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La Izquierda Diario
12 de mayo de 2018 Twitter Faceboock

CAPITALISMO Y XENOFOBIA
Mitos del ‘paraíso nórdico’: ser trabajador inmigrante en Dinamarca
Víctor Stanzyk | Madrid

Un joven español precario en Dinamarca. Desarmando mitos del Edén escandinavo.

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Cuando uno se ve forzado a buscar trabajo fuera de España, entre los candidatos más recurrentes suelen estar los países nórdicos. No se escatima en halagos cuando se habla del éxito que el capitalismo, con una férrea intervención estatal, ha tenido en esos lares. Se ven como la consolidación de un Estado de bienestar y los resultados, al menos en apariencia, resultan incomparables: desempleo bajo (frente al 16.4% de España, Noruega: 4%, Suecia 6.5% y Dinamarca 5.1%); servicios públicos de calidad y gestionados por el Estado (Finlandia y Dinamarca invierten casi el 53% de su PIB en los recursos públicos, en contraposición con España, que se limita a un 40%) y modelos de gestión laboral que flexibilizan y protegen el trabajo tanto como fomentan la inversión extranjera.

En esto último, el modelo de flexiseguridad danés, país que tomaré como caso paradigmático, ha sido un referente. En el aspecto laboral, se crea un mercado flexible que permita a los trabajadores una ‘adaptación constante’, sin por ello reducir la protección social, lo cual genera una mano de obra muy cualificada. Por otra parte, se fomenta la inversión extranjera con impuestos fiscales bajos, dinero que se recupera en los impuestos al consumo.

Si confiamos en los números y comparamos estos baremos con otros países de la CE podría llegarse a la conclusión de que el Báltico es la nueva fuente de la vida eterna y Escandinavia, un nuevo Edén. Sin embargo, basta analizar la realidad social y la política de un país como Dinamarca para ver que de este oro sólo relucen las cifras; y los mitos que los mismos imperialistas narran sólo se los creen la derecha y la izquierda reformista más abnegada.

La derecha se abre paso: Políticas xenófobas y nacionalistas

La llegada al poder de Donald Trump ha sido una expresión de una crisis política global acaecida tras el periodo de recesión económica. Lo que al principio se tradujo en una alianza económica mundial ha concluido en una defensa a ultranza de la frontera. El barco se hunde y cada Estado lucha por no ser el primero en ahogarse. Esta tendencia se ha traducido en Europa con el auge de partidos de derecha nacionalista, y Dinamarca, Escandinavia en general, no ha sido una excepción. Los países nórdicos se han situado en el ojo del huracán mediático con sus intransigentes políticas nacional-conservadoras llevadas cabo por sus frentes de derecha.

En el caso que nos ocupa, el Partido Popular Danés (Dansk Folkeparti), dirigido por Kristian Thulesen Dahl, sigue la estela del sueco Björn Söder o del finlandés Timo Soini, o si se quiere de la francesa Marine Le Pen. El atentado de Copenhague en mayo de 2015 (un mes antes de las elecciones) constituyó el último envite para un discurso que ganó notoriedad con la oleada de refugiados y las medidas proteccionistas posteriores a la crisis de 2007. De tendencia xenófoba y ultranacionalista, se convirtió en la primera fuerza política en el parlamento danés, pese a ceder el cargo de primer ministro a Lars Løkke Rasmussen, del Venstre (Partido Liberal Danés), quien gobierna en coalición además con demócratas-cristianos y la Alianza Liberal.

La influencia del PPD ha sido decisiva para un rotundo giro a la derecha en el ya de por sí conservador gobierno del Venstre. Además de acentuar los recortes que el Venstre había llevado a cabo durante sus numerosas legislaturas, ha dejado su propia marca anti-inmigración. Respecto a los refugiados, Dinamarca dista mucho de haber cumplido su cuota exigida por la UE. La ministra de Integración, Inger Stoejberg, aseguró que Dinamarca "no quiere comprometerse" con ningún objetivo humanitario, teniendo tal exigencia como "intransigente" en materia de inmigración. Esto se ha materializado en brutales medidas disuasorias. La más famosa de ellas es la llamada Ley de Joyas, que estipula que ningún refugiado puede cruzar la frontera sin desprenderse de sus bienes hasta un valor de 1.340 euros, según el gobierno, para «sufragar gastos». A esto hay que analizar los obstáculos puestos para la reunificación familiar, recortes en los presupuestos para ayudar a los refugiados y las infrahumanas infraestructuras para su recepción, que carecen incluso de edificaciones aptas para el alojamiento. Basta analizar el fracaso de esta sangrante recolecta (apenas han logrado recaudar 118.000 euros) y la caída en picado de las solicitudes de asilo (un 70% menos) para confirmar, si es que hacía falta, que estas políticas xenófobas tenían como único objetivo impedir la entrada por la fuerza a los refugiados (aun a pesar de mostrar su apoyo a los recientes bombardeos y contribuir económica y militarmente a la guerra de Siria).

Mano de obra barata y xenofobia

No obstante, los refugiados no son una excepción. Las políticas de inmigración contrastan con las estadísticas del país. En efecto, hay pleno empleo, los trabajadores están protegidos laboralmente y se invierte en su esperanza de vida laboral. Pero en lo que respecta sólo a los sectores más privilegiados de los trabajadores daneses, los cuales se benefician de estas prestaciones. Teniendo en cuenta que Dinamarca es un país con apenas seis millones de habitantes, el gobierno cae en una contradicción. Por un lado, defender su frontera y el trabajo nacional frente al extranjero; por otro, Dinamarca necesita mano de obra que no duda en traer de otros países europeos (para empresas igualmente foráneas, por cierto).

Detrás de las restricciones de inmigración hay una clara política económica para sacar beneficio de la mano de obra, tal y como no tiene vergüenza en reconocer Kristian Jensen, ministro de Hacienda: «La inmigración puede ser un buen negocio para las finanzas del gobierno, siempre y cuando la gente quiera trabajar. Si la inmigración no se relaciona con el mercado de trabajo, es un mal negocio». Las cifras antes citadas no carecen de sentido, pero no son una radiografía de la realidad. Los éxitos recaudados por la planificación danesa sólo es uno de los ángulos de un espejo curvo que, visto en su totalidad, nos muestra un monstruo deforme afectado de nacionalismo y un racismo imperialista de la peor clase.

En este hacer tienen un fundamental papel los dirigentes sindicales, sin los cuales, el modelo económico de Dinamarca no se sostendría. El modelo de flexiseguridad requiere de una dirección obrera con la que negociar las condiciones laborales del país a nivel estructural. Dinamarca es un país que tiene un salario medio (una media aritmética de los salarios), pero no un salario mínimo. Lo que cobra un trabajador no está estipulado por ley (la cual regula los marcos de negociación) sino que está concretado según los convenios firmados con los sindicatos de cada sector, siendo los más fuertes los relacionados con la metalurgia y la construcción.

Dos aspectos marcan la vida del trabajador: la primera, el sindicato posee un poder político y estructural mayor que en otros países, como por ejemplo España, lo que hace que las negociaciones tengan mucho peso y la dirección responda «debidamente» a los trabajadores (en 2013 la afiliación estaba por encima del 65%, mientras que en España es de casi un 18%, aproximadamente la media de Europa). La política nacional tiene por lema el consenso (todos los partidos se enorgullecen de que la nación se sostenga también gracias al pluralismo democrático); y los sindicatos se hacen eco de esta tendencia: impiden cualquier movimiento que ponga en peligro el status quo que, aunque más favorable que en otros Estados hacia el trabajador nacional, no deja de condenar a la opresión a miles de trabajadores siendo los inmigrantes los más afectados.

El segundo aspecto viene dado de la relación entre los trabajadores subsumidos por los sindicatos y aquellos que no lo están, especialmente inmigrantes que, dadas las dificultades para obtener la residencia y el permiso de trabajo, carece de esta protección. Quedan fuera de los convenios daneses y de la ley del trabajo danés, de forma que se entregan a la voracidad de las empresas, llegando a cobrar en ocasiones cinco veces menos que un trabajador profesional por el mismo trabajo (el sindicato 3F ofrece asesorías gratuitas a trabajadores extranjeros, pero carece de ningún tipo de perspectiva política y es más una oficina de turismo laboral que otra cosa).

Una clase obrera dividida: solo ganan ellos

La conclusión es una clase obrera divida. Los sindicatos y el gobierno amparan a los trabajadores nacionales frente a los extranjeros, favoreciendo tanto directa como indirectamente las políticas xenófobas del gobierno danés. Se abre una brecha en la conciencia de la clase trabajadora muy difícil de eludir y que funciona como obstáculo para cualquier intento de unificación de clase. Los inmigrantes, así, se convierten en una piedra angular para articular cualquier reivindicación política en tanto que su conciencia en tanto que trabajadores no está articulada a través de los sindicatos daneses.

No obstante, esta división no deja de ser un instrumento de los capitalistas para maximizar ganancias. El gobierno danés, sin duda, ubica a los inmigrantes como enemigos. Ello no quita que no escatime en ataques contra la clase trabajadora en su totalidad. En los últimos años, el gobierno ha reducido los impuestos para motivar la inversión privada en el mercado laboral y socavar las bases del Estado de bienestar. Dicha bajada de impuestos va en detrimento de los sectores públicos y pretende liberalizar el mercado de manera que acepte más trabajadores extranjeros y aumenten, a su vez, las horas de trabajo. De esta manera, la reforma favorece antes los planes de jubilación que la cotización de las pensiones. Reducir los impuestos para incentivar la mano de obra extranjera no puede concurrir más que en perjuicio de los trabajadores nacionales, quienes, en vez de reconocer un ataque por parte de una burguesía ultraconservadora e imperialista, arremeten contra los inmigrantes.

Las políticas de inmigración del gobierno danés acompañadas de su planificación laboral, o más bien desplanificación laboral al crear un campo en el cual las empresas y los sindicatos pueden negociar libremente, crea una clase obrera corporativa que percibe sus condiciones objetivas radicalmente distintas de sus compañeros extranjeros. La polarización social que genera el estado de bienestar danés y la realidad de sus cloacas tiene como conclusión una clase obrera nativa abocada a la atomización.

Desde luego, el envés positivo es que existe una conciencia muy fuerte respecto a las condiciones laborales a defender. Pero ahí se queda todo, en una posición defensiva y sesgada que si no cambia no tiene horizonte de éxito. Los sindicatos se sientan en la mesa de negociación con el único fin de afianzar su posición privilegiada.

La política, reformista y más cívica que de clase, de la Alianza Roji-Verde no logró frenar el discurso del PPD. Una vez más, el conservador y huero proyecto de construir una democracia ciudadana y subirse al barco parlamentario a la espera de que los vientos soplen a otro rumbo en los gobiernos constituidos de derechas, demuestra ser una vía nefasta e irreal, un olvido de la lucha de clases y de toda perspectiva de superación política. Pese a las denuncias que pudieran hacer a un gobierno que ha reducido en un 25% el salario de los trabajadores públicos, que la diferencia salarial entre hombres y mujeres sea de un 18% o que se acentúa cada vez más la precariedad, la falta de análisis y método pasa factura a las mejores intenciones. Aferrarse a la subida nimia de votos en las últimas elecciones del 2015 respecto del 2011 (1%), como si de una victoria se tratara, es la ceguera agridulce de quien actúa sin orden ni concierto. Como he pretendido hacer ver, en lugar de polarizar más la situación, apoyando la actividad en la clase trabajadora más pauperizada (los inmigrantes) de forma que impulsen la lucha contra su miseria y buscando la unidad con los trabajadores nativos, es el sopor político la bandera que airean. En un país donde las condiciones objetivas pudieran resultar abrumadoramente favorables, donde los caudales de acción tienen una gran infraestructura, de nuevo es la dirección la que prefiere el terciopelo de la complacencia en lugar de la grava de la lucha. He aquí una traición que no se dirige sólo a sus propios militantes y trabajadores, sino también a los miles de inmigrantes que año tras año cruzan la frontera danesa para sobrevivir y a los miles de refugiados que no pueden siquiera soñar con ello.

 
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