El pasado domingo murió Linda Brown en Topeka, Kansas. Hace 68 años protagonizaba uno de los hitos contra la discriminación racial en Estados Unidos. Recordamos su historia, que desnuda un problema social estructural y una lucha que no pierde actualidad.
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Desde finales del siglo XIX y hasta la erogación del Acta de los Derechos Civiles en 1964, las leyes Jim Crow establecían legalmente la discriminación racial en los estados del sur de Estados Unidos y propugnaban el status “separados pero iguales” para los afroamericanos. En el ámbito de la educación, esto representó la instauración de establecimientos divididos según color de piel, a partir del fallo Plessy vs. Ferguson de 1896.
Ir a la escuela representaba una odisea para Linda Brown, mujer y negra, nacida en Kansas a principios de la década del ‘40. La niña debía recorrer largos tramos para estudiar. “Cuando venía el invierno, la caminata era muy fría. Recuerdo eso. Recuerdo caminar con las lágrimas congelándose en mi cara porque estaba llorando”, contaría posteriormente.
Como parte de una campaña de protesta impulsada por la Asociación Nacional para el Avance de Personas de Color (NAACP), su padre, Oliver, quiso inscribirla en un instituto que era “solo para blancos”. Doce familias más siguieron su camino y todas se toparon con el rechazo. Corría el año 1950.
A raíz de estos hechos, la NAACP presentó el litigio Brown contra la Cartera de Educación. En un histórico fallo de 1954, por decisión unánime (9-0), la corte dictaba la inconstitucionalidad de la segregación escolar. Faltaban diez años y una intensificación del movimiento por los derechos civiles para que la legislación Jim Crow fuera derogada en su conjunto, pero el caso fue icónico. Como luego lo sería Rosa Parks o, antes de ella, pioneras como Ida B. Wells, Linda Brown se convertía en un símbolo de lucha.
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La poetisa y activista Maya Angelou, quien nació catorce años antes que Linda, compartió aquella infancia marcada por la opresión. En su autobiografía Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado relataba que la exclusión era tal, que los negros “ni siquiera podían comprar helado de vainilla a menos que fuera 4 de julio”. ¿Cuánto cambió desde ese entonces?
En 2010, Michelle Alexander escribió el libro El nuevo Jim Crow: encarcelación masiva en la era ‘que no ve colores’. Allí la autora plantea la existencia de una política de destrucción hacia las comunidades negras, dentro del cual la reclusión sistemática juega un rol fundamental. Alexander afirma que esta persecución institucionalizada golpea más fuerte a la población que las propias normativas Jim Crow.
Sobre este punto también versa el documental 13th dirigido por Ava DuVernay, que explora la “intersección entre raza, justicia y encarcelación masiva en los Estados Unidos”. Su título refiere a la Decimotercera enmienda de la Constitución norteamericana, la cual prohibía la esclavitud salvo como castigo por un crimen. Persiguiendo esta línea, la cineasta muestra el matrimonio entre capitalismo y racismo. El lobby de armas y el aprovechamiento del trabajo gratuito (esclavo) en las prisiones por parte de firmas como Victoria Secret exponen la realidad tras el “sueño americano”.
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Aunque no es abarcado en el filme, las escuelas también forman parte de este aceitado mecanismo. Muchos expertos hablan de una “conexión escuela-prisión” (school-to-prison pipeline o SPP), que representa la encarcelación de jóvenes pobres como producto de duras reglamentaciones escolares y municipales en ciertos distritos. Mientras entre 1999 y 2007 el porcentaje de estudiantes blancos reprendidos descendió, los estudiantes negros afectados por reglamentaciones de “tolerancia 0” o “antidisturbios” aumentaron en un 12%. Actualmente, más del 60% de la población carcelaria total es negra.
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La farsa de una política colorblind (“ciega de colores”) que se pretendió instalar es discordante con un sistema basado en la explotación y la marginación, donde las “minorías raciales” siguen siendo las más perjudicadas. La matanza de afroamericanos pobres durante la era Obama así como los ataques durante la presidencia de Trump terminaron con la ilusión “posracial”. Las peleas del pasado –entre ellas, la de Linda y su familia- mantienen toda su vigencia. Sólo la movilización en las calles puede hacer frente a un sistema que se nutre de sangre trabajadora y negra.
Como escribía Angelou:
De las barracas de vergüenza de la historia
yo me levanto
desde el pasado enraizado en dolor
yo me levanto
soy un negro océano, amplio e inquieto,
manando
me extiendo, sobre la marea,
dejando atrás noches de temor, de terror,
me levanto,
a un amanecer maravillosamente claro,
me levanto,
brindado los regalos legados por mis ancestros.
Yo soy el sueño y la esperanza del esclavo.
Me levanto.
Me levanto.
Me levanto. |