Vida y obra del fallecido exintendente de Pinamar, quien había construido a lo largo de seis mandatos un poder mayúsculo lleno de amistades espesas y denuncias varias.
Para muchos de los que habitan la Costa Atlántica, marzo es el último mes de la temporada. Para Blas Altieri, además, fue el último de su vida: el exintendente de Pinamar falleció el sábado 31 pasado como consecuencia de un cáncer de páncreas con el que venía lidiando desde hacía quince años.
Altieri nació el 16 de mayo de 1949 en Foggia, una ciudad del sur italiano cercana a Nápoles, motivo por cuál durante el resto de su vida muchos lo llamaban “Biaggio”, tal su nombre en el idioma de origen. Sin embargo su tierra por adopción fue Pinamar, donde se estableció en 1951, mucho antes de edificar un poder sin equivalencias en todo el corredor atlántico.
Solo abandonó Pinamar para irse a estudiar Derecho a la Universidad de Buenos Aires, donde se recibió de abogado en 1973. Allí tuvo su primera experiencia política participando en una agrupación estudiantil llamada Eva Perón.
A pesar de que solía decir que en esos años porteños había acuñado una fuerte simpatía por el peronismo, la estructura política que lo convirtió en un verdadero cacique de la costa bonaerense fue el Movimiento Unión del Partido de Pinamar. El sello vecinalista había sido fundado por el propio Altieri en 1982, cuando aún faltaba un año para el restablecimiento democrático, y cuatro después de que su localidad lograra la autonomía de Madariaga, la ciudad rural a la que pertenecía. Una concesión que el general Ibérico Saint Jean (primer gobernador de la provincia de Buenos Aires durante la última dictadura) había hecho por miedo a la “infiltración de células marxistas”, tal como décadas más tarde se pudo saber gracias a archivos de la Dirección de Inteligencia Bonaerense desclasificados por la Comisión Provincial por la Memoria.
El primer éxito de Altieri en las urnas de Pinamar se produjo en 1985, cuando fue electo concejal por el MUPP. El triunfo de un partido vecinalista significó toda una rareza en tierras bonaerenses, donde los comicios de aquel año habían sido prácticamente dominados por dos corrientes peronistas: el Partido Justicialista orgánico, liderado por el cuestionado Herminio Iglesias, y el Frente Justicialista Renovador, con Antonio Cafiero a la cabeza.
Altieri revalidó su banca en el Concejo Deliberante pinamarense en 1989, año en el que además fue elegido presidente del cuerpo, aunque interrumpió su mandato a la mitad para dar su gran salto en la política doméstica una vez que fue consagrado intendente en 1991.
La del ’90 fue la década dorada de Altieri, quien vio crecer no sólo su capital político sino también patrimonial, producto de la diversificación de actividades comerciales que iban desde los negocios inmobiliarios hasta la venta de materiales para la construcción a través de ITAR, su empresa angular. Dos rubros que le valieron numerosas denuncias a partir de la sospecha de que triangulara fondos entre las esferas pública y privada para beneficio personal.
En ese sentido, durante su primer mandato Altieri basó el crecimiento de Pinamar en la presencia de capitales de toda índole. Rápidamente comenzaron construirse sobre Bunge (la avenida principal bautizada con el apellido del fundador de la ciudad y amigo personal del mandatario) numerosos edificios, mientras que en el frente costero proliferaron exclusivos paradores patrocinados por poderosas marcas multinacionales. El deseo era hacer de Pinamar una ciudad turística para el segmento ABC1 capaz de competirle mano a mano a Punta del Este.
Así fue como las playas de la localidad empezaron a llenarse de empresarios, políticos y personajes varios de la farándula que aparecían fotografiados en diversas revistas. Pinamar se había convertido en el epicentro veraniego de la “pizza con champán” como estilo de vida durante el gobierno de Carlos Menem, con quien Altieri mantenía una profunda amistad.
“En el ’90 teníamos glamour, la pasábamos bárbaro. No sé si fue bueno o malo, pero teníamos un Presidente que nos hacía cagar de risa”, le confesó el exintendente a Noticias, la revista que le asestó el primer golpe al que hasta entonces lucía como un inexpugnable poder entre médanos generosos para los negocios.
Ocurrió el 25 de enero 1997, cuando apareció asesinado José Luis Cabezas, fotógrafo de aquella publicación. El episodio ubicó la culpabilidad en Alfredo Yabrán, empresario molesto por una imagen tomada por Cabezas en la playa de Pinamar y quien se suicidó un año después sin ser condenado. El caso destapó una red hedionda de dineros, complicidades y abusos policiales, aunque Altieri nunca negó su amistad con Yabrán e incluso lo defendió hasta el final de sus días. “Para mí, Alfredo era inocente. En mi opinión personal creo que sus custodios se pasaron de rosca y quisieron quedar bien con el jefe, que ni les había pedido eso”, le dijo el exintendente pinamarense en enero pasado al diario Perfil en lo que fue su última entrevista.
A pesar de este cimbronazo, “Biaggio” siguió enhebrando reelecciones hasta que en 2007 sucedió lo que nadie imaginaba: ver a Altieri derrotado en las urnas. La irrupción la logró Roberto Porreti, quien lo venció con la boleta del Frente Para la Victoria por apenas 200 votos. El margen de triunfo de Porreti fue tan estrecho como su mandato, el cual duró apenas tres meses. Una cámara oculta lo había involucrado en un pedido de coimas para habilitar Ku, el emblemático boliche pinamarense vinculado al abogado Víctor Stinfale que, curiosamente, permanece cerrado desde hace tres temporadas por causas no del todo claras.
Una vez destituido Porretti por el Concejo Deliberante local, la intendencia de Pinamar quedó en manos del empresario transportista Rafael De Vitto. Los vínculos políticos de De Vitto con Altieri hicieron sospechar que detrás de la maniobra que eyectó a Porretti del palacio municipal se guarecían los deseos de regreso de quien justamente había perdido con él en 2007. Un secreto a voces que nadie pudo confirmar en sede judicial, pero que el tiempo alimentó: en marzo de 2010, a través de comicios anticipados, Altieri fue elegido intendente de Pinamar por quinta vez a través del voto electrónico, experiencia pionera de esa naturaleza en la historia de la provincia de Buenos Aires.
“No sé luchar desde otro lugar que no sea como Intendente”, había expresado Altieri en una carta pública divulgada antes de aquella elección en la que se impuso con el 46 por ciento de los sufragios. Pocos minutos después de conocidos los resultados, el derrotado regresado opinó que la destitución de Porreti “hizo reflexionar a los políticos y a la comunidad”. Dos mensajes sugestivos cuyas entre líneas pasaron desapercibidas, permitiéndole incluso volver a ganar una elección en diciembre de 2011, estableciendo con su sexta victoria un récord aún no superado en toda la provincia.
Sin embargo el poder de “Biaggio” ya no era el de antes. A la división del MUPP, cuya tropa ya no respondía enteramente a su fundador, se sumaron una serie de denuncias por la entrega de viviendas sociales y la construcción de un hospital público, ambas con fondos de la provincia de Buenos Aires gobernada entonces por otro amigo de su entraña: Daniel Scioli.
Lo que no habían logrado sus detractores políticos ni los vecinos que lo cuestionaban lo consiguió finalmente una cobertura del programa CQC, que tomó las denuncias hechas por los opositores de Altieri y fue a su encuentro en varias oportunidades. La última de ellas fue fatídica para los intereses del Intendente, ya que en un acto por la Guerra de las Malvinas el 2 de abril de 2012 (fecha de la que hoy se cumplen seis años) diversos funcionarios municipales agredieron al periodista Gonzalo Rodríguez a la vista de los numerosos presentes y con las cámaras y micrófonos encendidos. En ese grupo (que una periodista local caracterizó como “la patota de Altieri”) se encontraba Jorge Yeza, padre del actual intendente pinamarense. En una declaración posterior, Martín Yeza ensayó una extraña defensa argumentando que “la política no era lo suyo”, expresión que no se ajusta precisamente a la realidad, ya que su padre reportaba en aquel entonces como Subsecretario de Deportes, cargo político designado por el propio Altieri.
Pese a la batahola generada, “Biaggio” nunca supo responder a las acusaciones que se le imputaban. Una de las más renombradas fue el otorgamiento de viviendas sociales a dos de sus hijas. Ni siquiera se hizo presente en el Concejo Deliberante cuando, en julio de aquel año, nueve de los diez ediles votaron por su destitución.
Aunque no fue condenado por ninguna de las denuncias que se le hicieron, aquel desplazamiento significó el acta de defunción de la carrera política de Blas Altieri. El escarnio público y la indiferencia de muchos de sus viejos aliados fueron demasiado para un tipo que se movía por Pinamar como si fuera el patio de su mansión. Una decadencia sin retorno que tuvo espacio incluso para un último capítulo en 2015, cuando volvió a postularse para Intendente pero consiguió apenas el 6 por ciento de los votos, redondeando un deshonroso cuarto puesto que lo dejó muy lejos de los 38 puntos obtenidos por Martín Yeza. Ni siquiera parecían servirle sus viejas amistades en la policía: en agosto de ese año habían entrado a robarle a su casa, llevándole desde armas de fuego hasta un microondas.
Ni bien se conoció el fallecimiento, el Concejo Deliberante de Pinamar hizo saber sus condolencias vía Twitter, estableciendo izar la bandera argentina a media asta durante una semana. Paradojas de la vida: el primer organismo que se manifestó tras la muerte de Altieri fue el que justamente había herido su carrera y su poder para siempre.
Buenas noches, lamentamos comunicar por este medio el fallecimiento del ex Intendente Blas Altieri. Nuestras condolencias y respeto a su familia y afectos. Las banderas nacionales lucirán a media asta por una semana.