones sindicales. De igual forma que el desplegar un programa de fondo para la crisis del sistema sanitario que pase por un aumento del 25% del Presupuesto, el fin de toda gestión privada y las externalizaciones, en la perspectiva de nacionalizar la privada y crear una red pública única.

Un movimiento así de defensa de la sanidad pública demostraría que hay alternativa a la política de las direcciones de CCOO y UGT, abriendo la posibilidad para que otros sectores de trabajadores pudieran empezar a salir a la lucha.

Combatir el brazo de los Estados imperialistas en las filas obreras para detener la escalada guerrerista

Pero lo más pérfido y el otro gran punto en común entre las diferentes burocracias nacionales, es como están actuando como un verdadero brazo del Estado para velar celosamente por que las huelgas y el malestar obrero no se ligue a un cuestionamiento a la política imperialista de sus respectivos gobiernos.

Al mismo tiempo que la inflación se come los salarios de toda Europa, se preparan brutales ajustes contra las pensiones o la sanidad pública está desfinanciándose en todo el continente - se prevé que pase de una media del 7,6% del PIB en 2020 al 6,7% en 2025-, están en marcha agresivos planes de rearme imperialista y una reordenación de la política exterior en clave guerrerista, como quedó plasmado en la cumbre de la OTAN de junio o ahora con el anuncio del envío de tanques a Ucrania.

Si tomamos los tres países de los que venimos hablando, su gasto militar se ha disparado en los últimos meses. Francia acaba de anunciar un aumento del 30% de su presupuesto militar, unos 100.000 millones extra al año. Reino Unido anunció en septiembre un plan para duplicar su gasto total de aquí a 2030. El gobierno “progresista” del Estado español incrementó el gasto un 26% en los Presupuestos para 2023, alcanzando una cifra récord. Una carrera de gasto militar que sigue la senda comenzada por Alemania, con el fondo especial de 100 mil millones aprobado al inicio de la guerra.

El cuestionamiento de estos planes tiende a cero de parte de las direcciones sindicales, que han sido parte en los hechos del apoyo a sus respectivos gobiernos en la escalada iniciada hace ahora un año. A lo más que han llegado ha sido a algunos cuestionamientos parciales de lo abultado del gasto en comparación con otras partidas presupuestarias.

Aunque es evidente que los miles de millones que se invertirán en tanques, obuses y fragatas, se sacarán de hospitales, escuelas y prestaciones sociales, la razón por la que la clase trabajadora debería oponerse a esta carrera no es solo esta. Detrás de estos planes están las razones de fondo que explican la presente crisis inflacionaria, la cada vez más agresiva política del imperialismo europeo en sus zonas de influencia - como el norte de África o Europa del Este - y las tendencias a un escenario mundial en el que las perspectivas de nuevas y peores guerras entre potencias se hace menos lejana cada día.

Pelear también contra el rol de agentes de su propio imperialismo de estas burocracias sindicales es, por lo tanto, una cuestión de primer orden, casi de supervivencia, al mismo tiempo que se plantea una política para unificar a la clase obrera y desarrollar la autoorganización. Solamente con la enorme fuerza del coloso que representa la clase trabajadora europea, que estos días da muestra de su potencial, podremos detener la pauperización salarial y la maquinaria belicista puesta en marcha por los Estados imperialistas del continente.

Los proyectos neorreformistas como los de Melenchon se demuestran totalmente funcionales a la burocracia sindical, igual que Podemos que, además, es parte del gobierno de la cuarta potencia de la UE y miembro de la OTAN.

Por eso, este combate contra estas falsas direcciones del movimiento obrero es parte de la pelea por refundar una izquierda revolucionaria en el Viejo Continente y pelear por la construcción de partidos obreros revolucionarios, que pongan en el centro la intervención en la lucha de clases y la fusión con los mejores sectores de nuestra clase que den estos y futuros procesos. En esta tarea ponemos nuestros esfuerzos quienes impulsamos Révolution Permanente en Francia, el grupo RIO en Alemania, la FIR en Italia y la CRT en el Estado español.


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Santiago Lupe

@SantiagoLupeBCN
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.