El 7 de abril de 1803 nacía en Francia Flora Célestine Thérèse Henriette Tristán y Moscoso Lesnais; su madre era francesa y su padre un aristócrata peruano. Sus padres se casaron en Bilbao, España, razón por la que ese matrimonio no tenía reconocimiento legal en Francia y, por lo tanto, ella no era reconocida como hija legítima. Debido a la poca preocupación de sus padres por regularizar esta situación, ante la pronta muerte de su padre, ella y su madre vivieron en condiciones de pobreza.
Esta situación le llevó a trabajar desde muy joven como obrera en diferentes oficios, entre ellos como iluminadora en el taller de André Chazal, con quien fue obligada a casarse para resolver sus problemas económicos; sin embargo, ante la violencia de su esposo y la ilegalidad del divorcio, Flora decide huir junto con sus hijos, siendo perseguida por su esposo, quien también intentaría asesinarla.
Flora trabaja como doncella, obrera, niñera y otros trabajos más; las duras situaciones que enfrentó desde niña, la llevaron a tomar conciencia de clase de forma acelerada y a defender ideas completamente transgresoras para la época. Es así, que inició su actividad política por los derechos de las mujeres y la clase trabajadora.
Aportes fundamentales para la emancipación de las mujeres y de la humanidad
Flora Tristán describió las condiciones en las que vivían los trabajadores y las trabajadoras, además denunció y abogó por la abolición de la esclavitud en África y América, dos de sus escritos más importantes son “Peregrinaciones de una paria” y “Paseos en Londres”; pero, sin duda, lo más avanzado de su pensamiento fue en relación a la unidad entre los y las trabajadoras, no sólo para conquistar todos los derechos de las mujeres sino para la liberación de toda la humanidad.
Ella no dudaba en dirigirse a los trabajadores y discutir los atrasos que naturalizan la “inferioridad” de las mujeres, decía:
“tratad de comprender bien esto: la ley que esclaviza a la mujer y la priva de instrucción, os oprime también a vosotros, hombres proletarios”
ya que Flora señala que detrás de la esclavización de las mujeres frente a sus esposos, se escondían los intereses rentables del capitalismo naciente, condiciones que permanecen hasta la actualidad porque realizan las tareas del hogar de manera gratuita; además esto permite dividir las filas de los más explotados.
Es un su libro La Unión Obrera (1843), -escrito tan sólo un año antes de su repentina muerte debido a que padecía tifus- plantea la necesidad de la unidad de la clase trabajadora de todo el mundo; hombres y mujeres organizados bajo la bandera del internacionalismo, incluso antes de que existiera la Asociación Internacional de los Trabajadores, sería ella la primera mujer en plantear esto.
Esta idea sería defendida no sólo por algunos de los comunistas varones sino por otra mujer -casi un siglo después-, Rosa Luxemburgo, quien defendería el internacionalismo ante la capitulación de la socialdemocracia de la II Internacional que votaría los créditos de guerra para apoyar a la burguesía nacional durante la primera guerra mundial.
A lo largo de su vida política, Flora no sólo se resignó a escribir, creía en la necesidad de hablarle a los obreros y convencerlos de sus ideas, sobre todo a aquellos que no sabían leer, y durante una gira también conoció a Marx por medio de su amigo Arnold Ruge.
¡Proletarias y proletarios del mundo, uníos!
Marx y Engels también retomarían la fundamental participación de las mujeres en la lucha revolucionaria, como diría Marx:
"Cualquiera que conozca algo de historia sabe que los grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento femenino"
así mismo esta posición sería retomada después por Lenin y Trotsky durante la efervescencia revolucionaria de comienzos del siglo XX.
León Trotsky plantearía:
"Una revolución no es digna de llamarse tal, si con todo el poder y todos los medios de que dispone no es capaz de ayudar a la mujer –doble o triplemente esclavizada, como lo fue en el pasado- a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual”
.
Dos siglos después, las palabras de Flora Tristán tienen vigencia. Hoy, las “democracias” a lo largo del mundo nos aseguran que hemos conquistado nuestra plena libertad -¡porque hoy podemos ser presidentas!- y que no nos resta nada más que disfrutar.
Lo que no mencionan es que las que “no podemos ser presidentas”, las mujeres proletarias, seguimos siendo las “responsables” por el cuidado de los hijos y los quehaceres domésticos, seguimos cobrando 30% menos salario que nuestros compañeros (por el mismo trabajo), y cada día asesinan a cientos de nosotras en todo el mundo.
En algunos países la opresión se mantiene de formas más sutiles, y en otros es mucho más cruda; sin embargo parece como si no hubieran transcurrido ¡200 años! ¿Y cómo habríamos de liberarnos bajo un sistema que se basa en la explotación de las mayorías?
Por esto, es fundamental que ahora hagamos carne estas consignas que han sido retomadas a lo largo de la historia por el marxismo revolucionario. Las mujeres no podremos lograr nuestra emancipación del capital sin luchar codo a codo con nuestros compañeros de clase; asimismo, nosotras representamos la mitad de la humanidad, de tal forma que no es posible luchar por una sociedad distinta sin la fuerza de las mujeres.
Nosotras no nos conformamos con algunos derechos, queremos conquistarlo todo, por eso la clase obrera tiene que abrazar la lucha de las mujeres como propia. Nuestra tarea es la organización internacional de las mujeres, los trabajadores y los sectores más explotados y oprimidos hasta vencer al capitalismo enemigo y conquistar la igualdad en un mundo sin explotación ni opresión.
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